vigo
Posiblemente Ana Frank fuera una pionera en hablar sobre la regla en un texto de lectura masiva. Porque de la regla, hasta no hace mucho, no se hablaba, por lo menos más allá de mensajes cuquis en anuncios de productos higiénicos. Por supuesto, la menstruación no aparece habitualmente en los libros de historia y no era tratada cuando se analizaban las "cosas del mundo", a pesar de que está más que ligada a nuestra existencia diaria.
La higiene —en general— comenzó a despertar interés entre los pensadores allá por el siglo XVIII, tras siglos en los que la cuestión era vista con otros ojos —como recuerdan en Toilette, el catálogo de una exposición sobre la higiene que acogió hace unos años el madrileño Museo Cerralbo, los siglos anteriores fueron un período en el que se desdeñó el lavado, más incluso que en la Edad Media—. Leer los anuncios de la prensa española de principios del siglo XIX, por ejemplo, permite encontrar muchos mensajes comerciales de productos de cosmética y jabones. En las grandes e influyentes ciudades europeas, como París, los ricos y poderosos del Siglo de las Luces tenían lujosos cuartos de baño con bañeras. La cuestión de la limpieza personal fue aumentando su importancia a lo largo del siglo XIX, que es el período en el que se produce la gran explosión higienista. Los científicos descubren los microbios, los victorianos dan con el WC y las librerías se llenan con manuales de higiene y urbanidad en los que se les decía a los lectores (y lectoras) qué debían hacer y cómo se debían entregar a la limpieza.
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Leer esos manuales de higiene y urbanidad, muchos de ellos destinados directamente a los niños, no es nada complicado a día de hoy. Gracias a la digitalización de los recursos de los diferentes archivos y bibliotecas, están a un clic de distancia, esperando en la nube a que se les abran las páginas ya no llenas de polvo. La muestra escogida para esta historia entre los fondos en línea de la Biblioteca Nacional de España no es la más amplia ni tampoco está limitada a libros editados en Galicia (de hecho, algunos fueron publicados en sitios como Sevilla), pero este tipo de manuales conocían ediciones y reediciones variadas y eran bastante populares, así que lo más probable era que habían circulado ampliamente a lo largo del país.
Ni siquiera los escritores realistas y naturistas dejaron un ejemplo claro de lo que acontecía cuando las mujeres tenían la regla en el pasado
A pesar de que la menstruación tenía que ser un elemento que afectaba poderosamente a la higiene de las mujeres de la época, y que ellas eran muchas veces las destinatarias directas de estos libros, no es un tema que sea abordado de una manera directa en los manuales de urbanidad y higiene, y mucho menos en aquellos que estaban destinados a las niñas. "El mejor de los cosméticos es la virtud", escribe en 1897 Dolores Barberá en Compendio de higiene para niñas, que es una suerte de consejo muy cristiano —muy en la línea de algunos de los autores y de las autoras de la época— pero muy poco concreto sobre cómo una debe mantenerse limpia y sobre lo que debe emplear o no para lograrlo. Lo importante es lavarse de una manera regular, como insisten todos los manuales, seguramente porque, como dejan claro en un texto de higiene del 1903, "en España sigue imperando la preocupación, la rutina, la ignorancia, la perezca y el horror al agua".
Lo de lavarse es un consejo genérico y poco específico para mujeres y para "esos períodos del mes". ¿Cómo lo llevaban nuestras tatarabuelas, y sobre todo, cómo mantenían la higiene si hasta no hace mucho aún no era tan difícil escuchar leyendas urbanas sobre lo que te podía pasar si te mojabas teniendo la regla? En Elementos de Higiene Privada y Pública por el Dr. Francisco Javier Santero, publicado en 1885, podemos encontrar unas cuantas recomendaciones. Sólo hay que analizar el índice e ir aparte correcta. Hay que usar paños finos y renovados, lavar los genitales externos con agua tibia y secar bien la zona y evitar que los pies se enfríen, por lo que es conveniente, según el doctor, vestir medias de abrigo y calzado impermeable y nunca poner los pies desnudos sobre el suelo descubierto. Hay que hacer ejercicio activo y también evitar todo aquello que excite la sensibilidad de la mujer que menstrúa.
El sangrado libre, una tendencia a modo de protesta y alternativa a los productos de higiene femenina, ya hacían nuestras antepasadas
Estos consejos, de todas formas, no estaban en un manual para personas de a pie sino más bien en un texto científico y posiblemente destinado sólo a profesionales o a estudiantes formándose para llegar a serlo. Las recomendaciones puede que sean, por tanto, como una suerte de ideal de lo que debería hacer la mujer que menstrúa, pero no necesariamente una realidad.
