madrid
Las calles se han convertido en un hervidero de protestas. El planeta, agotado, dice basta a través de los labios de cientos de miles de jóvenes que se manifiestan en las grandes ciudades del planeta. Mientras tanto, mientras las calles se desbordan, las clases políticas se entremezclan en la sede de la ONU en Nueva York para tratar de poner en consenso una estrategia de mitigación que consiga atajar la crisis climática. Allí, en el costado este de la Gran Manzana, los ministros del ramo se reúnen de manera previa a la futura cumbre climática de Chile del mes de diciembre, posiblemente la última gran oportunidad para establecer objetivos y plazos concretos que combatan el cambio climático.
En este contexto de emergencia, entre las protestas y la búsqueda de estrategias climáticas, aparecen las voces de las grandes multinacionales. Tanto es así que, este domingo, 87 grandes empresas y entidades bancarias se arrancaban un compromiso para ligar sus actividades económicas a los compromisos materializados en 2015 en el Acuerdo de París. El compromiso de las empresas, aparentemente, es serio. De aquí a 2050, empresas como el Banco Santander, el BBVA, Nestlé, Ikea o Danone reducirán a cero sus emisiones y alinearan sus negocios “con lo que los científicos dicen que es necesario para limitar los peores impactos del cambio climático”.
"Todas las empresas tienen la responsabilidad de hacer frente a los desafíos globales actuales", comentaba Ana Botín, presidenta del Banco Santander en El País. Pero, ¿podemos creernos esta suerte de convenio?
No. Así lo ven ecologistas y expertos que tachan este tipo de acuerdos como un greenwashing o un mero lavado de cara corporativo. “Las grandes empresas llevan haciendo esto desde hace mucho tiempo. Hacen falta mecanismos que obliguen a las multinacionales y a los bancos a cumplir con unos determinados estándares que no atenten contra los derechos humanos y contra el medio ambiente”, opina Yago Martínez, portavoz de Ecologistas en Acción. El problema, explica el activista, tiene que ver con las características de estos tratados firmados por las multinacionales, que, más allá de las palabras y las rubricas, no son vinculantes y no ofrecen ningún tipo de garantías para con su cumplimiento.
“Los acuerdos voluntarios no vinculantes a los que se ha comprometido la Industria carecen de ninguna herramienta de seguimiento y reporte. Para saber si, por ejemplo, Nestlé o el Banco Santander están cumpliendo los objetivos tendríamos que poder evaluar los impactos de sus actuaciones de alguna manera”, añade Miguel Ángel Soto, responsable de campañas en Greenpeace. La realidad es que los compromisos como el anunciado a bombo y platillo este domingo, apenas ofrecen mecanismos de control para conocer en qué punto están sus promesas medioambientales.
Buen ejemplo de ello es el caso de Unilever, una empresa británico-holandesa con una producción diversificada que incumplió su promesa de limpiar sus cadenas de suministro de cualquier producto procedente de la deforestación. “Todas las grandes empresas consumidoras de materias primas como soja, palma o cacao se comprometieron hace diez años a limpiar sus cadenas de suministro en un plazo de una década. Ahora, después de estar ardiendo el Amazonas, diez años después, estas empresas reconocen que no han cumplido sus promesas”, comenta Soto, citando a Néstle o Burger King, cuyas inversiones en empresas cárnicas están manchadas por el fuego de la selva.
En cierta medida, estos compromisos vacíos tienen que ver con unas simples “estrategias publicitarias para cooptar consumidores procedentes de los movimientos sociales”, opinan desde Ecologistas en Acción. Es una práctica que se hace común en todos los sectores. Se podría decir que las marcas tejen sus redes y les da igual en qué mar pescar con tal de hacerlo. Tanto es así, que echando un vistazo al pasado, tras el 15M, algunas compañías de telefonía trataron de presentarse como empresas regidas por valores asamblearios donde la horizontalidad marcaba el ritmo de las ganancias.
“La juventud está en las calles súper concienciada y las marcas no pueden quedar expuestas a la ira de los jóvenes, que son los futuros consumidores. Por eso las empresas firman donde sea”, valora Soto.
Dejar de crecer
Que casi noventa multinacionales se liguen a los principios básicos del Tratado de París de reducir las emisiones de manera radical puede resultar contradictorio. Sobre todo si se tiene en cuenta que el crecimiento económico de estos gigantes se sustenta en gran medida en la extracción de recursos naturales (además de la huella de carbono que hay detrás del transporte global de sus productos).
“La clave es preguntarle a las empresas cómo piensan llevar a cabo esa supuesta descarbonización. Si no te dicen el plan exacto que piensan seguir, si simplemente confían que siguiendo las sinergias habituales y hablando de tecnologías de reemplazo lo van a conseguir, están equivocados”, expone Antonio Turiel, científico titular en el Instituto de Ciencias del Mar del CSIC. “Sin poner un plan sobre la mesa, en el fondo son palabras huecas”.
"Estas empresas dependen del crecimiento continuo y de las emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Qué actividad van a tener si reducen las emisiones?", se pregunta Martínez, que considera que el historial de las grandes corporaciones para con el medio ambiente y los derechos humanos es demasiado grande como para dar por bueno unos compromisos que no se sustentan en ningún tipo de base legal.
"Tiene que haber planes nacionales de reducciones de emisiones y de adaptación al cambio climático que se traduzca en medidas. Esto no lo van a hacer ni las entidades bancarias, ni el presidente del Real Madrid", ironiza Soto. El papel de los gobiernos y las instituciones gubernamentales, opinan desde Greenpeace y desde Ecologistas en Acción, debería estar más definido y obligar a las empresas con legislación vinculante a cumplir con sus compromisos.
Unos compromisos que hasta ahora son insuficientes y que, según Turiel, fían todo el éxito de la lucha contra el cambio climático a "un cambio tecnológico" que se presenta pobre e incierto. La salida de este embrollo, quizá, se encuentra apagando los motores del sistema y planteando una alternativa productiva diferente que no esté asociada al crecimiento económico indiscriminado. Así lo evidencia el último informe de la Oficina Europea del Medio Ambiente, que apuesta por un decrecimiento económico orquestado en los países más ricos. Aún con ello, el debate sigue abierto.
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