Este artículo se publicó hace 6 años.
Represión contra la mujerAntes muertas que esclavas: las mujeres, a la vanguardia de la lucha campesina en Galicia
El caciquismo se cebó con las sublevadas contra la subida arbitraria de impuestos y alimentos. Muchas lo pagaron con su vida
Madrid--Actualizado a
- ¿Será usted alguna de las mujeres de las que mataron en Osera, Nebra o Sofán?
- No, señor, no —me respondió—. ¡Yo he muerto de tristeza!
Después advertí que en los huesos de la cadera no tenía un agujero de bala.
Una tristeza tan honda como los restos del hombre putrefacto al que llora, en el reverso de la lápida, la enamorada de Castelao, quien homenajeó a las campesinas acribilladas por el caciquismo no sólo en Un ollo de vidro (Galaxia), sino también en el álbum Nós y en las portadas del diario Galicia. Antes del Roto, estaba él. Y antes, Daumier, y antes, Goya. Simplicísimo: el trazo negro de un ciprés basta para ilustrar el drama.
Un dibujo austero cuya leyenda anticipa la segadora de la guerra civil, la podadora —por si algo quedaba— del franquismo: Un padrenuestro pola alma dos que morreron en Osera, Nebra, Sofán e Sobredo e polos que morrerán aínda. Un verbo suave: morir. Por las que depurarán, por las que liquidarán, por las que matarán, por las que ejecutarán, por las que asesinarán… Todavía.
Principios del siglo pasado. Restauración borbónica, un régimen en decadencia. “Yo digo que los caciques no son representantes del Gobierno; el Gobierno es el representante de los caciques”, reza el pie de otra viñeta del autor de Sempre en Galiza que estampa el sistema que explotaba a las labradoras: Gobierno central, capataz autonómico, látigo local.
En femenino, pues a sus padres, hermanos, maridos o hijos se los había llevado la emigración. Ellas, apenas sin escuela, se quedaron al frente de la casa, que simboliza —más allá de las cuatro paredes— las tierras, las bestias, los hijos, el sudor de la frente. “Una unidad económica gestionada por las mujeres”, concreta el historiador Xosé Ramón Ermida, una de las firmas de Rebeldía galega contra a inxustiza (Sermos Galiza).
La Restauración no sólo alude a la monarquía de Alfonso XIII, sino también a un régimen feudal, propio de un tiempo pasado. Un poder arbitrario que subía los impuestos a su antojo y ahogaba aún más a las familias, necesitadas de alimento. El horizonte de los varones era América. El de las hembras, el estómago de sus hijos. “Se quedaron solas a cargo de la familia y de la explotación familiar”, escribe Lucía Veciño en el citado libro, que se presenta hoy en la Escola Oficial de Idiomas de Ferrol.
La especialista en historia de género contemporánea esboza el papel de las mujeres en las revueltas agrarias de la primera mitad del siglo XX, ejemplo de resistencia donde ellas fueron las protagonistas. La autora reniega que fuesen simplemente escudos humanos. Claro que iban delante para evitar que la Guardia Civil descerrajase sus máuseres sobre los rebeldes —como ocurriría décadas después en As Encrobas—, si bien hay otro motivo de peso que no debe ser ignorado: eran la vanguardia de la lucha.
“Teniendo en cuenta que siempre fueron las encargadas de cubrir las necesidades familiares, no es de extrañar, por lo tanto, que fuesen ellas quienes liderasen este tipo de conflictos. De esta manera, nos encontramos con dos ejemplos muy dispares en el tiempo, pero con un mismo objetivo: Barallobre y O Saviñao”, relata Veciño en la primera entrega De Nós. Monografías con perspectiva galega, la nueva colección con afán divulgativo de la editorial Sermos Galiza.
También rechaza que las revueltas agrarias protagonizadas por mujeres entre 1909 y 1922, que se saldaron con diecisiete muertos y casi un centenar de heridos por disparos, fuesen meros motines de subsistencia. La historiografía relata la escasez de productos básicos —Galicia, granero de la Gran Guerra— y la subida de precios debido a la especulación de las élites. Sin embargo, “los conflictos no se producían tanto cuando la gente estaba hambrienta, como cuando pensaban que otros las estaban privando injustamente de alimentos a los que tenían derecho”.
