Expertos en proximidad
El ceramista que fue militar, sedujo a Netflix y es especialista en la época andalusí
Aquel niño movido que solo se entretenía dibujando, y que de joven se apuntó al ejército –donde pasó 14 años–, es hoy un reconocido artista del barro. Las manos de Néstor Pablo Roldán levantan piezas de cerámica histórica y murales de arcilla desde un pueblo aragonés de apenas cien habitantes. En 2020, su osadía ganó la batalla: hacer 300 piezas históricas en mes y medio para una producción de Netflix.
Los ha habido en todas las épocas y para todos los gustos. Grandes poetas del Siglo de Oro español, como Lope de Vega o Garcilaso de la Vega, fueron militares antes que maestros de la pluma. Actores como Michael Caine, en el siglo XX, o Adam Driver, en el XXI, se alistaron en el ejército de sus países para después desarrollar una carrera cinematográfica exitosa. Luego está el cantante británico James Blunt –sí, el de You’re beautiful–, que se ofreció como voluntario para participar en la ofensiva de la OTAN en la guerra de Kosovo en 1999. Y por fin llegamos a otro militar y artista. Su nombre, Néstor Pablo Roldán (1983), un mago del barro y la arcilla que se ha hecho un nombre en el mundo de la cerámica histórica después de haber pasado 14 años en el ejército español, primero en un destacamento en el Pirineo aragonés y luego en la Unidad Militar de Emergencias (UME).
"Siempre he sido como un perro border collie, necesito campo –confiesa Néstor–. Y como veraneaba en un pueblo de Huesca, elegí Jaca para hacer el servicio militar. Necesitaba estudiar, cobrar y hacer ejercicio y en el ejército pude combinar las tres cosas. Nunca fue una experiencia vocacional pero sí viví experiencias increíbles, asenté mi personalidad, hice buenos amigos y cuando comencé con el barro hubo valores que me sirvieron, como la constancia, la paciencia y la perseverancia". El militar zaragozano llegó a participar en misiones en Afganistán durante 2007.
Estamos en una inmensa nave, convertida en taller y sede de Cerámicas Saediles, en el municipio zaragozano de Sediles, donde viven poco más de un centenar de personas. El pueblo está plantado en un alto, en la sierra de Vicor, donde el cierzo azota y el terreno se carga de olivos y se pliega como retorciéndose por el viento. Allí Néstor es feliz. Se le nota. "De pequeño me consideraba huérfano de pueblo, nací en Zaragoza y no tenía vínculos con este lugar hasta que un día salió el nombre de Sediles en una conversación familiar. Supe que venía de aquí y vine a visitarlo, a conocer los caminos que anduvieron mis antepasados".
La infancia de Néstor tiene una sinopsis que da pistas: niño movido al que su madre un día le da unos folios y unos lápices y consigue que se tire de rodillas en el suelo y se ponga a dibujar sin parar. Sus abuelos cordobeses, que vivieron de niños la Guerra Civil, le cuentan mil y una historias, las había tristes, curiosas y emocionantes dentro de la penuria; aventuras bélicas por doquier. Él las plasma en sus pinturas. "Sus narraciones me influyeron mucho, tenían enseñanzas de resiliencia, de ver luz en la oscuridad". La pena es que aquellos dibujos del Néstor infante se malograron en las crecidas del río Ebro que inundaron zonas de Zaragoza en 2009.
Sigamos con ese Néstor. Poco después, con 8 o 9 años, su madre le matriculó en la escuela de Belén Tapia, hija del escultor Julio Tapia, donde le pasaron de la clase de niños a la de adultos “porque me aburría. Me acuerdo de un profesor, con gabardina negra y coleta, que me arrugaba un papel y me pedía que dibujara esa bola de papel, sus sombras y volúmenes… yo acababa siempre dibujando soldados y caballerías”.
