La Navidad en la T4: cuando llamas a Barajas tu hogar
En los 1,2 kilómetros de longitud de la terminal habita un vecindario improvisado.
Alexia Galanakis
Madrid--Actualizado a
El aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas es uno de los más concurridos de Europa. Entre turistas y viajeros, Nochebuena se transforma en una fecha desierta en la que deambulan decenas de personas. El aeropuerto es su hogar y cada una tiene su historia.
En los 1,2 kilómetros de longitud de la T4 habita un vecindario improvisado. En el último piso de la terminal, todos se conocen. Cada uno tiene una esquina, con un carrito lleno de pertenencias, un saco de dormir y probablemente colchonetas. Deambulan y se saludan como los habitantes de un barrio cualquiera que entrecruzan miradas al pasear a sus mascotas diariamente. Se agrupan en relaciones de confianza, forman aliados para dormir, charlar, compartir y, principalmente, cuidar de sus cosas.
Es 24 de diciembre, Nochebuena. A las 21.20 horas, ha pasado el último Cercanías hacia Chamartín y, diez minutos después, el último metro a Nuevos Ministerios. Fuera de los buses esporádicos y los vehículos propios, Barajas queda desconectado. Las camas ya comienzan a aparecer. Se acercan las 22.00 horas y los guardias permiten que las personas se recuesten. Lo único cálido es la calefacción.
Vivir donde otros pasan de largo
En la puerta 10 del segundo piso están Raquel (40 años) y Germán (42 años), una pareja de Caracas. Ambos tienen nacionalidad española, aunque eso no se traduce en ninguna ayuda, lamenta Raquel. Han vivido en Madrid, València, Castelló y en la calle. El aeropuerto nació como una idea de Germán, nadie le había contado nada, pero los albergues, ya no eran una opción; en su experiencia, allí abunda el delito y las malas condiciones.
También es la segunda Navidad de Sergio (46 años) en la T4. Esta es mejor que la anterior, cuando no le pagaron y su primo murió. El madrileño residía en el barrio de Las Letras, hasta que el 31 de mayo de 2023 hubo un incendio en el edificio de la calle Lope de Vega, donde vivía. Desde el 17 de octubre de 2023, habita un lado del comedor de la Barra de la Bientirada.
El ambiente es ambiguo, hay pocos rastros de la Navidad. En medio, las caras de cansancio y agotamiento mental de un día más, con el añadido de que es como si fuera festivo; es decir, sin búsquedas de trabajo y sin remuneraciones esporádicas. El escenario es inhóspito, las sillas son muy escasas, hay un deseo inminente de apoyar la espalda o la cabeza en algún sitio y apenas se pueden contabilizar unos seis enchufes funcionando con electricidad. El hogar es el suelo.
Al abrir el metro hay algunos como Santiago (62 años) que comienzan su recorrido de albergues: primer desayuno en la Iglesia de San Antón, el segundo en Ave María Carretas. A las 10.00 horas un bocata, un yogur y, si hay suerte, un tupper de comida en las Monjas de Rey Francis.
Santiago nació en Santander. Llegó a Madrid desde Estados Unidos el 31 de octubre de 2022, país en el cual residió por más de tres décadas y para el que sirvió cuatro años en la guerra de Irak, hasta que en Ramadi (ciudad a unos 110 kilómetros de la capital) recibió un impacto en el peroné. La piel de su pierna se encuentra tan negra y quemada como sus recuerdos, de los que no habla, solo enumera.
Tanto la rutina de Santiago como su situación son muy comunes. Vino a visitar a su madre, pero al quedarse dormido en una parada de autobús en Hortaleza le robaron la maleta, el dinero y el calzado. La única opción fue el aeropuerto.