Rebeldía galega contra a inxustiza le quita la venda a las víctimas de las masacres de Oseira, Nebra, Trasancos, Sofán, Sobredo y Salcedo, aunque esta última fue un anticipo. En 1894, la parroquia pontevedresa —que sería pasto de la represión del 36— se alzó contra los agentes recaudadores tras el intento de embargarle a una familia una vaca y un pote para saldar una deuda de sesenta pesetas por el impago de dos cédulas.
“Los cobradores cometían toda clase de tropelías y desmanes”, escribe el historiador Xosé Álvarez, por lo que los paisanos decidieron darles un escarmiento. Durante el tumulto contra el arriendo, la Guardia Civil mató a tres vecinos. Manuela Couso recibió un balazo cuando sostenía a un niño en el regazo. El disparo fue realizado por la espalda. Estaba embarazada de siete meses. Su hermana María recibió un tiro en la cara. Su hermana Benita, un culatazo en la cabeza. Su padre la perdió cuando vio correr la sangre de sus hijas.
También trasciende el marco temporal el conflicto de O Saviñao, municipio que en 1947 alumbraría al dirigente socialista Ceferino Díaz, quien mantuvo viva hasta su muerte la llama del galleguismo en el candil del PSdeG. El diputado de Escairón tenía sólo un año cuando las mujeres del pueblo lucense convocaron una concentración para protestar por el expolio del grano que habían cultivado con sus manos. La cosecha había sido mala en la provincia, excepto en las tierras altas, lo que atrajo a la Jefatura de Abastecimientos.
Sin embargo, el centeno estaba siendo destinado al estraperlo, por lo que las mujeres de la localidad se plantaron frente al consistorio y evitaron la partida de un camión. Al día siguiente, el molinero regresó acompañado de catorce guardias civiles, quienes cargaron contra ellas. No hubo víctimas mortales, pero se quedaron sin grano. El ejemplo ilustra el atraso del país, apunta Veciño: “Pese a que tuvo lugar a mediados del siglo XX, podría encuadrarse en el contexto político y social del Antiguo Régimen o de la Galicia decimonónica”.
La historiadora señala que la desigualdad de género ya se retorcía en la cuna: las niñas cuidaban de los más pequeños y colaboraban en las tareas del hogar, por lo que iban a la escuela con poca frecuencia y abandonaban antes las aulas. Esa menor formación provocaba que sólo ellos hiciesen las Américas, mientras que ellas se quedaban a cargo de la explotación familiar y la prole. “Su proyecto de vida eran casarse con un hombre que la hiciese madre de muchos niños y ama de casa, a no ser que viviesen en la casa de la suegra, donde por regla general pasarían muchos años como criadas”, escribe Vecino.
Todo ello explica que fuesen las mujeres quienes estuviesen en primera línea, encabezando las protestas y no al rebufo de los hombres, aunque el movimiento agrarista se nutriría de cuadros e intelectuales varones. O sea, de quienes salen en la foto. Sin embargo, la lista de víctimas mortales refleja que ellas eran predominantes en la lucha.
En Nebra, parroquia de Porto do Son, las movilizaciones contra el impuesto de consumos se llevaron por delante en 1916 —mejor dicho, las balas de los uniformados se llevaron por delante— a Francisca Carou, a Generosa Vidal, a Ramona Suárez y a Rosa Cadorniga. A la primera, antes de expirar, le amputaron las dos piernas. A la segunda, sólo una. Portaban hoces, guadañas y palos, pero no se registraron víctimas entre los victimarios. Lo cuenta Eliseo Fernández.
En Trasancos, las tripas comenzaron a rugir contra los acaparadores de harina. “El hartazgo contra la opresión y el abuso —contra la injusticia— cuajó de forma masiva y tumultuosa contra los que sin escrúpulos negociaban con el hambre de los pobres, provocando no sólo escasez en el mercado interno, sino también aumentos de precios que las subidas salariales en la industria no cubrían, desatándose una espiral inflacionista mortal para la clase trabajadora”, expone el filólogo y exdiputado del BNG Francisco Rodríguez.
