La industria que ventiló la casa en pleno franquismo
La llegada de turistas procedentes de países democráticos a partir de los años 60 supuso un soplo de aire fresco y propició cierta modernización en la España nacional católica del momento.
Por Emma Zafón
Estamos en 1953. El Este llora y celebra la muerte de Iósif Stalin, en Occidente se produce el primer aviso contra el dictador cubano Fulgencio Batista y más al norte, la monarquía británica corona a una joven Isabel II. Nada de esto, sin embargo, resultará tan determinante para las economías española y europea como la aparentemente insignificante decisión que una buena mañana toma el primer edil de un pequeño pueblo costero valenciano de poco más de 2.500 habitantes.
Pedro Zaragoza Orts, alcalde de Benidorm y más falangista que una misa por el 20N, ha sabido leer antes que nadie la carta de navegación del keynesianismo occidental y se encarga de unir estos dos puntos: a) en Europa hay clases medias trabajadoras, bienestantes y con excedente de ahorro para el ocio, y b) esas clases medias querrán veranear en algún sitio. Igual no es mala idea que la España en bancarrota crónica post Guerra Civil aspire a convertirse en ese destino de vacaciones deseable para el target europeo en auge. Al fin y al cabo, el producto patrio tiene atractivos más que suficientes: sol y playa, buena gastronomía, precios de risa para los bolsillos europeos y absoluta seguridad a golpe de represión.
Sin embargo, hay un problema. El bikini, la prenda de baño estrella de la época, está prohibido por el régimen bajo multa de 40.000 pesetas. Aquí es cuando nuestro alcalde aparece en escena para hacer historia. Un día de 1953, se sube a su humilde Vespa y recorre los más de 400 kilómetros que separan Benidorm del Palacio del Pardo para pedirle a Franco que despenalice el uso del dos piezas de baño en las playas españolas. El dictador acaba aceptando y así aparece el genio de la lámpara, quien concede tres deseos a la agonizante economía franquista: crecimiento, transformación y entrada de divisas. Como una serpiente que muda la piel, España se desprende del modelo de subsistencia de las décadas anteriores y se viste con el nuevo y más moderno traje de la terciarización económica.
El desarrollo de la industria turística no solo supuso un bote salvavidas para ese régimen autárquico que hacía aguas; también trajo un soplo de aire fresco. En los destinos más populares del litoral español, la llegada de veraneantes procedentes de países democráticos permitió ventilar las estancias de la casa nacional católica del momento. En el caso de Benidorm, “el turismo de aquellas décadas hizo que se abrieran muchas mentalidades y que empezásemos a acostumbrarnos a cierta diversidad”, explica el trabajador del sector y portavoz de Compromís en el municipio, Pere Beneyto. En un momento en que el interior del país vivía anclado, en ciudades como Benidorm florecieron los cafés, las fiestas y una cultura ligada al disfrute. Además, en algunas familias se produjo un peculiar intercambio de privilegios que, por sorpresa, benefició a las mujeres. Las herencias en el modelo valenciano se reparten entre los hijos, a diferencia de otros sistemas en los que solo hereda el primogénito. Tradicionalmente, a los varones se les agraciaba con las tierras más fértiles, las de interior, mientras que las mujeres tenían que conformarse con las parcelas de peor calidad, las del litoral. Al invertirse súbitamente el valor del suelo, muchas de ellas adquirieron un patrimonio considerable. “De repente, había mujeres en el pueblo con propiedades más rentables que las de sus hermanos o sus maridos”, añade Beneyto.
Para Joan Carles Martí i Casanova, técnico superior de Turismo desde 1985 y actualmente ya jubilado, el cambio de mentalidad de las sociedades costeras fue muy evidente. “Aquí, en toda esta zona del sur de Alacant, se puede decir que en menos de una generación se pasó de una mentalidad del siglo XIX a una mentalidad del siglo XX”, afirma. Martí i Casanova desempeñó su trayectoria laboral primero en Elx y luego en Guardamar de Segura, y señala que la evolución social caló a raíz de la llegada de los turistas, pero también de muchos autóctonos de la zona que habían emigrado años atrás a las zonas industriales de Barcelona. “Esta zona era muy pobre y llevaba décadas siendo foco de emigración hacia sitios con más oportunidades. Cuando muchos de los que se habían ido vieron que aquí de pronto había actividad, decidieron volver y abrieron restaurantes o algún pequeño hotel. Estos emigrados y luego regresados también contribuyeron a levantar una sociedad más abierta”, concluye.
