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Actualizado:El caso Watergate, que acabó obligando a dimitir a Richard Nixon, ha sido narrado con anterioridad en la pantalla. Ahora, aquel bochorno de espías torpes, escuchas a rivales políticos y mentiras burdas para tapar la implicación del Gobierno republicano regresa con Gaslit. La que se estrena este domingo en Stazplay, creada por Robbie Pickering, se aproxima desde un ángulo distinto a algo ya contado y centra el foco en tres personas que fueron clave en uno de los mayores escándalos políticos que ha vivido Estados Unidos.
La principal protagonista es Martha Mitchell, interpretada por Julia Roberts. Republicana convencida, habitual de las revistas, sin pelos en la lengua y primera persona que habló de lo que se estaba cocinando dentro del entorno de Richard Nixon, se convirtió en víctima de una Administración y de su propio marido, el Fiscal General de los Estados Unidos, John Mitchel. Bajo todo ese látex y maquillaje para crear al personaje se encuentra un Sean Penn que logra darle personalidad, carácter y credibilidad pese a todo ese aderezo. Cuesta verle, pero está ahí.
Ambos dan vida a un matrimonio complicado, donde la violencia está presente, muy presente. Algunas de sus escenas (juntos o separados) son realmente duras en una serie donde la comicidad está muy presente. No porque se trate de una comedia, sino porque una buena parte de los personajes reales que la pueblan eran tan ineptos que resultan cómicos. Más que grandes mentes detrás de un plan maestro de espionaje -que es lo que cabría esperar de una operación organizada por el séquito de un presidente de los Estados Unidos-, lo que en realidad muestra Gaslit es a un grupo de fanáticos más inútiles que resolutivos capitaneados por un nazi, Liddy (Shea Whigham), el tercer espada del guion. En un momento dado, uno de los agentes al cargo de la investigación se pregunta si aquellos a los que investigan no serán simples "idiotas" sin más.
Las escenas previas y del momento en el que esos cinco hombres fueron detenidos en el Watergate son delirantes y propias de una película de los Hermanos Marx
Si Martha Mitchel es la primera protagonista y Liddy, el tercero, ¿quién es entonces el segundo? Ese papel le corresponde a John Dean, abogado de la Administración Nixon, mucho más despierto que muchos de los que le rodean, pero también con una ambición que le ciega y le nubla el entendimiento. Le basta una palmada en la espalda (aunque sea por poderes) de su adorado presidente para meterse de lleno en una operación que le plantea tantas dudas legales como morales. Que bebe los vientos por Nixon lo saben quienes trabajan con él y de eso se aprovechan para enrolarlo en su despropósito. A Dean le da vida un Dan Stevens que despliega todo su encanto a favor del personaje y se convierte en el segundo gran atractivo de la serie pese a que, sobre el papel y según la sinopsis, la atención se iba a centrar sobre todo en Julia Roberts. Quizá ella gane más peso a partir del cuarto episodio. Sin embargo, en los tres primeros vistos antes del estreno se reparte los minutos en pantalla con Dean y, en menor medida, con Liddy. Los tres cuentan con una presentación realmente genuina que dice mucho en pocos minutos.
Ellos dos son parte importante de un complot organizado por los más fieles a Nixon para espiar al partido rival, el Demócrata. Ella 'solo' es la 'esposa de' que se entera de que algo pasa. Y lo que pasa es que el entonces presidente quiso jugar sucio para logra la reelección. Sus secuaces fueron descubiertos por casualidad (un guarda que pasaba por allí y vio un esparadrapo en una cerradura) o ineptitud (las escenas previas y del momento en el que esos cinco hombres fueron detenidos en el Watergate son delirantes y propias de una película de los Hermanos Marx). A Nixon le salió mal.
También a muchos de su subordinados. Gaslit, basada en el podcast Slow Burn, cuenta su historia y la de quien abrió por primera vez la puerta a que se supiese lo ocurrido, Martha Mitchell. El guion intenta darle el lugar que se merece haciendo cierta justicia pública a una mujer a la que traicionaron su partido y su marido y que fue víctima de una campaña de desprestigio y acoso.
