MADRID
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Una señal que prohíbe circular a más de cuarenta kilómetros por hora. Un semáforo en rojo. Una persona que cruza la calle. Un coche que duplica la velocidad permitida. Una mujer tumbada en el asfalto. Una conductora que se da a la fuga. “No fue un atropello, sino un auténtico crimen”.
Gema Sánchez (Alcázar de San Juan, 1977) lleva la mitad de su vida sufriendo las consecuencias de aquel “mal accidente”, como lo denomina ella, víctima de la “violencia vial”.
En coma, su familia la dio por muerta. Porque, como le comunicaron los médicos, tendría que estarlo debido a la velocidad del automóvil. “El choque me ocasionó lesiones muy graves. Fragmentó vértebras cervicales, lumbares y dorsales. Provocó una hemorragia interna, porque rozó la arteria femoral. Dañó el nervio ciático poplíteo, que va de la rodilla al pie, por lo que perdí la sensibilidad. Mi pierna izquierda quedó destrozada”.
Veintiún años después, todavía sufre secuelas. Algunas, invisibles. Ésas que te llevan a quedarte paralizada en un paso de cebra cuando vas a cruzar con el niño. Otras que es mejor no recordar. “Durante este tiempo estuve prácticamente inconsciente. Como muerta”.
La infractora fue detenida a un kilómetro y medio del lugar del atropello, en Talavera de la Reina, donde sus padres y amigos no llegaron a poner flores porque Gema es la excepción que burla la estadística. “Muy poca gente puede contar que sufrió un impacto a 90 km/h, porque casi toda fallece. Un golpe a esa velocidad es sinónimo de muerte”.
Gema sufrió graves secuelas físicas y psicológicas, mientras que a la conductora sólo le retiraron tres meses el permiso de conducir: "Hay atropellos que son un auténtico crimen"
Dos años postrada en una silla de ruedas. “Mi cuerpo estaba atrofiado y tuve que volver a aprender a caminar, porque se me había olvidado”. Cuando pudo valerse sin el bastón, retomó los estudios que había abandonado tras el siniestro. Justo aquel día de 1998 salía de un examen, cuya nota rozó el cero. La matrícula de honor de la vida. El exiguo porcentaje de los supervivientes, menor cuanto mayor es la víctima. “Casi no sobrevive nadie, aunque mis lesiones son degenerativas”.
Gema tenía veinte años y, durante otros tantos, peregrinó de consulta en quirófano, de quirófano en consulta. “Tras la cuarta operación, sufrí una trombosis. Desde entonces, han pasado muchas cosas: recaídas, intervenciones quirúrgicas y degeneración muscular”.
Su DNI señala que apenas supera los cuarenta, pero a veces su cuerpo le susurra que ronda los setenta. “Mi circulación sanguínea es similar a la de un octogenario por culpa de un trastorno vascular. Sufro un envejecimiento precoz. Es decir, mi cuerpo y mi sistema musculoesquelético son los de una anciana”.
Prefiere no pensar en cómo estará cuando llegue a los ochenta, si los cumple, porque los achaques no perdonan. Sin embargo, no puede evitar reflexionar sobre la velocidad del coche que la arrolló. “Si fuese a 20 o 30 km/h, me habría ido a casa con un susto y obviamente no atravesaría esta situación. Y lo que me queda...”.
Hace cinco años, la buena nueva traía consigo malas noticias. “Tras quedarme embarazada, sufrí un declive debido a la gestación y el parto. A nivel psicológico, me afectó mucho, porque me quedé inmóvil y ni podía cuidar a mi hijo. Luego tuve fobia a salir a la calle. En ese momento, decidí llamar a la puerta de Stop Accidentes, que me ayudó a resolver la solicitud de incapacidad, porque me encontraba mucho peor físicamente y me resultaba imposible trabajar. Un tribunal médico me examinó hace tres años y ahora recibo una prestación económica. Gracias a la asociación, pude salir del bache”.
"Tras el atropello sufro un envejecimiento precoz. Mi cuerpo es el de una anciana”
Hoy, Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tráfico, es la delegada en Madrid de la entidad, fundada por familiares y amigos de afectados. Ahora procura dar el mismo trato que recibió: auxiliar a quienes lo necesitan y concienciar a los conductores.
“Es el único apoyo que he recibido. Durante años, tuve que buscarme la vida y afrontar los gastos hasta de los fisioterapeutas. Incluso, por cuestiones burocráticas, me sometí a una operación en la sanidad privada. El fémur había quedado destrozado y no llegó a soldarse, por lo que el cirujano injertó huesos de mi cuerpo para poder reconstruirlo. Llevaba dos años sin caminar y él se responsabilizó de una intervención muy arriesgada que resultó exitosa, aunque me provocó una trombosis”, explica Sánchez. “Mis padres pagaron quince millones de pesetas —o sea, 90.000 euros— por la operación y dos meses en el hospital”.
La aseguradora del vehículo que circulaba a una velocidad endiablada nunca puso un duro, porque se negó a abonar la indemnización y quebró antes del juicio, cuya sentencia sólo le supuso a la conductora la retirada del permiso durante tres meses. Circulaba a 90 en una calle limitada a 40 km/h y se dio a la fuga, insiste Gema. “El Consorcio de Compensación de Seguros se hizo cargo, porque yo estaba desprotegida”. O sea, pagó el Estado. “Sin embargo, la indemnización no cubrió la cantidad necesaria para mis cuidados de por vida”.
Los peatones son las víctimas olvidadas de la carretera, cree la terapeuta social, quien ya no puede ejercer como tal. El día que la atropellaron, precisamente, salía de un examen de la carrera. “La sociedad mira hacia otro lado. Silencio total”. Gema se niega a denominar accidente a un conductor que tras tomar alcohol o drogas, pisar el acelerador más de lo permitido y saltarse una señal de tráfico arrolla a un persona. “No es un suceso ni un daño involuntario, sobre todo cuando no te paras a socorrer al viandante y te das a la fuga, porque podría haberse evitado”.
Gema cree que uno de los remedios para reducir los atropellos sería el endurecimiento del Código Penal. “Es inconcebible que la condena por homicidio imprudente sólo sea de uno a cuatro años de prisión. Resulta lamentable, pero es imprescindible que algunos infractores sean encarcelados, porque son delincuentes viales”. También es fundamental la prevención, por lo que hay que educar y sensibilizar tanto a los conductores como a los peatones. Y, lógicamente, la disminución del tráfico en unas ciudades más transitables: “Cuantos más coches, más siniestros”.
La delegada en Madrid de Stop Accidentes aboga también por visibilizar a los mayores, el colectivo más vulnerable. Ella, pese a su juventud, también lo es. “No puedo echar una carrera en un paso de cebra, porque cuando sufres un atropello como el mío las secuelas físicas y psicológicas son muy graves. Aun así, intento tirar hacia delante cada día. Me daban por muerta y aquí me ves. ¿Quién lo diría, verdad?”.
Gema sonríe, aunque la procesión vaya por dentro, como la de esos padres y madres a los que echa una mano después de que perdieran a sus hijos en la carretera. “Una pena, pero en España sale muy barato matar con el coche”.
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