Este artículo se publicó hace 2 años.
Así será la crisis alimentaria en 2023: de cuellos de botella logísticos a parálisis de suministro
En el mercado de las materias primas alimenticias se ha instalado la especulación, fenómeno que eleva las barreras sobre los flujos comerciales y logísticos y agrava las ratios de producción y las rentabilidades asociadas a este negocio vital para la economía y el consumo. En 2023, las disrupciones en el suministro serán distintas, pero tanto o más preocupantes.
Madrid-
La guerra de Ucrania, como en otras múltiples rúbricas de la economía y las finanzas mundiales, ha añadido convulsión en los mercados de las materias primas. Muy en especial, en las asociadas a la energía, pero también y de forma casi igual de intensa, en las alimentarias o en las metálicas. Hasta el punto de haber engendrado un súbito y alarmante problema de abastecimiento porque la contienda bélica se dirime entre dos de los graneros del planeta y se inició cuando todavía se apreciaban con nitidez los cuellos de botella logísticos derivados del parón de la gran pandemia y los periodos de restricciones a la movilidad, por un lado, y del repunte tarifario protagonizado por el transporte marítimo desde la reanudación de los intercambios comerciales.
En 2023, sin embargo, el puzle de riesgos variará. Esencialmente, habrá disrupciones más relacionadas con las interrupciones productivas que afectarán a la rentabilidad de las empresas exportadoras de estas materias primas. Entre otras razones, porque el uso de fertilizantes se ha reducido como consecuencia de la escalada de costes. Aunque también hay datos que invitan a un relativo clima de optimismo. Como la subida de los inventarios o ciertas cosechas boyantes por la atmósfera benévola del final del invierno pasado y los meses centrales del actual ejercicio.
El panorama de la industria alimentaria global, pues, entrará en una nueva dimensión. Igual de preocupante, aunque con parámetros distintos a los de 2022. En este contexto, ¿qué factores actuarán como determinantes sobre uno de los productos estelares de la cesta de la compra? Y, sobre todo, ¿contribuirán a corregir o, por el contrario, a seguir alimentando los indicadores de inflación en Europa y EEUU? Este decálogo ayuda a entender la compleja coyuntura de un sector neurálgico de la economía y las finanzas internacionales.
1.- Año de nieves, año de bienes
Salvo que, justo al término del invierno, se inicie una contienda bélica en Europa entre dos contendientes que son los dos principales graneros del planeta. Pero el caso de Ucrania es, si cabe, más paradigmático. El amarillo de su bandera representa la tierra de cultivo, que supone siete de cada diez hectáreas del país y acaparaba, antes de la invasión de Rusia, el 10% de su PIB. Con Europa como uno de sus clientes preferenciales, a donde destinaba el 30% del trigo y la mitad del maíz. En este verano, Rusia controlaba el 22% de ellas, según datos de la NASA, recabados por satélite. Más en concreto, la ocupación del este y el sur de Ucrania ha otorgado a Moscú la gestión del 28% de los cultivos invernales -principalmente trigo, canola, planta con la que se fabrica aceite, cebada y centeno, y el 18 % de los estivales; sobre todo, maíz y girasol.
2.- "El granero del planeta está en guerra"
Así relataba al inicio de la primavera Inbal Becker-Reshef, director del programa Harvest de la agencia espacial estadounidense, que utiliza datos satelitales de EEUU y Europa para estudiar la producción mundial de alimentos, la cruda realidad y la trascendencia de sus precios sobre la escalada inflacionista. Según datos oficiales de la Casa Blanca, antes de la contienda bélica, Ucrania suministraba el 46% del aceite de girasol que se comercializa en el mundo; el 9% del trigo; el 17% de la cebada y el 12% del maíz.
Y Rusia también es un actor protagonista de las materias primas. Con el petróleo como estandarte de su sector exterior, al que le siguen las ventas de gasolina y diésel, de gas y de carbón. Tras estas rúbricas surgen sus envíos de trigo del que es el mayor exportador global, además de hierro, otros bienes metálicos y fertilizantes. De ahí la trascendencia del bloqueo del puerto de Odesa, del que salen los mercantes alimentarios y la destrucción, entre abril y mayo, de las redes de almacenamiento y logísticas y las infraestructuras de transporte en la zona del Mar Negro.
