Opinión
Son nuestras vidas enteras
Periodista y escritora
Poco a poco, una realidad monstruosa cuyo fin no se divisa va emergiendo desde lo más oscuro y profundo de lo conocido. Todavía sabemos bromear. El humor resulta imprescindible. Hasta ahora podíamos sencillamente decir: "Todas las mujeres hemos sufrido violencia sexual a lo largo de nuestras vidas". Era solo un enunciado. Decíamos "todas" y eran cinco letras, una idea, la intuición de algo evanescente. Un enunciado cuya verdad cada una situaba en el lugar correspondiente de su memoria íntima. Hasta hace nada, la respuesta solía ser una tajante negación. "Exagerada, ceniza, feminazi". Hasta hace nada podíamos permitirnos el lujo de la duda, y con eso apartar la mirada, dejar cerradas aquellas estancias donde la putrefacción criaba los gusanos transparentes de la culpa.
Poco a poco se va haciendo evidente la verdad, se abre paso con miles y miles y miles de voces, como las fauces de una bestia descomunal, mayor que la imaginación, que devorara el bosque y el río y los pájaros y los frutos. Todos los bosques, todos los frutos, todo.
¿Qué vamos a encontrarnos al final de este camino?, me pregunto a menudo, consciente de que hemos echado a andar hacia lo oscuro desarmadas, como pececitas valientes que bajan y bajan hacia la sima en la que habitan los seres abisales, porque les va la vida en ello, sin pensar en la muerte. Es la vida quien manda en todo esto. ¿Qué vamos a hacer con lo que está a punto de desvelarse? ¿Quién osará taparlo de nuevo? ¿Es eso, acaso, posible?
Seguimos conservando el humor y la capacidad de amar, de contemplar la belleza y de crear. Pero es de noche, se acerca el final de un año en el que hemos abierto la puerta que permanecía cerrada desde siempre, afuera hace frío y el goteo de nombres propios en los medios de comunicación no sirve para dar siquiera una vaguísima idea de lo que está sucediendo. No es un agresor y otro y otro más. Somos nosotras. Son nuestras vidas enteras, las de todas, marcadas, condicionadas, sometidas a fuerza de violencia. Sexual. Violencia sexual. No se trata de ellos, somos nosotras.
Ahora ya no es una intuición. Sabemos que hay algo más, el principio de una certeza cavernosa, insondable, que va brotando. Inabarcable, ese nuevo relato de lo que somos podría echarnos a temblar. Y, sin embargo, nada indica que tengamos miedo a eso. A eso, precisamente, no.
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