Segovia
No es ningún secreto que EEUU y China libran una batalla por la supremacía global que les enfrenta cada día más abiertamente a nivel planetario en las esferas política, económica y de seguridad, conflicto que también tiene un escenario en Oriente Próximo, como queda patente con la firma el pasado sábado de un acuerdo totalmente excepcional entre Pequín y Teherán.
Este gran acuerdo estratégico ha tardado varios años en gestarse y representa un desafío directo para EEUU. Aunque ya el verano pasado The New York Times avanzó informaciones sobre la marcha de las negociaciones y el borrador del texto, ni siquiera hoy se tiene una idea precisa de lo que representará para un Irán acosado por las duras sanciones internacionales y necesitado de cualquier clase de alianza.
Es evidente que Teherán no puede fiarse de Occidente, ni siquiera de Europa, como ha mostrado el fiasco del acuerdo nuclear que Barack Obama firmó con Teherán en 2015 y que dos años después fue desbaratado por Donald Trump mediante un tuit. Aunque el presidente Joe Biden podría revertir la decisión de Trump, no está claro que la restauración del acuerdo nuclear sea definitiva puesto que lo que ha sucedido una vez puede volver a ocurrir.
La magnitud del acuerdo chino-iraní, por un periodo de 25 años, es importante especialmente a los niveles de cooperación económica y de seguridad, pero tiene también resonancias políticas que trascienden más allá de las relaciones bilaterales. A EEUU, Israel y Arabia Saudí no les pasa desapercibido que China logra una penetración importante en la región, cuyas consecuencias a medio y largo plazo son difíciles de determinar.
Aunque la semana pasada Biden dijo que mientras él sea presidente, China no sustituirá a EEUU como líder global, la realidad es que la economía del gigante asiático está desarrollándose más rápidamente que la de EEUU y está asentando bases económicas por todo el mundo que más pronto que tarde le proporcionarán influencia política.
Algunos medios destacan que el acuerdo chino-iraní no es solamente relevante por su contenido, que no se conoce con exactitud, sino también por el momento que se ha elegido para firmarlo, coincidiendo con las disputas entre EEUU e Irán en relación con la reanudación del acuerdo nuclear y con las disputas de EEUU con China tras el último cónclave bilateral de Alaska.
Si bien no han transcendido las cláusulas del acuerdo, se sabe que Irán se ha comprometido a vender a China petróleo a un precio por debajo del mercado durante los próximos 25 años. A cambio, China realizará inversiones por valor de 400.000 millones dólares en infraestructuras de ese país, unas inversiones que se enmarcan en el plan de Pequín de construir el llamado "Cinturón de la Ruta de la Seda" con el propósito de unir el extremo oriente con Europa.
En realidad este acuerdo fue facilitado por el presidente Donald Trump y su amigo Benjamín Netanyahu, quien presionó a los americanos para que se salieran del acuerdo nuclear e impusieran duras sanciones contra Teherán, sanciones que, como era de esperar, han tenido el efecto contrario al deseado por Netanyahu y Trump.
En este contexto, EEUU tiene ante sí la disyuntiva de restablecer el acuerdo nuclear, o bien de alargar el punto muerto en que se hallan las relaciones con Teherán. Lo ideal sería que el acuerdo se restablezca cuanto antes, es decir antes de las elecciones presidenciales iraníes de junio.
En cuanto a China, Washington pocas medidas puede adoptar más allá de acusaciones y de sanciones económicas puntuales. Aunque una guerra abierta económica entre las dos potencias está descartada, los dos países juegan a un ajedrez de movimientos perpetuos en una u otra parte del tablero, movimientos que no ponen en peligro las relaciones cada vez más interdependientes de las dos potencias.
Al firmar el acuerdo el sábado, el ministro de Exteriores chino Wang Yi emitió en un comunicado la siguiente declaración: "Los EEUU deberían reflexionar en el daño causado a la paz regional y la estabilidad internacional con la retirada (del acuerdo nuclear), reflexionar sobre las pérdidas que ha causado a los países implicados, terminar las sanciones unilaterales contra Irán tan pronto como sea posible y abolir las medidas jurídicas contra China".
China está realizando imponentes inversiones en Oriente Próximo y el caso de Israel es paradigmático. Los israelíes han tenido que dar marcha atrás en varios proyectos conjuntos debido a la presión de Washington, que no ve con buenos ojos la expansión del gigante asiático. Israel, como otros países de la región, se aliará con EEUU en el caso de que deba escoger a un aliado, pero también es consciente del peso cada día mayor de China y no quiere buscarse problemas con esta potencia, lo que explica que no haya reaccionado con vigor al acuerdo del sábado.
Tras la firma del acuerdo, habrá que esperar a su aplicación, que será más o menos inmediata en función de otros parámetros, especialmente de si EEUU levanta las sanciones contra Irán, una cuestión que está en el aire. Mientras Teherán exige el levantamiento completo de las sanciones y la vuelta al acuerdo nuclear sin precondiciones, Washington no parece decidido a dar ese paso sin obtener otros compromisos a cambio.
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