"Estamos en las etapas iniciales de una crisis alimentaria progresiva que probablemente afectará a todos los países y personas de la tierra de alguna manera", amenazaba al comienzo del verano Becker-Reshef.
3.- Cadena de transmisión de precios
En 2022, la escalada de la energía del último otoño creada por el manejo de la espita de gas ruso hacia Europa se unió a la desencadenada por el conflicto armado en Ucrania y el caos colectivo por la interrupción de las cadenas de valor de la industria alimentaria, que afectó a la práctica totalidad de sus ofertas, desde el trigo, al girasol, limones o aguacates. "Esta distorsión productiva y logística ha contribuido decididamente a la escalada inflacionista de los alimentos", explican en Mercy Corps, organización humanitaria que gestiona ayuda al desarrollo.
Pero en 2023, la crisis será distinta, explican en un informe. Habrá escollos en la oferta que sustituirán a las restricciones comerciales por la prolongación de la invasión en Ucrania y la rentabilidad y la capacidad de producción se verán afectadas por la irrupción de los movimientos especulativos del mercado.
"En 2022, la vulnerabilidad de las familias ha ido en aumento, aunque las ayudas oficiales se han encargado de contrastar los daños colaterales de unos IPC’s desbordados y un precio del dinero cada vez más caro", explica Tjada D'Oyen, CEO de Mercy Corps a Business Insider. Pero en 2023 "se notará aún más la pérdida de poder adquisitivo por la doble combinación sobre la inflación y la cesta de la compra del coste energético y del alimentario".
4.- Tregua con Naciones Unidas
En junio, Rusia y Ucrania sellaron un acuerdo con la ONU por el que se permitiría la salida de productos agrícolas a través del Mar Negro. Con Turquía como elemento activo altamente involucrado, lo que ha propiciado el descenso en el índice de Precios Agrícolas y Alimenticios de la institución multilateral, después de su récord histórico durante los primeros meses de primavera. Aunque este descenso no se haya trasladado a los consumidores de manera inminente.
"Los precios han caído en las últimas semanas, incluso se han situado en niveles previos a la guerra, pero desde el mercado se ha instaurado una volatilidad que impiden los ajustes pertinentes; es tiempo de especulación", explica la CEO de Mercy Corps. Instante que sitúa a comienzos de 2023. "Si bien, para entonces, podríamos presenciar otras presiones sobre el mercado de alimentos". En concreto, de garantías en el abastecimiento para atender a la alta demanda.
No es un problema logístico, como en 2022, sino de consolidación de las cadenas de valor, precisa D'Oyen, antes de incidir en que, "el próximo, podría ser un ejercicio aún peor para el flujo de alimentos", que se comprobará al inicio del siguiente ciclo de cosechas, las invernales, entre septiembre y noviembre.
5.- Pérdida de poder productivo
La consultora McKinsey acaba de establecer un retroceso de entre el 35% y el 45% en el volumen de cosecha de Ucrania para la próxima campaña agrícola de grano; sobre todo, focalizada en el trigo. "La dinámica del conflicto armado está interfiriendo en la habilidad de los granjeros para preparar sus tierras, sembrar sus huertos y hacerse con sus fertilizantes", lo que anticipa "un retroceso de sus capacidades de producción", escribe la firma en un informe de mediados de agosto en el que también alerta sobre la mayor complejidad para garantizar la seguridad alimenticia global y sus nuevos impactos en el cambio climático. En datos cuantitativos, Ucrania dejará de producir entre 30 y 44 millones de toneladas respecto a su cota previa a la invasión en 2022.
6.- El negocio de los fertilizantes bajo el control ruso
El Kremlin totalizó una quinta parte de las exportaciones de fertilizantes en 2021, pero la guerra ha supuesto una disrupción notable de su capacidad de venta al exterior. A pesar de que su precio en los mercados globales se ha más que duplicado a lo largo de este ejercicio, según el servicio Green Markets de Bloomberg. La compra de este producto se hace cada vez más compleja y la falta de su uso ha reducido la rentabilidad de grandes extensiones de producción agrícola en países como Brasil, aunque también el India y otros mercados asiáticos, africanos y latinoamericanos.
