Opinión
2024 con menos migración irregular y un 2025 con más amor
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
-Actualizado a
Finalmente 2024 no fue el año de más llegadas irregulares por la ruta occidental, que es la conecta África con España. Desde que el año empezó hemos estado sometidas a la presión mediática augurando la mayor crisis migratoria de la historia de España. Desde esta columna intentamos poner algo de luz y salirnos del discurso hegemónico explicando que la mayoría de la gente migrante entra de forma regular por el aeropuerto, que la mayoría de la irregularidad en España es sobrevenida y afecta a personas latinas, que la ruta canaria se ha fabricado cerrando otras rutas, principalmente la que pasaba por el Estrecho. Hemos repetido la cantinela como un pequeño David frente a un Goliat informativo imparable. Pero ya hemos llegado a fin de año, y los datos no dejan lugar a dudas, 2018 todavía sigue siendo el año en el que más personas entraron de forma irregular en España.
Dicho esto, no sabremos cuánta gente no ha llegado porque murió. 2024 sí que es el año en el que más personas irregulares han llegado a Canarias. Esta ruta sustituye 60 kilómetros de viaje marítimo por más de 500 kilómetros, en el mejor de los casos, pudiendo llegar a los 1.600 kilómetros si la salida se hace desde Senegal. Es decir, que se trata de una ruta imposible, larguísima e indudablemente más mortífera que las demás que unen África con España. De modo que sí cabe esperar que se hayan batido récords de muertes, como mínimo en el mar. Nunca sabremos cuánta gente ha muerto en el desierto como resultado de su viaje y de los abandonos que las policías de Mauritania, Marruecos y Senegal han llevado a cabo con el apoyo de nuestro dinero público y de los recursos de nuestra Guardia Civil y Policía Nacional. Desde aquí hemos denunciado las prácticas oscuras y deshumanizadas que se aplican en hombres, mujeres e incluso niños en los países de la ruta migratoria. Cientos de miles de personas son llevadas a cárceles que nuestro Gobierno ha ayudado a construir en esos países y luego son trasladados al desierto y abandonados a su suerte a miles de kilómetros de la civilización. Algunas personas son abandonadas maniatadas con bridas. Este es el no va más de nuestra política de control migratorio, que se basa en la externalización de fronteras. Los efectos de estas medidas son inestimables, pero no hay duda de que han afectado los flujos. La fundación porCausa demostró que el Gobierno corrupto de Senegal utilizó estos recursos para defenderse de las protestas ciudadanas reprimiéndolas con dureza a principios de año. Muchas personas huyeron del país como consecuencia de ello y acabaron en Canarias. Igualmente existen migrantes locales que se desplazan a Senegal, Mauritania o Marruecos desde otros países de África con la intención de quedarse ahí, y empujados por el miedo de ser detenidos y abandonados en el desierto, acaban optando por cruzar en patera.
Pero no todo ha sido malo. Este también ha sido el año del triunfo del movimiento Regularización Ya, que consiguió ver como la propuesta de la ILP de regularización extraordinaria seguía su curso en el Congreso. Todavía se está debatiendo y es posible que dicha regularización se haga realidad gracias a la unión de casi un millar de actores muy diversos. Lo que ya se ha logrado es un hecho histórico: más de 600.000 firmas y un debate con el apoyo de todos los grupos parlamentarios menos Vox. Una iniciativa que ha elevado la voz migrante al espacio de breaking news. Y también es para celebrar, pero con contención, la reforma de la Ley de Extranjería que ha presentado el Gobierno en las últimas semanas del año. Si se aprobara la regularización extraordinaria sería un maridaje perfecto que celebrar en nuestro país y un precioso ejemplo para nuestros pobres vecinos, que andan dando palos de ciego con una ultraderecha aparentemente en auge. La palma se la ha llevado Meloni, la primera ministra de Italia, que tuvo que comerse con patatas su iniciativa de abrir cárceles en Albania para llevar a los inmigrantes llegados a su país. Se gastó muchísimo dinero en montar un tinglado increíble, trasladando a apenas un par de decenas de personas para allá y luego de vuelta cuando varios tribunales declararon que esta acción era ilegal. La idea parece que fue aplaudida por varios gobiernos de la región, pero siendo realista se trata de una medida narrativa, que implica el gasto de miles de millones de euros de dinero público para trasladar como mucho a algunos centenares de personas en situación irregular en un país que recibió a más de 150.000 irregulares en 2023 y más de 60.000 en 2024 y que tiene una peligrosa escasez de trabajadores esenciales. En resumen, Italia necesita población migrante pero su Gobierno, que ha prometido acabar con la migración, se va a gastar millones de euros para hacer creer que se ocupa del tema. Lo realmente doloroso es que esta historia se lleva por delante a muchas personas que son rebajadas a niveles deshumanizados. Se acepta la vejación y la muerte de seres humanos, se tolera la creación política basada en un discurso de odio como si fuera un mero trámite que hay que sufrir.
Pero en España seguimos siendo un país excepcionalmente comunitario y solidario, aunque intenten hacernos creer lo contrario. La DANA ha sido una prueba de ello. Desde aquí contamos cómo la peor catástrofe natural de esta década sacó a relucir la belleza de una población solidaria y diversa. Historias de superación y colaboración tuvieron lugar pese a los intentos de desestabilizar el entorno que ejercieron unos cuantos intentando sembrar el odio y la confrontación. Las ciudadanas demostraron que somos mucho mejores que unos políticos que cada vez nos representan menos.
2025 asoma así potente, con muchos retos pero aupado por un cambio de paradigma que cada vez es más evidente para quien lo quiere ver. La juventud está despertando, se nota en los movimientos de la vivienda, en las reivindicaciones para salvar la universidad pública en Madrid, en la fuerza de reacción que mostraron en la DANA. Estamos superando el trauma del covid y empezamos a volver a pensar que podemos elegir. Los proyectos culturales afloran inspirándonos y recordándonos de dónde venimos y quienes somos: aquellas que una vez se indignaron y consiguieron cambiarlo todo. Hay personas excepcionales que nos avisan de que están enfermas y nos dejarán en breve. Y de repente da por pensar que debemos vivir la vida de un modo que la muerte no sea el final, sino una parte más. El expresidente Mujica nos cuenta que se va a ir contento, porque su vida tuvo sentido, porque vivió y construyó con amor, con propósito, aunque dice él que no consiguió cambiar una mierda. Pues a mi me cambió y creo que no soy la única. Sea como fuera, podemos elegir el relato de vida que más nos interese. Yo prefiero vivir como Mujica que como Ursula von der Leyen. Yo me quiero ir de este mundo orgullosa y llena de amor. Si compartís ese deseo os invito a que sigáis acompañándonos en esta columna semanal, por un 2025 lleno de amor, de diversidad, de comunidad y de cocreación.
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