Opinión
Lo que suele pasar cuando, sin ton ni son, te asesinan por maricón
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
En periodismo llamamos 'perchas informativas' a las excusas para hablar de un tema. Hoy, por ejemplo, aprovecho que Rodrigo Cuevas acaba de publicar su último álbum, Manual de romería, para hablar de Alberto Alonso Blanco, más conocido como Rambal, un transformista de Cimavilla, un barrio del centro de Xixón. Cuevas le dedicó la canción Rambalín, uno de sus temas más míticos de Manual de cortejo, su primer trabajo. Rambal, “fíu de Concha, la guapa”, es todo un icono para la buena gente de la ciudad. Es lo que suele pasar cuando, sin ton ni son, te asesinan por maricón.
El 19 de abril de 1976, la buena gente de Xixón lloró la muerte de un vecino que, ahora, es un símbolo. Contaba en El País que era "una institución en el barrio y principal animador de las fiestas de La Soledad, en las que actuaba vestido de tonadillera". Nació en 1928, año bisiesto. De él, se ha escrito ya mucho. Sabemos, incluso, quién fue la primera persona en ver su cadáver. Ricardo Lorenzo, inspector de Policía, lo contaba en La nueva España: "Yo fui el primero en ver el cadáver de Rambal, eso se quedará en mi memoria".
Canta Rodrigo Cuevas que el barrio se alborotaba ante su presencia y, su muerte, marcó "el subconsciente" de las y los gijoneses. En el tema, respetuoso y delicado, la voz de una vecina recuerda el impacto: “Al otru día, nos enteramos que lo habían matado. Quemáronlu, cortaron-y los piés, cortáronlu por aquí. Quemáronlu y, después, de quemalu, pues echaron agua. Que fue por les vecines, lo vieron porque calló el agua abajo y cuando subieron, pues claro, no quedó ninguna huella. Luego lleváronlu nuna bolsa de plásticu. La cosa quedó ahí porque fue un pexe gordu. Un pexe gordu, llamámoslo a un ricachón". A pesar de la delicadeza del himno que Cuevas le ha dedicado a Rambal, su asesinato estremece a la buena gente.
El crimen, sin resolver, aún resuena en la memoria colectiva de su barrio. La periodista Olaya Suárez, de El comercio, entrevistó a Carlos Montero, el médico forense que practicó su autopsia: "Lo mataron con un estilete, un arma muy utilizada por los delincuentes en aquella época. Le acuchillaron y luego el autor colocó el cuerpo inclinado en la cama, con los pies fuera sobre un montón de ropa para hacer una pira y que las llamas prendiesen y carbonizasen el cadáver".
Lo mataron en su casa. Al pobre Rambal. Silvia Cosio cuenta en Nortes, que "vivía en la precariedad, haciendo pequeños recados a las vecinas y a las trabajadoras sexuales a cambio de alguna propina, actuando en la calle y cantando a Marifé de Triana por cuatro perras en clubs, haciendo lo que antes se llamaba 'transformismo' y hoy llamaríamos drag".
En su barrio, el típico barrio de libertad y miseria que encontramos en muchas grandes ciudades, la libertad se vendía cara, pero había más oferta que en otras zonas. Es lo que tiene estar en la periferia de la sociedad. El sistema de represión y violencia que desplegó el franquismo contra el colectivo LGTBQIA+ fue efectivo, sí, pero el resplandor de Rambal –y de otros tantos que como él apostaron por tratar de ser felices– no podía disimularse fácilmente.
Julio Arce, de la Universidad Complutense de Madrid, cuenta en su artículo Paco España y el travestismo escénico durante la Transición, que "a pesar de las restricciones de la dictadura, la frivolidad, la trasgresión y el desafío a la moral mojigata y conservadora de la España de Franco", se mantuvieron ciertos espacios de libertad. Eso sí, los travestis no alcanzaron "cierta notoriedad" hasta "la agonía del régimen de Franco. Unos se dedicaron al mundo del espectáculo sin pretensiones políticas manifiestas, como Paco España; otros, como Nazario u Ocaña, adoptaron una postura contracultural que manifestaba una clara disidencia política". No tengo claro en qué grupo se encontraría Rambal.
Fue asesinado un par de años antes de que la homosexualidad desapareciera de la ley de Peligrosidad y Rehabilitación social, heredera de la de Vagos y Maleantes, que, sin embargo, no fue derogada por completo hasta el 23 de noviembre de 1995. Murió sin poder, ni siquiera, imaginar que algún día una estatua recordaría su figura, sin saber que se escribiría sobre él, que le cantarían, que le elevaríamos a la categoría de leyenda. Por lo atroz e injusta que fue su muerte, sí, pero también porque necesitamos símbolos que recuerden el daño causado y la reparación que aún tenemos pendiente. La estatua, obra de Miguel Arrontes, está enfrente de la que era su casa y, en ella, Rambal aparece recogiendo un barreño con ropa. Ahora, la Plaza del Lavaderu es un lugar de memoria.
La canción de Rodrigo Cuevas, y todas las expresiones culturales que se han desarrollado en memoria de Rambal, han hecho posible que su recuerdo trascienda la memoria colectiva para formar parte de eso que llamamos memoria histórica. La historiadora Miren Llona, en una ponencia presentada en Granada en 2009, aseguraba que "la memoria colectiva da cuenta de la experiencia vivida y es patrimonio de grupos no extinguidos socialmente, es decir, existe una comunidad viva que sostiene la memoria colectiva y que la conserva y transmite oralmente a sus componentes. Sin embargo, la memoria histórica sería un medio de preservación de la memoria colectiva, una vez que los grupos sociales que la ostentaban han desaparecido. La preservación de ese patrimonio se lleva a cabo, fundamentalmente, por medio de la representación escrita, aunque no solamente”. Por eso, ese “"Ay, Rambal, Rambal. Rambal, ay, Rambal", de Rodrigo Cuevas, es mucho más que una canción. Por eso, el asesinato de Rambal es mucho más que un asesinato. Porque, cuando, sin ton ni son, te asesinan por maricón, siempre habrá algún otro que te recuerde.
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