madrid
Actualizado:"Yo tenía un profundo sentimiento de culpa, mucha rabia e impotencia, pero aún así estaba segura de que de mí dependía que él dejara el consumo de alcohol". Rosa –al igual que muchos otros familiares de alcohólicos– se culpaba por no poder hacer más para ayudar a su marido con problemas con la bebida. "Toqué fondo por completo, lo perdí todo, mi trabajo y la familia tal y como la conocía. También perdí mi salud porque a día de hoy sigo con un cáncer crónico. He llegado a pensar: Si tengo cáncer es normal que beba, porque no tiene que ser fácil verme así. Me he culpado mucho", relata.
Detrás de cada persona alcohólica se encuentra una familia que también sufre de manera directa esta enfermedad, al vivir de primera mano los estragos que la bebida provoca en su familiar o amigo. "La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido que el alcoholismo es una enfermedad crónica y progresiva, que no solo afecta a la persona que consume sino también al entorno. De tres a siete personas se ven afectadas por cada enfermo. Los familiares necesitan ese soporte y esa ayuda, en este caso desde una comunidad de apoyo mutuo", explica Marga, miembro de Al-Anon, una asociación de ayuda en común formada por seres queridos de alcohólicos.
El alcoholismo afecta al entorno: de tres a siete personas se ven afectadas por cada enfermo
En el caso de Rosa, el alcoholismo entró en su vida cuando conoció al padre de su hijo, el que ahora es su exmarido. "Desde el principio noto ciertos comportamientos extraños, un exceso de consumo, pero que desde muy pronto yo comienzo a normalizar. La otra persona bebe cuando está disgustada, aburrida, abrumada y sobre todo cuando se agobia sobre las responsabilidades cotidianas, cosas normales y sencillas. También bebe para tranquilizarse después del trabajo", cuenta.
Ella trataba de anticipar y controlar que su pareja no llegase a ese punto de estrés que le llevaba a recurrir al alcohol. "En ese momento, muy equivocada, claramente, pensaba que con amor se conseguía todo, así que me convertí en una persona muy controladora y obsesiva, vivía continuamente avergonzada", explica Rosa.
"Me preguntan muchas veces cómo saber si una persona es alcohólica o no. Mi respuesta es: Mira a su familia. La gran mayoría de los afectados no son personas que viven en la calle ni están arruinadas. Pueden ser exitosas, pero su pareja puede estar con cinco orfidales al día y los hijos tener problemas académicos, de relaciones o de adicciones. A veces, el alcoholismo no se ve, no hay que estar tirado por las esquinas para que esté la enfermedad", recalca Rosa.
"Conviví con el alcoholismo activo durante diez años y hace tres que me he separado. Toqué fondo y no podía más. Pedí ayuda para los dos, pero en esta adicción hay un problema muy grande de negación, de no aceptar que tienes la enfermedad. Entonces no creí conveniente poder recuperarme yo si otra persona no tomaba las riendas de su vida y no quería recuperarse él", señala.
La negación, el principal obstáculo
No reconocer que necesitan ayuda es el principal obstáculo en la recuperación de una persona alcohólica. Los adictos siempre pasan por un "mecanismo psicológico" de negación, según explica el psicólogo Enrique Echeburúa. "En nuestra sociedad está muy normalizado el alcohol, sobre todo en los países mediterráneos. En cambio, tener problemas con la bebida está muy mal visto. La persona suele negar la situación, dice que son exageraciones. Hay personas que en un momento determinado pueden darse cuenta de que la situación ya es insostenible y reconocen que necesitan ayuda. Pero esto a veces ocurre cuando la persona ya se encuentra en un punto muy complicado en el que ya ha roto con su pareja, ha perdido su trabajo o está marginado socialmente", indica.
La ayuda y actitud de los seres queridos frente a la enfermedad puede ser clave para que el alcohólico decida enfrentarse a la adicción, señalan desde Al-Anon. "Cuando la familia ya no le está rescatando y el enfermo se queda solo enfrente de su botella, es en ese momento cuando toca fondo porque le das la oportunidad de que pida ayuda", explican.
"Los familiares cubrimos al adicto para que sus actos no tengan consecuencias", explica Rosa
"Los familiares contribuimos sin querer a esa negación de la enfermedad porque cubrimos mucho al adicto para que sus actos no tengan consecuencias. Yo evitaba que él perdiese trabajos, intentaba administrar la economía de la casa y la empresa como podía. Lo que ocurre con esto es que la otra persona no vive las consecuencias de su enfermedad, pero sí las vivo yo", explica Rosa.
