Entrevista a Alfredo G. Ruibal"Cuanto más incómodo es el pasado, más motivos hay para removerlo"
El arqueólogo galardonado con el Premio Nacional de Ensayo 2024 concluye que la violencia extrema no está en el ADN de la especia humana.

Marta Otero Mayán
A Coruña--Actualizado a
El arqueólogo y divulgador gallego Alfredo G. Ruibal, nacido en Madrid en el 1976, ha sido galardonado con el Premio Nacional de Ensayo 2024 por su obra Tierra Arrasada. Un viaje por la violencia del Paleolítico al siglo XXI. En este recorrido que hila por la historia de los conflictos bélicos, concluye que, en el fondo, la violencia extrema no está en el ADN de la especie humana. Investigador en el Instituto de Ciencias del Patrimonio del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Santiago, Ruibal es minucioso en el método científico, pero no pierde de vista el axioma que guía a todos los que estudian el pasado: la necesidad de humanizar las cenizas.
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El Premio Nacional es por 'Tierra arrasasada'. ¿Qué queda después de una guerra?
Quedan muchísimas cosas. Lo primero que nos viene a todos a la cabeza son los restos de los muertos, las fosas comunes. En el caso de España, durante los últimos 20 años, esto se ha convertido en una cosa muy presente en nuestra vida diaria con la estimación de los asesinados en la guerra civil. La violencia colectiva y las guerras dejan muchísimos restos, pero lo que pasa es que a veces ni nos damos cuenta. Las fortificaciones, la transformación militar del paisaje, desde los castros de la edad de hierro hasta los cuarteles de nuestras ciudades… Todo eso tiene que ver con la materialidad de la violencia, con la materialidad de la guerra.
A lo largo de la historia han sido varios los intentos de presentar la guerra como un hito cultural, identitario. En la historia de España hay muchos ejemplos de cómo los conflictos bélicos son presentados como algo virtuoso.
En el contexto actual tenemos un retorno a las narrativas épicas y románticas de la guerra. Me recuerda un poco a lo que se estaba haciendo en el siglo XIX, con las novelas y la pintura histórica. Toda esa visión positiva de la guerra está volviendo, sobre todo de la mano de la extrema derecha y de la derecha populista, pero no solo. Contra esa imagen, que lo que hace en el fondo es ofrecer una visión distorsionada de la guerra, la arqueología tiene mucho que decir y hacer, porque acerca una visión más cruda de lo que es la violencia.
"Las pinturas celebratorias de las guerras esconden los cuerpos destrozados de los que fueron víctimas de ellas"
¿Qué es lo que esconden las pinturas épicas de guerra?
Lo primero que esconden es el sufrimiento. Es una de las cosas que normalmente no se ve en las imágenes celebratorias en las que salen hombres en medio de una lucha que parece bastante aséptica, sin sufrimiento, sin esos aspectos más sórdidos de la violencia. Nosotros lo que vemos son los cuerpos destrozados de la gente que participó en esa violencia, que fue víctima de ella. Muchas veces, los restos humanos son muy explícitos y cuentan historias muy elocuentes del sufrimiento que pasaron. Tenemos historias de encarnizamento, de tortura, de agonías largas. Todo eso es lo que queda invisibilizado en los relatos épicos y nacionalistas.
La suya, como arqueólogo, es una perspectiva científica, pero usted insiste en la idea de humanizar las cenizas y los huesos. ¿Va intrínseco en la profesión?
Es bastante intuitivo. Es imposible no empatizar con las personas cuando uno excava restos de esta violencia extrema. Hay siempre una tensión. Intentamos hacer un trabajo lo más objetivo y riguroso posible, pero, por otra parte, no puedes dejar atrás esa faceta humana. Lo que haces en el campo a veces es disociar las emociones, la faceta humana de la faceta técnica. A posteriori, en el laboratorio, cuando estás escribiendo el informe, cuando estás procesando lo que viste en el campo, es cuando te enteras de la brutalidad, del horror, del sufrimiento que estuviste documentando.
Advierte de que se está recuperando esa tendencia celebratoria de los conflictos bélicos. ¿Piensa que la sociedad, más expuesta que nunca a las imágenes más crudas de las guerras, tiende también a deshumanizar a las víctimas?
Yo creo que ahora tenemos más herramientas visuales que nunca para ver a las víctimas de manera individualizada. Es lo que vemos en el caso de Gaza, que son las víctimas específicas de esa violencia genocida. Al mismo tiempo, tenemos una saturación visual que es única en la historia. El gran problema en este momento es cómo hacemos para conseguir que nos sigamos conmoviendo con estas escenas de violencia contra seres humanos. No es sencillo. Una de las llaves es cómo hacemos para contar la brutalidad de la guerra con formas que nos sigan capturando, en un momento en el que es tan difícil capturar la atención porque tenemos millares de estímulos. La clave está en cómo conseguimos concentrarnos en el conflicto, que sigamos considerando que es una cosa importante, que nos toca íntimamente, aunque esté lejos y no tenga que ver con nuestros familiares o vecinos. Qué hacemos, qué relato contamos visualmente o con palabras para seguir demostrando la importancia que tiene la humanidad, la compasión por las víctimas de las guerras, sean de donde sean.
Sobre contar las guerras versa, precisamente, 'Tierra Arrasada'. ¿Funciona la transferencia a la sociedad de lo que se encuentra bajo la tierra? ¿Está la arqueología aproximándose a las humanidades?