Marzo de 1918. Las protagonistas, en este caso, son obreras de la fábrica textil de Xuvia, en el Concello de Neda. Cuando protestan contra los comerciantes que se enriquecen con la harina y el pan, son acalladas por hombres armados a sueldo de los especuladores. Xosefa Noval y Rosa Tenreiro resultan gravemente heridas, si bien la sangre vertida espolea a las mujeres de la comarca, quienes cortan las carreteras de acceso a Ferrol. “Aunque caigamos muertas, el tren no sale de aquí”, responden a la Guardia Civil cuando asaltan un tren en Maniños.
Una turbamulta vocifera ante la Alcaldía: “¡Tenemos hambre! ¡Abajo los acaparadores!”. Intentan tomar comercios y almacenes. Silban las balas. Hinca la rodilla el adolescente Valentín Dapena. El suelo le queda más cerca a Juan Torres, quien nunca cumplirá trece años. La policía y el Ejército controla las calles, por las que discurre una manifestación de cuatro mil mujeres. O un cortejo fúnebre, pues su destino es el cementerio. Otra marcha, nutrida de obreros —como el pequeño gran hombre Valentín, diecisiete, obrero en el arsenal— discurre en paralelo.
Las modistas se solidarizan con la causa, que es una causa muerta, una sublevación cegada por la pólvora, una revolución acribillada desde arriba. Las campesinas bloquean la entrada de alimentos —como otras evitarían, en otras geografías, que se los llevasen: el pan suyo de cada día sí, cada día tampoco— y exigen que bajen los precios. Séptimo día en pie de guerra y el grito “¡Mueran los acaparadores!” en la feria de Sedes, municipio de Narón. Los máuseres vuelven a calentarse: quizás hubo cinco muertos, tal vez siete, porque los partes oficiales eluden el recuento. “El cráneo completamente destrozado”, describe La Voz de Galicia.
Dos mujeres ingresan gravemente heridas en el hospital —las Marías, Fernández y González, quien moriría poco después—, mientras que trescientas compañeras se tumban sobre las vías para detener el tren mixto que había salido de la capital y apoderarse del polvo que luego es pan. También es una mujer quien lidera el Motín da Fariña en Barallobre, parroquia de Fene. Pasarían muchos años hasta que el término cobrase otro significado. Entonces, mandaba la heroína: Aurelia Pedreira, abanderada de la también llamada Guerra das Mulleres, “ejemplo de decisión, autogestión y organización”, según Veciño.
Declarado el estado de sitio, la protesta se va apagando, sin que se depuren responsabilidades por los asesinatos de ciudadanos desarmados. Francisco Rodríguez denuncia el silencio de la prensa y, peor aún, su alineamiento con el sistema. Los periódicos, por ejemplo, atribuyen las revueltas a la “influencia insana”, pues “nuestros campesinos, de suyo prudentes”, no harían tal cosa “como no se les induzca [...], exacerbando su enojo ante circunstancias críticas no imputables a nadie”. O sea, que los labriegos gallegos eran unos pánfilos y los propios alimentos especulaban con su precio.
“El proceso de consolidación del Antiguo Régimen no fue un proceso pacífico, sino que mereció una contestación importante de la sociedad, reflejada en la represión, algo que rompe con la falsa idea de la Galicia sumisa”, declara a Público Xosé Ramón Ermida. “Y las protagonistas de los levantamientos populares en el rural fueron las mujeres, no sólo como participantes en los conflictos, sino como dirigentes destacadas”.
Sin embargo, al autor del ensayo Mortos por amor á Terra (Sermos Galiza) no deja de sorprenderle que sus razones y sus mártires cayesen en el olvido: “Precisamente, que no quedase fijado en la memoria popular ni mereciese mayor atención por parte de la historiografía demuestra el efecto que tuvo la represión franquista”. Luego, ya en democracia, se sacudió el manto de silencio que cubría a las caídas en la guerra civil y en el maquis, si bien ellas permanecieron amordazadas en un sustrato inferior. Ahora, varios historiadores las devuelven a la superficie, donde aflora su lucha volcánica.