La trama del Watergate y todo lo que vino después es suficientemente interesante y poderosa como para construir una buena serie. Pero es que Gaslit también cuenta con un reparto increíble. Además de Roberts, Penn, Stevens y Whigham, el desfile de rostros conocidos de la televisión y secundarios de lujo es muy llamativo. Chris Bauer, Betty Gilpin, Allison Tolman, Hamish Linklater, Darby Camp, Chris Messina, Amy Landecker, Bill Duke, Patton Oswalt y Carlos Valdés, entre otros. Muchos de ellos son parte de un embrollo que podría haberlo sido menos de haber dicho alguien la verdad antes. Eligieron mentir.
Algo que, por otra parte, se ve venir con ese arranque elegido por Robbie Pickering. Gaslit comienza con un personaje tan reprobable como Liddy pronunciando un discurso en el que incluye términos e ideas como la oscuridad, la inmortalidad, ser fuerte, ser americano, ser Nixon... Esta serie va un poco de todo eso, del poder, de la inmoralidad de quienes lo tenían y lo añoraban en aquellos años setenta y que hacían de todo para mantenerlo o alcanzarlo. También de quienes intentaron ponerles en su sitio: la mujer del ese Fiscal entregado a Nixon, periodistas que tiraron del hilo y agentes que investigaron las pistas que cayeron en sus manos.
La acción arranca cinco meses antes de que todo estallase en 1972 y Matt Ross, que dirige los ocho episodios que componen la temporada, lo cuenta con oficio y mucho detalle, con secuencias de comedia absurda, de thriller de espías, de política de pasillos, de drama matrimonial... y primeros planos sostenidos por magníficas interpretaciones. Los decorados, el vestuario y la caracterización de los personajes transportan al espectador a esa década no tan lejana. La música ayuda a entrar en situación en muchas escenas y a darle un toque extra a la ambientación.
Lo que retrata 'Gaslit' es todo eso que pasó en los setenta y que, con más o menos matices, sigue sucediendo
Lo que más luce ante la cámara es un reparto que muestra tenerle muy bien cogido el pulso a una serie que recurre en más de una ocasión a resaltar el absurdo poniendo en boca de un segundo personaje la estupidez que ha dicho o cometido otro antes. La capacidad expresiva de los actores juega a favor en este sentido. Dan Stevens y sus caras de incredulidad, temor, sorpresa y entusiasmo son un auténtico festival. Esa escena en el despacho intentando hacer ver a sus interlocutores que lo que ellos llaman una operación de 'inteligencia' es más bien una de ‘espionaje’ y que de legal tiene poco marca el camino del Dean. En esos primeros compases de la serie, en los que no se cruzan, tanto él como Martha –Julia Roberts huele a nominación– parecen llevar caminos paralelos. Ambos tienen algo en común: son subestimados, manipulados y, en ocasiones, hasta maltratados. También, cada uno a su manera, son consecuencia de sus decisiones y de las de los demás. Él opta por callar al principio. Ella, lo contrario.
La historia del Watergate, tan cinematográfica y seriéfila, es la que es. Se conoce, se ha narrado, la recogen las crónicas de la época y los libros de historia y, aún habiendo pasado medio siglo, sigue fascinando por la cantidad de paralelismos que se pueden seguir encontrando hoy en día. Y no solo en el ámbito de la política estadounidense. Unos días antes del estreno de Gaslit, en una entrevista en la BBC Stevens sorprendió cuando al hacer una sinopsis de la serie que estaba a punto de estrenar acabó mencionando a Boris Johnson por el parecido de la trama con el partygate. Más allá de la crítica y de la pulla del actor británico, lo que retrata Gaslit es todo eso que pasó en los setenta y que, con más o menos matices, sigue sucediendo. Por esta razón (y porque guión, reparto y dirección brillan) merece tanto la pena asomarse a Gaslit.
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