Opinión
Olona, a Anguita, ni tocarlo
Por Irene Zugasti
Periodista y politóloga y técnica de igualdad
-Actualizado a
La noche de Macarena Olona y Évole se llevó exactamente lo que todo show televisivo aspira a llevarse: buenas audiencias. En concreto, un 12% del share, que no está nada mal para los tiempos que corren. Creo no equivocarme si digo que entre esa audiencia habría muchas que, como yo, no queríamos picar en la tentación de poner la tele, porque nos debatíamos entre la grima y la curiosidad, el morbo y la aversión. Pero, ¡ay! claro que picamos.
Pero a medida que avanzaba la entrevista, el personaje, de tan grotesco, de tan risible, terminaba por desinflarse y ese morbo inicial se transformaba en vergüenza propia y ajena, así que acabé en otra pantalla, paseando por Twitter en busca de memes. Es lo que pasa con los shows, con los teatrillos, con las imposturas, ya sea la Isla de las Tentaciones o Macarena Olona desbarrando en prime time: que sirven para un ratito, pero te dejan vacía, se olvidan deprisa, y acaban por darte igual.
Por eso, pasados los días, ya me da igual quién vive detrás de Españabola, o si a Macarena le ponía -casi seguro- esa escena del bordillo de American History X. Me importan poco sus discursos joseantonianos, que buscan el codazo cómplice de algún gañán, como poco me importa si su relato es aritmética o torpeza electoral, si quiere ser Marine Le Pen, Dulceida o Pilar Primo de Rivera; sí se tatuó un tribal o si repitíó BUP, o las cogorzas de su padre entre favor y favor para los Pujol. Y poco me interesa -a estas alturas- quién está delante y detrás de Santi, de Ortega o de Buxadé, por cierto, hombres todos y cada uno de ellos, pues ni una sola compañera de filas salió de su boca. Hay sitios donde no cumplir las cuotas es un orgullo, amigas.
Solo hay una, una única cosa, que no me dio igual: que mentara a Julio Anguita al principio de la entrevista, antes de convertirla en un delirio de ocurrencias y silencios fingidos. Supongo que lo hizo por provocar, aunque de tan forzado, diera hasta lástima. O quizá lo hizo, como hacen otros muchos, para disciplinar diferenciando entre esa izquierda merecedora de respeto, que suele estar ya enterrada, y esa otra, la que está viva y no merece ninguno, y a la que en el fondo, preferirían ver también muerta. Porque ya no hay comunistas como los de antes, ni feministas como las de antes, dicen, y cualquier tiempo pasado les parece mejor.
Pero Macarena, a ti Anguita se te queda grande. Muy grande. Dudo que nadie en unos años recuerde tus paseos de esperpento en traje de faralaes por su Andalucía, cuando creíste a los que dijeron que podrías ser señorita de fino y cortijo. Dudo que nadie se acuerde de tus soflamas llenas de odio y resentimiento desde el escaño, ese resentimiento que con Évole te costaba contener entre los dientes con la voz engolada. Dudo que ninguna de tus frases quede en la memoria colectiva, como sí retumban las de Julio cuando nos enseñó a maldecir las guerras, cuando nos enseñó a desconfiar de cierto socialismo hueco y de su historia cansina, o cuando nos enseñó a amar la República, que era algo muy serio, decía, porque es tocar al poder y quitarle el poder al poder. No te confundas, Macarena. Anguita no era tu referente; era tu antítesis, y a ti y a los tuyos siempre, siempre, os miró de frente. Dudo que hubieras podido sostenerle la mirada.
Pero tranquila, Olona: siempre te quedará la nómina millonaria esa que enseñas en redes, todos los planes oscuros que siempre salen bien, los favores que muchos todavía te deben, o el aplauso de esos que aún ven en ti el sueño húmedo de un fascismo posible, de esa España que, como Anguita decía, se pone delante de un toro, pero ve un libro y sale corriendo. Sean bots, personas, o simplemente, fascistas.
También fue Anguita quien dijo eso de que pedir más democracia al capitalismo es como pedirle a un tigre que se hiciera vegetariano, y pedir a una fascista que se haga demócrata debe ser igual de ridículo, además de una tremenda pérdida de tiempo. Quizá solo sirva hoy para legitimar a sus primos hermanos, azules o verdes, claro que de eso, la Sexta sabe un rato.
El mismo día que algunas como yo dábamos audiencia al show de Macarena, en Recas, un pueblo de Toledo, Agustina, con casi 93 años, con su pelo blanco, su rebeca de lana negra, su bastón y su dignidad, enterraba por fin a su padre, que los franquistas se llevaron a fusilar cuando ella tenía tres años. Le han exhumado tras muchos meses de trabajo a pie de fosa, en un olivar, a la vera de un camino. Hay una foto inquietante pero hermosa de Agustina, sentada en una silla plegable frente al páramo manchego, mirando al horizonte, con las flores sobre la tierra, esperando a su padre. Su padre, al que se llevaron de paseíllo los Ortegas de entonces, los Olonas, los Buxadé, los Espinosas, los Ayusos, y las Monasterios también. Su padre, que murió en una guerra “muy antigua”, como dijo Olona, y que sin embargo, -no te olvides, Macarena- a muchas nos pilla aún muy cerquita de la memoria y del corazón.
Una vez preguntaron a Anguita si la vida le había maltratado. Él contestó que “la vida nunca maltrata, los que maltratan son otros seres humanos que, generalmente, y en sentido figurado, trabajan para la muerte”. Pero ante la muerte y sus burócratas, incluso aunque tengan escaños, consejos de administración y minutos en prime time, están todas esas personas que trabajan para la vida. Como todas las manos que han apoyado a Agustina. Como todas las voces que maldicen la guerra y a los canallas que las hacen. Como todas las veces que nos acordamos de Anguita.
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