Este artículo se publicó hace 7 años.
Día Internacional de la MujerDiez escritoras silenciadas por la historia
Siempre a la sombra de los literatos, su legado cayó en el olvido o fue tímidamente reivindicado a lo largo de los años.
Madrid--Actualizado a
Cecilia Böhl (1796-1877)
Pionera en nuestro país, tuvo claro que si quería hacer carrera literaria en la España de mediados del ochocientos, no podía hacerlo con un nombre de pila que sonaba casi a provocación; Cecilia Böhl de Faber y Larrea. Es por ello que decidió cambiárselo por el varonil apelativo de Fernán Caballero, nombre con el que se daría a conocer en la época.
Hija del cónsul Juan Nicolás Böhl de Faber y de la también escritora Frasquita Larrea, los críticos sitúan la obra de Cecilia Böhl —y en concreto la novela La Gaviota (1849)— como precursora de la novela realista española. Le seguirían otras obras como La familia Alardea, Una en otra, Elia y Clemencia. Pero fue su obra La farisea, publicada en 1963, la que se hizo con el beneplácito del gran público.
Caterina Albert (1869-1966)
Las furibundas críticas que recibió la obra teatral La infanticida, fechada en 1898 y escrita por una jovencísima narradora catalana llamada Caterina Albert, hicieron que ésta se decidiera por ocultar su verdadera identidad para evitar así la reprobación profundamente sexista que sufrió con su estreno literario.
La autora —ya como Víctor Català— pudo desarrollar una fructífera carrera narrativa que alcanza su cénit con Solitud, texto que se enmarca dentro del modernismo. Locura, violencia y destino configuran el universo narrativo de una escritora que rompió moldes y escandalizó a la burguesía catalana de la época. El veredicto estaba claro: una mujer no podía escribir con el desparpajo y la fuerza expresiva con que lo hacía Caterina Albert.
Colette (1873-1954)
Nacida Sidonie Gabrielle Colette, contrajo matrimonio con el escritor parisino Henry Gauthier Villars, quien, consciente de la capacidad literaria de su joven esposa, tuvo a bien publicar bajo su nombre una serie llamada Claudine, basada en los recuerdos que esta tenía de su niñez y adolescencia. El éxito fue tal que superó incluso las expectativas de Gauthier, convirtiéndose en un auténtico fenómeno literario. Las continuas infidelidades de Gauthier hicieron que Colette se replanteara su matrimonio, desarrollando posteriormente una fructífera carrera como escritora, crítica teatral e incluso llegó a hacer sus pinitos en el music-hall.
Mary MacLane (1881-1929)
Pese a que en su día contó con un moderado éxito, lo cierto es que la historia no ha hecho justicia con la joven Mary MacLane. Con un estilo transgresor y confesional que adelantó a escritoras de la talla de Virginia Woolf o Clarice Lispector, esta canadiense de finales del siglo XIX se sacó de la manga con tan solo 19 años un dietario que más parece un tratado de irreverencia e indignación para con el provincianismo de la época.
El artefacto, retitulado en su día con un modoso La historia de Mary MacLane —el original llevaba uno algo más urgente: Deseo que venga el diablo—, encuentra sus lazos literarios en gente como Whitman, Rimbaud o Sylvia Plath, y ofrece líneas memorables como: "No son las muertes, los asesinatos, los ardides ni las guerras los que hacen de la vida una tragedia —confiesa en una de sus anotaciones—. Es la Nada lo que la hace tragedia. Es día tras día, año tras año, y la Nada".
Concha Méndez (1898-1986)
Empezó a escribir versos bajo la influencia de Lorca y Alberti. Tras su largo noviazgo con Luis Buñuel, Méndez comenzó una fructífera labor como colaboradora en publicaciones de la época como La Gaceta Literaria, Hèlix o Parábola. La trayectoria de Méndez siempre se caracterizó por un anhelo de independencia y de libertad que le llevó a vivir en Londres, Montevideo y Buenos Aires. Cultivó la poesía pero siempre a la sombra de sus mentores –los ya mencionados Lorca y Alberti– y a medio camino entre la herencia clásica y la vanguardia del momento. Son de esta etapa sus primeros poemarios publicados; Inquietudes (1926), Surtidor (1928) y Canciones de mar y tierra (1930). En ellos, Méndez convierte en materia poética una realidad vital que experimentó de forma intensa. Supo como pocas plasmar la alegría y el vitalismo propio de los felices años veinte, pero también hubo de enfrentarse al fatalismo de la guerra, el exilio e incluso a la muerte de un hijo. De esa época son Vida a vida (1932), Niño y sombras (1936) y Lluvias enlazadas, tres poemarios en los que se despoja del vanguardismo que le vio nacer como poetisa, y dan paso a una voz depurada y personal, una voz confesional en la que el dramatismo y la autenticidad se imponen a los experimentos iniciales.
Luisa Carnés (1905-1964)
A Luisa Carnés no se le caían los anillos. Escritora autodidacta, hizo las veces de periodista, camarera y sombrerera en el taller de su tía. Nacida en 1905 en el seno de una familia de clase obrera de Madrid, las duras condiciones de vida durante su infancia le servirían de inspiración posteriormente en su carrera literaria. Calles mugrientas llenas de miseria preludio de un siglo que se adivinaba agitado. De ahí surge la pluma afilada y aguda de Carnés, una voz que nunca encajó en el mundillo literario de la época y que injustamente terminó siendo engullida por esa máquina de olvido que fue la Guerra Civil.