Junto a él, frente a la puerta 1, se escucha a María Teresa (59 años) desear feliz Navidad a su familia. Llegó el 30 de octubre de este año desde Palmar de Varela (un municipio colombiano a unos 23 kilómetros de Barranquilla) con su pareja Alexander José (43 años) y su sobrino. Sobre la Navidad, coincide con su amiga Ángela (53 años), "es un día espantoso, ni hemos almorzado", dice al rededor de las 22.09 horas. En concreto, opina que "para estar pasando Navidades en un piso que no es mío, prefiero pasarlo en un piso de mi país". La afirmación tajante se contrasta con el "Bueno, feliz Navidad" de Isa, la vecina que duerme al otro lado de la máquina dispensadora de Selecta.
La estafa es otro aspecto en el que coinciden Ángela y María Teresa. "Se está ganando bien en Polonia, te dan trabajo y te llevan. 18 millones de pesos colombianos le pagamos a la agencia", cuenta María Teresa. Por eso llegó a Barajas: "España es la puerta a Europa", explica. Sin embargo, aquí los dejaron abandonados. Junto a su sobrina de 29 años, Ángela voló el 19 de octubre de 2024, a través de una agencia que no le presentó el pasaje de vuelta. Tras dos meses, Ángela ha pedido el salvoconducto para volver a Venezuela y tiene pasajes para el 30 de diciembre, "esta no es mi oportunidad", aclara. En cambio, María Teresa es transparente en defender que su "meta no está en regresar: retroceder nunca y rendirse jamás".
Cuando se les pregunta, ¿cuántos viven aquí? La afirmación siempre ronda entre las 200 y 300 personas. En contraste, cuando se consulta al personal del aeropuerto, desde una aerolínea creían que alrededor de 50, desde Global Exchange un poco más y desde los cuerpos de seguridad sobre los 20. Son tantos que son incontables, eso es seguro, y cada uno tiene una ausencia dolorosa cada 24 de diciembre: la familia. Aun así, se escuchan agradecimientos como los de María Teresa: "Lo mejor de la Navidad son los amigos".
Vivir para trabajar, trabajar para remesar
"Intento ser pijito, pero no tengo acceso a la ducha todos los días", dice Ancher (40 años). "Intento ir a la oficina y que no se den cuenta, no quedarme a hacer planes y que no me inviten", admite el ingeniero informático.
John (27 años) llegó de Perú hace cinco meses, hace cuatro que vive en Barajas. Un año atrás, su hijo viajó junto a su pareja a Francia. Junto a él, enfrente de la puerta 6 y bajo la tienda "VHSmith", hay seis hombres más que se ganan la vida yendo a buscar trabajo cada día a Plaza Elíptica. Funciona. Eso sí, "está prohibido enfermarse", aclara John.
"Cada mañana vamos a Plaza Elíptica a cazar", ríe John. Estiran el brazo y ofertan su trabajo diariamente, tratando de ganar algo de dinero. "¿Notan que es Navidad?", les pregunto. La respuesta es un silencio austero.
La cosa es así, explica Sergio: "Lavas en una lavandería o centro de día, si te dejan. Vas al comedor social. Te duchas en Alvarado o Embajadores. Vas a tu trabajo de media jornada por la tarde, y en un mes sales de la calle". Este es el caso de Acher, quien a pesar de sufrir una adición a la cocaína y estar en rehabilitación, es trabajador del sector público hace un mes. "¿Curioso no?", se pregunta él mismo. Hace cuatro meses que vive en Barajas, sin embargo, el domingo comienza a alquilar su nueva habitación. Acher venció el ciclo de la calle, como lo denomina Sergio.
Este también es el caso de Erisson (40), para quien volver a Brasil tampoco era opción. Lleva apenas 20 días, pero desde que llegó comenzó a prestar servicios de embalaje: "Hasta 250 euros me puedo hacer en una noche". La cuota cambia según la apariencia de la persona, en cinco y diez euros por maleta. Para Nochebuena solo consiguió hacerse 60. Pero ganar un sueldo y pagar una habitación de 350 euros no es una opción para John ni los cuatro peruanos, un cubano y un mexicano que lo acompañan. Las remesas son primero, el sueño de enviar un regalo de Navidad a su hija viene después.
Son las 5.00 horas del 25 de diciembre de 2024, empiezan nuevamente a dar la bienvenida al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas por los altavoces, cambian la basura y comienzan las levantadas.
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