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Mientras los migrantes tratan de alcanzar el zaguán del sueño americano, las armas estadounidenses se dirigen, en dirección contraria, hacia el sur. Los primeros hipotecan su futuro y arriesgan hasta su vida. Las segundas acabarán con muchas más. En lo que llevamos de siglo, en Latinoamérica han sido asesinadas casi dos millones y medio de personas, la mayoría con armas de fuego procedentes de Estados Unidos, el gran productor mundial. Pistolas, fusiles y lanzagranadas comprados legalmente que, tras hundir sus gatillos en la ciénaga del mercado negro, emergen en manos de narcos mexicanos, pandilleros salvadoreños y guerrilleros colombianos.
David Beriain (Artajona, 1977) denuncia en Armas para el cartel cómo la Segunda Enmienda a la Constitución de los EEUU, que defiende el derecho de sus ciudadanos a armarse hasta los dientes, provoca asesinatos selectivos y matanzas indiscriminadas en otros países del continente más restrictivos en la materia. La permisividad para su compra y tenencia, así como los nulos o ineficaces controles, favorecen el tráfico ilegal más allá de su territorio y que sus vecinos se maten entre ellos bajo patente gringa. Cientos de miles de armas fabricadas al año cuyo teórico destino es el uso civil interno, llámese competición, coleccionismo o defensa propia.
“Donald Trump apunta hacia el sur como fuente de todo mal, cuando su país es el principal consumidor de las drogas de América Latina, al tiempo que suple de armamento a sus suministradores de tapadillo. Quizás debería inhibirse a la hora de señalar con el dedo a ese demonio lejano, cuando él es el principal responsable”, critica Beriain, reportero de largo aliento al frente de Clandestino, una serie de grandes reportajes que ha hincado el micrófono y la cámara en las tripas de la Camorra, los Hmong o las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En esta ocasión, el tráfico de armas procedentes de EEUU daba para tanto que se vio obligado a despiezar el documental en dos partes, que se emiten en DMAX esta noche y el miércoles 19.
En la primera entrega, el periodista navarro visita una feria armamentística en Arizona, donde comprueba la facilidad con la que los traficantes se abastecen de cañones de diverso calibre, mezclados con una turba de aficionados a las hazañas bélicas, rednecks unicejos, cazadores de animales de dos o cuatro patas, tiradores de competición, paramilitares conspiranoicos —ahora llamados movimientos patrióticos— o gente de supuesto orden cuya mayor agresión no pasa de trinchar el pavo el Día de Acción de Gracias. "Aquí te puedes encontrar desde un conductor de autobús hasta un neurocirujano", afirma el antiguo dueño de una armería.
"Los americanos quieren defenderse a sí mismos. Lo vemos como un derecho protegido por la Constitución", añade el entrevistado, quien reconoce que el destino de parte de la mortífera utilería es el mercado negro, un término que se repite hasta la saciedad en la investigación. Estados fronterizos como Arizona, Texas o Nuevo México son un coladero, ya que resulta muy sencillo pasarlas al otro lado. ¿Cómo saber quién la compra para uso personal y quién para contrabandear? El perfil del sospechoso es una persona joven, obviamente sin antecedentes, quien compra varios ejemplares del mismo modelo y sin conocimientos del producto, porque su adquisición responde a un encargo previo.
Beriain muestra a una mula que, tras adquirir un AK-47, procede a desmontarlo para luego pegarlo con cinta adhesiva, pieza a pieza, a su cuerpo. Después de burlar el control fronterizo, entrega el Kaláshnikov y varias armas cortas al encargado de suministrárselas al temible cartel de Sinaloa. Éste asegura que recibe entre doscientas y trescientas semanales. La calculadora echa humo, porque él sólo es una pieza más en un complejo engranaje, pues cifra en cuarenta las organizaciones que se dedican a traficar con armas, algunas con sesenta personas a las órdenes del jefe. “Cada vez me piden más”, reconoce. El diablo se viste de plomo: su rabo es una bazuca y los cuernos, dos AK-47.
