Entrevista a la historiadora Mary Nash: "En los años 70 y 80 se pensaba que las mujeres no tenían historia, que sólo la habían hecho los hombres"
Entrevista a la historiadora Mary Nash, pionera en la investigación de la historia de las mujeres, que ha recibido el Premio de Honor 2024 en la Nit de la Història de 'Sàpiens'.
Emma Pons
Barcelona-
Mary Nash (Limerick, Irlanda, 1947) llegó a Barcelona, desde su Irlanda natal, a finales de los años 60 y se quedó a vivir en la capital catalana. Ya era historiadora, pero no le reconocieron la carrera cursada en Irlanda, por lo que se matriculó en la Universitat de Barcelona (UB) para volver a cursarla. Con el bagaje que tenía, se puso a investigar y fue a parar a todo tipo de publicaciones feministas de la República, como la revista Mujeres Libres.
Para Nash, que más adelante se convertiría en catedrática de Historia Contemporánea en la UB (1991-2017), esto le abrió la línea de investigación a la que dedicaría buena parte de su carrera académica, que ha visto reconocida con el Premi d'Honor de la Nit de la Història de este año de Sàpiens. "Al ver aquello quedé absolutamente convencida de que las mujeres eran sujetos históricos, es decir, protagonistas de la historia, que en absoluto habían jugado un papel subsidiario o papel alguno".
En la época, esto rompió muchos esquemas y Nash tuvo que luchar para abrirse camino: "El canon de la historiografía marcaba que eran los hombres los que habían hecho la historia, que las mujeres tuvieran una historia específica no se concebía". Se ha dedicado a recuperar la memoria de las mujeres de la República, que se había perdido "totalmente", un trabajo plasmado entre otros en Rojas: Las mujeres republicanas (Taurus, 1999). "Hubo una gran ruptura de la memoria histórica de las mujeres de la República", afirma Nash en esta entrevista con Público.
Nash también ha investigado sobre la alteridad y cómo se relacionan las dinámicas poscoloniales con el género. Y más recientemente abrió una línea de investigación basada en el turismo y cómo la llegada de las primeras extranjeras a la Costa Brava contribuyó a derribar los valores de la dictadura: "La relación entre la turista extranjera y el trabajador local erosionó el orden moral franquista".
¿Qué ha significado para usted recibir este premio?
Es un gran honor porque es un premio muy significativo. Había recibido premios dentro del mundo académico, pero éste es especial, porque reconoce la divulgación. También es el reconocimiento a toda una trayectoria. Para mí recibir este premio significa reconocer los esfuerzos, inicialmente muy duros, de empezar una historia de las mujeres que aquí no existía. Es un reconocimiento hacia mí pero también hacia la validez de la historia de las mujeres.
Fue pionera en estudiar el papel de las mujeres en la historia. ¿Cómo empezó? Era a inicios de los años 70...
Estábamos bajo la dictadura franquista. Como no me reconocieron la licenciatura (en Historia) que tenía de Irlanda, volví a convertirme en estudiante en la Universitat de Barcelona. Entonces yo llevaba un bagaje de investigación, y en ese momento en los últimos cursos pedían realizar trabajos de archivo. Y fui a la Casa de l’Ardiaca (Archivo Histórico de Barcelona), donde hice amistad con una archivera bibliotecaria. Y cuando me cogió confianza me llevó al ‘Infierno’, donde se guardaba todo el material que el régimen franquista quería liquidar.
¿Qué encontró?
Entre otras cosas, la revista Mujeres Libres y otras publicaciones de la época de la guerra. Para mí fue fulminante, porque intuía que había una carencia a la que no se le había dado nombre. Al ver aquello quedé absolutamente convencida de que las mujeres eran sujetos históricos, es decir, protagonistas de la historia, que en absoluto habían jugado un papel subsidiario o ningún papel en la historia.
¿Qué obstáculos encontró para esa investigación?
Era muy difícil, porque me decían que me lo inventaba, que esas mujeres no habían existido. Hubo una gran ruptura de la memoria histórica de las mujeres de la Segunda República, que no tanto la de los hombres que se mantuvo a pesar de la censura franquista. Pero la genealogía de las mujeres se perdió totalmente, salvo quizás de la Pasionaria o de Frederica Montseny. Pero esas mujeres más anónimas, organizadas... Esto se perdió totalmente y se puso en cuestión.
¿Qué le suponía estudiar este tema?
Se exigía mucho más de mí que de cualquier otro historiador de ese momento. Tenía que hacer una historia muy rigurosa. A nivel más conceptual, había una mirada y una narrativa androcéntrica. Incluso entre los historiadores progresistas, el canon de la historiografía marcaba que eran los hombres quienes habían hecho la historia, que eran el único sujeto activo de la historia. Se decía que cuando se hablaba de los hombres, como sujeto universal, las mujeres estaban ya incluidas. La idea de que tuvieran una historia específica, es decir, con una diferencia de género, no se concebía.
¿Esto era en todo el mundo?
