a coruña
Actualizado:La noche en que lo mataron a golpes Samuel Luiz sufrió varias paradas cardiorrespiratorias. Tantas que los forenses del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga) que le hicieron la autopsia ni siquiera han podido calcular su número exacto. Con certeza, saben que fueron más de una cuando yacía en el suelo frente al paseo marítimo de Riazor, en A Coruña, mientras sus asesinos huían y un transeúnte le aplicó el primer masaje cardiaco. Y al menos otras tres mientras se lo llevaban en ambulancia al hospital, a solo cinco minutos en coche de allí. Sufrió varias más en el propio centro, donde los médicos intentaron recinanimarlo durante horas. Con la última no pudieron.
Los informes de la autopsia aseguran que Samuel murió de una hemorragia subaracnoidea, es decir por la acumulación de sangre en el área que separa el cerebro del cráneo y que está llena de líquido cefalorraquídeo. Su bulbo –la zona que determina el control de la respiración–, y el cuarto ventrículo del cerebro –la que dirige el ritmo cardiaco– se inundaron de sangre. Los forenses, que declararon este martes en el juicio por su asesinato que se celebra en la Audiencia Provincial de A Coruña, no hallaron sin embargo evidencia alguna de aneurisma traumático. Es decir de la rotura o sangrado de una arteria. Sí, en cambio, de múltiples sangrados cerebrales, progresivos y acumulados.
Los médicos acompañaron su comparecencia de una presentación con fotografías e imágenes para ilustrar al jurado. Junto a la declaración del padre de Samuel, su comparecencia constituyó uno de los momentos más angustiosos en las más de dos semanas que han transcurrido desde que empezó la vista oral, que está achicando progresivamente los espacios de duda razonable sobre el carácter grupal del crimen y sobre la implicación de los presuntos asesinos. "No fue un sólo golpe concreto", explicaron los peritos a preguntas de la fiscal. "Cada golpe suma y construye sobre el anterior", detallaron.
Imágenes explícitas y presumiblemente duras
La jueza había ordenado que las imágenes de la autopsia de Samuel, explícitas y presumiblemente duras, no se difundieran para preservar la dignidad de la víctima, e incluso mandó voltear las pantallas de la sala en las que se emitieron para que ni el público ni la prensa pudieran atisbarlas, apenas imaginarlas mediante el relato oral de los testigos. Sólo pudieron observarlas la magistrada, la letrada de la Audiencia, la fiscal, los abogados de las acusaciones y las defensas, el jurado y los acusados.
Según narraron los forenses, la muerte de Samuel fue ocasionada por una multitud de golpes en el contexto de una agresión feroz, que le provocó decenas de hematomas y heridas en la frente, las sienes, los pómulos, la nariz y los labios, así como entre el espacio entre éstos y las fosas nasales y en la parte lateral y posterior de la cabeza. Salvo los provocados por las desfibrilaciones para intentar revivirlo a las que fue sometido en el hospital, el resto de sus lesiones son todas compatibles con las que provoca un apaleamiento a patadas y puñetazos.
Esos impactos le destrozaron la boca por dentro, porque llevaba bráquets, y también le causaron lesiones en el cuello, los hombros, el tórax, los dedos, las manos, los codos, los brazos y las piernas, por encima y por debajo de las rodillas. No tenía heridas en los nudillos, lo que hace pensar que no pudo golpear a nadie con los puños cerrados. Ni en los antebrazos, de lo que se deduce que tampoco tuvo una mínima opción de defensa. Cuando algunos transeúntes intentaron auxiliarlo, ya sangraba por el occipital, los oídos y la boca.
Los forenses van explicando cómo los sucesivos golpes debilitan poco a poco la consciencia y las fuerzas de la víctima, afectando a su capacidad para mantenerse en pie y a la de su corazón y sus pulmones para seguir latiendo y respirando. Su cerebro ni siquiera puede recuperarse de cada lesión interna que sus agresores le van ocasionando, porque enseguida le llueven más y más puñetazos y patadas, en al menos tres palizas consecutivas durante cerca de seis minutos de tortura.
Sin tiempo de recuperarse
"Son lesiones acumulativas. El daño se acumula hasta que se produce la muerte cerebral", narran los forenses. Algunos golpes ni siquiera llegan a provocar hematomas en el cuerpo de Samuel, porque no da tiempo a que la sangre de las hemorragias internas llegue a manchar su piel para hacerlas visibles. Pero su corazón y sus pulmones se paran, una vez, y otra y otra. Tantas que los forenses no pueden establecer su número con exactitud.