Esta circunstancia "también hará caer el volumen de cereales", anticipa McKinsey. Mientras en Mercy Corps añaden que los granjeros de naciones como Guatemala "han sido incapaces de invertir en el nuevo ciclo de cosecha, pese a sus esfuerzos, vanos, en conseguir fertilizantes o derivados del petróleo como plásticos o redes de infraestructuras esenciales para sus sistemas de irrigación".
7.- Mezcla de tensiones geopolíticas y catástrofes climatológicas
La guerra ucrania y la sequía en Europa o las riadas en Australia, además de otros fenómenos meteorológicos extremos llevan a los expertos de McKinsey a presagiar que la crisis alimentaria actual será peor que la de 2007 y 2008 o la del bienio 2010-2011. "El conflicto armado está demoliendo los pilares esenciales del sistema agrícola global, que ya se asentaba sobre un precario terreno movedizo".
8.- Riesgos de desestabilización en varias latitudes del planeta
Es la consigna que trasladan en el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. David Beasley, su responsable, emite la señal de alarma de potenciales disturbios socio-económicos en 2023. La parálisis productiva y la interrupción del tráfico de fertilizantes "amenaza con una crisis como nunca antes se ha vivido". Beasley recuerda que, en 2008, durante el credit crunch con epicentro en la quiebra de Lehman Brothers, y con la inflación en tasas tres veces por debajo de los eslabones actuales, "surgieron manifestaciones de protesta, arrestos y actos de represión en casi medio centenar de países por la escalada de los precios de los alimentos".
Para Beasley, "la coyuntura actual es mucho más grave y ya se han visto las primeras convocatorias de rebelión ciudadana en naciones como Sri Lanka, Mali, Chad, Burkina Faso, Kenia, Pakistán, Perú o Indonesia", con amplias opciones de contagio a lo largo del otoño. Porque el número de personas ajenas al circuito de garantías de abastecimiento global ha pasado de 267 a 345 millones de personas en una lista que ha añadido otros 45 países más.
9.- Respiro estival
La última semana de agosto registró un descenso de los contratos de futuro del trigo. Hasta marcar los 7,70 dólares por fanega, lejos de los 12,79 que alcanzaron hace tres meses. Son las condiciones para la entrega de trigo, el cereal por excelencia, en diciembre, que se sitúan incluso por debajo del nivel previo a la guerra. Es la lectura positiva que describen en y que el mercado justifica con las predicciones de la Casa Blanca de que Rusia va a The Economist alcanzar unas ventas históricas de 38 millones de toneladas en el bienio 2022-23, algo más de 2 por encima de sus exportaciones en 2020, debido al buen tiempo de comienzos de año y a las mayores demandas de clientes y socios geoestratégicos de Moscú tanto en el Norte de África, como en Oriente Próximo y Asia.
Charles Robertson, de Renaissance Capital, un banco inversor, explica que, además, los inventarios globales están extremadamente altos por el acopio que se ha realizado a lo largo del verano. Aunque deja un aviso a navegantes: la relación entre el nivel de los stocks y el precio invita a pensar en una ruptura, en un ajuste a la baja, pero las ansias de los inversores y fondos especulativos tratarán de evitar esta corrección.
10.- Planes de infraestructuras para consolidar el mercado
Es el efecto colateral que reclaman no pocos expertos. En un mundo con más incendios, más inundaciones y más sequías, se exigen nuevas redes de abastecimiento. "La factoría mundial está reduciendo su producción", analista del American Enterprise Institute (AEI) asegura que el planeta debe adecuar sus modelos a una "nueva arquitectura", capaz de amoldarse a la neutralidad energética y de sortear inclemencias y alteraciones climatológicas que alterarán sin remedio cosechas e inventarios.
Las compañías deben ser un agente instigador de estas transformaciones porque les va el negocio en ello, y la colaboración de los gobiernos con planes de infraestructuras bien hilvanados, con recursos y un estudio multidisciplinar de las necesidades imperiosas que reclaman las medidas de protección medioambiental y de distribución de alimentos y materias primas en general y que deberían de asentarse en avances tecnológicos inminentes y en la puesta en marcha de amplios proyectos de digitalización.
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