Opinión
La tele y los pijos que creen que somos gilipollas
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Descubrí hace poco un podcast que me tiene absolutamente fascinada: Delirios de España. Las frivolidades que cambiaron un país. El programa, de Juan Sanguino, narra episodios de la historia de España tan alucinantes como las corridas de toros exclusivas para mujeres que organizaba Jesulín o la gala en homenaje a Miguel Ángel Blanco que se emitió en Televisión Española. Esto de Nacho Cano en la gala no tiene ninguna explicación, pero hay que verlo. La miniserie sobre Mar Flores, ahora que parece que va a ser consuegra de Terelu Campos, es un regalo maravilloso: una buena historia narrada bien, interesante, entretenida.
Mientras tanto, en Televisión Española, han estrenado recientemente un programa de televisión que es, exactamente, todo lo contrario: Los Iglesias. Hermanos a la obra. No voy a andar con rodeos: es una falta de respeto, una vergüenza. Es un producto ridículo que ni siquiera está bien hecho. Podría ser perfectamente un delirio de España, pero los personajes de Sanguino tienen en común que "pasaron del anonimato a ser la persona más famosa de España en tiempo récord, protagonizaron un acontecimiento que no había ocurrido antes ni volvería a ocurrir después y obsesionaron a la nación hasta alcanzar la categoría de símbolos". Características, sin duda, que no están a la altura de Julio Iglesias y Chábeli Iglesias. Es que, si no lo habéis visto, no sé ni por dónde empezar.
Resulta que la productora Beta Entertainment Spain se está gastando dinero –y supongo que está ganando dinero también– en producir un programa, presentado por dos de los hijos de Julio Iglesias, que se supone que iba a ser un programa de reformas. El esquema yanqui de este tipo de formato, como el de "Los gemelos reforman dos veces", está ya bastante trillado. La idea es generar falsa tensión, que se rompan cosas que no estaba previsto que se rompieran, que parezca que no van a llegar a tiempo a entregar la obra y poco más. Pero es que en Los Iglesias. Hermanos a la obra ni eso han hecho bien. Iba a decir que es una propuesta mediocre, pero es que es un programa ridículo, pésimo; un atentado contra el buen gusto, una vergüenza. Lo siento mucho por las y los trabajadores honrados que han tenido que participar de este espectáculo.
Ahora, en la televisión pública, tenemos a dos personas ricas, sin profesionalidad ni talento, que se supone que llevan a cabo pequeñas obras en casas de otros personajes famosos. De momento, les hemos tenido que ver en las casas de Beatriz Luengo y Yotuel; de Omar Montes, de Isabel Preysler y de Ana Obregón. De ¡Ana Obregón! ¡DE ANA OBREGÓN! Tengo que confesar que es el único capítulo que he visto entero. No he podido evitarlo. ¿Qué hacen dos de los hijos de un cantante multimillonario en casa de una mujer que ha comprado un bebé fabricado a su gusto con semen de su hijo fallecido? Pues fabricar una casa de muñecas, poner una valla alrededor de la piscina y sustituir un toldo por otro. Porque resulta, queridas, que Ana Obregón no había podido cambiar hasta ahora su viejo y podrido toldo porque una obra de ese calibre hace un ruido insoportable para su pequeña Anita.
La niña, la pobre niña, no sale en ningún momento en el programa, pero es la protagonista indiscutible del episodio. No sólo protagoniza el último capítulo de Los Iglesias. Hermanos a la obra, la pobre es la protagonista de una de las historias más surrealistas que nos ha tocado vivir en los últimos años. Es un programa ridículo presentado por dos personas sin ninguna habilidad para la comunicación ni para las reformas. En realidad, parece que no tienen capacidad para llevar a cabo ninguna actividad para la que se necesite cualquier tipo de aptitud. Las audiencias, por lo menos, están siendo malas, pero es que ¿a quién se le ocurre dar luz verde a una barbaridad como esta?
Quise ver el episodio en el que sale Ana Obregón porque quería saber si abordaban de alguna manera la polémica en torno al nacimiento de la niña. Por supuesto, lo pasan por alto. Sí que es curioso que, en una ocasión, se refieren a ella como la nieta de la invitada y, en otra ocasión, como su hija. Puede que sea un error más de los muchos que hay en el programa –hay saltos temporales ridículos–, pero ese lapsus recoge una de las grandes polémicas en torno a este proceso de gestación subrogada: Ana Obregón es madre y abuela de la misma criatura. El caso, que supuso un shock mediático, ha sido ya objeto de estudio científico. La profesora Esperanza Castellanos Ruiz lo ha analizado en el artículo "Novedades en torno a los efectos legales de la gestación subrogada según el derecho internacional privado español: el caso de Ana García Obregón". El texto recoge algunas de las dificultades judiciales a las que va a tener que enfrentarse la famosa presentadora, que ahora juega con su hija-nieta en una casa de muñecas que le han regalado los hijos de Julio Iglesias.
La reforma que hacen en el jardín de Ana Obregón ni es una reforma ni es nada. Cuentan que necesitan una semana para llevar a cabo los trabajos y, mientras, Ana Obregón se marcha a su casa de Mallorca porque el ruido podría perturbar la vida de la criatura. Ahora se preocupa de eso. En fin. Respecto a los hermanos Iglesias, no sé cuál de los dos resulta más ridículo. Chábeli Iglesias, por ejemplo, cuenta que a ella siempre le ha gustado pintar y se atreve a calificar su trabajo como "naif". Término que tiene que explicarle a su hermano, con el que también hace un pequeño y estúpido test sobre costumbres madrileñas. Cuidado, que ambos han ido al rastro y hasta han comido algún bocadillo de calamares. La artista "naif" se encarga de la decoración de la casita de la nieta de Ana de Obregón. Pinta tres flores ridículas, muy similares a las que pintaría la propia niña, y firma la caseta con un "Chábeli" completamente desproporcionado.
Si no teníamos suficiente con MasterChef, ahora nos plantan esto en la televisión pública. No vale con que Televisión Española relegue a otro horario el programa, que no está teniendo ningún éxito, es que deberían pedirnos disculpas por tratarnos como gilipollas.
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