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El veterano crítico de cine debuta con Un blues para Teherán, un sereno y hermoso retrato de Irán a través de músicos jóvenes que recuperan antiguas canciones persas. La película desató la ira del consejero de Cultura de la Embajada iraní en España por lo que revela de censura, descontento y opresión.
"Ninguna mujer decente hablaría delante de una cámara. Esta película no se estrenará nunca en Irán", sentenció el consejero de Cultura de la Embajada de Irán en España. Y en la sala de la Filmoteca donde se había proyectado ‘Un blues para Teherán’ se vivió un rifirrafe diplomático delirante, tan demencial como las restricciones que el gobierno iraní impone a sus ciudadanos, especialmente a las mujeres.
El disparate se acentúa al saber que la película, ópera prima de Javier Tolentino, es un sereno y hermoso retrato de Irán a través de músicos jóvenes que recuperan antiguas canciones persas. Inocente en apariencia, este trabajo es una bomba subversiva para el gobierno iraní, que mantienen la prohibición de que las mujeres canten o que insiste en una antediluviana ley de sucesión solo para hombres, entre otras muchas atrocidades. Desmanes que se cuestionan en la película desde el testimonio de los músicos o de la gente del pueblo iraní.
Estrenada en la pasada edición del Festival de Gijón, Un blues para Teherán recorre el Irán desconocido, el país abandonado por las autoridades de la capital, que sobrevive al desamparo con cierta ingenuidad y enriqueciendo día a día el colosal legado de la cultura persa. "En cada aldea, te encuentras con poetas y con músicos".
Mucho cine iraní, seminarios y talleres impartidos por Kiarostami, Farhadi…, viajes a festivales de cine en Teherán… Javier Tolentino, veterano crítico cinematográfico desde el programa El Séptimo Vicio de Radio 3, del que acaba de despedirse después de más de veinte años, vivía su personal historia de amor con Irán antes de hacer esta película.
¿De ese amor surgió la idea de hacerla?
El cine iraní va con mi forma de narrar y con mi estética. Cuando he viajado a Irán con El Séptimo Vicio, desde allí he ido a Kurdistán y a otros sitios. En Irán, en cada aldea, te encuentras con poetas y con músicos. La primera idea era hacer una especie de diario de un cronista de radio europea buscando canciones antiguas interpretadas por gente joven. Lo hablé con Abbas Kiarostami, con quien tenía cierta amistad, y le gustó mucho la idea de un español que fuera contando lo que viera.
Partió de la música, pero ha llegado a otro lugar.
Me interesaba la música como recurso narrativo para interpretar un país que está en el origen de nuestra cultura, que es sofisticado… pero de ninguna manera quería ir allí a juzgar. Hicimos un casting en escuelas y conservatorios de zonas lejos de la capital. Invitamos a los músicos a cantar y se presentaron muchos.
Además de Kiarostami, otros cineastas iraníes ¿se interesaron por su proyecto?
Jafar Panahi nos invitó a comer en su casa porque tenía interés en lo que estábamos haciendo. Él, que no puede salir de Irán en 20 años, ha hecho ahora una película solo con móviles, con una actriz que hace mucho tiempo se negó a firmar una carta de adhesión al régimen y no volvió a trabajar nunca más en su vida. Han rodado en el último plató en el que ella rodó su última película. A él también le parecía muy interesante que un europeo fuera allí a rodar.
¿Cómo le afectó conocer esas realidades?
Bueno, volví revolucionario. Fue un viaje sin retorno. Me di cuenta de que ya no quería seguir en Radio3, el cupo como periodista lo tenía cubierto, ya no iba a hacer nada nuevo. Es un trabajo que ya no me motiva porque no lo puedo hacer de una forma distinta. Y debo decir que no hay un medio más libre que Radio3, pero ahora tendría que hacer algo más creativo, con más medios y eso es imposible. Ahí es donde radica la censura oficial, en no dar medios a los que pueden ser independientes. Cuando volví me planteé qué estaba haciendo.
'Un blues para Teherán' es un retrato del Irán más desconocido, ¿es muy diferente de la capital, tan moderna?
Sí, Teherán es como Madrid, se pasan la vida en el coche. Teherán es una traición a la historia persa, no tiene nada que ver con el resto del país. El Gobierno se concentra mucho en hacer del extranjero el enemigo. Mientras tenga al enemigo fuera, el de dentro no se despierta. Pero dentro hay kurdos, pakistaníes, irakíes, afganos, armenios, turcos, emigrantes de Turkmenistán, de Azerbaiyán… Irán chupa los recursos de todas sus regiones y no les devuelve nada. Tiene a todo el país en pie de guerra.
