Este artículo se publicó hace 7 años.
Lydia Cacho“Los hombres tienen miedo a lo que les digan y les puedan hacer los demás hombres, no nos tienen miedo a nosotras”
La reconocida periodista mexicana Lydia Cacho visita España para presentar '#EllosHablan' un libro en el que da voz a los hombres para que se miren en el espejo del machismo y lo rompan a pedazos
Nuria Coronado Sopeña
Madrid-
Asomarse a los ojos negros de Lydia Cacho es divisar a la mujer libre a pesar de los miedos, a la niña eterna que aprendió de su madre “a caminar sobre las palabras que se pronuncian”, porque solo dando ejemplo se vive la vida en mayúsculas y con coherencia.
Ahora, la ganadora de más de 50 premios internacionales y autora de 12 libros, ha recorrido nuestro país para promocionar #EllosHablan su última investigación periodística con la que pone el foco en hombres “de todo tipo y condición” para reflejar su machismo y superarlo. “El machismo es la idealización de la violencia como medio, como fin, como instrumento educativo coercitivo; es una trampa que normaliza lo inaceptable”, cuenta la afamada mexicana.
Con este torbellino de mujer -mitad activista feminista, mitad periodista-, Público ha tenido el placer de conversar a su paso por Madrid y comprobar junto a ella que “dar voz a los hombres es una táctica necesaria para ganar la batalla a la violencia de género”.
Su apuesta a contracorriente con este libro, la de mirarles a ellos ¿es la estrategia para que con sus respuestas después nos miren con igualdad?
Creo que se generaliza demasiado cuando se dice que los hombres son violentos por naturaleza. Como si fueran todos los hombres los que son violentos. Por eso en este libro lo que he pretendido es responder a los hombres que se están haciendo preguntas del tipo ¿y ahora que hacemos? Después del caso #Metoo, de que hayamos visibilizado de forma universal el acoso que sentimos o el piropo como una forma más de machismo ellos se hacen preguntas del tipo ¿cómo actúo con todo esto porque yo no he cambiado? Desde siempre a ellos el feminismo no les tocó porque no quieren perder el privilegio que les aporta el machismo ni tampoco sienten la necesidad de una transformación profunda de su relación con respecto a las mujeres. Todo esto tiene que ver con la adaptación de las oprimidas, incluidas las feministas que siempre hemos sido, como describe Marcela Lagarde, lubricantes sociales.
Los hombres pasan su vida creando fricciones sociales, emocionales, psicológicas o políticas que terminan en violencia y nosotras, para evitar la guerra en el hogar, en las calles y en la política, nos convertimos en lubricantes. Gracias a esa tarea el mundo ha mejorado y es mejor del que era, pero los hombres han pasado de largo esta tarea tan útil y transformadora.
Por eso hay muy pocos hombres feministas. Por eso en España o en México y en otros países siempre contamos con los mismos, porque son los únicos. Hay grupos de hombres que están queriendo cambiar pero cuando investigas cuántos privilegios han perdido por atreverse a esto te das cuenta que no han perdido mucho porque no han conseguido convocar a más hombres. Por el contrario las feministas hemos hecho de todo. Hemos luchado contra nosotras mismas, hemos salido ayudar a otras. Los procesos sociales han sido diferentes y si no trabajamos con ellos en todos los ámbitos nos vamos a quedar atrapadas y la violencia va a seguir creciendo.
¿Qué comparten los hombres de su libro?
Elegí a hombres muy diversos, desde uno encarcelado por trata de personas, a un empresario secuestrado, a varios escritores, a hombres con culturas y clases sociales diversas y todos tienen los mismos problemas y los mismos miedos para seguir adelante. Todos tienen miedo a los hombres. Ninguno nos tiene miedo a nosotras. En la cuarta entrevista descubrí que los hombres tienen miedo a lo que les digan o lo que les puedan hacer los demás hombres.
