Opinión
Daniel Ortega, Shakespeare y el elefante
Por Paul Laverty
Abogado y cineasta escocés
-Actualizado a
Traducción de Marina Cabrera del Rey
“El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y salidas de escena y diversos papeles en su vida”, William Shakespeare.
En el tercer aniversario de la muerte de los estudiantes que se manifestaron en Nicaragua en abril de 2018, y los disturbios que se sucedieron después. Para ese adolescente que me preguntó: ¿Quién es Daniel Ortega?
Daniel Ortega ha tenido más papeles que los que Shakespeare se podría imaginar.
Un somero repaso a su historial revela lo siguiente: fue arrestado por primera vez a la edad de 15 años por oponerse a Somoza, dictador apoyado por EE.UU; ya veinteañero robó el Bank of América para fundar la insurrección sandinista; fue encarcelado como activista político y sentenciado a siete años. He leído que también fue torturado. Algunos estuvieron de pie durante horas y fueron amenazados con ser ejecutados. ¿Qué coraje se necesita para resistir la tortura? ¿Cómo afecta la tortura al alma de una persona y qué representa eso en su vida? Necesitaríamos a Shakespeare para solucionar esta trama.
Ortega fue liberado en un intercambio de prisioneros. Se entrenó en Cuba y a su vuelta a Nicaragua fue una figura clave de uno de los tres grupos de insurrectos que organizaron la Revolución. Era un organizador brillante que llevó la Revolución sandinista al éxito en julio de 1979, lo que dio esperanza a los marginados en América Latina.
Yo (como otros tantos miles de jóvenes voluntarios de todo el mundo) fui abducido por Nicaragua gracias a su mensaje de esperanza, especialmente por sus campañas de alfabetización, su vacunación masiva contra la polio y su reforma agraria. Mientras tanto, Oxfam enfurecía a apologistas de la derecha como Reagan y Bush insistiendo en que la única amenaza que presentaba Nicaragua para el resto de América Latina era el “buen ejemplo”. Estuve allí en las primeras elecciones libres en octubre de 1984 cuando Ortega, como líder de los sandinistas, obtuvo una fácil victoria pese a la violencia estadounidense.
El 30 de abril de 1987 vi al presidente Ortega pronunciar un discurso brillante en el funeral del ingeniero de 27 años Ben Linder, el primer voluntario estadounidense asesinado por la Contra, que estaba respaldada por Estados Unidos. Ortega, con una seriedad solemne, declaró frente a los padres de Ben: “¿Por quién doblan las campanas? Preguntó Hemingway en medio del fuego que incineraba a los españoles y sobre las cenizas esparcidas por el fascismo. De aquellas cenizas se elevaron las canciones y la esperanza del pueblo de García Lorca”. Después pasó a mencionar los nombres de otros voluntarios internacionales asesinados, y añadió: “¿Por quién doblan las campanas aquí en Nicaragua? ¿Es por las 40.000 víctimas que la agresión de Estados Unidos se ha cobrado entre la población nicaragüense en estos seis años de guerra?” Recuerdo cómo agudizó mi dolor esa referencia literal, que se remontaba a otra tragedia.
En los siguientes años, Nicaragua fue descuartizada. La CIA entrenó a la Contra que aterrorizó a la población civil. Estados Unidos también organizó una oposición interna, coordinó embargos comerciales, minó los puertos nicaragüenses, destruyó las infraestructuras y convirtió la vida en un suplicio. Todo bajo una constante ola de propaganda y presión diplomática. A pesar de las decisiones tomadas por la Corte Internacional de Justicia a favor de Nicaragua y las interminables declaraciones de las Naciones Unidas, ONGs y organizaciones de derechos humanos, Estados Unidos ignoró la legislación internacional y el baño de sangre continuó en un pequeño país de solo 3,5 millones de habitantes, mientras el mundo era un mero observador. Tanto fue así que Ronald Reagan juró que conseguiría que Nicaragua tirase la toalla al sentir la rodilla de una superpotencia sobre su cuello.
Participé en un comité que preparó la visita a Escocia de Daniel Ortega, su mujer Rosario Murillo y el ministro de Exteriores, el cura católico Miguel D’Escoto. Viajaban por Europa promocionando el plan de paz de Óscar Arias, promovido por los cinco presidentes centroamericanos que intentaban desesperadamente acabar con la violencia en esa región. Daniel Ortega escuchó una misa en la iglesia jesuita de Glasgow (tras ser expulsado de la catedral por el arzobispo Winning, quien no compartía las ideas del jesuita Óscar Romero), comulgó, se dirigió a los sindicalistas, a los estudiantes, a los periodistas y, en general, encandiló a políticos y líderes civiles mientras promocionaba un plan apoyado por todos, salvo por Estados Unidos. El senador John McCain (quien después fue candidato presidencial) resumió así el tradicional gangsterismo yanqui: “Nosotros tenemos intereses en Centroamérica y no podemos marginar a cinco presidentes de América Central”.