No hace falta ver las fotos de la autopsia para idear el dolor, la indefensión y el pánico que debió sufrir. Basta con escuchar la descripción de los testigos y con advertir el horror en los rostros y el lenguaje corporal de quienes sí las están viendo. Todos los abogados las han tenido a su disposición durante la instrucción, pero para los jurados es la primera vez. Algunos a duras penas pueden contener las lágrimas, apartan los ojos de la pantalla y se esfuerzan por sobreponerse al espanto, tratando de templar sus nervios, recuperarse y seguir. Otros dirigen miradas furtivas a los acusados, que completan la escena y la contemplan a su vez en diferente actitud.
"Son lesiones acumulativas. El daño se acumula hasta que se produce la muerte cerebral"
Diego Montaña, a quien se acusa de haber iniciado el linchamiento contra Samuel al grito de "¡maricón de mierda!", permanece inmóvil, ladeando la mirada hacia un costado, como intentando evitar las pantallas volteadas contra el público. Su exnovia, Catherine Silva, que niega haberlo jaleado ni participado en la agresión ni impedido que otras personas auxiliaran a Samuel, la fija en el infinito con expresión inerte, mientras Kaio Amaral, a quien una cámara grabó corriendo hacia la manada con intención de patear a la víctima, las observa casi sin pestañear, primero, y bajando de vez en cuando la cabeza para sortear su crudeza.
Alejandro Míguez, a quien se grabó y se vio corriendo con la jauría desde el primer ataque pero quien también se ha declarado inocente, como el resto de sus amigos, atiende hierático alternando pausadamente su campo visual entre las imágenes de la autopsia y los forenses que las están comentando. Alejandro Freire, a quien se supone autor de varios puñetazos y del intento de estrangulamiento de Samuel, evita a ambos clavando los ojos en el suelo, en la pared o en la mesa frente al banquillo en el que se sienta.
Sin fracturas de huesos
Los forenses continúan con su explicación y luego atienden a las preguntas de las defensas, que se interesan por la ausencia de fracturas óseas en el cadáver. Parecen insinuar que si los golpes no fracturaron un hueso, entonces es que no debieron ser tan contundentes. Un abogado incluso se interesa por si puede establecerse la intensidad que tenían, y los forenses le explican entonces que la intensidad de la que ellos hablan tiene más que ver con el resultado que con la intención. Que un puñetazo a una cabeza sometida contra el suelo es más lesivo que otro mucho más fuerte pero contra un rostro libre de esa sujeción, y que varios golpes en apariencia leves, que no romperían ni el cartílago de la nariz, acumulados en el tiempo y sostenidos sobre una misma persona pueden acabar con su vida.
"Sabían perfectamente lo que hacían y aceptaron el resultado al que previsiblemente iban a conducir sus acciones".
Con independencia del grado de implicación que el jurado acabe atribuyendo a cada uno de los cinco acusados, lo cierto es que los sucesivos informes de la autopsia –tanto el de la primera inspección como el preliminar y el final– y el testimonio de sus autores es concluyente: el corazón de Samuel acabó parándose para siempre por una multiplicidad de golpes, ninguno definitivo pero todos letales. Las grabaciones de las cámaras de tráfico y de los establecimientos del paseo marítimo, así como de los testimonios de la mayoría de testigos presenciales y de los policías que instruyeron la investigación, apuntan a que fueron infligidos por varias personas.
La acusación particular y la popular transmitieron esa convicción a Público en el descanso de la sesión de este martes, en las primeras declaraciones que han hecho a la prensa desde que comenzó la vista: "Fue una agresión en manada, lo que le hicieron a Samuel es la descripción exacta de lo que significa linchar y matar a golpes a una persona", sostuvo Mario Pozzo-Citro, abogado de la asociación Alas de A Coruña.
"Fue un asesinato en grupo. Los abogados de los acusados defienden que no porque dicen que sus clientes no tenían intención de matar a Samuel. ¿Y que pretendían entonces?", inquiere Esther Martínez, abogada de su familia. "No. Sabían perfectamente lo que hacían y aceptaron el resultado al que previsiblemente iban a conducir sus acciones".
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