Saber la verdad de la experiencia es complicado. No tenemos diarios, ni estudios, ni testigos. Ni siquiera los pesados —en lo que a los detalles toca— escritores realistas y naturistas dejaron un ejemplo claro de lo que acontecía cuando las mujeres tenían la regla. El tema por supuesto tenía mucho de tabú, como tantas otras cosas. No obstante, saliendo por la tangente, es posible seguir su pista.
Si se busca en Google algo sobre la historia de la menstruación no será difícil encontrar información sobre el tema. Aunque los libros especializados sobre esto son difíciles de encontrar (y escasos, especialmente se los comparamos con los que generaron otras cuestiones), el tema es uno de los que despierta mucho interés a día de hoy. Puede que para nuestros abuelos todo esto haya sido tabú y algo a esconder, pero no lo es ya tanto en los tiempos que corren. Los listicles recuperan todos en realidad las mismas ideas y los mismos hechos, ya que todos bebemos de las mismas —y anglosajonas— fuentes. Es posible que el libro más original y más accesible sobre lo que no se cuenta de ser mujer en el siglo XIX sea Unmentionable, de Therese Oneill, una suerte de reacción al mundo preciosista de novelas y películas de época y que permite descubrir que la ropa no se lavaba, el arsénico era un adelgazante y tener la regla una experiencia incómoda y poco higiénica. Las fuentes de Oneill son, por supuesto, anglosajonas también, aunque algunos de sus datos pueden ser extrapolables.
Para esta cuestión, dos son las cosas que comparte Oneill que debemos tener en cuenta. Lo primero es la reciente historia de la ropa interior. Las bragas son algo especialmente reciente e incluso las alternativas que damos por sentado que eran usadas hasta en el comienzo de los tiempos (como los pololos) no lo eran en realidad. De hecho, en 1918, Carmen de Burgos aun tenía que insistir en que era recomendable vestir bajo la ropa 'pantalones cerrados' (y pantalones deben ser comprendidos como ropa interior). El segundo es que, entre tantas capas de enaguas como llevaban las mujeres y ropas de colores oscuros, la menstruación era algo que se dejaba libre, o eso creen algunos expertos. El free bleeding, sangrado libre, es una tendencia que se puso de moda en los últimos tiempos a modo de protesta y reivindicación y también como alternativa directa al uso de los productos de «higiene femenina». En realidad, no es algo tan nuevo, sino lo que ya hacían nuestras antepasadas.
A lo largo de los años 20 había ofertas de paños higiénicos y no eran nada baratos: en 1923, salían a 60 céntimos cada uno, o a 7 pesetas la docena
Y según la memoria de mi familia eso era justamente lo que pasaba en el rural del Valle de la Mahía, por ejemplo. Cuando hablaba con mi madre sobre este reportaje, ella recordó una conversación con su madre. Mi abuela le contó en su momento que por lo que sabía de sus abuelas éstas usaban el método "pierna sobre pierna" y que, por supuesto, no usaban nuestras modernas bragas.
Para conocer mejor como podía ser la experiencia menstrual de nuestras antepasadas y, sobre todo, lo que se les ofrecía durante aquel tiempo, hay otra fuente más de la que echar mano: los anuncios en prensa. Las mujeres también eran consumidoras de medios en el siglo XIX, como demuestra el boom de medios destinados en exclusiva a ellas durante el período, pero también el más prosaico análisis de los anuncios que aparecían en la prensa generalista durante el período. Y, además, el estudio de la prensa permite poner el foco de la historia de un modo mucho más concreto y directo sobre Galicia. Solo hay que abrir el navegador, conectarse a Galiciana (la hemeroteca digital de la Biblioteca de Galicia) y escoger bien las palabras clave con las que se hará la búsqueda.
Por supuesto, el método —sigamos con el término de mi abuela— "pierna sobre piern"» no se anunciaba en los periódicos y no es difícil imaginar que las mujeres burguesas (que al fin y al fin y a la postre llevaban colores claros de atuendo) habían usado otras alternativas. Todas escuchamos hablar en algún momento de los paños higiénicos. En los medios gallegos de la época no hay muchos anuncios de cintos y fajas especiales para la menstruación y mucho menos con instrucciones de uso, como esos con los que cuentan los investigadores anglosajones (que tienen además la gran ventaja de una amplia colección de catálogos de venta a distancia), pero gracias a un par de anuncios de ofertas de comienzos del siglo XX podemos saber cuanto le costaban a las mujeres y cómo eran estos paños.