“El derecho constitucional de los estadounidenses a comprarlas y el mal uso de ese privilegio alimenta la tragedia de un continente. No sólo resulta fácil adquirirlas por la presión del lobby armamentístico y de la Asociación Nacional del Rifle, sino que tampoco existe un registro. Cuando el Gobierno no sabe quién las posee ni cuántas hay, se desconoce las que van a parar al sur”, explica Beriain, quien calcula que cada día se cuelan entre mil y dos armas compradas legalmente por civiles. “Suman 750.000 al año, pese a que algunas estimaciones las rebajan a 200.000”, matiza el presentador de Clandestino. “Perder esa arma y que llegue a México es sencillo, si bien el precio aumenta de 700 a 2.500 dólares”. Una baratija para los carteles de la droga y otras bandas organizadas. “Sólo en América Latina, hablamos de cien millones de armas ilegales en manos de civiles procedentes del mercado negro”.
Una grieta legal que estimula el tráfico de armas
Sorprende que en Estados Unidos no haya registros. Los compradores rellenan un formulario, pero esos datos nunca se entregan al Gobierno. O sea, se desconoce quién tiene armas, aunque en Virginia se encuentra el Centro Nacional de Rastreo, la única organización autorizada para olfatearlas, dependiente del Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF). Sólo los impresos acumulados por el propietario que cierra una tienda integran el inventario. Cajas y cajas acumuladas en el único registro del país, que recibe más de dos millones de formularios al mes, en algunos de los cuales consta la venta de más de un arma.
Sin embargo, la ley no permite crear una base de datos con esa información, por lo que localizar al comprador es como buscar una aguja en un pajar: las fichas son simplemente escaneadas y el resultado es un ingente álbum fotográfico cuyas páginas discurren por la pantalla de un ordenador. “Para un europeo es impensable que el Estado no pueda saber qué y cuántas armas poseo yo. En cambio, los norteamericanos —con la cultura de los colonos en el subconsciente— lo consideran normal. Creen que el registro es el primer paso para quitárselas, por eso se resisten. Nadie sabe cuántas armas hay en manos de estadounidenses, por lo que tampoco se sabe cuántas hay en manos de latinoamericanos”, zanja Beriain, que ha bebido de las fuentes de think thanks y del Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, cuyos estudios se basan en las recuperadas.
Esa grieta legal es aprovechada por los traficantes, que transportan arsenales al cartel de Sinaloa por tierra y aire. Para ello, cortan una carretera de tierra, improvisan una pista de aterrizaje y aterriza una avioneta repleta de pertrechos. El documental muestra una pequeña aeronave que apenas carga unas cajas. Podrían llegar en furgoneta, pero caen del cielo porque contienen pistolas de lujo para los capos. Son ediciones exclusivas de Colt que lucen motivos mexicanos y que han sido bautizadas con los nombres de los padres de la patria, como Benito Juárez o Emiliano Zapata. La imaginería charra no es casualidad: los fabricantes son conscientes de que hay clientes que pagarán por ellas entre veinte o treinta mil dólares. O, quizás, habría que decir que las han diseñado ex profeso para los “puros jefes” del cartel de Sinaloa. Resulta curioso la frase acuñada por el expresidente Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
“No hace falta ser muy listo para saber cuáles son los potenciales compradores: mexicanos muy ricos que han ganado su dinero legal o ilegalmente. Porque, además de ser producciones limitadas que homenajean hechos de la historia mexicana, ¿quién puede pagar treinta mil dólares por una pistola? Difícilmente la comprará un tipo de Chicago”, responde irónicamente a su propia pregunta Beriain, sin olvidarse de que esas avionetas volverán a su origen cargadas con otra mercancía. “Es un camino de ida y vuelta. Se dieron cuenta de que había que optimizar el viaje, por lo que si suben con droga, después bajan con dinero y armas. Y no son sólo precisamente revólveres”.
