Opinión
Gozar nuestros cuerpos como ejercicio de desobediencia
Periodista y escritora
Este es mi cuerpo. Llevo más de 56 años con él. Soy este cuerpo. Me gusta, a veces me gusta mucho y en ocasiones no me gusta nada. Se le nota el paso del tiempo en cada milímetro de piel, cada cachito de carne, en el peso y el volumen. Eso no me disgusta, a veces me gusta mucho. Siempre me propongo hacer ejercicio y pocas veces lo cumplo. Ando para sentir que estoy andando. Me pregunto cuántas veces al año me digo que tengo que adelgazar. Demasiadas, sin duda. Cada vez que estoy satisfecha, cada vez que me siento frustrada por algo, mi cuerpo paga el pato y lo detesto durante un tiempo que oscila entre dos minutos y una jornada.
Hace tiempo que decidí que mi cuerpo es mío. Los cuerpos de las mujeres son percibidos como cuerpos “comunes", o sea de todos. Se permiten el lujo de imponer cómo deben ser nuestros cuerpos, cuándo deben gestar —porque nos imponen gestar, sí—, cómo deben proporcionar placer y a quién, cómo deben vestirse y ornamentarse. Consideran que nuestros cuerpos son suyos y, a través de ellos, nos ocupan, nos invaden, nos violentan y, sobre todo, nos doman con no poca violencia para controlarnos.
Me pregunto cuántas mujeres han expresado como deseo para el año que acaba de empezar, estar más delgada. No ser más feliz, no estar más contenta, no amar mejor y ser amada, sino adelgazar, o sea tener menos cuerpo, o sea obedecer. Resulta tan brutal que ni lo vemos. Hay una obediencia ciega en el hecho de desear “adelgazar”, un plegarse al sometimiento, acatar el rechazo a nosotras mismas, lo que somos.
Decido lo contrario. Tengo deseo, lo busco, lo encuentro, lo gozo… a veces no lo encuentro. Lo busco entonces con más ahínco, lo busco como tarea ineludible, como bebo agua cuando hay sed, busco gozarme. Gozar lo que soy como soy. Y en el centro está mi cuerpo.
Negarnos el cuerpo, castigarlo, despreciarlo, culpabilizarlo, esconderlo, es negarnos nuestra divina capacidad de gozar. Ese es nuestro castigo, la pena pagar por ser las responsables de la expulsión del paraíso. Pero el paraíso está en mí, en nosotras, en nuestros cuerpos, bendito sean. Amarlos y gozarlos como son me parece el primer paso para un urgente ejercicio de desobediencia.
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