Casa de Saldos, tanto en su tienda en Ferrol como en la que tenían en Santiago, contó con ofertas a lo largo de los años 20 de paños higiénicos. En 1923, salían a 60 céntimos cada uno, o a 7 pesetas la docena, en 1924 la caja andaba por las 4 pesetas y en 1929 eran de felpa y estaban a 3,50 pesetas la caja de media docena. Y no, no eran nada baratos. Para contextualizar, uno de esos mismos anuncios (el de 1929) sostiene que estaban a 0,90 pesetas y los stores (así los presentaban) a 6. Los paños podían ser reutilizados, porque eran lavables y no de usar y tirar como son ahora las compresas.
Un anuncio de la tienda El Siglo de 1915 permite comprender mejor cómo se usaban. Luego, en A Coruña, vendían un formato de caja de paños con una faja "de lo más cómodo que se conoce" a seis pesetas (un corsé costaba 2,40 en la misma tienda, y un traje completo para niños, 4). El mismo establecimiento también vendía ese año otro modelo, la faja Ideal con 12 paños, recomendada para viajes e insistiendo nuevamente en su comodidad (lo que hace pensar que cómodos en general eran pocos modelos). Viajar menstruando en la época debía ser una experiencia bastante poco apetecible. En 1918 un anuncio en el lucense El Regional alertaba sobre las «bandas Victoria Eugenia», a la venta en un establecimiento de la calle Reina. No sabemos si la idea de dar nombre a un producto de higiene le hizo mucha gracia a la esposa de Afonso XIII, pero las bandas eran «más suaves, cómodas y elegantes» y prometían más seguridad cuando se viajaba.
En otros anuncios se hacían ofertas de paños higiénicos de nailon por 4 pesetas
¿Había otro método para usar estos paños? Un aséptico anuncio de un periódico de A Coruña en el verano de 1890 anunciaba la venta de "cintos para la menstruación y el parto" en una farmacia de la ciudad, pero poco más podemos saber de ellos gracias a esta publicidad.
Los paños duraron mucho, mucho tiempo. En agosto de 1969 otro anuncio, este en El Pueblo Gallego, de los vigueses Saldos Arias, anunciaba que vendían paños higiénicos de nailon (que sí, es el mismo material del que se hacen las medias) por 4 pesetas (unas bragas salían a 19). La muerte del paño higiénico es tan reciente, de hecho, que lo más probable es que si se tiene cierta edad aún se hubieran usado, o que las mujeres del entorno lo hubieran hecho. Mi madre recuerda aún la experiencia de los paños (algo muy incómodo en su memoria) y las madres de mis amigas también. Los recuerdos de los paños suenen estar ligados al proceso de usar, lavar y reutilizar. Una de las testigos recuerda el barreño de agua en el baño en el que se dejaban a ablandar, oculto para que no lo vieran los niños, y otra lo de limpiarlos a toda prisa por la vergüenza de que las vieran. También están las historias de incomodidad, ya que los paños se movían.
Las compresas intentaron llegar a Galicia bien pronto aunque las grandes marcas que ahora dominan el mercado llegaron después
Esto no quiere decir que de manera paralela no existieran las compresas y los tampones . De hecho, unos y otros están entrelazados con la historia de la vida cotidiana del siglo XX, por lo menos a nivel global. Otra de las testigos, que pasó esos años en la emigración en Europa, tenía acceso tan simple la estos productos como lo tenemos ahora: solo había que ir al súper. En la Galicia de los 60-70 faltaba información y conocimiento (y a lo mejor también precios competitivos: hay que recordar que eran caras) para que las compresas asumieran su nicho de mercado.
Sin embargo, las compresas sí intentaron llegar a Galicia bien pronto. Una de las primeras en aparecer en el mercado global de estos productos fue Kotex, una marca estadounidense que ya sale en los medios gallegos de los años 20 y 30. Kotex fue la pionera en el mercadoo de los EUA y aprovechó una de las invenciones que había lanzado su propietaria (Kimberly-Clark) para la I Guerra Mundial. Los excedentes de ventas para los soldados eran reconvertidos en productos de higiene. Las propias enfermeras de la guerra fueron las que pusieron al fabricante en la pista: durante la contienda, empleaban ese material en vez de los paños tradicionales porque era mucho mejor.
Sus anuncios en los medios gallegos insisten en que es fácil de pedir y fácil de tirar a la basura, al tiempo que son absorbentes. La publicidad también es muy interesante para comprender que vendían en términos de estilos de vida. Hay mujeres chic e incluso una flapper (o mujer moderna en la terminología de la época) hablando con una enfermera (la enfermera Kotex, una figura que usaron para inspirar confianza). Es bastante sencillo imaginar que no fue un éxito, no solo teniendo en cuenta la historia posterior sino también pensando en su precio. En los años 30 tuvieron que bajar el precio a 4 pesetas la caja y sus anuncios apuntaban que eran más baratas, pero «siempre lo más cómodo». Y aunque en la caja venían 12 « almohaditas» lo más probable es que no compensara en términos de economía.