Recuerdo el porte sencillo y la sonrisa amable de Daniel Ortega a lo largo de la abarrotada visita. Por usar una analogía futbolística, daba igual a quién se dirigiera, Ortega siempre parecía controlar el balón.
Después de diez años de contienda, en las siguientes elecciones de 1990, Estados Unidos anunció que pararía la guerra, levantaría el embargo y ofrecería pequeños ‘planes Marshall’ siempre y cuando los nicaragüenses votaran a su candidata favorita, Violeta Chamorro. Noam Chomsky afirmó entonces de manera memorable que era como decir: “Vota por nosotros y dejaremos de matar a tus hijos”.
Y así sucedió. En contra de los sondeos, los nicaragüenses, comprensiblemente, votaron acabar con la carnicería y en favor de la candidata estadounidense. Los sandinistas estaban fuera.
¿Cómo afecta al alma de un hombre haber visto que su país se despedaza y que sus ciudadanos son torturados y asesinados? ¿Qué se siente al ver que un experimento democrático personal es anulado por una injerencia extranjera mientras la comunidad internacional parece doblegada? Fue un fraude electoral de escala galáctica, un tema que todavía hoy permanece ausente en la narrativa de los analistas mundiales.
Más de una botella de champagne fue descorchada aquella noche en la Embajada estadounidense de Managua. Era la última jugada de una brutal y coreografiada partida de ajedrez que había durado 10 años; fue como clavar una estaca en el corazón a todas las esperanzas de la revolución de 1979.
Confieso que en ese momento me sentí paralizado de rabia recordando a los amigos nicaragüenses que habían perdido a sus seres queridos.
Ese día la música murió para Daniel Ortega y sus camaradas ¿Qué pasó en sus corazones? De nuevo necesitaríamos a Shakespeare para poder entenderlo.
No pretendo hacer un simple paralelismo al afirmar que me recuerda a la brutalidad de la guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648, cuando bandas de mercenarios asolaron las comunidades campesinas a lo largo de Europa continental, matándose entre ellos en nombre de la religión. Luego parece que se acostumbraron a matar. Siguieron la plaga y la miseria, continuó la violencia, y después de 30 años de caos, llegó otro terror: el miedo al diablo y a la brujería, que llevó a miles de almas inocentes a morir quemadas en la hoguera.
Una grotesca aberración alimentó a la siguiente.
Tras su derrota en 1990, Daniel Ortega siguió con sus entradas y salidas de escena: todavía tenía muchos más papeles que interpretar. Y, por supuesto, su actuación siempre estaba sujeta al elefante sentado en primera fila, la maligna presencia de Estados Unidos.
Ortega organizó a la oposición tras perder las elecciones y dijo que gobernaría desde abajo usando todo el poder de las bases sandinistas. Después forzó pactos con los partidos corruptos de extrema derecha. Se arrimó a grandes empresas, a la Iglesia católica, cimentó relaciones con el cardenal Obando y Bravo, que había sido su enemigo, y por supuesto jugó la carta populista con los pobres y marginados.
De nuevo en el poder, en 2006, criminalizó todo tipo de aborto. Fue más hábil que las voces disidentes dentro del sandinismo hasta que rostros conocidos como el novelista Sergio Ramírez, quien había sido su vicepresidente, y el carismático poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, su exministro de Cultura, también abandonaron el partido. El disidente Movimiento Renovador Sandinista (MRS) perdió su estatus legal y quedó marginado.
La firmeza con la que pasó por la cárcel, la capacidad organizativa con la que lideró la Revolución, la crueldad con la que aplastó a la oposición dentro y fuera de su partido, le garantizaron tres victorias en las elecciones presidenciales de 2006, 2011 y 2016.
Esculpido con todas las habilidades de un Maquiavelo moderno, todo estaba concebido a su imagen y semejanza, desde la Asamblea Nacional hasta el Consejo Supremo Electoral y el amilanado poder judicial. La Policía y las Fuerzas Armadas estaban bajo su control directo. Así que, ¿por qué no ir a por todas y colocar a su mujer Rosario Murillo como vicepresidenta del país? Shakespeare habría disfrutado de esta jugada.
También habría sido una pena dejar a los niños fuera del juego, así que varios de sus hijos fueron puestos al frente de influyentes cadenas de radio y televisión. He perdido la cuenta de cuántas cadenas controlan y cuánto se les ha pagado a través de contratos con el Gobierno. ¿Qué cantidad de impuestos han dejado de pagar los medios de Ortega al Estado? ¿Cuántas televisiones y radios opositoras han sido intimidadas para que cierren? En contrapartida está Zoilamerica, una hijastra no involucrada en la Revolución que acusó a Ortega de abuso sexual y violación cuando éste era opositor.
Desde entonces, poder, dinero, influencia, contratos e incluso un cardenal han sido absorbidos por él con la misma fuerza gravitatoria de un agujero negro. No es la primera vez en la historia de la humanidad en la que un líder se ha visto a sí mismo como el sol: todo gira de manera sumisa alrededor de él. Pero igual que hizo el Ortega adolescente de 15 años, muchos jóvenes universitarios se negaron a arrodillarse.