Para ello, Rodríguez debió bucear en busca del origen de aquella “amnesia” hasta llegar al fondo de la desmemoria: el castigo “fue mudando en autocensura social, derivada de un miedo enquistado con motivo de la continuidad de los poderes que provocaron la represión y lograron mantenerla a lo largo del tiempo”. En el caso de Ferrol, añade, la presencia militar era “asfixiante” y el movimiento obrero y campesino estaba “en expansión”, por lo que prevaleció la historia oficial escrita desde Madrid, cuya prensa ya había llegado tarde y mal, calificando las masacres de desórdenes públicos y los asesinatos, de actos en defensa propia.
La falla macabra recorre Galicia y va de Ferrolterra a Tui. La huelga contra los foros de 1922 desemboca en la masacre de Sobredo, narrada por Xosé Manuel Suárez. Los tiros durante una manifestación acaban con la vida de Cándida Rodríguez, embarazada. El monumento en memoria de los mártires, erigido un año después, sería dinamitado tras el golpe de Estado de 1936. Correrían la misma suerte otras construcciones levantadas en memoria de los asesinados a lo largo y ancho del país. “Lo primero que hicieron los fascistas fue derribarlas, como también sucedió en Sobredo y Sedes”, recuerda Ermida.
Permanecen en pie, sin embargo, los versos de Manuel María: “Se levantó el pueblo encendido / en favor esperanzado. / ¡Pronto fue perseguido / reprimido y masacrado!”. El poeta chairego rendía homenaje a Josefa Bolón, María Caamaño, Carmen Veira y María Serrano, víctimas de las balas y las bayonetas. Pudieron contarlo Carmen Queijeiro y Manuela Rodríguez, encarceladas en 1919 junto a siete hombres por oponerse a la construcción de un nuevo cementerio en Sofán, fértil parroquia de Carballo.
A Nosa Terra las calificó como ciudadanas “libres” que le plantaron cara al caciquismo, “rebeldes por consciencia” ante la injusticia. El historiador carballés Xan Fraga contextualiza la protesta: la gripe española deja un reguero de muerte en 1918, contabilizándose 83 vecinos fallecidos en sólo un mes, muchos de ellos niños. Tanto la Junta Local de Sanidad como la Provincial deciden construir un nuevo camposanto en un lugar alejado e insalubre, pero las familias se niegan a separar a sus difuntos y siguen enterrándolos de noche junto a la iglesia.
Cuatro niños llevan a hombros un pequeño ataúd. La Guardia Civil quiere evitar el sepelio, mas las mujeres se interponen. La versión oficial de la época señala que les comienzan a tirar piedras a los uniformados, cuya respuesta es la bayoneta calada y el disparo indiscriminado, que revientan el vientre de María Caamaño, embarazada y madre de siete hijos. Las crónicas trascienden la región y son publicadas en diarios madrileños como el ABC. Los agraristas y galleguistas de A Coruña se concentran en Sofán. El Ayuntamiento entorpece las muestras de repulsa.
El cura, en cambio, defiende su causa —aparentemente religiosa—, matizada por Veciño. La iglesia no era sólo un lugar de culto, sino también de reunión. “No puede negarse la importancia que poseen como espacios de sociabilidad femenina, a falta de otros alternativos. Para muchas mujeres, el hábito de acudir a misa constituía la única salida del ámbito doméstico, por lo que el interés no era tan devocional o benéfico-asistencial como lúdico”. O sea, no eran unas beatas que se peleaban por unos nichos, sino contra una injusticia que encarnaba otras muchas, aunque el ámbito de su lucha en este caso fuese parroquial.
Fraga insiste en que la Primera Guerra Mundial había desencadenado la especulación por parte de quienes detentaban el poder. “En las clases populares, provocó una disminución extraordinaria en su ya bajo nivel de vida, por la escasez de productos básicos y por la subida vertiginosa de sus precios. Afectó sobre todo en el campo, con el aumento de las rentas, pero también en las ciudades. En un contexto internacional de guerra, de la influencia de la revolución soviética, del auge de los movimientos sociales, obreros y agraristas, de gobiernos corruptos tanto liberales como conservadores, de un sistema electoral fraudulento, los conflictos estallaban por muy pequeña que fuera la chispa”.