El cartel de Sinaloa: más armas, es la guerra del narco
Culiacán, capital de Sinaloa. Un transportista, quien realiza tres o cuatro veces al mes para traer entre diez o quince armas por trayecto, reconoce que desde la frontera hasta el destino se topa con policías y militares. Una mordida para evitar que lo paren, si bien el soborno es más costoso si pretende conservar las armas. Cobra tres mil dólares por carrera, en la que los únicos acompañantes son tan fríos que, más que dar conversación, hacen callar a la gente. Los productos más demandados son los AK-47 y las Colt, confiesa el encargado de custodiarlos. Armas que en una armería estadounidense cuestan seiscientos o setecientos dólares se venden aquí por casi tres mil dólares, aunque a veces el otro vil metal es sustituido por cocaína o cristal, un pago en especie que también entra como un tiro. Beriain trata de rascar, pero el entrevistado no sabe calcular cuántas vende al mes, porque cuando hay “pleitos” o “guerras” aumentan las ventas. “No queda nada. Si tienes cien rifles, los vendes todos”.
Además, vende a los narcos unas cien bazucas al año —a cuatro mil dólares la pequeña y a seis mil la grande—, además de lanzagranadas, pese a que el no docto en la materia apenas diferenciará un tubo de otro. Para aumentar la potencia de los fusiles de asalto y para acortarlos, de modo que resulten más prácticos, son modificados por armeros locales. Convierten armas de un solo disparo —pues en Estados Unidos eran de uso civil— en automáticas: amedrenta más una ráfaga que una bala perdida y solitaria, aunque hay una pistola cuyo mortífero proyectil le ha valido el apodo de matapolicías.
Hermanos latinos que se matan entre ellos con armas del Tío Sam. Narcotraficantes que se lían a tiros con policías militares equipados, a su vez, por sus vecinos del norte. Si Estados Unidos provee de muerte a sus supuestos enemigos, ¿el bumerán no termina volviéndose en su contra? “Esa violencia termina afectando a los intereses de EEUU en el continente, pero fundamentalmente a las vidas de los latinoamericanos, que ven como esas armas terminan siendo parte del genocidio que se está produciendo en América Latina. Al final, pobre mata pobre, porque los muertos los ponen México, Centroamérica y Colombia, si bien las víctimas suman dos millones y medio de víctimas en todos los países”.
El reportero matiza que el Gobierno refuerce al enemigo: “No lo hace directamente, aunque ha establecido las condiciones para que el mal uso de un derecho constitucional termine armando a las amenazas de EEUU, como las pandillas —entre ellas, la Mara Salvatrucha—, los carteles de la droga y la guerrilla colombiana, marxistas-leninistas que luchan a la vez contra el imperio yanqui y contra el Ejército colombiano”. ¿Y, una vez alimentado el monstruo, la Administración estadounidense lo somete a una férrea dieta? “Lucha mucho contra el tráfico de drogas, pero otra cosa es que sea efectivo. Ahora bien, contra el tráfico de armas, casi nada, porque el delito prácticamente no está contemplado. Además, el Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos es el hermano pobre de agencias como el FBI o la DEA”.
El periodista de Artajona dio el salto al documental y fundó su propia productora, 93 metros, tras foguearse en prensa —El Liberal de Santiago del Estero, La Voz de Galicia, ADN.es o El País— y televisión —Cuatro, Antena 3 y, ahora, DMAX—. Después de aquella primera noticia publicada en el extranjero nada más terminar el primer curso de carrera, en la que denunciaba las violaciones que sufrían los pacientes de un psiquiátrico argentino, firmó crónicas desde Afganistán, Sudán, Congo, Libia, Colombia y Venezuela. David Beriain entrevistaba un día a un niño sicario y una noche a un líder de las FARC. Ahora es la segunda vez que inocula su mirada en el cartel de Sinaloa, con la que ya había convivido tres meses. “Desde entonces, apenas ha cambiado nada. Las luchas entre facciones del cartel, que se produjeron tras la captura del Chapo Guzmán, se han estabilizado. Hay otros enfrentamientos, pero lo importante son los negocios y el tráfico sigue funcionando, con la connivencia de autoridades y policías: Business as usual”.
