Este artículo se publicó hace 6 años.
Elecciones en EEUUEl gafe de Trump: apenas la mitad de los candidatos que apoyó ganaron las elecciones
El presidente estadounidense señaló a los republicanos perdedores que marcaron distancias con él durante la campaña, pero su apoyo estuvo lejos de garantizar victorias.
Carlos Pérez Cruz
Washington Dc-
Para alguien como Donald Trump que ha prometido insistentemente a los suyos que "conmigo os vais a cansar de ganar", los resultados de las elecciones del pasado 6 de noviembre son una cucharada de jarabe agridulce. El dulce se lo regaló a sí mismo el presidente de Estados Unidos la mañana siguiente de las elecciones al opinar que los republicanos se quedaron "muy cerca de una victoria completa".
Acostumbrado a que todo empiece y acabe en él, Trump hizo hincapié en que "los candidatos a los que yo apoyé obtuvieron anoche un gran éxito". En un gesto de presidente con tics de líder supremo, señaló con nombres y apellidos a varios candidatos que rehusaron contar con su apoyo durante la campaña y perdieron.
Se cansen o no de ganar, los republicanos perdieron más de lo que pareció durante los análisis apresurados de la madrugada electoral. Semana y media después de votar, las elecciones todavía no se han cerrado y sigue abierta la batalla por una docena de asientos de las dos cámaras del Congreso y las gobernadurías. Además, Trump y algunos de sus acólitos han enfangado y puesto en duda el funcionamiento democrático del sistema electoral estadounidense al denunciar, sin aportar ninguna prueba, "fraude" y "robo" en estados como Florida o Arizona.
"El viejo Partido Republicano se ha ido. Ahora es el Partido de Trump"
En clave nacional, los resultados que quedan por zanjar no variarán de manera notable el mapa (republicanos y demócratas se reparten Senado y Cámara de Representantes, respectivamente), pero está en juego la moral de la tropa, la estrategia de cara a las presidenciales de 2020 y la retórica triunfal de un presidente que no está entrenado en la admisión de derrotas. Al señalar a varios de quienes no aceptaron su ayuda durante la campaña, Trump apuntó algo que su jefe de campaña, Brad Parscale, tiene claro: "El viejo Partido Republicano se ha ido. Ahora es el Partido de Trump". Y éste solo admite adhesiones inquebrantables.
No está claro que quienes fueron por su cuenta perdieran por prescindir del apoyo de Trump (irónicamente tres de los ocho que citó con nombres y apellidos habían recibido su bendición), y tampoco es cierto que contar con él garantizara una victoria. En términos generales, y según datos de la NPR (la radio pública estadounidense), el porcentaje de victorias de los candidatos a los que Donald Trump dio apoyo en los 44 mítines en que participó o a través de mensajes en Twitter (mencionó a 83 de ellos), fue aproximadamente del 56%.
El presidente se concentró en gran medida en la campaña para el Senado, donde menos se jugaba. De los quince candidatos por los que celebró un mitin, cinco ganaron (Indiana, Missouri, Dakota del Norte, Tennessee y Texas), ocho perdieron (Arizona, Minnesota, Montana, Nevada, Ohio, Pensilvania, Virginia Occidental y Wisconsin) y dos todavía están por resolverse (Mississippi y Florida).
Incluso aunque se tomó Montana como algo muy personal (hasta el punto de celebrar allí cuatro actos los meses previos), el demócrata Jon Tester renovó su asiento. El mérito en el ligero incremento del control del Senado por parte de los republicanos tras estas elecciones queda relativizado por el hecho de que, de los 35 asientos en juego el 6 de noviembre, 26 eran demócratas, algunos de ellos en estados que votaron ampliamente por Trump en 2016.
Donald Trump se congratuló por haber "detenido la ola azul", pero omitió que básicamente respaldó y se arremangó en distritos que le eran, a priori, ampliamente favorables. Un estudio del Instituto Brookings, de Washington DC, señala que los candidatos a los que Trump dio su apoyo expreso participaban en distritos electorales volcados con los republicanos.
Según lo que se conoce como Índice de Votantes Partidistas (PVI en sus siglas en inglés), que mide el comportamiento de cada distrito electoral en relación al resto del país durante unas presidenciales, la media de voto favorable a los republicanos era en ellos de 7'6 puntos porcentuales sobre los demócratas. Incluso un poco mayor, 7'8 puntos, si nos ceñimos en exclusiva a los lugares en que celebró mítines. Es decir, Donald Trump jugó a la defensiva y se concentró en defender sus bases en vez de en ampliar su suelo de voto.
Aunque dejó más de lado la batalla por la Cámara de Representantes, el presidente se subió al escenario para apoyar a 33 candidatos, de los cuales 16 se hicieron con el asiento. Es en esta cámara donde se puede medir con mayor claridad la magnitud de la ola demócrata, dado que se renovaba por completo. Garantizada la mayoría, y con al menos 32 asientos arrebatados a los republicanos, los demócratas inician desde esta cámara la etapa de control a la presidencia de Donald Trump y su propio debate interno sobre qué tipo de campaña plantear a dos años de las elecciones.
Gran relevancia dio el presidente a las de gobernador, también parciales. De los 17 candidatos a los que dio apoyo, ocho de ellos ganaron, siete perdieron y dos todavía están por decidirse, Georgia y Florida, aunque se inclinan ligeramente a su favor.
Florida es uno de los estados clave para llegar a la Casa Blanca y allí Trump obtuvo en 2016 el 49% de los votos. El presidente leyó precisamente los resultados de las elecciones a gobernador con las gafas de 2020, haciendo hincapié en las victorias de Iowa y Ohio, además de atribuirse las de los dos estados todavía en disputa. Eso sí, ignoró que sus protegidos perdieron en Colorado, Nevada, Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Estos tres últimos, estados en los que el presidente ganó en 2016.
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