Las ovejas descarriadas de José Antonio Primo de Rivera
Hay un falangismo que observa desde la distancia y apela al sentimiento, a la figura histórica o a la curiosidad. Luego está el que se encara con la Policía para acceder al cementerio de San Isidro, donde yace el fundador de la Falange Española.
Madrid--Actualizado a
"Nos quieren juntos, como un rebaño, y yo no soy ninguna oveja". José María vive en Valladolid y se ha pegado un madrugón para "honrar la memoria de nuestro jefe, a ver si lo dejan descansar en paz de una vez". Junto a unos camaradas, nada más aparcar en las inmediaciones del madrileño cementerio de San Isidro, donde poco después serán enterrados los restos de José Antonio Primo de Rivera, la Policía lo ha conminado a juntarse con las decenas de falangistas que esperan la llegada del féretro frente al camposanto, a la sombra del parque que lleva el nombre del patrón de la capital.
Él, sin embargo, prefiere estar cara al sol, a una prudente distancia de los acólitos, en la explanada del yacimiento paleontológico de San Isidro, desde cuyas terrazas se intuye el Manzanares y se divisa la catedral de la Almudena y el Palacio Real. "La familia ha traicionado su memoria y lo único que ha heredado es su apellido", opina José María, quien ha hecho una parada previa en el Valle de los Caídos, que ha frecuentado desde los trece años, cuando se afilió a FE de las JONS, aunque este lunes no le han permitido la entrada a los recintos que han sido escenarios de la exhumación y el entierro de José Antonio.
Bajo sus pies, aquí se han encontrado fósiles de grandes vertebrados, pero ni él ni sus colegas creen que el fundador de la Falange Española sea un vestigio del pasado. "Estoy enamorado de José Antonio. Su doctrina era vanguardista y de amor a la patria", asegura un madrileño que observa solo y desde lejos la concentración falangista. "Me voy a ir porque esto me provoca mucha tristeza. No hay derecho a mover a los muertos de su tumba. Es indignante y él no se merecía esto, porque fue una víctima de la guerra civil y el Gobierno lo está utilizando".
Señala a los exaltados, todavía en calma, y sentencia: "José Antonio no es solo la gente que ves ahí, es patrimonio de España". Dice que el ardor falangista no le viene de familia, como sí reconocen otros, sino de una admiración temprana por una figura histórica que "estaba bien donde estaba, y allí tendrían que haberlo dejado". En Cuelgamuros fue sepultado en 1959, hasta que su familia decidió inhumarlo en el cementerio de San Isidro, donde yacen sus hermanos Miguel y Pilar, en vez de trasladar sus restos desde el lugar preeminente que ocupaba en la basílica hasta una de las criptas adyacentes en la que reposan las víctimas de la guerra civil, como dicta la Ley de Memoria Democrática.
Primo de Rivera y los "apolíticos"
"Ha pasado el tiempo y entiendo que la existencia de la Falange pueda ser anacrónica, pero lo respeto", añade el enamorado de José Antonio, quien atisba con discreción a los que aguardan pacientemente la llegada de sus restos. "No me pongo allí porque me imagino que a lo mejor hay algún zumbado. Estoy mal del corazón y quizás me encuentro con un porrazo sin pretenderlo", comenta Julián, nacido en el año del hambre, legionario con dieciocho porque su padre le dio "una hostia por llegar tarde a casa", aunque no dudaría en alistarse de nuevo como voluntario "si volviera a nacer", luego militar en la reserva, como testifica su carné. "He venido a ver el miedo que le tienen a un muerto de 120 años".
Hoy, precisamente, se cumple el aniversario de su nacimiento, lo que no ha sentado bien entre los partidos herederos de la Falange. Julián los observa desde la barrera: "Siempre hay algún gilipollas que, cuando todo va bien, mete la pata. La Policía solo cumple con su deber y bastante aguanta", insiste el septuagenario, quien recuerda que su padre luchó en la "guerra de liberación", con la División Azul y en Ifni. "Cuando se le acaben los muertos a Pedro Sánchez, tendrá que hablar conmigo, no vaya a ser que también saquen a mi padre de la tumba, y eso que dicen que ahora hay más libertad que antes. ¡Qué pena de nación! Y que conste que yo soy apolítico".