Narcos México: de la serie de ficción al documental real
El objetivo da cuenta de su recorrido por las calles de la capital de Sinaloa. Los narcos llevan encapuchados a Beriain y al cámara a una oficina, un centro de operaciones del cartel en Culiacán dirigido por un jefe que controla una zona con cincuenta pistoleros a su cargo, fuertemente armados. Allí matan, custodian droga, la levantan y mantienen limpia la zona de rateros. No quieren balaceras, delincuentes, violadores ni problemas en el barrio, una forma de ganarse la confianza y el respeto de los vecinos. Si el delito es menor, lo entregan a la policía. Si se ha pasado de la raya, le espera la muerte. “Esto es crimen organizado, no un caos. Hay reglas, te vienen a decir. Reducen la criminalidad para ganarse el valor de la población, que los oculta y calla ante lo que hacen”, explica el reportero. “Aquí hay una mezcla de miedo, interés y cultura. Mucha gente vive del narco o trafica. No todos, claro, pero la convivencia es natural”.
Siguiente visita, exterior noche: un laboratorio de meta en medio de la nada, donde se afanan varios cocineros protegidos por hombres armados. El cartel de Sinaloa —heredero del poderío y la influencia del cartel de Guadalajara, cuyo surgimiento aborda la serie de Netflix Narcos: Mexico— es el principal productor mundial. Sólo aquí producen media tonelada de metanfetamina, que vendida al por menor costará cuarenta millones de dólares en destino. Droga que volará a Estados Unidos en avioneta, desde una carretera cortada hasta la esquina de una calle cualquiera, para matar a casi treinta estadounidenses al día. Sin contar, claro, los daños colaterales y a toda la gente que se ha quedado por un camino de ida y vuelta.
“También han matado a agentes fronterizos de Estados Unidos, pero ése es un muerto y los otros son dos millones y medio”, relativiza Beriain, quien en la segunda parte del documental —que se emitirá el próximo miércoles bajo el título Armando al enemigo— reflejará cómo los fusiles y pistolas llegan al Ejército de Liberación Nacional —la última guerrilla colombiana— y a la Mara Salvatrucha de El Salvador, considerada por Trump el enemigo público número uno. ¿Significa eso que la onda expansiva también alcanza a Estados Unidos? “Puede que el tráfico le pueda terminar estallando en la cara, si bien no es nada comparado con el sufrimiento y el dolor en las vidas de los latinoamericanos”, zanja el codirector de 93 metros, restándole importancia al tiempo que evidencia la contradicción de que esos adversarios combatan a EEUU con sus propias armas. “No extraña que el arma destinada a un civil de derechas termine siendo empuñada por un guerrillero que dice luchar contra su imperio”.
Porque el viaje no termina en los carteles mexicanos, sino que prosigue hasta Centroamérica y penetra en la selva de Colombia. Curiosamente, allí se gestó esta historia con final infeliz que amenaza el continuará… Hace tiempo, cuando el periodista se infiltró en un campamento de las FARC, se topó con un comandante de la guerrilla que portaba un fusil AR-15 de fabricación estadounidense, en el que advirtió un texto escrito en inglés: era Segunda Enmienda a la Constitución de los EEUU, que defiende el derecho a portar armas. “Mi inquietud surgió por aquella frase”, recuerda Beriain, quien se encomendó a este puzle hasta componer un mosaico estremecedor. “Son cosas que, pedacito a pedacito, ya se sabían. Sin embargo, cuando juntas todas las piezas percibes un flujo gigantesco del que nadie está hablando. No responde a ninguna teoría de la conspiración ni lo provoca el Gobierno de Washington, sino que es el resultado de una ley que estimula el mercado negro. Es duro, pero el derecho de unos ciudadanos termina convirtiéndose en la tragedia de todo un continente”.
'Armas para el cartel' se emite este miércoles, a las 22.30 horas, en DMAX.
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