Es una situación un poco ambigua, porque, por una parte, nunca hubo tanto interés por la historia como en este momento. Hay mucha divulgación, y muy buena, también de arqueología, pero también tengo la sensación de que se está convirtiendo, cada vez más, en una cosa técnica, en la que los datos y el positivismo son el caso más importante. Se está perdiendo un poco esa visión humanista del pasado, que hace que la arqueología esté a la vez que la filología y la literatura. La arqueología es una ciencia, trabajamos cada vez más con métodos científico-naturales, pero no podemos perder de vista que el objetivo último de nuestro trabajo debe ser construir esos relatos sobre el pasado, que ayuden a comprenderlo mejor, pero también a emocionarse con él, que lleguen al público más amplio posible. Hay gente que está comenzando a hacer eso, pero tendríamos que salir más de los laboratorios y de las excavaciones, y tratar de convertir en más accesibles esos datos que publicamos en lugares de acceso restringido.
El germen del ensayo fue la investigación sobre las fosas comunes de la guerra civil. El debate sobre la necesidad de "remover en el pasado" y "reabrir heridas" surge en momentos de auge de políticas memorialistas por parte de las instituciones. Desde el punto de vista de quien remueve en el pasado, ¿hasta qué punto es importante hurgar en un pasado a veces incómodo?
Cuanto más incómodo es el pasado, más motivos hay para removerlo. Lo primero que tenemos que preguntarnos es por que sentimos esa incomodidad. Si sentimos incomodidad es porque hay un problema. Es como tener una piedra en el zapato. Lo que tienes que hacer es descubrir la razón de esa incomodidad para poder solucionarla. Con el pasado ocurre el mismo. Ahora uno de los pasados incómodos que tenemos es la conquista de América. En este momento, es un asunto que produce incluso más controversia que la guerra civil. ¿Por qué nos produce esa incomodidad el siglo XVI? Porque, en el fondo, sigue tocando aspectos del presente que son importantes y que tienen que ver con el racismo, la inmigración, la colonización, las relaciones entre poderosos y desposeídos, las cuestiones de género. Evidentemente, tenemos que seguir haciendo historia y arqueología de los pasados incómodos, y tenemos que hacerlo de forma pública, interpelando la sociedad y compartiendo estos relatos con ella, recibiendo sus impresiones para saber así que cuestiones están generando más debate y por que.
"Los profesionales del pasado tenemos que estar siempre a la defensiva, somos los aguafiestas frente al relato que habla de orgullo y celebración"
En el caso de la conquista de América, hay un espacio de opinión liderado en Internet por aficionados a la historia, que no historiadores, que tratan de divulgar una imagen alternativa, ajena a la construcción del conocimiento histórico, de lo que se conoce como "leyenda negra". ¿Hay un intento de revisionismo histórico con esta cuestión? ¿Es una moda pasajera?
Por desgracia no creo que sea una moda. Es un elemento más de los tiempos en los que está creciendo el populismo reaccionario. Es lógico que este tipo de narrativas ultranacionalistas e imperiales resurjan, que vuelvan a ser populares. Efectivamente, son relatos que vienen de la mano de gente que no es profesional, que no son historiadores y no vienen del mundo académico. El problema es que tienen un buen terreno para difundir este tipo de narrativas que en España nunca se pusieron en tela de juicio. Nunca se hizo una crítica al imperialismo o a la colonización española como sí se hizo en Francia, o en países anglosajones y Alemania. Partimos de una base muy problemática. Los arqueólogos tenemos que hacer un esfuerzo extra por contrarrestar esa narrativa. Supone un problema: los profesionales del pasado tenemos que estar siempre a la defensiva, somos los aguafiestas, los que construyen a la contra, frente al relato que se está convirtiendo en dominante, el relato de celebración, que habla de orgullo, de unidad. Parece que nosotros estamos siempre construyendo la historia en negativo. Ese es el error que nos deja esa historia popular y populista. La cuestión es cómo comenzamos a construir un pasado que sea positivo, que no solo se preocupe por reconstruir estas narrativas, sino también una historia que pueda ser consumida por el público y que no sea solo de catástrofes y de guerras, de violencia.
"La violencia es consubstancial al ser humano, pero pasamos más tiempo en paz que matándonos los unos a los otros"
Después de estudiar la historia de la guerra desde el paleolítico, ¿saca alguna conclusión sobre el rol de la guerra en la propia naturaleza humana? ¿Tendemos a la guerra por naturaleza?
Pues la verdad es que, de forma algo contradictoria, después de hacer una enumeración de formas terribles de violencia, el libro concluye de una forma más optimista. Una de las conclusiones es que el ser humano ha aprendido a lo largo de la historia, en distintos momentos, a restringir la violencia; que la violencia genocida, extrema, excesiva, es una cosa excepcional en la historia de la humanidad. La violencia sí que es consubstancial al ser humano, participamos habitualmente del conflicto, pero también es cierto que somos capaces de poner límites a esos conflictos, pasamos más tiempo en paz, negociando y poniéndonos de acuerdo, que matándonos los unos a los otros. En una visión de larga duración, se ve al momento que los momentos de violencia extrema ocupan poco tiempo dentro de la historia. Tenemos que poner más énfasis en esas estrategias de resolución de conflictos. Resulta atractiva para el público la cuestión de la violencia y las desgracias que traen las guerras, pero es clave saber cómo evitamos entre todos que comiencen esas guerras. Para mí esto es importante para la pedagogía del conflicto. A veces, la pedagogía se centra en el tono catequésico de "hay que portarse bien". Pero, ¿por qué la gente recurre a la violencia? Cuáles son las raíces de la guerra? Eso es lo que no se estudia: desigualdades sociales, crisis climáticas… Cosas que tienen que ver con el pasado, pero también con el presente. Eso es lo que tenemos que investigar y divulgar: las maneras en las que conseguimos no matarnos, y los motivos que llevan a que nos matemos.
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