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Premios Goya 2019El documental se reivindica en los Goya
Hablamos con Almudena Carracedo, Alexis Morante, Guillermo de Oliveira y Elías León Siminiani, responsables de las cintas que concurren como finalistas a los Premios Goya 2019 al mejor documental. Un elenco de historias libres y heterodoxas que cuentan lo real con las herramientas de la ficción.
Madrid--Actualizado a
La lucha digna y desgarradora de las víctimas de los crímenes franquistas, las peripecias de un director y un butronero en plena faena documental, el conmovedor abordaje a un mito del flamenco y la entrañable recuperación del lugar donde se rodó la escena cumbre de El bueno, el feo y el malo por parte de un grupo de entusiastas, conforman ese elenco de historias que se medirán el próximo 2 de febrero en la gala de los Goya en el apartado de mejor documental.
Los más puristas puede que anden desquiciados. Los postulantes no responden –o lo hacen de forma tangencial– a esa máxima que ancla al género documental a la realidad más cruda, esa misma que le ciñe a lo que acontece coartando así las posibilidades formales y temáticas del género. Las cuatro historias que concurren lo hacen cada una a su manera, estirando lo canónico hasta deformarlo, conscientes de que solo a través de esa libertad estilística se puede alcanzar alguna migaja de esa cosa inasible llamada verdad.
“Creo que el error es la idea de documental que existe en el imaginario, esa que instala al documental siempre entre lo reportajístico y lo observacional. En ese sentido, la categoría de no ficción es mucho más amplia y entronca con una tradición de cine documental quizá no tan conocida pero en la que yo me siento muy cómodo”, explica Elías León Siminiani (Santander, 1971), responsable de Apuntes para una película de atracos, una historia que le pinta la cara al género sin perder de vista a lo real.
Elías, que ya estuvo nominado por Mapa en la misma categoría en 2014, incide en esa especie de diario fílmico marca de la casa para aproximarse a la figura de Flako, un atracador poco ortodoxo que utiliza la técnica del butrón para sus expropiaciones bancarias. Ecos de Rivette o Desplechin, por no hablar de la Pasolini, desfilan por esta obra singular que encuentra en el proceso de hacer cine su verdadera razón de ser. Un ejercicio de libertad en el que el propio realizador interviene de forma directa a ambos lados de la cámara y por tanto del proceso creativo.
Para Guillermo de Oliveira (Vigo, 1986), director de Desenterrando Sad Hill, la presencia del documentalista ante las cámaras y su capacidad a la hora de intervenir en el transcurso de lo que se cuenta no tiene por qué suponer un problema. “Evidentemente las tendencias más puristas lo impugnarán –confiesa–, pero esta idea hay que repensarla, hay una frase que se le atribuye a Werner Herzog que dice que no puedes esperar que las cosas sucedan… Pues en eso estamos”.
De ese ímpetu catalizador surgen proyectos como el que ha llevado a este joven vigués y su equipo a rodar una de las aventuras más disparatadas que concurren en la presente edición de los Goya. Una oda al cine y a su capacidad para romperle la cabeza al personal protagonizada por un puñado de iluminados que pretenden recuperar un cementerio burgalés en su día escenario del duelo final de El bueno, el feo y el malo, obra maestra de Sergio Leone e icono del spaghetti western.
Del corazón a la cabeza
“Nosotros reivindicamos un cine documental, dicho de otro modo; reivindicamos un documental que es cine y que por tanto cuenta con todas las herramientas propias del cine como puede ser esa capacidad para emocionarnos”. Al habla Almudena Carracedo (Madrid, 1972), codirectora junto a Robert Bahar (Filadelfia, 1975) de una cinta –El silencio de otros– que echa mano del potencial de la imagen para dignificar la búsqueda de justicia por parte de las víctimas del franquismo.
Una lucha impenitente y emotiva que no siempre encuentra recompensa y que estos dos realizadores han sabido captar sin caer en sentimentalismos, sirviéndose del poder de una mirada para contar la historia reciente de un país. “Es importante que el cine documental nos haga sentir, nos llegue al corazón, y de ahí a la cabeza, siempre en esa dirección”, apunta Carracedo. Bastan un par de miradas de Ascensión Mendieta (Guadalajara) y María Martín (Toledo) para entender lo que el cine puede hacer por la memoria.
Un género en alza
En palabras de Alexis Morante (Algeciras, 1978), autor de la cinta Camarón: flamenco y revolución, también finalista y también dueña de una poética propia y de un tratamiento de la historia con elementos de la ficción, el buen momento de nuestro documental se debe, en gran medida, a una cuestión de actitud: “Creo que el director de documentales se ha quitado los complejos y no se considera ya un director menor de cine, creo además que si el nivel este año es elevado es porque hemos conseguido librarnos un poco de esa fidelidad a la realidad”.
Un buen momento en el que la irrupción de las plataformas digitales ha tenido mucho que ver. “El hecho de poder aparecer en Netflix nos ha posibilitado dar a conocer nuestro trabajo a nivel internacional”, confiesa Morante. Una sala de cine global que, como apunta De Oliveira, ha permitido “recuperar la inversión o maquillar los resultados” de un género que en taquilla y a día de hoy no consigue despegar. “Lamentablemente no hay mucha cultura de ir a ver documentales al cine”, zanja el vigués.
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