Este artículo se publicó hace 5 años.
MEMORIA HISTÓRICAObras quemadas y canciones prohibidas: un libro recoge la historia de la censura franquista en Euskadi
El investigador Joan Mari Torrealdai publica “De la hoguera al lápiz rojo”, un trabajo que recoge la persecución del régimen contra la cultura vasca. “Los censores eran más papistas que el Papa”, señala el autor.
Bilbao-
“Destacado separatista vasco”; “ideología vasco-separatista”… Un año después de la muerte del dictador Francisco Franco, el Delegado del Gobierno en Gipuzkoa seguía utilizando los mismos códigos de los cuarenta años anteriores para “recomendar” que se denegara la inscripción a la editorial vasca Gordailu. Al funcionario colocado por el franquismo le molestaba especialmente “la ideología y tendencia de los componentes de la misma y el carácter pedagógico de su plan editorial, así como el destino de su obra”. Ni más ni menos.
El sociólogo e investigador vasco Joan Mari Torrealdai, uno de los directivos del diario Egunkaria que denunció torturas tras ser detenido por la Guardia Civil en 2003, ha recogido la historia de Gordailu y de otras tantas iniciativas editoriales o artísticas vascas que se toparon con la férrea censura del régimen franquista. Todo ello aparece en “De la hoguera al lápiz rojo”, un libro que acaba de publicar la editorial Txertoa.
“La Censura está integrada en los órganos de control y de represión franquistas. La quema de libros, la prohibición de autores y la marginación del libro vasco forman parte de la misma política”, destaca el autor en la introducción. Es en esas mismas páginas donde apunta, en base a datos objetivos, cuándo terminó realmente la práctica de la censura que había impuesto el franquismo y que no había muerto junto a Franco.
Según destaca Torrealdai, “no fue sino hasta junio de 1983 cuando el Tribunal Supremo derogó los artículos 12 y 64 de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, lo que supuso el acta de defunción definitivo, valga la redundancia, de la Censura”. Seguido recuerda que “el artículo 12 establecía el depósito previo obligatorio de ejemplares”, mientras que el 64 “trataba de la responsabilidad penal y de las medidas previas y gubernativas”.
La obra transcurre en orden cronológico. Se cita, por ejemplo, el artículo primero del Decreto emitido el 23 de diciembre de 1936, en el que el régimen afirmaba textualmente: “Se declaran ilícitos la producción, el comercio y la circulación de libros, periódicos, folletos y de toda clase de impresos y grabados pornográficos de literatura socialista, comunista, libertaria y, en general, disolvente”.
“Se acabó el Gora Euzkadi, estamos en tiempos de Viva España”, decía un bando que ordenó publicar en septiembre de 1936 el comandante militar de Estella (Navarra), Ricardo Sanz Iturria, quien prohibía además “la palabra Agur, importada por los separatistas”.
Se prohibían palabras y se quemaban libros. “En el País Vasco es emblemática la quema de libros en Tolosa. El 11 de agosto de 1936 fueron incinerados en Plaza Zaharra volúmenes en euskera procedentes de la imprenta de Ixaka López-Mendizabal (símbolo de Euskal Pizkundea, el llamado Renacimiento Vasco), de la Biblioteca Municipal y de las escuelas”, destaca Torrealdai en otro tramo del libro. Destaca además que “tras la toma de San Sebastián, los rebeldes quemaron también, significativamente, diccionarios vascos”.
“Cuando entraron los franquistas, aquí había 47 revistas y editoriales. Todas desaparecieron”, afirma Torrealdai a Público. El investigador destaca que detrás de este trabajo publicado por Txertoa hubo muchas horas de trabajo en el Archivo General de Alcalá de Henares, donde pasó nueve meses buscando documentos que dieron vida a una tesis universitaria y ahora, varios años después, se convierten en un libro accesible al público en general.
Hoy, con su obra ya en las librerías, Torrealdai saca algunas conclusiones. En tal sentido, señala, por ejemplo, que la censura “ni la inventó Franco ni se terminó con Franco”. Hubo, de hecho, prohibiciones burdas como las aplicadas en los primeros años de la dictadura, pero también se censuró con la Ley de Prensa e Imprenta de 1966, también conocida como “Ley Fraga” en homenaje al ex presidente gallego del PP y ex ministro de Información de la dictadura franquista.
Aquella normativa “permitía que el aparato del Estado tenga todo tipo de recursos para prohibirte”. “En los informes de los censores que he estudiado no se aprecia un cambio cualitativo respecto a la época anterior. La censura se fue adaptando a las nuevas situaciones, pero siempre ha sido un poco más dura que la política propiamente dicha: los censores siempre iban un metro por delante, eran más papistas que el Papa”, afirma.
En el caso vasco, la persecución del régimen era doble “o incluso triple” debido a la utilización del euskera, un idioma perseguido por la dictadura franquista. “La lengua vasca en un inicio estaba prohibida, mientras que luego no se permitía cualquier tipo de libro”. Los ensayos, las traducciones y los diccionarios –es decir, aquellas obras que daban un carácter de normalidad al euskera– no conseguían saltar los férreos límites del franquismo.
Lengua residual y canciones prohibidas
“La publicación de las obras en euskera no se ‘normaliza’ desde el punto de vista administrativo hasta mediados de los sesenta. La política lingüística del franquismo concede al euskera (y por tanto al libro vasco) no solamente una función de lengua B, sino pura y simplemente y residual: lengua apropiada para describir la vida sencilla de campesinos y pescadores, apta quizás para las expansiones líricas de gentes sencillas o para la enseñanza religiosa de esas mismas gentes”, escribe Torrealdai.
El libro incluye además el “ranking de los cantantes más censurados en 1973”. “De enero a mayo de 1973, el delegado de Gipuzkoa denegó autorización para interpretar 81 canciones en 15 festivales”, explica el autor. En la cúspide de esta lista figuraba Mikel Laboa, con 17 canciones prohibidas. Detrás estaba Benito Lertxundi con 13, Oskarbi con nueve y Natxo de Felipe con ocho. Cerraban la lista el artista Gorka Knörr con siete prohibiciones, mientras que Xabier Lete y Lourdes Iriondo fueron obligados a excluir seis temas de su repertorio.
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