La vida de Rosa comenzó a cambiar cuando empezó a participar en los grupos de Al-Anon. "Ahora estoy consiguiendo afrontar mi realidad de una manera distinta, no negando lo que hay, no se trata de mirar para otro lado. Mi vida externamente no ha cambiado, voy por la sesión 76 de quimio y el padre de mi hijo tiene la enfermedad del alcoholismo, pero he notado un cambio de actitud tan grande desde que empecé en Al-Anon que me siento incluso una persona afortunada por haber podido llegar allí. He recuperado mi autoestima y ya no me culpo", afirma.
"Mi hijo tiene problemas con las adicciones desde los 15"
Sofía (nombre ficticio a petición del entrevistado) empezó a acudir a los grupos de apoyo porque su marido era alcohólico. Él ya no bebe y se encuentra en proceso de recuperación. Sin embargo, su hijo, que ahora tiene 31 años, lleva teniendo problemas con el alcohol y las drogas desde los 15.
"Mi hijo conoce Alcohólicos Anónimos porque su padre le ha invitado y ha asistido a algunas reuniones. Además, ha estado en varias clínicas de desintoxicación, pero lamentablemente, sigue activo en su adicción", relata.
"Es doloroso para mí, como madre, aceptar esta realidad en casa, pero después de tantos años intento vivir tranquila y serena, aunque con mucho dolor. Cuando una persona no quiere ser ayudada, no hay mucho que puedas hacer. Es una enfermedad del alma y de las emociones, y afecta a todo el entorno del enfermo, especialmente a la familia que convive con él", explica.
"He dejado de vivir mi propia vida para dedicarme primero a mi marido y luego a mi hijo", cuenta Sofía
Sofía explica que siente mucha "pena e impotencia", pero que sabe que mientras su hijo no acepte que tiene un problema no sirve de nada que ella se altere. "No hay poder humano que pueda vencer esta enfermedad, y no quiero malgastar mi energía en vano. He dejado de vivir mi propia vida para dedicarme primero a mi marido y luego a mi hijo. Es devastador porque, al final, te encuentras mintiendo, ocultando y tapando cosas que no deberías", asegura emocionada.
"Ver cómo se autodestruye es muy duro. Ha llegado al punto de robar, y nosotros tenemos que esconder el dinero en casa. Cuando tiene trabajo, no hay problema, pero cuando no lo tiene, busca dinero de donde sea para seguir bebiendo o consumiendo", cuenta.
"Pude perdonar a mi padre después de muchos años"
"Crecí en un hogar alcohólico, el que bebía era mi padre. Yo no me di cuenta de que él tenía un problema con la bebida hasta que tuve conciencia con 10 o 11 años. Para mí fue difícil porque era una persona a la que quería mucho y tenía en un pedestal. Creó un terror en casa porque daba muchas voces, siempre estaba enfadado y eso hizo que todos le cogiésemos miedo, incluso mi madre", relata Belén (nombre ficticio a petición del entrevistado).
Cuando llegó a la adolescencia, Belén buscaba estar lo mínimo posible en su casa para no coincidir con su padre. "En esa etapa, con 17 años, me enamoré de un chico, que al poco tiempo también empezó a tener problemas con el alcohol. Yo le reprochaba a mi madre que siguiera viviendo con mi padre, le decía que se separara, no la entendía. Pero, mientras tanto, cerraba la puerta y me iba a la calle con una persona que también bebía".
"Fue una relación tóxica hasta que años más tarde, unos meses antes de casarnos, llamé al teléfono de la esperanza y fue entonces cuando me dieron el contacto de Alcohólicos Anónimos. Desde entonces, él se está recuperando, sigue asistiendo a los grupos, lleva unos 20 años participando", explica.
Al padre de Belén, en cambio, le costó más dejar la bebida. "Murió en el 2018 con 83 años y dejó de beber cinco o seis años antes porque no le quedó más remedio. Además, al fumar tabaco tuvo problemas con los pulmones y tenía que usar una máquina de respiración. Tuvo que dejar el alcohol porque tampoco tenía movilidad y él no tomaba mucho en casa, lo hacía en los bares", señala.
"He llegado a desearle la muerte a mi padre, durante mucho tiempo le odiaba", confiesa Belén
Ella sintió durante muchos años rencor por su padre hasta que comenzó a participar en los grupos de apoyo a familiares de alcohólicos de Al-Anon. En ese momento entendió que su él sufría una enfermedad. "Pude perdonarle después de muchos años cuando entendí que estaba enfermo. Aunque le hablaba y le trataba normal, durante mucho tiempo le odiaba, he llegado a desear que se muriera. Si bien, durante los últimos años pude disfrutar de mi padre aún sabiendo que muchas veces él estaba borracho cuando hablábamos", confiesa.
Belén recuerda con emoción una anécdota que vivió con su padre cuando este se puso enfermo debido a un fuerte resfriado, lo que le obligó a beber menos. "Le llegué a decir: Lo ves, me gusta verte así, sin beber, porque se puede hablar contigo. Y él no dijo nada, se emocionó y lloró. Entiendo que también era muy difícil para él".
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