José Antonio, presente desde la distancia
Sentados en un banco, parapetados en un coche o apoyados en un árbol, el servicio exterior de la Falange apela desde la lontananza al corazón, a la doctrina ideológica, al linaje familiar o a la figura histórica para desmarcarse, con argumentos más o menos peregrinos, de esa vanguardia en combustión que, de un momento a otro, pasará a la acción. "Allí hay gente exaltada que te puede meter en un lío", explica un hombre de 47 años que también se declara "apolítico", aunque matiza que "no me gustan las huelgas ni las manifestaciones". Se presupone que tampoco las concentraciones falangistas, donde hay personas "que no conocen bien a José Antonio y lo asocian con Franco", por no hablar de esos jóvenes a los que preguntan en televisión quién es y "responden que un torero".
"Mira, aquellos sí que son simpatizantes", interrumpe. Brazalete con los colores de España, bandera con el yugo y las flechas sobre fondo rojo, negro y rojo. Cruza la calle hacia lo que pronto será una multitud estabulada en una acera frente al cementerio, casi todos hombres de diversas edades, como los que amenizan el retraso al otro lado de la calzada leyendo un libro o contemplando la geometría anárquica de un Madrid de ladrillo visto en el que siguen proliferando las plumas de las grúas que levantan nuevos edificios más allá del Manzanares. "No se debería profanar la tumba de José Antonio", comenta un joven de pocas palabras que ha venido por su cuenta. "Fue una víctima más, porque lo fusilaron por sus ideales, no como Franco, que murió en la cama".
"Primo de Rivera le valía a Franco más muerto que vivo"
Si el padre del "apolítico antihuelguista" es sueco y se ha acercado hasta aquí "por curiosidad" —hoy no tiene nada que hacer y simplemente se ha sentido atraído por el entierro de un "personaje histórico", justifica—, el de Adrián tiene pasaporte suizo y, aunque viene "por libre", reconoce que cuando su abuela materna le regaló a los veinte años las Obras completas de José Antonio abrazó un "ideario que sigue vivo pese a que no haya trascendido a la sociedad". Tiene un aire a Jesucristo, si supiésemos cómo era Jesucristo, del mismo modo que ahora no se sabe bien quién es falangista si no se encuentra con uno ante el cementerio donde va a ser enterrado su "jefe".
José Antonio, como el padre del cristianismo, también murió a los 33 años, "y yo me he acercado hasta aquí para darle el último homenaje". Otro espontáneo no entiende su presencia como "un halago" al fundador de la Falange, sino que quiere ser testigo de un "hecho histórico". Otros presentes, que no parecen ovejas descarriadas del falangismo ni mucho menos corderos de Dios, se saludan mencionando el nombre de pila del camarada, seguido de un "¡arriba!" bien alto. Un madrileño que viste camisa azul bajo su chaqueta lanza críticas a diestra y siniestra: "El régimen lo usó durante cuarenta años y ahora lo utilizan los herederos de quienes provocaron su asesinato".
Para él, José Antonio, "un adelantado a su tiempo", es "un sentimiento" desde que era crío, pero Franco se aprovechó de la figura del "ausente" y del "mártir" porque "valía más muerto que vivo". Sin embargo, asegura que no comulga con ninguna de las Falanges, que entiende su asistencia como "un acto íntimo" y que ahora "solo quiere verlo pasar", sin necesidad de hacer ruido. "Mucha de esa gente no tiene el sentimiento falangista joseantoniano auténtico", afirma desde la distancia, minutos antes de que aparezca el coche fúnebre y los más cerriles crucen el paseo de la Ermita del Santo para encararse con la Policía, que entre forcejeos detiene a tres de ellos y evita que se acerquen a las puertas del cementerio al grito de "¡José Antonio Primo de Rivera!".
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