¿Y cómo es ese Irán?
Te enamoras de ese país. Con sus aldeas que parecen detenidas en la Edad Media… Yo no quería hablar con periodistas ni con universitarios… y fuera de Teherán me he encontrado personas que tienen mucha más cultura que otros.
¿Fue muy tenso el pase técnico en Filmoteca con el consejero de Cultura iraní?
Cuando terminó la película se levantó y dijo: "Estoy muy triste porque ustedes no han ido a rodar las maravillas de Persia, han ido a rodar lo peor". Dijo que la película no se estrenaría nunca en Irán porque ninguna mujer decente hablaría delante de una cámara. Hubo un enfrentamiento diplomático. El embajador español le contestó que entendía que le molestara ver a un pescador diciendo que no iba a cumplir con las leyes de sucesión, que apartan a las mujeres, o ver a una muchacha asegurando que ella iba a cantar siempre.
¿Las mujeres tienen prohibido cantar en Irán en cualquier situación?
Siguen siendo ciudadanas de segunda, siempre detrás de los hombres. Solo pueden cantar en coros y detrás de los hombres, no pueden cantar solas. Son las paranoias de la religión. Sus opciones son o salir de Irán o cantar en coros o jugarse el tipo e ir a la cárcel. Hay un momento en la película que se dice que todos hemos aprendido a cantar en brazos de nuestras madres.
Bahman Ghobadi ya mostró en 'Nadie sabe nada de gatos persas' la censura en la música en Irán.
En la cultura… La cultura en Irán está bajo sospecha. Incluso a nosotros nos llevaron a comisaría cuando estábamos rodando, y teníamos todos los papeles en regla, aunque nos costó año y medio conseguir el visado para poder rodar. Cada día venía un policía o un soldado o peor que todo eso, un chivato. Estos provocaban el revuelo de la gente contra nosotros y en nada teníamos a un coro de gente amenazándonos. Teníamos grabado a un grupo de niños bañándose en una fuente y nos hicieron borrar las imágenes. Pero eso ocurre en Teherán, fuera no tuvimos ningún problema.
¿El Irán que había imaginado con el cine es el que se ha encontrado?
Todo lo que has imaginado de Irán por lo que has visto en su cine, en su arte… se queda pequeño. Te sorprende mucho la ingenuidad de allí, que en Europa no existe ya. Ese hombre en el mercado que vende patatas, solo patatas, y que no tiene interés en vender nada más. Y es un hombre feliz. En Irán, la cultura no es patrimonio de ninguna academia, es algo heredado. También te asombra encontrarte con unos principios éticos y unos conocimientos ancestrales.
El primer plano de la película ya es un homenaje al cine iraní…
Sí, porque yo vengo de ahí. No invento Irán ni el cine iraní, es un pequeño homenaje, es el cine que he mamado. Pero intento no quedarme ahí, por eso rompo con la escena de la canción en el coche.
A pesar de la realidad de Irán, también hay humor en la película.
La realidad es triste, ahí está la dictadura, su derrota, pero también quería mostrar el elemento bufo, irónico, y eso me lo da Erfan Shafei. Desde el principio quise vivir con él, con su familia… Para mí era una especie de Quijote.
¿De ahí la presencia de Erfan Shafei, que es un director de cine, en la película?
No. Iba a ser el ayudante de dirección. Pero el primer día me pregunté cómo iba a narrar aquello y tuve claro que tenía que ser él. Está en la película medio engañado, porque es un tipo muy tímido y él no quería.
¿Cómo trasciende la escena de Erfan hablando con su amiga del amor?
El amor es una metáfora de la película, la experiencia de la libertad, porque el amor es libre o si no es otra cosa. Una mujer y un hombre en un parque público en Teherán hablando de amor es subversivo. Ni siquiera aquí tenemos esa libertad del amor, esa conversación va por ahí.
¿Qué le duele no haber metido en la película?
La figura del falguir, interpretadores de los poetas. Son una especie de oráculos y su herramienta son los poemas. Pero hubiera salido otra película. Ellos representan la relación del país con sus poetas. Nadie en el mundo tiene tanta fe en sus poetas como Irán. También descubrí un antiguo balneario, abandonado, pero ahí se veía toda la grandeza del pasado. Pero eso hubiera dado una imagen de nostalgia falsa que no quería.
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