Opinión
Los diputados de Repsol
Periodista
El otro día Aitor Esteban se puso hecho un basilisco. Le plantaron los micrófonos en el pasillo del Congreso y cantó de lo lindo contra Ione Belarra. De hecho, estalló como si llevara alguna rabia acumulada, como si se hubiera colmado el vaso de la paciencia con alguna gota de última hora. Dice Esteban que Belarra insulta y chilla, de modo que merece una regañina navideña, un correctivo, alguien que le recuerde la posición esquinera que ocupa Podemos en el tablero parlamentario. Porque eso ha venido a decir el diputado nacionalista. Que los morados no disponen de grandes aliados mientras que el PNV siempre puede impulsar mayorías alternativas. Guiño, guiño.
Enmedio de la agitación mediática, con un Gobierno que suda cada votación, Esteban tiene a Belarra por imprudente. Le parece que los diputados de Podemos están dispuestos a sacrificar a Sánchez. Que juegan al todo o nada. Que tal vez desean unas nuevas elecciones para terminar de despellejarse contra las huestes de Sumar. Es el PNV, dice Esteban, quien ejerce la responsabilidad y suministra equilibrio al Gobierno. Pero este sermón de la montaña tiene un contexto. Y es que el PNV, igual que Junts, viene de sumar sus votos con el PP y Vox para zumbarse el impuesto a los beneficios extraordinarios de las grandes energéticas. Y ahora parece que está ardiendo Troya.
Las palabras de Esteban, sin embargo, tienen su enjundia más allá del calentón. En primer lugar, por su extemporánea reivindicación del centro. El PNV como fiel de la balanza y equilibrista de todos los trapecios. Hubo un tiempo en que ese orgullo ambidiestro pudo surtir algún efecto, pero la centralidad ha perdido su sentido en una política gobernada por inercias polarizantes. Cuando Sánchez descabalgó a Rajoy, el PNV venía de convalidar los presupuestos del PP. Pero ya no estamos en 2018. Ahora las mayorías alternativas a Sánchez pasan necesariamente por el estercolero de Vox. Se supone que la extrema derecha era una línea roja para el PNV, aunque oyendo a Esteban ya no se sabe.
También Belarra se ha quedado a gusto. Ha llamado a Esteban "diputado de Repsol". Le sugiere que renuncie a su escaño en beneficio de Josu Jon Imaz, pues se diría que el PNV ha asumido las posiciones de la petroquímica en una controversia que creíamos de índole fiscal. Y aquí Belarra trae un recordatorio en forma numérica: el año pasado, las empresas energéticas se llevaron al zurrón 10.500 millones de guita limpia mientras que el gravamen de la discordia supuso apenas 1.200 millones. Migajas, dice la portavoz. O dicho de otro modo: las cargas fiscales que no asumen los grandes capitales terminan sin variar sobre los hombros de la clase trabajadora.
El berrinche del PNV salpica también a EH Bildu con razones de otra naturaleza. Lo resumía Koldo Mediavilla: Oskar Matute ha anunciado el apoyo a un gravamen que condena a las comunidades vasca y navarra a la subordinación fiscal. En fin, que EH Bildu se ha vuelto más español que la mano incorrupta de Santa Teresa y salvarle los muebles a Repsol es un acto de patriótico vasquismo. La misma cantinela sonó con respecto a la crisis habitacional. En 2023, el PNV votó junto al PP contra la Ley estatal de Vivienda. Lo hizo en aparente defensa de la Ley vasca de Vivienda, contra la que también votó en contra con el PP en 2015.
Las apelaciones del PNV al autogobierno suenan extemporáneas. Esteban viene de tumbar el impuesto a las energéticas en perfecta sincronía con la derecha nacionalista española, que no es precisamente la más entusiasta defensora de la soberanía vasca. Pero es que EH Bildu anunciaba el otro día la puntilla al argumento: tras un acuerdo con el Gobierno, el gravamen energético tendrá forma de impuesto y estará concertado con las Hacienda forales. Matute añadía un dato al debate: los nuevos presupuestos vascos contemplan ya la recaudación de 67 millones de euros procedentes de las empresas de energía. ¿Quién va asumir el agujero recaudatorio si se impone la voluntad de Repsol?
Aunque se vista de querella nacional, el problema no es que las nuevas leyes fiscales y de vivienda menoscaben el autogobierno vasco sino que no coinciden con el programa del PNV. El otro día, en Radio Euskadi, Esteban sugería que esta clase de gravámenes deberían resolverse en las Haciendas vascas a través del Impuesto de Sociedades. Pero lo cierto es que el último gran pacto fiscal vasco fue el resultado de los vínculos amistosos del PNV con Rajoy. En 2017, los nacionalistas vascos pactaron con el PP una mutua paz presupuestaria que incluía una rebaja del Impuesto de Sociedades a las grandes empresas. En definitiva, mucha vacación fiscal para el gran capital y poco autogobierno.
En septiembre de 2007, Josu Jon Imaz anunció que abandonaba la presidencia del PNV. Unos meses después lo nombraron presidente de Petronor. El asunto levantó tantas ampollas que hasta el viejo Xabier Arzalluz, preguntado en los micrófonos de Herri Irratia, dijo que aquel fichaje era "un mal ejemplo para la juventud que cree en Euskadi". Imaz despachó las acusaciones con proclamas patrióticas y respondió que hay muchas formas de hacer país. Pero Arzalluz expresó un sentir opuesto ante las puertas giratorias. "Es como la culminación de una carrera y la gente se preguntará cuál ha sido el precio".
La gente aún se pregunta cuál es el precio, mucho más desde que Imaz fue ascendido a Consejero delegado de Repsol. Algunos de aquellos jóvenes que en 2008 aprendieron más de Imaz que de Arzalluz se han abierto ya paso en los gobiernos. O en las empresas. Y es que en el fondo, Imaz tenía razón: hay muchas formas de hacer política. El pasado octubre, el dirigente de Repsol daba por muerto el impuesto extraordinario. "The tax is over". La cuestión ni siquiera había pasado por el Congreso pero la petrolera ya conocía el veredicto. A veces cuesta distinguir un consejo de administración de un Gobierno. A veces no se sabe dónde termina el accionista y dónde empieza el diputado.
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