El 18 de abril de 2018 los estudiantes lideraron una manifestación en contra de los cambios en la Ley de Seguridad Social. Esas manifestaciones, y las posteriores, fueron aplastadas por la Policía y los paramilitares sandinistas. Amnistía Internacional expuso los hechos en su detallado informe “Sembrando el terror: de la letalidad a la persecución en Nicaragua”. Más de 328 personas murieron, 2.000 resultaron heridas y otras 1.614 fueron arrestadas de manera arbitraria. Más de 100.000 nicaragüenses huyeron del país, la mayoría a Costa Rica.
El siguiente informe de Amnistía Internacional, más reciente, fue igual de escalofriante: “Silencio a cualquier coste”.
Mientras leía estos documentos sobre tortura pensaba en la madre de Ortega, que organizó el apoyo a su hijo Daniel mientras el joven estaba en prisión tantos años atrás. Dada la intimidación que ahora ejercen los matones paramilitares, dirigida no sólo contra los activistas sino también contra sus familias, ¿podrían las madres hacer ahora lo que la de Ortega hizo por él?
Los informes son espeluznantes: la joven estudiante embarazada de dos meses a quien arrancaron la uña del dedo del pie de una paliza; el estudiante apaleado al que quemaron los testículos y sentenciaron a 12 años de prisión por tráfico de drogas; la estudiante golpeada, interrogada y después violada porque se negó a dar los nombres de sus compañeros. Vidas frágiles que han sido aplastadas de manera cruel por atreverse a decir lo que pensaban.
¿Fue testigo de esto también en su época, presidente Ortega? ¿O todo esto es una propaganda yanqui como corean los fieles que aún salen a bailar, de manera sonrojante, siempre y cuando usted, Daniel, siga cantando los números uno de los 80? ¡Cómo deben estar retorciéndose en su tumba Carlos Fonseca (fundador del partido) y Sandino!
Sin embargo, la actuación continúa. Es la hora de una nueva obra y las elecciones del próximo 21 de noviembre le sirven de nuevo escenario. Vuelva con sus viejos trucos, aunque quizás en su mente sean pecados veniales comparados con los pecados mortales de la injerencia de Estados Unidos en 1990. Un informe de Naciones Unidas manifiesta que “la Ley de Regulación de Agentes Extranjeros y la Ley Especial de Ciberdelitos aprobada por el Parlamento de Nicaragua presenta serios y fundamentales problemas de compatibilidad con las obligaciones de Nicaragua bajo el derecho internacional.” Grupos de derechos humanos y organizaciones internacionales señalan cómo estas leyes pueden ser usadas para censurar a la oposición o, tal y como dijo una antigua heroína sandinista, Dora Maria Tellez: “Otro gran fraude está en camino”.
Mientras nos acercamos al último acto, presidente Ortega, me pregunto qué papel elegirá.
¿Cree que la oposición se va a sentir tan intimidada o fragmentada, que una vez más se podrá subir al papamóvil con Rosario y dar vueltas triunfales por Managua? ¿Le apoyarán las grandes empresas temiendo más su ira que su victoria, sobre todo si amenaza con causar estragos desde abajo, como ya hizo?
¿En sus noches en vela tiene miedo de que, si pierde, acabe de nuevo en prisión? Mejor deje a los inoportunos observadores internacionales fuera del país, por si acaso, de igual manera que ha excluido a las organizaciones internacionales de derechos humanos y ha forzado a más de 90 periodistas a huir del país desde 2018.
Pero aquí está mi salvaje sugerencia para usted, presidente Ortega, ya que es un hombre de letras y ha citado a Hemingway: ¿Por qué no se da un merecido descanso después de ser presidente cuatro veces y dedica el resto de su vida al arte y la reflexión? Ha tenido el coraje de enfrentarse a Somoza, Reagan, Bush y muchos otros, ¿pero tiene el coraje de enfrentarse a sí mismo? ¿Puede acordarse de quién es después de tantas entradas y salidas de escena? ¿Puede volver a esos momentos en la cárcel en los que fue torturado? Y de nuevo escuché a Shakespeare: "Sobre todo sé fiel a ti mismo".
¿Por qué no deja atrás el trajín de las elecciones y se va a ensayar Hamlet con los jóvenes activistas que aún mantiene aterrorizados en sus cárceles? El día de las elecciones puede frustrar las expectativas y presentar su obra al mundo. Y quizás el mundo pueda reflexionar sobre cómo ayudó a forjarle. Si ha leído este texto verá que tiene mucho que ofrecer y pocos en el escenario mundial pueden tener tanto conocimiento como usted del tema que nos ocupa. Una suprema escena final le espera. Quizá, si puede persuadir a los jóvenes en prisión pueda llegar a actuar de Marcelo, el guardia de Hamlet, y pronunciar esos versos inmortales que resuenan a través del tiempo desde 1603: “Algo huele a podrido en Dinamarca”.
Artículo original publicado en Reino Unido: https://bellacaledonia.org.uk/2021/04/17/daniel-ortega-the-bard-and-the-elephant/
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