Opinión
Tigretones para desayunar
Por Rita Maestre
Portavoz de Más Madrid en el Ayuntamiento de Madrid
Que las pautas alimentarias cambian con el paso de los años es evidente. Que nuestros gustos se moldean en una combinación compleja de tradiciones, inercias, modas y conocimientos científicos, también. Comemos lo que nos han dado de comer en la casa familiar, lo que encontramos en el súper, lo que vemos en la tele, lo que pedimos en un restaurante, lo que leemos a un nutricionista.
Sería muy osado negar que existe una relación entre la publicidad y las modas, y el consumo. Quienes la niegan no lo hacen porque quieren que elijamos más libremente sino que pretenden que quien ha tenido históricamente el poder para intervenir en la formación de esas modas siga manteniendo intacta esa autoridad.
Hoy la sociedad debate sobre los beneficios o perjuicios de la comida que consumimos mayores y pequeños. Hay quien en ese debate se coloca en un lugar claro: que los que nos venden comida perniciosa para nuestra salud sigan haciendo negocio. Los que hoy se quejan de la prohibición de la publicidad de alimentos y bebidas insanas dirigida a niños y adolescentes también se quejaban en su día de la ley antitabaco, del mayor control de la velocidad y de cualquier protección al consumidor. Son portavoces de las grandes empresas, no defensores de la ciudadanía. Y falsos, porque ni dan tigretones para desayunar a sus hijas e hijos ni cenan un filete de carne roja cada noche.
Claro que hay formas mejores y peores de alimentarse y pautas de consumo que mejorar. Pero hagámoslo con cabeza y ya de adultos: yo también me compro una bolsa de patatas fritas a veces, sé que no es bueno, pero lo hago. Si no supiera lo malas que son para mi salud lo haría más.
Por eso desde lo público es nuestro deber, no sólo exigir más información sobre lo que comemos y mayor responsabilidad a la industria alimentaria para cumplir la normativa y cuidar del planeta y de las personas, sino también legislar y poner en marcha políticas públicas que protejan la salud y los derechos de la ciudadanía. Especialmente a la población más vulnerable, como son las niñas y los niños.
Estos días se celebra en Glasgow la cumbre del clima COP26, con una palabra como lema: “Ambición”. En un escenario de emergencia climática, el conjunto de la personas que formamos parte de la comunidad internacional debemos contribuir, desde nuestro consumo cotidiano y desde nuestros espacios de responsabilidad, al necesario cambio de modelo. Y no será un camino fácil. La industria alimentaria será hostil y se encuentra lejos de ver este cambio de modelo como una oportunidad para innovar, para transformarse en un sector más competitivo y, desde un punto de vista puramente economicista, para ganar cuota de mercado entre las consumidoras y consumidores que queremos ser más responsables en nuestro consumo, cuidar nuestra salud y respetar al planeta.
Para ello debemos empezar por cambiar lo más inmediato, lo más cercano y pequeño, desde nuestra responsabilidad como representantes públicos. Más de 200 ciudades del mundo, entre ellas Madrid, firmamos en 2015 el Pacto de Políticas Alimentarias Urbanas de Milán, con el que nos comprometimos a trabajar para construir sistemas alimentarios sostenibles que garanticen alimentos saludables y accesibles a toda su población, proteger la biodiversidad y reducir el desperdicio alimentario.
Durante el mandato de Manuela Carmena al frente del Ayuntamiento de Madrid elaboramos una Estrategia Alimentaria Saludable y Sostenible para dar los primeros pasos en ese camino hacia el cambio. Transformamos también el modelo de alimentación de las escuelas infantiles de la ciudad de Madrid introduciendo educación alimentaria y productos de comercio justo y ecológicos en los comedores. Hace tan sólo una semana, a iniciativa de Más Madrid, conseguimos la aprobación en el Pleno municipal de un Plan contra la Obesidad Infantil y la puesta en marcha de un programa de monitorización que realice un seguimiento de las condiciones de vida de los colectivos más vulnerables. De esta forma podremos planificar, implementar, evaluar y, en su caso, corregir las políticas públicas a fin de garantizar el acceso a una alimentación suficiente y saludable a toda la población.
Sin embargo, queda aún mucho por hacer e ignorar la necesidad de un cambio radical en nuestro sistema alimentario y en nuestras pautas de nutrición y consumo para mejorar nuestra salud, proteger a la población más vulnerable y cuidar del planeta, sería eludir nuestra responsabilidad como ciudadanas y ciudadanos, y en mi caso, como responsable política. Igual que ahora a una gran mayoría de personas les resulta incomprensible utilizar el vehículo privado para acceder al centro de nuestra ciudad, en unos años quizás les resulte igual de incomprensible un anuncio de Tigretón en horario infantil.
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