En este caso, el traslado del cementerio a un terreno apartado, lleno de tojos, a monte. Antes como ahora, había una razón oculta: la finca pertenecía a una familia de caciques de Carballo, por lo que no hubo obstáculo alguno para que las autoridades provinciales y locales determinasen que el lugar era apto para sepelios. “Las protestas populares que a veces parece que se dan por razones atávicas, incluso nimias, responden a la concepción moral de la multitud que ante algún hecho puntual saca toda su rabia acumulada ante tanta opresión, ante tanta violencia institucionalizada”, concluye Fraga.
La imposición de un cura no deseado también generó protestas en Vicente de Toldaos, parroquia de Láncara. En 1912 mataron a una y encarcelaron a otras. “La Guardia Civil, ni torpe ni perezosa, disparó sus mortíferas armas contra los amotinados, cubriéndose el campo de numerosos heridos y de una mujer muerta”, informaba la revista Suevia desde La Habana. Dos años antes, un motín de consumos en Noia se había saldado con dos asesinados y ocho heridos por los “máuseres fatídicos”. El escenario: una manifestación pacífica en la que participaron tres mil personas.
El adjetivo sale de la garganta del abogado agrarista Juan Amoedo durante una conferencia en el Ateneo de Vigo sobre los sucesos de Sobredo. Además de Castelao, también le dedican unas palabras a las mártires Ramón Cabanillas, Casares Quiroga, Basilio Álvarez y la prensa gallega en la emigración. La Federación de Sociedades Obreras convoca en Santiago una Magna Asamblea Regional: “Los fusilamientos claman justicia desde sus sepulcros; los huérfanos, en el mayor desamparo, claman venganza. No podemos desoír sus llantos y sollozos sin traicionar nuestros sentimientos. Exijamos que el Gobierno haga pronta y severa justicia; queremos que queden en libertad esos malhadados campesinos procesados por el enorme delito de oponerse a las malversaciones del caciquismo”.
Recupera la diatriba en solidaridad con las víctimas de Nebra el historiador coruñés Antón Capelán, cuyo artículo panorámico en Rebeldía galega contra a inxustiza recoge el sentir de la intelectualidad de la época: “El pueblo gallego no puede consentir, sin baldón, que se dejen en la impunidad esos crímenes que cometen los tiranos del pueblo; no puede consentirlo porque si la justicia de arriba no viene, surgirá la de abajo, para que tiemblen esos seres venales que comercian, como negreros despiadados, con el sufrido, con el resignado pueblo gallego”.
Ermida subraya la “altísima presencia” de mujeres en los mítines agraristas y, sobre todo, en los conflictos. En el de Oseira, motivado por la decisión del obispo de Ourense de retirar el baldaquino del monasterio, fueron tiroteadas Manuela González, embarazada de varios meses, y María Paz Fernández, de apenas catorce años. Tiempo después, fallecería una tercera por heridas de bala. Iban al frente de una manifestación que pretendía evitar que desmontasen el conjunto del altar mayor. “En el libro se significan las protestas sociales con final trágico, que no son más que el síntoma del estado de movilización que se daba en Galicia, liderado en el rural por las mujeres”, sentencia el historiador.
“Ha llegado la hora de nuestro despertar”, se escuchó aquel 19 de noviembre de 1916 en el Teatro Principal de Santiago. “El máuser no hará callar nuestros labios, porque la razón está de nuestra parte, y es el arma más formidable que podemos esgrimir”. Desarmadas iban Manuela Couso, Francisca Carou, Generosa Vidal, Ramona Suárez, Rosa Cadorniga, María González, Cándida Rodríguez, Josefa Bolón, María Caamaño, Carmen Veira, María Serrano, Manuela González y la niña María Paz Fernández, a quien ni le dejaron ser mujer.
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