Así, pese a que en su día fue reconocida como una de las más prometedoras narradoras de nuestro país, tuvieron que pasar más de 60 años para que el historiador Antonio Plaza desempolvara parte de la obra de Carnés. Una trayectoria literaria que comenzó en 1927 con Peregrinos de Calvario, un libro de relatos que daría paso dos años más tarde a Natacha, donde testimonia la dura vida de una empleada en un taller textil. La editorial Hoja de Lata rescató recientemente Tea Rooms. Mujeres obreras, novela periodística en la que narra las desventuras y miserias de un grupo de mujeres trabajadoras en una ciudad en la que la pobreza campa a sus anchas.
María Teresa León (1903-1988)
Se inició en el periodismo bajo el pseudónimo de María Teresa Goyri y sus primeros artículos salieron publicados en el Diario de Burgos. Cuando los felices veinte –para algunos– llegaban a su fin y un tiempo de turbulencias se abría paso, María Teresa León publicó su primera obra, Cuentos para soñar. Era el inicio de una fructífera carrera literaria en la que cultivaría la novela, la biografía, los cuentos, el teatro, los guiones y una gran cantidad de colaboraciones periodísticas.
La defensa de la cultura y la mujer fueron sus temas predilectos. Sin olvidar su compromiso político, que se mantuvo firme a los ideales comunistas hasta sus últimos días. Una trayectoria prolífica y nómada debido al exilio que le llevó a vivir –siempre a la sombra de su gran amor, Rafael Alberti– a París, Argentina y, finalmente, Roma. Es aquí donde perfila una de sus obras más emblemática, Memoria de la melancolía, una insuperable crónica del recuerdo en la que repasa episodios pasados como el fracaso de su primer matrimonio.
Magda Donato (1906-1966)
Antes, mucho antes de que la pluma desquiciada y narcótica de Hunter S. Thompson se inventara aquello del gonzo, hubo una periodista que tuvo a bien pergeñar en los años 30 lo que bautizó como “reportajes vividos”, consistentes en testimoniar de primera mano lo que sucedía para luego contarlo. Hija de comerciantes de ascendencia judeo-alemana, Magda Donato —pseudónimo de un bizarro Carmen Eva Nelken Mansberger—, tuvo la fortuna de crecer en una familia cosmopolita, educada y moderna, a años luz del analfabetismo rampante que imperaba en la España de la época.
Una buena muestra de su obra periodística se puede leer en Reportajes (Ed. Renacimiento), en cuyo prólogo la académica Margherita Bernard pone en valor la popularidad que en su día —principios de los 30— alcanzaron los textos de Donato. Cuenta Bernard que los lectores, ávidos de detalles y matices, escribían agitados al periódico, debatían y polemizaban sobre su veracidad. No fue la única, curiosamente en aquellos años de la II República, otras autoras como Josefina Carabias, también hicieron las veces de “periodistas infiltradas” en la revista ilustrada La Estampa o en medios de mayor tirada como Ahora.
Jane Auer (1917-1973)
Capote, gran amigo de la escritora, la describe sentada en un café de la casba tangerina, con su “cabeza como una dalia”. Es quizá una de las escritoras más subestimadas de la historia, siempre a la sombra de Paul Bowles —nómada, músico y autor de entre otras obras El cielo protector—. Su legado pasaría a la historia, no así el de Auer. Mujer cosmopolita que vivió por y para la literatura, se convertiría en el alma máter de esa pléyade de escritores retirados del mundanal ruido tras la II Guerra Mundial con Tennessee Williams, Gore Vidal y el ya mencionado Capote como cabezas de cartel.
Su obra En el cenador, recuperada por la editorial malagueña Alfama, y la reedición por parte de Anagrama de su novela Dos damas muy serias y su libro de relatos Placeres sencillos, dan muestra del talento innato de Auer. Una adelantada a su tiempo de quien el editor Jorge Herralde llegaría a ensalzar su “humor extravagante y chiflado”, asegurando que del binomio Paul-Jane, esta última era “el verdadero genio”. Su querido Truman Capote, además de hacer malabares lingüísticos con la forma de su cabeza, no dudó en poner en valor la capacidad poética de Auer; sárcástica y carente de tabúes.
Lenore Kandel (1932-2009)
Decir Beat Generation es como decir Jack Kerouac, Neal Cassady, Allen Ginsberg o William Burroughs. Poco se sabe del talentoso elenco de mujeres que quedaron relegadas tras la imaginería contracultural de machirulos convenientemente alicatados. Hablamos de Elise Cowen, Denise Lesertov, Diane di Prima, Mary Norbert Körte y, muy especialmente, de Lenore Kandel. Nacida en Nueva York en 1932, pergeñó un libelo con cuatro poemas titulado The Love Book en pleno verano del amor. Acusado de obsceno fue retirado de circulación, el revuelo fue tal que la policía irrumpió en varias librerías en su búsqueda. A pesar de ser reverenciada por casi todos los protagonistas de aquella generación, su obra apenas ha trascendido y es el macho-beatnik el que pasará a los anales de la historia de la literatura. La historia, una vez más, se repite.
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