"Amigos y familiares se alegraron de que dejase el mundo militar, pero se asustaron de que me pusiese con las bellas artes. Necesitaba demostrarme y demostrarles que era un artista y que podían confiar en mí"
“Confiad en mí, soy un artista”
Como él mismo reconoce, "la cabra siempre tira al monte" y así ocurrió al cumplir la mayoría de edad. No contento con pasar cuatro años en el acuartelamiento de montaña del ejército en Jaca y casi un decenio en la UME, "sabía que mi salida tenía que ser el arte. Muchos amigos y familiares se alegraron de que dejase el mundo militar, pero se asustaron de que me pusiese con el barro, con las bellas artes. Pero yo necesitaba demostrarme y demostrarles que era un artista y que podían confiar en mí".
En ese contexto, Néstor decide en 2016 romper con todo y presentarse a las pruebas de la Escuela de Artes de la capital aragonesa. Era un treintañero amueblado. “Iba para la disciplina de Dibujo pero al llegar vi una cola inmensa y me dio pereza. Miré la clase para la prueba de cerámica y no había nadie”. Al entrar encontró en el tribunal a tres profesores. Uno de ellos fue claro: "no tienes competencia, con que nos hagas un cenicero, estás aprobado. Por dignidad, cogí un trozo de arcilla y creé un busto. No había tocado nunca el barro, salvo en el ejército. Me pusieron un 7". Para dentro.
Allí, algo estimuló sus sentidos. Empezó con los olores y el tacto. Solo pasear por los talleres de joyería, madera u óleo y ver a gente haciendo piezas con sus manos despertó algo en el soldado. "Me di cuenta de que la escultura con barro es como hacer dibujos en 3D. Y de repente me llegó un pedido de la Universidad de Zaragoza. La arqueóloga Aranzazu Mendivil necesitaba unas piezas para apoyar un proyecto. “Se fío tanto de mí que, hoy en día, todavía hacemos cosas juntos". Fue el empujón para creérselo. En el último año de escuela, trabajaba por las mañanas de auxiliar de torno en un taller-escuela de cerámica, de tarde como encargado de cerámica en un instituto de Calatayud, y a la caída de la tarde volvía a la Escuela de Artes de Zaragoza.
No puede estar quieto. “Había nacido para el barro”. En su taller actual, un hangar lleno de piezas y murales, con una fina capa de polvo de arcilla que inunda el suelo, el ceramista rememora cómo era aquel primer taller, una pequeña habitación en el Museo de Aceite de Sedile. "Me dejaban trabajar con el torno a cambio de mantener limpio y decente el museo. En invierno era un iglú".
Y de repente llamó Netflix
Fue en estos pocos metros donde un día a principios de 2020 recibió la llamada de un colega. "Néstor, están buscando una persona que produzca una cerámica antigua. No buscan gran técnica o purismo, pero sí que sean réplicas de una cerámica histórica". A los pocos días, un representante de Netflix le contactaba para ver si era capaz de crear en un mes y medio 300 piezas de un ajuar de entre los siglos XIV y XV, piezas de familias ricas y pobres, que tuviesen un reflejo metálico, para una serie de época. Le mandaron un catálogo del museo de Teruel para estudiar las piezas. "Ellos pensaron que un principiante sería capaz de hacer platos, jarras, bandejas que parecieran usadas, con fallos y descentradas. Me había comprado un torno un mes antes, así que todo fue intuición y desconocimiento, y búsqueda de la lógica". El día que se estrenó Los herederos de la tierra, la secuela de La Catedral del Mar –adaptaciones de las novelas del escritor Ildefonso Falcones– toda la familia se puso frente a la tele en la cocina. "Vimos las mesas vestidas con mis piezas y cómo se destrozaban en la trama, vimos hasta los orinales que fabriqué".
Fue el detonante –y la confirmación– de que a partir de ese momento podría vivir de la arcilla. En el suelo hay varios bidones con barro en decantación, materia prima y salvaje que viene de Sediles, Zaragoza o Teruel. Lo mezcla con pastas de arcillas llegadas de Cataluña o Comunidad Valenciana. Coge un trozo del tamaño de un balón de fútbol y en minutos ha levantado una jarra estilizada. "Para hacer piezas históricas puras solo me faltaría cocerlas a fuego". Néstor conoce muy bien la cerámica neolítica e íbera, pero se ha especializado en la andalusí, la que se dio durante los casi 800 años que los musulmanes estuvieron presentes en la península.
