MADRID
Actualizado:Desde su búnker, Trump ha puesto nombre y apellidos al responsable de las protestas que se suceden desde hace una semana en Estados Unidos: el antifascismo. Para el presidente, los altercados no responden a una oposición frontal a la reiterada violencia policial o al racismo sistémico. Según sus recientes palabras, el movimiento Antifa es el principal instigador de los altercados que recorren las grandes ciudades de su país tras el asesinato de George Floyd, y precisamente por ello se muestra decidido a considerarlo una "organización terrorista".
Una iniciativa que, tal y como advierte en un artículo en The Washington Post el historiador, activista y autor de Antifa: el manual antifascista, Mark Bray, constituye un intento intencionado por parte de Trump de "representar erróneamente el movimiento antifascista para deslegitimar la protesta militante y desviar la atención del supremacismo blanco y la brutalidad policial a la que se oponen las protestas".
Trump busca desviar la atención del problema del supremacismo blanco y la brutalidad policial
Una distracción que también ha llegado a España de la mano de Vox, pues varias figuras del partido, incluido el propio Santiago Abascal, han aplaudido el gesto del presidente estadounidense. No obstante, el intentar importar un debate made in USA que no existe en España –en este caso, la criminalización del antifascismo– no es algo nuevo en el partido de ultraderecha, pues ya ha intentado, sin éxito, hacer lo propio con la legalización de las armas.
Una apropiación que Vox ha utilizado, además, para vincular al antifascismo con Unidas Podemos y su líder, Pablo Iglesias. Una asociación, no obstante, inocua para ambos, tal y como ha demostrado el propio vicepresidente al compartir abiertamente una imagen antifascista en su cuenta de Twitter. Con este gesto, Iglesias presume del antifascismo surgido de una perspectiva más histórica, de su nacimiento vinculado a la oposición a Benito Mussolini y Adolf Hitler. Sin embargo, poco o nada tiene que ver el movimiento Antifa actual con partidos políticos, algo que revela cómo Vox también incurre en esa deliberadamente inexacta representación del antifascismo que distrae el debate de la cuestión importante: la violencia policial y el racismo.
Antifascismo: ni organizado ni terrorista
Partiendo del punto central de este debate, la etiqueta de "organización terrorista" elegida por Trump no parece sostenerse en ninguno de sus dos términos. "Cada grupo es autónomo, así que el argumento del presidente Trump de que es una organización terrorista no tiene sentido, porque ni es una organización ni es terrorista", afirma el propio Bray en una entrevista reciente concedida a RTVE.
Con ello remarca cómo el término organización parece desacertado para un colectivo que funciona a través de agrupaciones locales independientes y que no cuenta con una estructura definida ni un mando único.
"Como lo demuestra este tuit, el terrorismo es una etiqueta inherentemente política, fácilmente abusable y mal utilizada. No tiene autoridad legal para designar (como terrorista) un grupo doméstico. Cualquier designación de este tipo generaría importantes preocupaciones sobre el debido proceso y la Primera Enmienda", expresaba a la CNN la directora del proyecto de seguridad nacional de la Unión de Libertades Civiles Americanas (ACLU), Hina Shamsi. Por lo tanto, la de Trump no solo es una propuesta inexacta en su referencia al movimiento antifascista, sino que además cuenta con una dudosa base legal para ser ejecutada.
"Ni somos antifascistas ni fascistas", declaraba Santiago Abascal al programa de Ana Rosa en 2018
Bray reconoce en el texto anteriormente mencionado que, según su investigación del movimiento antifascista, la mayoría de sus integrantes defiende el empleo de la violencia en "la autodefensa contra la policía y destrucción dirigida de propiedades policiales y capitalistas que la ha acompañado esta semana". Sin embargo, asegura que estos grupos no son, ni remotamente, lo suficientemente numerosos como para ser los principales instigadores de las protestas actuales, pese a que mantengan entre sus principios una reconocida lucha contra el racismo. En definitiva, Bray remarca cómo, con sus afirmaciones, Trump trata de desvincular al activismo negro de las mismas y, con ello, la cuestión racial que realmente aviva el descontento en Estados Unidos.
Ni fascismo ni antifascismo
Más allá de este debate, existe otro elemento distorsionador en el discurso de Trump, que Vox ha asumido en España. "Ni somos antifascistas ni fascistas", declaraba Santiago Abascal al programa de Ana Rosa en 2018, resumiendo así la distorsión: equiparar fascismo y antifascismo, concebirlos como las dos caras de una misma moneda.
Una presunta equidistancia que también defendió el propio Donald Trump en 2017, a colación de los altercados en Charlottesville (Virginia), llegando a declarar que "hubo un grupo de un lado que fue malo y hubo un grupo del otro lado que también fue muy violento". Entonces, no valoró el etiquetar a los colectivos neonazis como una organización terrorista después de que uno de ellos matase a una mujer tras atropellar a una multitud con su coche.
Durante los incidentes de Charlottesville, el propio Trump tardó un par de días en condenar abiertamente al Ku Klux Klan
El supremacismo blanco ha estado detrás de terribles sucesos recientes como el tiroteo en una sinagoga de Pittsburgh (EEUU) que acabó en 2018 con la vida de 11 personas u otro en El Paso que dejó 22 muertos. A mediados del año pasado, The Guardian contabilizaba hasta 175 asesinatos en los ocho años anteriores relacionados con esta ideología. Sin embargo, no se recuerdan entonces intentos por parte de la ultraderecha o el propio Trump de concebir al supremacismo blanco como una estructura organizada y con vocación terrorista, reduciendo habitualmente estos tiroteos a la acción de ‘lobos solitarios’. Es más, durante los mencionados incidentes de Charlottesville, el propio Trump tardó un par de días en condenar abiertamente al Ku Klux Klan –una organización que la historia ha probado como organizada y con fines terroristas– después de que su líder histórico, David Duke, mostrara su simpatía hacia el presidente.
Ante la falta de actos similares que puedan vincularse a la esfera antifascista, equiparar ambos movimientos parece, cuanto menos, desproporcionado. Sin embargo, es el colectivo antifascista el que ahora se enfrenta a su categorización como "organización terrorista".
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