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De la huida al hospicio: así fue el destino en Murcia de los niños no acompañados de La Desbandá
Socorridos por diferentes organizaciones, cientos de menores tuvieron que rehacer sus vidas en colonias tras su paso por Almería al huir del avance de las tropas sublevadas. La estrategia pedagógica que intentaba proveer de un futuro a estos niños y niñas se truncó con el fin de la contienda, cuando fueron a parar a los hospicios de la posguerra.
Madrid--Actualizado a
A las 7 en punto de la mañana se despertaban. Media hora después se tenían que levantar para asearse. Hasta las 9 podían desayunar, y desde entonces hasta las 12 recibían clases cortas. Tras un pequeño descanso, a las 12.30 comían y a las 15 empezaban los trabajos manuales y juegos. A partir de las 17 tenían hora y media para realizar juegos sin supervisión. Antes de la cena leían, charlaban y cantaban para, a las 21 horas, estar todos acostados. Así era el horario que tenían que seguir cientos de niños internados en colonias en Murcia, procedentes todos ellos de La Desbandá sin ningún acompañante que se pudiera hacer cargo de ellos.
El padre de Eusebio Rodríguez estuvo en una de estas colonias. Le contaba, con gran amargura, que raro era el día que no enterraban a un compañero al que llevaban en el mismo ataúd compartido por el anterior y siguiente fallecido. Este doctor en Historia Contemporánea ha estudiado el destino de estos niños y niñas que tras La Desbandá malagueña de febrero de 1937 fueron a parar a Murcia.
Las cifras no están claras, pero los cálculos cuantifican entre 200.000 y 300.000 las personas que huyeron desde Málaga hacia Almería por la carretera de la muerte. Una columna de 30 kilómetros de personas asediada por los buques franquistas y la aviación nazi alemana y fascista italiana. Sobrevivir a la travesía no significaba sobrevivir a la guerra. "Lo primero que hace el gobernador almeriense es quitarse a estas personas de en medio. Incluso algunas personas se ofrecieron a ir a recoger a la gente en sus vehículos, pero no tenían gasolina, y el gobernador se negó a dársela", introduce Rodríguez.
Un problema para Almería
Tal cantidad ingente de personas, para el gobernador, solo suponía problemas para su carrera y bienestar político. Pese a que recibe dos millones de pesetas para alimentarlos, no posee capacidad para albergarles. "Aunque la gente se portó de maravilla, en Almería había muy pocos lugares de acogida", apunta el también historiador e investigador. La carencia sanitaria también hizo estragos. De hecho, el único lugar en el que se produce una epidemia de tifus es el cargadero mineral del puerto de Almería, donde llegaron a refugiarse los huidos.
"Van siendo evacuados conforme hay posibilidad de quitárselos de en medio. Lo digo muy fuerte pero fue así, y así llegaron a Murcia, Alicante, Valencia y Albacete, incluso Barcelona, para después pasar la frontera hacia Francia", comenta Rodríguez. Entre todas estas miles de personas, cientos de niños, algunos no acompañados por sus padres. Los documentos indican que en Murcia salía la gente a la carretera para recoger y llevar a sus casas a aquellos menores sin familiares. "La acogida fue magnífica, quienes fallaron fueron las instituciones", añade.
Y a grandes problemas, grandes soluciones. Aunque en Murcia también se vieron sorprendidos por tal afluencia de personas, adecuaron rápidamente edificios en los que se pudieran establecer las familias al completo. "Se trata de no desarraigar a los críos y que no se sintieran más desprotegidos y abandonados. Para aquellos que estaban solos, efectuaron una serie de lugares de internamiento", dice al respecto el propio Rodríguez.
Organizaciones patrocinan las colonias
Las colonias de verano ya no solo fueron para la época estival. Otras ya existentes, como la Máximo Gorki para niños malagueños, dependiente de la Federación Universitaria Escolar, estaba patrocinada por el sindicato de magisterio. El patronato de maestros de Sierra Espuña hizo lo propio también. A ellas se sumó el campo de niños del jardín botánico del general Lucas, colonia subvencionada totalmente a cargo de las Brigadas Internacionales, en el malecón murciano.
Tal era la falta de suministros que faltaba hasta el más básico: el agua. Los chavales de la colonia eran los últimos de la zona en asearse, así que muchas veces no quedaba agua tras haberla suministrado a los hospitales y centros oficiales de la zona. "Eso les hacía tener que aprovechar las salidas de agua de jardinería para atender a sus necesidades", enuncia el investigador.
En Alcantarilla se ubicó otra colonia infantil para aquellos niños y niñas que huyeron de la barbarie franquista sin ninguno de sus padres. La llamaron La voz negra y fue una de las más significadas. Rodríguez también habla de la colonia del municipio de Águilas, dependiente del Seguro Rojo Internacional, subvencionada por el Ayuntamiento en la que llegó a haber médicos y enfermeras voluntarias. Voluntarios, por otra parte, venidos en su gran mayoría de Gran Bretaña.
"Con lo que recaudaron en Gran Bretaña para los tres primeros meses después de La Desbandá, tuvieron fondos suficientes para mantener esos centros hasta el final de la guerra", refleja el historiador. Todos menos el del General Lucas, financiado por unas Brigadas Internacionales que dejaron España antes del fin de la contienda, pero también a todos esos niños huérfanos en la práctica ahora totalmente desprotegidos.
Las madres gestantes que llegaron a la región murciana fueron un caso excepcional. Para prestarles la atención necesaria, la Administración puso en práctica los centros de maternidad. La iniciativa, experimental, contó con tres recursos para ellas. Según Rodríguez, las vicisitudes de la guerra hicieron que no se pudieran ampliar, pero los tres estaban muy cerca: en el balneario de Fuentepodrida, otro en un convento de Vélez-Rugio, y el último en Villalgordo del Júcar, en Albacete.
Anuncios sobre los niños extraviados
Rodríguez, que compartió su investigación con los asistentes al I Congreso Internacional La Desbandá, celebrado en la malagueña localidad de Mollina, no puede cuantificar cuántos menores llegaron a Murcia, pero debieron de ser bastantes, se atreve a dilucidar. Sí ha conseguido ubicar a unos cuatro centenares de estos niños y niñas, como Herminio Almendro Serrano, nacido el 20 de febrero de 1937, menos de dos semanas después de la huía por la carretera de la muerte. Otros tantos nacieron durante los meses venideros tras un ímprobo esfuerzo por parte de sus madres, siempre a cargo de los más pequeños y los más mayores.
"En muchos casos, por diferentes motivos desde la salida de su localidad de residencia, los refugiados habían perdido el contacto con algunos de los miembros de su familia, por lo que fueron la prensa y Comité Internacional de la Cruz Roja los que facilitaron la posibilidad de obtener noticias de ellos, donde podían intercambiar cortos mensajes entre miembros de una misma familia separados", desarrolla el propio Rodríguez. De esta forma, en la prensa se generalizaron los anuncios de niños extraviados en las carreteras de acceso a Almería, con el agravante de que sus padres habían sido desplazados a la provincia de Murcia.
Una vez terminada la Guerra Civil, las colonias pasaron a ser jurisdicción de los tribunales tutelares de menores. "Estos tribunales harán que la mayoría de chavales sean internados en hospicios de la posguerra, en los que ya no se pretendía educarles sino, únicamente, que no se murieran de hambre en las calles para evitar la mala imagen que eso daría al nuevo régimen", determina el investigador. Atrás quedaban las colonias en las que quisieron educarles en el esfuerzo y la preparación, en la enseñanza de un oficio o en la huerta.
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