Todos ellos me han hablado de su infancia, sobre cómo les crió su padre o la violencia que había tenido en ellos, también sobre su ausencia. Y es que un padre ausente educa más que una madre presente. Los niños ven a un padre que no está en casa pero que tiene más tiempo o dinero. Un padre que todo el mundo piensa que es el modelo que hay que seguir. Por eso hay mujeres que reproducen el machismo, mujeres que dicen que no necesitan el feminismo. Mujeres que se educan en la exigencia brutal de actuar como si fueran hombres.
Cambiar el enfado por la acción
Ante este panorama Cacho también hace autocrítica al feminismo que ella llama del enfado, del enojo. “En el mundo entero las feministas hemos tenido logros extraordinarios y de pronto nos hemos quedado atrapadas en la última década documentando solo lo que no se ha logrado. Esto ha hecho que haya una contención y mucho enojo en España y Argentina mucho más que en México. Es un enojo justificado porque se trata de feminicidios y violencia contra las mujeres y las niñas. Pero no basta con esto hay que ir más allá”, declara Cacho.
¿Su activismo cambia rabia por paz?
Nunca he sentido rabia. He sentido dolor e indignación porque me indigna sobre todo el feminicidio. Yo empecé a andar este camino a los 12 o 13 años a través de mi madre, que nos educó en el feminismo y la vimos ser de una congruencia y de consistencia que me dejó una huella emocional tremenda. Recuerdo que nos llevó a un barrio pobre de México donde los niños y niñas no sabían escribir, no tenían ropa ni comida y yo le pregunté por qué nosotros vivíamos con privilegios. Yo comía, iba a la escuela, tenía una casa o unos padres amorosos… y ella me decía que eso que veía era la pobreza y que me preguntara qué iba a hacer al respecto. Enojarse no vale para todo. La rabia tiene que canalizarse en un primer lugar para el enfado pero pasado esto se ha de transformar en acción solucionadora del problema.
Pero la rabia es un elemento esencial sobre todo en la lucha en las calles…
Cuando sientes indignación movilizas y trasformas los hechos, buscas las respuestas adecuadas. La rabia es fundamental para tomar las calles porque tenemos que tomar las calles en todos los sentidos, también en el metafórico. Tenemos que tomar todos los espacios que nos corresponden por igualdad. Sin embargo creo que esa indignación como movilizador inicial ha de pasar luego a otro estadio. Si todo permanece en el enojo acaba convirtiéndose en una guerra contra nosotras mismas.
Ese umbral de inteligencia y conciencia feminista no es apto para todas las mujeres. Me refiero a que no todas tienen, quieren o saben usar las herramientas para llegar a ese punto de pacifismo
Hemos creado en todo el mundo grupos de mujeres, casas de acogida, centros de discusión y debates para acompañar a las mujeres de otros ámbitos a quitarles desde el miedo tan primario como el de ser abandonadas -y por eso permanecer en una relación tóxica-, hasta la de huir de una relación que puede ser extrema y acabar en un asesinato.
Yo a los 21 años decidí que además de periodista quería ser activista. Desde entonces me he acercado a grupos de mujeres para poder trabajar con ellas. Esto ha sido un privilegio. Creo que el privilegio del aprendizaje es básico y muy importante para mí, y eso lo aprendí de mi madre, eso es lo que hemos hecho las feministas a lo largo de la vida, a lo largo de cientos de años.
Trabajar en círculos es muy importante porque es pasar los conocimientos de una mujer a otra, por eso ha crecido el feminismo. Porque tiene la cualidad maravillosa que nos recuerda algo tan esencial como los momentos en los que las mujeres socializaban la vida alrededor del fuego. En el momento que lo hacemos esto procesamos nuestras propias emociones. El feminismo que se reguarda en la política y reproduce su modelo es un feminismo rabioso. Son mujeres que entran en un ámbito de lucha desde el modelo del liderazgo vertical viniendo con liderazgo horizontal sin capacidad de ser ejercido. Es entonces cuando se topan con techos de cristal, paredes de cemento y suelos pegajosos y esto es un problema que nos afecta emocionalmente.
