Este artículo se publicó hace 5 años.
Acampados Paseo del PradoSin techo y en lucha: la vida de 200 acampados entre el Prado y Cibeles
Dos centenares de personas duermen frente al Ministerio de Sanidad y a pocos metros del Ayuntamiento de Madrid para reivindicar algún tipo de medida que evite que sigan durmiendo en la calle cuando llegue el invierno.
Jose Carmona
Madrid--Actualizado a
Mientras en el Ayuntamiento de Madrid ondea una enorme bandera española, más de doscientos españoles sintecho se aglutinan a menos de cien metros para sobrevivir en compañía. Llevan tres meses en el centro de la capital con el objetivo de ser escuchados por algún político. Como las caravanas de migrantes rumbo a EEUU, se unen para alzar su voz y disminuir riesgos.
Uno de estos hombres, Miki, confiesa que lo peor de dormir en la calle es el miedo: "A menos que te escondas muy bien, siempre escuchas gente pasando y nunca sabes con qué intención. A veces oyes a alguien riéndose y no sabes si es porque te van a dar una paliza. Se te pasa de todo por la cabeza", asegura el joven, que con este temor trae a la cabeza una de las escenas más duras de La naranja mecánica.
Este nuevo grupo de protesta se autodenomina Nadie sin hogar y pide que se cumplan las promesas, nada más. El Ayuntamiento de Madrid lanzó un plan conocido como Estrategia Lares, que pretendía entre 2015 y 2020 acabar con el sinhogarismo en la ciudad. Apenas quedan cuatro meses para alcanzar la fecha límite y el objetivo no está ni de lejos, cerca: 2.800 personas aún viven en las calles madrileñas.
"A veces oyes a alguien riéndose y no sabes si es porque te van a dar una paliza"
2019 ha dejado inversiones de 8.357 millones de euros para el Ministerio de Defensa, 138 millones para los comicios del 28A, dos millones en organizar la final de la Champions o 740.000 euros en taxis para los senadores españoles. Mientras el mundo sigue girando, estas personas esperan que el Gobierno central –al que exigen más responsabilidades–, el Ayuntamiento o la Comunidad de Madrid pongan punto final a su situación antes de que llegue el invierno, una época en la que el frío se vuelve mortal.
Temen caer en el olvido. En estos tres meses han intentado por activa y por pasiva ser escuchados: "Nos hemos reunido con Ana Lima, secretaria de Estado de Servicios Sociales. Le entregamos una carta y un documento donde hablábamos de soluciones habitacionales, pero nos dio la sensación de que echaban balones fuera, derivaban la responsabilidad a las administraciones locales", asegura Miki.
Durante las recientes jornadas de investidura mandaron cartas a los equipos negociadores de Podemos y PSOE: "Les pedimos que si alcanzaban un pacto, introdujeran la garantía de acceso a la vivienda. No obtuvimos respuestas. Gabriel Rufián es el único que sí ha dicho algo, nos mencionó en una de sus intervenciones. Si no hacen nada es porque no quieren, porque saben que estamos aquí", denuncia Miki.
Vivir en el centro de la calle
Entre los 200 inquilinos del Paseo del Prado hay gente de todas las generaciones, algunos incluso rondan los setenta años. Para muchos contar su historia es toda una penitencia. No quieren recordar otra vez su caída en desgracia. Entre los que se atreven, está María, de 56 años. Fue operada de la cadera hace un año, sigue con muletas, y no sabe a qué médico acudir para las revisiones porque, al no estar empadronada en ningún lado, no tiene ningún ambulatorio de referencia.
Lleva siete años y medio viviendo en la calle junto a su marido y se las apaña para dormir en albergues, pero alguna noche les ha tocado salir en busca de refugio: "Cuando dormimos en la calle buscamos durante horas un sitio, el objetivo es un cajero de La Caixa, que son los únicos que tienen pestillo por dentro", dice la mujer nacida en Córdoba.
María se fue de su Baena natal cuando su hijo cumplió 18 años. Salió de un matrimonio en el que sufría agresiones por parte de su marido y puso rumbo a Madrid. Su hijo se quedó en Andalucía y desconoce todo por lo que está pasando su madre: "He pasado hambre, antes me daba mucha vergüenza pedir comida, ahora ya no. Cuando me vayan mejor las cosas, quiero ponerme en contacto con él, ahora me da vergüenza. Miro su Facebook y parece que le va bien, tiene un grupo y va por Europa tocando. A veces pienso: 'Mira, soy la madre de un famoso'", dice mientras se fuma un cigarro.
"He pasado hambre, antes me daba mucha vergüenza pedir comida"
Andrés, en cambio, tiene 37 años y empezó a dormir en la calle el pasado verano, después de quedarse sin trabajo y de no recibir ninguna prestación ni ayuda social. Se encuentra en la compleja tesitura de buscar empleo, que si ya es complicado por naturaleza, se convierte en un martirio cuando no tienes hogar: "Podríamos tener una vida normal, pero cuando acabas en la calle tienes muchas dificultades y no te queda más remedio que mentir, porque si dices que vives en la calle no pasas el proceso de selección", dice.
Todos se encuentran con los mismos problemas: van sin confianza a las entrevistas, tienen que falsear su situación personal y, por supuesto, les cuesta horrores conseguir ropa limpia.
Tal vez el agravio más duro al que tienen que hacer frente es tener un trabajo pero no disponer de la capacidad económica suficiente para alquilar una habitación. "En los comedores y albergues encuentras gente empleada, algún repartidor de riders, pero desde la calle es difícil. No descansas, ni puedes concentrarte al 100%, tu rendimiento es más bajo y tampoco puedes garantizar un aseo diario", concluye Miki.
Andrés también conoce casos de gente que incluso está dada de alta en la Seguridad Social: "Conozco gente que está trabajando ahora mismo con contrato, cotizando, pero no tiene para pagar un piso. Es el caso de gente migrante: además de sus gastos, tienen que enviar dinero a su familia, a su país", asegura.
¿Queda algo de fe en el sistema?
En mitad de este campamento se pueden ver pancartas en contra de los fondos buitre, llamadas de auxilio, protestas sociales... Parece que pese a haber perdido todo el gen rebelde se mantiene intacto, aunque tras pequeñas charlas sale a flote el desánimo.
"Ahora rehuyo la política, creo que no hay nadie que merezca la pena", dice María. "Hace años que no voto, solo van a llenar su bolsillo. Yo era muy de Izquierda Unida y de Anguita, pero ahora ya estoy desencantada, no les creo. Además, no puedo votar, no estoy empadronada en ningún sitio", recuerda.
Andrés, en cambio, sigue encontrando fe en algunos políticos: "Voté a Unidos Podemos en la Comunidad y a Ahora Madrid en el Ayuntamiento. En las generales voté a Iglesias. Algunos políticos dicen que somos la cuarta economía de Europa y la decimotercera del mundo, pero aquí estamos", dice mientras mira al cielo con la bandera rojigualda ondeando a su espalda.
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