El desarrollo de la industria turística no solo supuso un bote salvavidas para ese régimen autárquico que hacía aguas; también trajo un soplo de aire fresco.
La avanzadilla de Balears
Mallorca y Eivissa ya existían como destinos turísticos con anterioridad al desarrollismo franquista. Desde principios de siglo y especialmente en la década de los 40, las islas eran una opción bastante consolidada entre los peninsulares de clase alta que querían celebrar la luna de miel en un sitio tranquilo y con playas bonitas. Tal es la naturaleza precoz del turismo en Illes Balears, que para el año 1964, Mallorca lograba abrir su hotel número 1.000. Sin embargo, fue a partir de los años 50 y principios de los 60 cuando las dos principales islas en ese momento, Mallorca y Eivissa, despegaron junto al resto del litoral español.
El historiador e investigador Tomeu Canyelles desgrana la fascinación que los turistas europeos despertaron en la población local que, en aquellos años, era todavía más periférica que la peninsular. “La gente que empezó a venir tenía un gusto sofisticado y procedía de sociedades libres; eso fue un descubrimiento para la gente de aquí”, asegura. En toda aquella revolución sociocultural cabe añadir, además, el papel de ellas, de las mujeres europeas que empezaron a veranear en las islas: “La llegada de las europeas representó un gran fenómeno sociológico. Muchas tenían poder adquisitivo e incluso viajaban solas, sin padres ni maridos, y tenían conductas muy liberadas. Fumaban, utilizaban anticonceptivos… Por un lado, los jóvenes de aquí se sintieron atraídos y hubo esa aproximación sexoafectiva. Por otro, las mujeres de la isla adquirieron cierta actitud empoderadora al imitarlas”.
¿Y más allá del litoral?
Cuando se habla de sociedades que alcanzaron ciertas cotas de progresía gracias a la llegada de foráneos cabe recuperar la peculiar experiencia, a finales de la dictadura, de un pequeño pueblo de la comarca turolense del Matarranya. Calaceit, que actualmente no llega a los 1.000 habitantes, se convirtió entonces en un polo de atracción intelectual que revolucionó la apacible vida local gracias a la llegada, más o menos por casualidad, de importantes figuras de la cultura española e internacional. El primer visitante con cierto renombre fue Didier Coste, traductor de José Donoso, a mediados de los años 70. A él le siguieron el propio Donoso, quien llegó a residir unos cuantos años en el municipio, y otras personalidades del mundo de las letras y del periodismo como Ángel Crespo, Mauricio Wacquez, Àlex Susanna, Elsa Arana y un largo etcétera. También hubo pintores, músicos, arquitectos, el conocido editor Gustavo Gili, la diseñadora Pilar López de Quijada o el pintor Romà Vallès, entre otros. Un sinfín de figuras de la época que estuvieron de paso o residieron durante un tiempo en este enclave hasta el momento prácticamente desconocido.
Mercè Gimeno, vecina del municipio y actualmente al frente de la librería ‘De bat a bat’, recuerda que por aquella época ella estudiaba fuera y al volver al pueblo en verano “flipaba”. “Había residencias artísticas, se organizaban coloquios literarios, exposiciones… El nivel cultural del pueblo se estimuló mucho porque la gente, que en la mayoría de casos no había podido estudiar ni viajar, de repente tenía a su alcance mucha creación, reflexión, cuadros, libros, de todo”. Para una localidad pequeña y de economía tradicional ligada al secano y a las granjas, la experiencia de convertirse en refugio de artistas cambió a sus habitantes para siempre. “Ahora ya no hay la movida de aquellos años, pero estamos intentando recuperar la memoria de lo que fue y seguir impulsando iniciativas culturales”, añade Gimeno.
A día de hoy, los movimientos aperturistas propiciados por la industria del turismo conviven con las consecuencias de la implementación masiva de este sector. Allí donde vemos algunas de las políticas públicas más transgresoras de nuestra sociedad, también encontramos movimientos vecinales contra la expulsión popular de los barrios. Una cara bonita y una cruz con la que cargar a cuestas. Un genio de la lámpara que no midió bien sus fuerzas.
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