Yo no quiero compartir mi feminismo con las mujeres jóvenes que luchan desde el enojo o la rabia. Yo quiero compartirlo desde la comprensión y la reflexión. En el caso de La manada o de Los porkies en México que son dos casos muy parecidos, el enojo es para el primer momento de las calles pero después es para pensar en cómo lo trabajamos en el ámbito social, político y judicial. En ver cómo logramos desentrañar cualquier forma de violencia desde esa perspectiva pacifista. Con ella lograremos más que acabando con nuestras vidas y con la integridad emocional de vivir en ese continuo estado de enfado.
Un feminismo que trabaja también para los hombres
Así es. Si el feminismo no trabajara con este fin el mundo estaría mucho peor de lo que lo está. Es la manera de transmitir una nueva narrativa del liderazgo. La narrativa de la igualdad.
¿Cuál es el peso que lleva la mujer normal, la que vemos por las calles y también la que por desgracia no se ve?
Todas somos mujeres normales, todas tenemos miedos, taras culturales de las que nos queremos deshacer Por eso escribí este libro. Porque con él una de las reflexiones que hago es la de recuperar la idea de que el machismo es una formula cultural que nos hacer normalizar lo inaceptable. Nos educa, a hombres y mujeres, a vivir en la paradoja del resentimiento y la desconfianza. A las mujeres nos enseñan a buscar patrocinador para el resto de nuestras vidas porque la economía y la política giran alrededor del hombre.
A nosotras se nos enseña a regalar todo. Con las simples palabras que escuchamos en casa del ¡ayuda a tu padre o a tu hermano! aprendemos a regalar el trabajo, el tiempo, el amor. Nos dedicamos siempre a los demás. Incluso a cuidar de nuestros mayores. Eso no es nada instintivo. Es educación. Todas estas son las cargas de las mujeres del mundo. A veces son difíciles de dejar de llevarlas cargadas porque si no aceptas determinadas condiciones significa que no te podrás desarrollar. Si no aceptas que te paguen menos piensas que no podrás trabajar. Por no hablar de la carga de la educación sentimental, del romanticismo clásico y en la que a ellos les dicen que pueden hacer lo que quieran y a nosotras nos dicen que tenemos que satisfacerles. Las mujeres estamos muy cansadas.
En su caso ¿cómo cura su cansancio?
Con autocuidado, caminando sobre mis palabras. Siendo consecuente. Me parece muy Importante detenerme y respirar. Hay veces que me exigen cosas de trabajo y cuando necesito parar lo hago sin importar lo que otros necesiten. Vivir con esa inteligencia funciona. Cuando lo haces la gente no te exige. El mundo no se cae si jugamos con nuestra vida y dejamos de obligarnos a nosotras mismas. Tenemos que pararnos y respirar o nos ahogaremos. Además me ayuda mucho practicar yoga y meditación cada uno de mis días.
En España ahora hay una lucha abolicionista contra la prostitución ¿A quién hay que enfocar en el negocio de la compra del cuerpo y la dignidad de las mujeres prostituidas?
Desde que escribí Esclavas del poder y viajé a Suecia aprendí mucho de la explotación para la prostitución. Allí entendí que tenemos que centrarnos en visibilizar quiénes son ellos, cómo comprar y prostituyen a las mujeres. Hay que poner la mirada en el lugar correcto y en las personas correctas. La clave está en mirar a los compradores, explicar el mercado, en contar cómo funciona la demanda que genera más oferta, y como la pornografía gratuita con jóvenes merma la visión de los jóvenes con respecto al sexo. Porque esa es la manada mundial. He tenido la oportunidad de preguntar a chicos detenidos por violaciones tumultuarias y todos me han confirmado que ven porno gratuito todos los días. Para ellos las violaciones son un juego.
Como el sexo ha dejado de ser tabú los productores de la industria de la prostitución y del porno han necesitado crear otros tabúes. Esta industria que nació en los EE.UU. se reproduce en Alemania, Holanda, España y México, en el mundo entero y ahora crea pornografía con niñas y niños, con adolescentes. Es una industria que trabaja afanosamente y con toda conciencia para crear un mercado del tabú nuevo, el de la violación a menores. Nuestra tarea es evitar que lo que se ha convertido en una tendencia industrial acabe siendo una tendencia cultural masiva.