Las grandes marcas de compresas que ahora dominan el mercado no se lanzaron hasta los años 69 (Evax) y 78 (Ausonia). Tampax llegó en los 60 (los primeros anuncios que se pueden encontrar en la hemeroteca en línea de ABC son del 67 y prometen acabar con las fajas, los alfileres y el olor). Un artículo de los años 80 en El País, que analiza el estado del mercado, marca el principio del éxito de su uso (por lo menos para las compresas de usar y tirar) en los 70, de una manera paralela a los pañales.
Pero la publicidad de compresas, paños o tampones no es la única manera de comprender cómo podía ser la experiencia histórica de menstruar y tampoco la de la creación del mercado ligado a ella. Y si Galiciana es parca en anuncios de productos concretos para la regla (a pesar de lo muy útil que sería para las periodistas del futuro una publicidad en la que habían explicado cómo poner una faja Ideal de esas...) no lo es en absoluto sobre píldoras, jarabes y cosas misteriosas para las mujeres y sus "problemas de menstruación".
En los medios gallegos de Galiciana no hay rastro de las Píldoras Femi, habituales en ños medios de los años 30 que se pueden encontrar en la Hemeroteca Digital de la BNE (y que también eran leídos en Galicia), con su eufemística publicidad para «reglas suspendidas», pero sí de muchos otros productos entre los años 70 del siglo XIX y los 30 del XX. Algunos se venden para "reglas retiradas", pero, teniendo en cuenta lo que dicen en otros anuncios y lo que muestran las historias de éxito que a veces los acompañan, es probable que más que venderse como una suerte de abortivo, habían sido una promesa de remedio milagroso ante los problemas de fertilidad.
Los remedios eran un bálsamo curalotodo que servía para los "males" de las mujeres, como la histeria, pero también para muchas otras enfermedades
El doctor Santoro, el del libro de higiene, explicaba que el útero nos vuelve (más o menos) un poco locas a las mujeres a partir de los doce años (¡¡la culpa es del comienzo de la menstruación!!) y que "la mujer durante su período menstrual es mucho más impresionable por cualquier causa". Tan sensibles eran las mujeres que una impresión "moral" podía hacer que la regla se parara de repente. Y por supuesto había que evitar todas aquellas cosas que podían hacer que una niña comenzara la menstruar antes de tiempo, como podían ser los bailes, el galanteo o los libros. La publicidad de los remedios también permite comprender mejor esa visión que se tenía de la regla, de las mujeres y específicamente de las mujeres que menstruaban.
Los remedios eran una suerte de bálsamo curalotodo que servía para los "males" de las mujeres, como podía ser la histeria, pero también para una especie de abanico de enfermedades múltiples, como podían ser los problemas de crecimiento, la palidez, los dolores de estómago, la sífilis o la ictericia. Podías pedir en la farmacia desde el Dinamógeno Saiz de Carlos, el Vino y Jarabe Toni- Regenerador de Quina y Hierro, el Agua de Loeches La Margarita, la Verdadera Solución de Antipirina del Doctor Clin, el Azufre Líquido Vulcanizado del Doctor Torrales o las píldoras Pink, que en el número de un periódico recomienda un doctor de Logroño.
A Galicia y a sus medios también llegó el Compuesto Veegetal de Lydia Y. Pinkham, una de esas entrepreneur de los EUA que se hizo rica en el XIX. Su solución curaba (o prometía) las menstruaciones irregulares y con dolor, las "punzadas quemantes" o la "depresión mental". Sus anuncios de los años 20 son fascinantemente avant-la-lettre en algunas ocasiones, hablando del "derecho de nacimiento" a que las reglas no resulten molestas e incluyendo en sus imágenes a chicas modernas o a madres que juegan con los hijos (pero también la una chica con miedo a casar, a lo mejor porque imagina cómo la menstruación puede ir a mucho peor tras el matrimonio). Por incluir para convencer incluyen también testimonios de mujeres que tomaron el compuesto y a quienes les funcionó. Lo que hoy se conoce en márketing como "recomendaciones personalizadas", tan en boga en las webs de e-commerce para aumentar lo que llaman "conversión". Opiniones sobre "cuál es el tampón ideal para principiantes?, ¿cómo ponerlo? o ¿cómo saber se está bien puesto?", hablan mucho de un cambio social y del fin de un tema históricamente tabú.
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