Este artículo se publicó hace 9 años.
Gloria Cavanna, ochenta años de lucha en la trinchera de La Prospe
Huérfana de padre, estudió el bachillerato y la carrera con becas mientras su madre cosía. Alternó su trabajo con el sindicalismo, hasta que se involucró en el asociacionismo vecinal
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El pregón, de pronto, corrió a cargo de una vecina, que agarró el micrófono como antes lo habían hecho la cupletista Olga María Ramos o la cantante Ángela Carrasco. Sin embargo, el discurso que anunciaba las fiestas de San Miguel, patrón del distrito madrileño de Chamartín, no fue precisamente lúdico, como el público acostumbra a oír, sino que aludió a la solidaridad ciudadana, a la ayuda a los refugiados, a la memoria colectiva y a la construcción de espacios de convivencia en equidad, igualdad de oportunidades, fraternidad y libertad. Son palabras textuales de Gloria Cavanna (Madrid, 1934), que remachó el pregón con una cita de José Saramago: "Si el mundo alguna vez consigue ser mejor, solo habrá sido por nosotros y con nosotros”. ¿Pero quién era Gloria? ¿Por qué ella?
Sentada ante una mesa donde ha desplegado la historia de la asociación de vecinos Valle Inclán, uno de los pulmones cívicos del barrio madrileño de Prosperidad, esta mujer incombustible desanda sus ochenta y un años como quien dicta una novela. El final todavía está por escribir, pero hasta aquí la vida de una luchadora que entró en el sindicalismo por metástasis obrera, de una vecina que sigue trabajando por La Prospe como si fuese la última trinchera. Quizás valga la pena comenzar por el principio.
“Mis padres se vieron forzados a separarse por la Guerra Civil. Cuando se reencontraron años después, él murió durante la epidemia de tifus de 1940”, rememora Cavanna, cuyo apellido italiano remite a los orígenes de su familia paterna. Poco más sabe de su padre, catedrático de escuelas de Comercio. O, al menos, de su padre en los tiempos de la contienda. “Nunca he oído hablar de las historias de la guerra: silencio sepulcral, como en tantas familias”.
Recuerda, eso sí, unos progenitores que se desvivían en atenciones hacia quienes lo pasaban peor. “Fui una hija única que siempre estuvo acompañada, porque mi madre abría la puerta a quien lo necesitaba”. Hay sustantivos que ha traído hasta aquí en las alforjas de su infancia: libertad, justicia, dignidad. “Estudié con becas el bachillerato y la carrera, por lo que tuve una conciencia social clarísima desde joven. Era consciente de que mis estudios tenían que revertir en la sociedad”.
Mientras cursaba Farmacia, dio clases nocturnas a las obreras de un laboratorio farmacéutico. La pensión de viudedad no alcanzaba, por lo que su madre cosió para una tienda de ropa y ejerció de auxiliar en un juzgado, hasta que perdió el trabajo y Gloria se convirtió en la cabeza de familia. Entró a trabajar en la misma empresa en la que alfabetizaba, junto a otras compañeras de Facultad, a las empleadas, que pronto la verían como jefa de fabricación. “La desconfianza inicial de la clase obrera hacia mí es el pecado original por haber sido técnico”, reflexiona. “Hasta que comencé a sufrir represalias…”.
El castigo arreció desde arriba. Cavanna, que tuvo que “saltar una gran barrera” para entender qué era aquello de la lucha de clases, había comenzado a reivindicar los derechos de los trabajadores, lo que le valió el destierro en un nuevo destino. Franco no había muerto, los grises entraban en la Universidad y su madre sólo acertaba a decirle: “Cuando los obreros y los estudiantes se unen, algo pasa”.
Ella pasó por la USO, donde fue secretaria general de Químicas; luego por CCOO, dentro de la Corriente Socialista Autogestionaria; finalmente fue la presidenta del comité de su empresa, a la que demandó por discriminación sindical. “Gané el juicio, en el que me defendió Enrique Lillo y fue testigo Marcelino Camacho”. Aislada por sus superiores, sin tareas asignadas, dejó el puesto de trabajo por otro, se quedó en paro y entró en la asociación de vecinos Valle Inclán, que llegaría a presidir entre 2000 y 2007, después de ejercer como vocal de Izquierda Unida en la Junta Municipal de Chamartín y de dirigir una residencia de ancianos, antesala de su jubilación, hace ya dieciséis años. “No me dio tiempo a casarme”, sonríe.
“Las asociaciones de vecinos han sido fundamentales en el desarrollo de Madrid. De hecho, durante la transición el PSOE captó a sus líderes y sufrieron un pequeño bajón, no sólo por la pérdida en sí sino también porque los socialistas temían que les pudiéramos hacer sombra. Luego, cuando llegó al poder, el PP directamente no nos quería, aunque ahora estamos recuperando terreno”, explica Gloria, que fue elegida pregonera por las propias asociaciones después de que, por primera vez, la Junta Municipal de Distrito las convocase para escuchar cómo querían organizar las fiestas. El pregón, concluyeron, tenía que correr a cargo de una persona significativa de Chamartín.
“No somos nadie en solitario, somos con los demás”, insiste Cavanna, que en todo momento rehúye el protagonismo, quiere centrar la entrevista en la asociación y pide que en la foto salgan también sus compañeras. “Aunque seamos mayores y hayamos ido a la escuela, tenemos que seguir pensando en común”. Y fija los dos anclajes de una entidad de carácter reivindicativo y cultural: “Sin educación no es posible. Sin cultura no hay ciudadanía”.
Enfrascada en mil batallas, la asociación rechaza, por ejemplo, la operación Chamartín, como refleja un mapa de la zona colgado en un pared encabezado por la advertencia “Peligro, pelotazo inminente”. También quieren recuperar el monumento “Aquí yace la guerra”, diseñado en 1987 por los niños del barrio y retirado durante el gobierno de la exalcaldesa Ana Botella de la Plaza de Prosperidad. “Además, hay exclusión social, desahucios, infraviviendas y casas sin ascensor, faltan locales de ensayo y reunión para jóvenes, cerraron el colegio Nicolás Salmerón porque decían que no había chavales, han retirado las tarjetas sanitarias…”.
El largo etcétera continúa. “Nos han inoculado los valores (o, mejor dicho, contravalores) del neoliberalismo, al tiempo que el PP ha fomentado el individualismo y la pasividad”, critica Gloria, cuya asociación tuvo que cambiar de sede tras una orden de desalojo de la Comunidad de Madrid, que les había cedido el anterior local. “Nos lo quitó Lucía Figar”. Ahora, tras dos años sin recibir ayudas publicas, apenas 1.100 euros a través de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid, deben pagar un alquiler que costean con las cuotas de casi medio millar de socios. “Nos hemos acostumbrado a vivir en la incertidumbre. Nos subvencionamos este mes, quién sabe si el siguiente”.
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