Sí. Había ya algunas voces que hablaban de ella, como Simone de Beavoir, que en su ensayo El segundo sexo hablaba de la subordinación de las mujeres, que no era una condición biológica, sino derivada de una situación social. Ella me influyó mucho, y también Virginia Woolf, con la idea de que las mujeres no sólo necesitaban una habitación propia, sino también una historia propia, esto me golpeó mucho.
¿Cuándo empezó a notar algo de aceptación de esta línea de investigación?
Mucho más tarde... En los años 80 creé el Centro de Estudios Históricos de la Mujer, para tener un espacio que no fuera tan hostil y para poder realizar una transferencia, una difusión, de lo que hacíamos en ese momento. Creo que el giro empezó en los años 90, es decir, llevaba más de 20 años trabajando.
¿Qué ocurrió en ese momento?
Es cuando comienza a integrarse la noción de género como categoría de análisis histórico. En los años 90 fundé la Asociación Española de Investigación Histórica de las Mujeres. Creo que es importante señalarlo, porque la gente piensa que sólo es ahora que se hace historia de las mujeres. Yo reclamo que hace 30, 40 años, ya se hacía, quizá con dificultades, pero se hacía.
Mucho antes, usted había comenzado la primera asignatura sobre historia de las mujeres en España, en la UB
Esto fue todavía bajo la dictadura. Siempre me refiero al doctor (Emili) Giralt, que era el director de mi tesis. Yo le fui haciendo propuestas y ésta fue una de ellas. Acabó siendo la primera institucionalización universitaria de una asignatura de historia de las mujeres, en el curso 1974-1975.
¿Hasta entonces no se hablaba del rol de las mujeres en la historia?
En los años 70, e inicios de los 80 también, se creía que las mujeres no tenían historia. Tal cual. De la misma forma que el lugar de la mujer era la casa y tutelada por parte de los hombres. Había un orden de género patriarcal aquí y a nivel internacional. Por tanto, romper este pensamiento patriarcal era fundamental y costaba mucho. No sólo romperlo, sino cambiar la mentalidad.
¿Y cómo fue avanzando la investigación?
En los años 70 y 80 había muchos trabajos, pero no circulaban demasiado. Esto, creo que es la diferencia con los años 90. Y también nuestro bagaje teórico y conceptual empezó a ser más sofisticado y complejo.
¿Qué supuso la publicación de 'Rojas: Las mujeres republicanas'?
El primer libro de mi tesis se publicó en 1981. Después, con Rojas (1999), volví atrás a lo que había hecho en la tesis, pero con otro bagaje. Porque en ese momento, en los años 70, principios del 80, no estaba tan desarrollada ni la historia social, ni la historia de las mujeres. En los años 90, precisamente, avanzó mucho la historia social y la historia cultural, aparte de la teoría feminista. Con ese nuevo bagaje volví atrás con otra mirada. Este año cumple 25 años que salió y todavía se están haciendo reediciones.
¿Qué supuso la publicación de este libro para la memoria histórica y el reconocimiento de estas mujeres?
Me acuerdo de haber hecho homenajes a las mujeres de la Guerra Civil, en los años 80, cuando todavía muchas estaban vivas. El reconocimiento no es que empiece en los años 90, aunque la diferencia de entonces, tal vez, es que la sociedad era más receptiva, menos hostil. Además, Rojas se publicó en una gran editorial y esto facilitó que tuviera una gran difusión.
¿Notó un cambio con la publicación?
Había más interés en el tema, mayor predisposición. Cuando hacía las presentaciones, estaban las nietas de aquellas mujeres, que estaban muy interesadas y entendían que el silencio había sido muy importante en muchas casas, en muchas familias. Entonces, Rojas les abrió un poco los ojos al contenido de esos silencios que habían sufrido en su familia. Y era un salto generacional, porque la generación de madres e hijas habían vivido la guerra o la posguerra. La generación de las nietas tenía ganas de conocimiento.
¿Cómo valora la situación actual?
Estoy muy preocupada por el tema de las políticas de reconocimiento. Creo que pueden haber muchos esfuerzos, muchos trabajos, mucho conocimiento, incluso. Pero si no hay reconocimiento, allá se queda. Y esto creo que también va del reconocimiento académico. Cuando yo hacía la carrera y escribía y publicaba sobre las mujeres, era innovación total. Ahora no, obviamente.
¿50 años más tarde ya podemos decir que existe un estudio igualitario de hombres y mujeres en la historia?
No, yo creo que todavía hay una carencia. Los últimos años, cuando todavía daba clase, siempre le preguntaba al alumnado que nombraran a 12 mujeres importantes de la historia. Pues nombraban a dos, tres, cuatro, y eran gente como Teresa de Calcuta. Y esto debe cambiarse, porque no puede ser que en torno al 8 de marzo se hable de las mujeres de la historia y el resto del curso, no. Se debe integrar en los planes de estudio de todas las asignaturas, y esto no quiere decir que no tenga que haber asignaturas específicas para profundizar más.
¿Eso todavía no ocurre?
