Este artículo se publicó hace 15 años.
Caos en la cumbre de Copenhague
Mientras los activistas se manifestaban, miles de científicos, empresarios, miembros de ONG y periodistas hacían interminables colas a la espera de acceder a la conferencia
En Copenhague, los anarquistas parecen más organizados que los anfitriones de la cumbre del clima de Naciones Unidas. Mientras centenares de activistas antisistema marchaban por el centro de la capital danesa, en una manifestación improvisada, miles de científicos, empresarios, miembros de ONG y periodistas esperaban a las puertas del Bella Center para acceder a la conferencia.
Muchos vieron amanecer y anochecer atrapados en una cola kilométrica, con una temperatura de dos grados bajo cero. "La gente está furiosa, están congelándose", contaba ayer por la mañana Ole, un danés que repartía café gratis a los asistentes dentro de una campaña publicitaria de Vestas, la principal productora de aerogeneradores del mundo. Incluso para recoger un vaso de café había cola.
El caos comenzó a las seis y media de la mañana, dos horas antes del amanecer, cuando cientos de personas comenzaron a amontonarse en la entrada del recinto para recoger sus acreditaciones. A las 13:00, cuando empezaron a caer los primeros copos de nieve, la organización anunció por megafonía que quedaban otras cuatro horas de espera. Los más pacientes aguantaron hasta ocho horas en la cola.
"Hay 20.000 personas dentro y sólo caben 18.000", explicaba un policía en el exterior del recinto. Pero los organizadores han acreditado a unos 45.000 asistentes. Miles de ellos se quedaron ayer fuera, bajo la nieve. La policía, incluso, negó la entrada a una periodista embarazada de cinco meses y ya acreditada. "Espera en la cola o vuélvete al hotel, lo siento", le espetó un agente.
El ambiente en la fila era surrealista. Un miembro de una ONG local, aterido de frío, sostenía una pancarta con el eslogan: "Paremos el cambio climático". Otra activista, Catherine, de Gales, caminaba con sandalias y un abrigo improvisado con pequeñas mantas. "La verdad es que no vendría mal un poco de calentamiento global", bromeaba, mientras de su boca salía un chorro de vapor.
La economista Ana Pueyo, de la Universidad Politécnica de Madrid, esperaba asistir a unas charlas sobre transferencia de tecnología entre países ricos y pobres, y miraba al infinito con cara de resignación. "Dicen que quedan otras cuatro horas de cola", se lamentaba, tras otro tanto de espera.
Los asistentes a la cumbre temen que el caos se multiplique al final de la semana, cuando más de un centenar de presidentes y jefes de Estado se sumen a la cumbre.
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