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Emmanuel Chukwu tiene 22 años, la cicatriz de un machetazo tras su oreja izquierda, la de otro machetazo en la espalda y un nombre en su memoria que no va a cicatrizar nunca, no del todo, al menos. Es el de Chris, "mi amigo, mi compañero, mi hermano, mi amor. Ahora no sé nada él, si está vivo o si está muerto", recalca.
Se conocían desde los 12 años y juntos descubrieron que podían quererse, aunque fuera a escondidas, aunque fuera delito. Después se enfrentaron al precio que una sociedad homófoba les haría pagar por ello. No ha vuelto a ver a Chris desde que un beso furtivo desencadenara la espiral de violencia que le alejó de su madre, de su casa, de su ciudad y de su país, Nigeria, donde los "actos homosexuales" se condenan con hasta 14 años de cárcel o con castigos corporales e incluso pena de muerte en la zona norte, donde impera la ley islámica. Él tuvo que irse, y lo hizo oculto en la pala del timón de un buque mercante.
"Pasé nueve días agarrado, sin soltarme, sin comer, casi sin beber, sin dormir"
La travesía de Lagos a Málaga, donde atracó en enero de 2021, es de unos 5.000 kilómetros en línea recta, casi el doble bordeando el cabo de África occidental, y el buque no hacía escalas. "Pasé nueve días agarrado, sin soltarme ni un momento, sin comer, casi sin beber, sin dormir", describe el chico. De eso hace año y medio. "Cuando nos encontraron —viajó junto a otros tres polizones— nos preguntaron que dónde habíamos subido. No se creían que hubiéramos aguantado desde Nigeria ahí", dice entre carcajadas que se alternan con silencios largos, manos que cubren el rostro y algunas lágrimas de rabia y de nostalgia.
Le ha costado mucho empezar a contar su historia, aseguran desde la ONG Rescate, en la que recibe apoyo, orientación laboral, asesoría jurídica para sus trámites de asilo y un alojamiento en Madrid que comparte con otras personas que han tenido que huir de sus países por su orientación sexual.
Pudo morir. Lo sabía cuando decidió colarse y se lo volvieron a recordar los tres polizones que se encontró ya en la pala del buque, que iban preparados con abrigos y algo de comida. "Yo no llevaba nada, casi ni fuerzas", describe. "Pero en ese momento me daba igual. Pensaba que era mejor morir que llevar la vida que estaba teniendo. Me traicionó y me abandonó la gente que más quería. No tenía nada allí", sentencia.
"Me arrancaron la ropa, me robaron todo lo que tenía, nos golpeaban en la calle"
"Fue en unas fiestas populares, ya habíamos bebido y no controlábamos bien los actos. Nos dimos un beso, no tuvimos cuidado", apunta el joven antes del primer derrumbe durante la entrevista. Habrá varios. "Nos vieron varias personas y todo acabó en tragedia", recuerda. Persecución, peleas, huida y rechazo de la comunidad, resume el joven. "Me arrancaron la ropa, me robaron todo lo que tenía, nos golpeaban en la calle", recuerda. El pueblo quería tomarse la justicia por su mano y casi lo consigue. "Tenía tanto miedo que quería llamar a la policía, aunque me llevaran a la cárcel", confiesa.
"Es muy loco, de verdad. Les molesta que seas gay, les molesta profundamente. En mi país no puedes hacer las cosas que quieres, no hay libertad para querer. La vida consiste en vivir como tú quieres, pero ellos no lo entienden. Mi único delito fue ser gay", lamenta Emmanuel.
No lo entendió la comunidad, "que en mi país tiene más peso incluso que la familia", dice. Y si no lo entiende la comunidad, tu familia te repudia. "Yo he tenido suerte. A muchos homosexuales los delatan sus propios familiares y una noche viene la policía y te lleva detenido", asegura. Por eso nunca conoció en Nigeria a más personas como él, salvo a Chris y a una chica lesbiana.
"Escapé como pude, pero ya no podía volver, me matarían o me detendrían. Mi familia me dio la espalda y me tuve que ir sin dinero, sin comida y herido", recuerda.
Siete meses bajo un puente de Lagos
"Hay a gente que la mutilan por ser gay"
Pasó siete meses viviendo en las calles de la capital. "Dormía bajo un puente, pidiendo dinero para comer y para medicinas, porque estaba muy mal", destaca. "Me ayudó mucha gente, la verdad, pero me dolía mucho que nunca pudieran saber qué me había pasado, por qué tenían que ayudarme. No podía contárselo", asegura. Aun así se considera afortunado. "Sufrí solo una pequeña parte de lo que podía haberme pasado. Hay gente a la que la mutilan por ser gay", apostilla con los ojos perdidos.
Un día, de repente, dijo que ya estaba bien de acarrear agua a diario en uno de los puertos de Lagos. "O es hoy o no es nunca", pensó. Llevaba meses viendo entrar y salir enormes barcos que se dirigían a Europa. "Sabía cómo subirme a uno, pero no a dónde iban". Eligió, casi por azar, el Marsk Cabo Verde, un mastodonte de 250 metros de eslora y 35 de manga, cargado hasta los topes de contenedores. Tiene nueve metros de calado y apenas cabían los cuatro en la pala del timón. "Por las noches va más despacio, pero por el día salta y salta. Pensé que me hundiría en el algún momento. Dejé de sentir mi cuerpo, tenía los brazos hinchados de agarrarme tanto tiempo y tan fuerte", dice. Cuando fue rescatado en Málaga pasó dos semanas hospitalizado. Luego comenzó su nueva vida.
"¿Los papeles? Es lo que menos me importa ahora mismo. Tego que recuperarme"
"¿Los papeles? Es lo que menos me importa ahora mismo, la verdad", dice con dureza. "Todavía tengo que recuperarme psicológicamente. No tengo nada, he perdido mi vida, a mi familia, a mis conocidos, a mi novio. He escapado de la muerte dos veces. Tengo que buscarle sentido a todo ahora", sostiene con aplomo, a veces en inglés, a veces en el castellano que ha aprendido con fluidez en un año.
"Lleno el día de cosas para no pensar", resume; es su táctica, pero no funciona siempre. El fútbol es lo que más le salva, jugaba desde niño y el pasado año fue defensa o mediocentro en un equipo madrileño. Ahora ha fichado por otro club de San Blas, pero también ha hecho cursos de formación como carretillero, con prácticas en Mercamadrid. Sabe cantar y bailar y solo quiere una oportunidad laboral que le dé rutina e ingresos para salir adelante.
En Rescate creen que su solicitud de asilo tiene un 90% de posibilidades de ser reconocida, pero eso, dicen, es solo un peldaño más en una escalera empinada. El rostro de Emmanuel es ahora uno de los que ilustra la campaña El derecho de existir de esta ONG especializada en personas que huyen de la discriminación y la persecución por su orientación sexual. Apelan a las empresas de la Comunidad de Madrid para que abran sus puertas a estos refugiados para los que existir y ser como son es su único delito. "En África hay pocas oportunidades, pero yo nunca pensé en venir a Europa, no estaba en mis planes, ha sido una cuestión de vida o muerte", remarca el joven. Con un trabajo, dice, quizás un día pueda volver a hablar con madre, "porque la madre siempre será la madre", o saber qué fue de Chris. Por el momento se ilusiona con las celebraciones del Orgullo en Madrid. Se le hace raro todavía ver a parejas del mismo sexo besarse por las calles de Madrid. Eso a él casi le cuesta la vida.
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