El ceramista de Sediles se documenta, visita museos, habla con arqueólogos. "Me han llegado a abrir vitrinas para tener en mis manos piezas maravillosas, he sentido las hendiduras de los dedos de quién las moldeó, los fallos de cocción, las imperfecciones…"
"Aquel periodo dejó una cerámica superior e increíble en tendencias, influencias y técnicas. La cerámica andalusí fue desdeñada después por ser la cerámica del vencido pero es tan nuestra como la romana o la visigótica". Para especializarse, el ceramista de Sediles se documenta, pero también visita museos con piezas originales, habla con arqueólogos y directores de museo, "me han llegado a abrir vitrinas para tener en mis manos piezas maravillosas, he sentido las hendiduras de los dedos de quién las moldeó, los fallos de cocción, las imperfecciones, los esmaltes toscos y rugosidades".
Sus obsesiones son el Jarrón de las Gacelas, que está en la Alhambra y es considerada una obra cumbre de la cerámica medieval española, y la Jarra de Cieza. "Con esta última fue amor a primera vista aunque todavía tengo pendiente visitarla y tocarla. Tengo que ir al Museo Siyasa, en Cieza (Murcia) , para estar con su director, Joaquín Salmerón, una eminencia en el mundo andalusí. No sé lo que tiene, no es ostentosa, es salvaje y estética. La hermosura está en su sencillez", asegura.
Experto en cerámica y estampillado andalusí
Y así es como el ceramista de Netflix se ha convertido en unos pocos años en un especialista en cerámica y estampillado andalusí. La jarra de Cieza la ha replicado dos veces, hay coleccionistas españoles y extranjeros que le piden piezas de esos siglos, clientes que necesitan objetos que evocan la antigüedad para estar bien… "Incluso hay un grupo en Zaragoza que se dedica a experimentar con la cocina histórica, reconstruyendo el recetario. Cocinan los platos y quieren comérselos en vajillas que se parezcan a las que usaban las generaciones de la antigüedad". Los clientes le envían fotos de piezas antiguas y quieren que su encargo tenga esa apariencia. "Siempre les digo que las originales pueden tener más de 500 años y muchas han estado bajo tierra, así que les puedo ofrecer algo aproximado", explica.
"Al levantar el barro, lo que sale provoca una emoción y es cuando recuerdas ese trozo de arcilla sin forma que extraje del bidón, que dejé secar un poco y empecé a amasar… te sientes como un dios"
Hoy fabrica con sus manos lavabos de muchas formas, celosías y otros elementos decorativos para interiores, pero también murales inmensos y vajillas, y esculturas "con las que busco una reflexión". En menos de ocho años, cuando prefirió la cola de cerámica que la de dibujo en la Escuela de Arte de Zaragoza, Néstor Pablo se ha convertido en un artista "porque el artesano, que trabaja con la repetición de piezas, se acerca al mar pero se queda en la orilla, en una zona segura, y el artista se adentra hasta donde no hace pie, a territorios inexplorados. Y ahí estoy yo, con mi barro y mi soledad".
En esa soledad, con la luz entrando por el techo de su taller, "me siento, aunque parezca exagerado, como un dios, como cualquiera de ellos, y no por la capacidad para sacar algo de la nada, sino porque al levantar el barro, lo que sale provoca una emoción y es entonces cuando recuerdas el proceso, ese trozo de arcilla sin forma que extraje del bidón de decantación, que dejé secar un poco y empecé a amasar… es un poder increíble". En esa soledad ya solo suena el movimiento del torno y una canción de Phil Collins: Another day in paradise.
"EXPERTOS EN PROXIMIDAD"
Ser transparente y cercano son algunos de los valores más importantes de las personas. Valores que comparten todos los expertos que forman parte de esta serie de historias y que, de igual manera, forman parte del ADN de empresas como Banco Sabadell, que entiende así su manera de relacionarse con las personas. La proximidad y la cercanía son las grandes cualidades que ponen en práctica cada día. Y lo que les hace únicos. Descubre a las personas que están detrás de esta manera de entender el mundo.