¿Le ve solución a esta batalla?
Soy positiva. Creo que como dicen los economistas hay muchas soluciones por aproximaciones sucesivas. Las cosas no cambian de repente. La experiencia de trabajo de niños y jóvenes es importantísima. Los chicos y las chicas tienen que aprender nuevas narrativas. Hay que incidir especialmente en ámbitos específicos, entre los 7 y los 15 años, que es cuando desarrollan la percepción de la sexualidad y del deseo hacia los otros, y de lo sentimental. Ahí tenemos que llegar con cine, literatura, miniseries, documentales, teatro para que haya un cambio radical. Se trata de trabajar en las escuelas y mostrar la realidad de la violencia y la trata sexual. Se trata de hacer discusiones con los estudiantes. Una vez que descubren la brutalidad de la violencia de género dicen no a ella con una naturalidad y una sensatez increíblemente sanadora.
Cuando descubrimos que el liderazgo de la transformación funciona es mágico. Es una herramienta de educación bestial con la que se enseña a los jóvenes para que se apropien de sus vidas y de sus voluntades. Hay que revisar el modelo de los que mandan como el poder vertical que reproduce el machismo más recalcitrante. Tenemos que lograr que los chicos se rebelen en la individualidad y por lo tanto no compren el machismo.
¿Hasta dónde es consciente de la fuerza, la influencia y la admiración que genera en todo el mundo con su ejemplo?
A pesar de vivir en un entorno feminista me costó trabajo reconocer mi fuerza. Fue a raíz de un periodista del Washington Post que escribió un reportaje sobre mí un año después de que saliera de prisión y lo titulo, “Lydia Cacho, la rockstar del periodismo mexicano”. ¡Ese reportaje lo tengo enmarcado y algo escondido en la biblioteca de mi casa para que no se vea mucho! (ríe). Yo me sonrojaba por lo que decía de mí, pero todo mi círculo me decía que es lo que era, que tenía que celebrarlo y apropiarme de ello.
Yo en aquel momento estaba con el estrés de haber sido torturada y pensando que mi ego estaba suficientemente bien, que sabía que era buena persona, buena mujer, buena periodista, que no necesitaba más reconocimiento que el que yo misma sentía. Al mes me invitaron a dar una charla en el Teatro de la Ciudad de México. Estaba abarrotado de estudiantes de Periodismo de todo el país. Estando en el escenario, hubo un momento en el que vi a la mitad de los estudiantes sonriendo y echados para adelante. Y allí pensé que para eso había nacido. Este es mi don. Para esto voy a ser rockstar del periodismo, para vivir con ética, con fuerza y seguridad, para proteger a los demás. Cuando acabamos todas las preguntas eran de los chicos. Todas las estudiantes me decían que se habían hecho feministas por mis libros, por mi trabajo pero ellos, sin excepción alguna me preguntaban cómo podían parecerse a mí pero en hombre.
Mi padre que estaba allí me dijo: ¿Ya te diste cuenta que te puedes retirar? Porque en mi época ningún hombre se habría levantado en un teatro para preguntar eso a una mujer. Eso sería una humillación para él. Mi padre un hombre militar, con 85 años, me hizo ver algo que no habría visto yo, era su punto de vista de un hombre emocionado que junto a otro amigo escritor de 65 años estaban encantados. Ese día me apropie del poder que tengo y lo disfrute.
¿Hay que dar gracias a la vida a pesar de que a veces duela como le ha dolido a usted?
Siempre hay que dar gracias. Nosotras por ejemplo no seriamos quienes somos si no hubiéramos caminado sobre los pasos de tantas mujeres que cambiaron nuestras vidas y la de todas mucho antes. A ellas hay que darles las gracias. También hay que dar gracias por seguir vivas. En mi caso es una gran ganancia. También hay que agradecer la posibilidad de usar la magia personal, De ser quienes queramos ser. Tenemos que celebrar que hemos logrado convertir la rebeldía en una forma de vida.
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