Se ha avanzado mucho, pero todavía no. Recuerdo que aquí, en Catalunya, en los 80 no se conocían casi las figuras de Carme Karr, Dolors Montserrat... Y ahora son figuras conocidas y hay calles con su nombre. Pero esto es un proceso muy lento y debe estar integrado con el conocimiento, con el valor que tiene, no como cosa subsidiaria, de vez en cuando. Porqué significa que hay una centralidad de las mujeres en la historia, en el pasado, que significa también del presente y del futuro.
¿Qué aporta este estudio diferencial de cara al feminismo contemporáneo?
Que existe una genealogía. Pueden cambiar las leyes, la mentalidad, pero estoy convencida de que las representaciones de las mujeres del pasado, por ejemplo, la mujer doméstica, el ángel del hogar, han influido enormemente en las dificultades de que haya una igualdad de sueldo, o que haya igualdad en las curas... Son valores que tenemos integrados y ni siquiera nos damos cuenta. El sistema patriarcal, las discriminaciones con respecto a las mujeres, se basan ahora sobre todo en mecanismos culturales, no ya en las leyes. Y si estos mecanismos no los conocemos, creemos que ya está ganado, pero todavía hay momentos de retroceso.
Estamos en un momento de avances feministas, pero a la vez de regresiones y discursos reaccionarios. ¿Cómo lo valora y qué puede hacerse desde la academia?
Con la lucha feminista han ido desapareciendo toda una serie de ingredientes de la masculinidad y el dominio sobre las mujeres, pero todavía vemos una cantidad extraordinaria de feminicidios, que en parte se explican por esa noción de masculinidad que entiende que los cuerpos de las mujeres son de los hombres. Y si no lo ponemos en evidencia, todavía cuesta más, porque además se está creando esta reacción en contra de las feministas, en contra de las mujeres en general, que es muy difícil de combatir. Yo creo que una herramienta de la historia es poner esto en evidencia, que se entienda el por qué o cómo se construyó esta idea, y a partir de ahí intentar cambiarlo.
¿Le preocupan estos retrocesos?
A nivel histórico, las conquistas no son siempre lineales ni se mantienen en el tiempo, esto es una gran lección de la historia. Siempre debemos estar al acecho y no podemos dar por hecho que esto se mantendrá. Y este es el peligro de las nuevas generaciones de la Transición hacia adelante, que encontraron todo esto hecho y no hay ninguna memoria de la lucha, de la hostilidad que provocó y del sufrimiento de muchas mujeres a las que nos estigmatizaron y demonizaron.
¿Cree que falta memoria?
Esto se olvida, parece haber aparecido de la nada. Esto también es la importancia de la historia. Ha costado mucho, estar al acecho y luchar para que no vuelva. Y esto es muy importante porque es muy preocupante lo que está pasando, especialmente en Estados Unidos.
Más allá de la investigación sobre la historia de las mujeres, también dirigió durante 20 años el Grupo de Investigación Consolidado de Multiculturalismo y Género en la Universitat de Barcelona, y se ha dedicado al estudio de la alteridad y poscolonialidad.
El poscolonialismo me interesó mucho porque Irlanda fue el único país europeo que fue colonia, y me fijé en las representaciones y cómo se explica la discriminación, cómo se justifica, cómo es que parece natural y no una construcción social y política.
¿Qué le aportaba esto al estudio sobre la historia de las mujeres?
El debate poscolonial me aportó, desde otras disciplinas, otra forma de enfocar la historia de las mujeres. Por ejemplo, la noción de subalterno, de que las mujeres también pueden entenderse como colectivos subalternos, despojadas de derechos, al igual que las personas que han nacido en países colonizados. Toda la idea de subalteridad me interesó, así como sus representaciones.
También lo ha vinculado con el turismo.
Sí, con el grupo de investigación trabajamos la noción de las diversidades, las alteridades de diversidad cultural o también la alteridad de género. Y hace ya mucho tiempo que estamos trabajando el tema del turismo, cómo la mirada turística crea la mirada hacia la gente del país y toda la problemática en torno al turismo, pero no tanto a nivel económico ni sociológico, sino cultural.
Ha investigado cómo impactó el turismo a finales del franquismo...
Había escrito un libro sobre las mujeres de la Transición, y siempre me había sorprendido la rapidez como cayó la moral y los valores franquistas. Me planteé si el turismo había tenido algo que ver con ello. Y centré la búsqueda en dos figuras que pueden parecer banales o frívolas: ‘Don Juan’ y ‘la sueca’, sobre todo en la Costa Brava. He ido mostrando cómo la relación entre la turista extranjera, ‘la sueca’, y el ‘Don Juan’, el obrero, trabajador, de aquí, erosiona en parte el orden moral franquista y crea otras expectativas, también a las mujeres. Estoy hablando de los años 60.
Justamente es un tema que, a través de la ficción, aborda Aurora Bertrana en 'Vent de grop' (1967).
Sí, tengo un artículo sobre este libro, con un análisis respecto al ‘Don Juan’. Aurora Bertrana es muy interesante, tengo varios artículos sobre ella, pero me falta hacer un libro. Son publicaciones académicas que no circulan demasiado. Quedan fuera del circuito.
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