Opinión
A Rosario le da igual lo que diga el macroestudio sobre prostitución
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
En noviembre de 1977, en Bilbao, las prostitutas de la ciudad se declararon en huelga. Fue un pequeño movimiento que apenas duró unos días. Un pequeño terremoto fruto del hartazgo y de la violencia: la que sufrían todas a diario y la que había enterrado a una de sus compañeras. Maria Isabel Gutiérrez apenas había estrenado la veintena, tenía un diagnóstico psiquiátrico y trabajaba de prostituta. Una tarde de noviembre robó en El Corte Inglés y pasó la noche en la cárcel de Basauri. Unos días después, su cuerpo ardió en llamas. “Hoy no se folla. Clavarosla en el suelo o follar con vuestras mujeres”, clamaban sus compañeras a la prensa. Era una tía polémica, conocida en el barrio por sus malas formas, pero muy querida también por sus compañeras. Entonces, en la calle Cortes, las mujeres que ejercían la prostitución se contaban por centenas.
Tras la muerte de María Isabel, el resto decidió organizarse: “La liamos buena”, recuerda hoy una de las mujeres que participó en las protestas. No quiere que diga su nombre y tampoco se atreve a darme permiso para usar sus iniciales: “Mis hijos están bien colocados. No me da vergüenza pero tampoco hace falta contarlo a los cuatro vientos”. Nos encontramos a menudo por el barrio. Siempre me saluda educada y discreta, distante, apresurada. Charlar unos minutos con ella no es fácil, pero lo intento siempre que nos vemos: “¿Has visto que el Gobierno parece empeñado en abolir la prostitución?”, le preguntó. Ella hace un gesto de desaprobación con la mano: “Ese es un sinvergüenza”, contesta. Detesta a Pedro Sánchez. Siempre ha sido una orgullosa pepera.
No consigo sonsacarle nada más. Está ocupada pidiendo su cafecito diario, el que nunca perdona: “Templado, por favor”, le dice al camarero antes de darme la espalda. No tiene ninguna intención de seguir dándome coba. Durante el tiempo que estuve investigando para publicar Lunática estaba algo más receptiva, pero se ha cansado de tanta pregunta. Es de las pocas que recuerda vagamente aquellos días de noviembre. Estuvieron encerradas en el hospital, dieron algo así como un mitin en la iglesia del barrio, cerraron los clubes, dejaron de trabajar. Los primeros días todo era confusión y rabia. Al principio creyeron que Bernardo, un comerciante del barrio, había sido quien denunció a María Isabel y, muy cabreadas, le destrozaron la tienda en la que vendía un poco de todo: “¿Cómo iba yo a denunciar a esa pobre muchacha, si era una clienta estupenda?”, decía él. Estaba cabreado: “No he denunciado la agresión, pero sé quiénes fueron esas guarras, machorras, que me apedrearon el establecimiento. Las conozco a todas porque bajan por aquí, pero a mí no se me ocurre subir a Cortes, hay mucho vicio. Y, encima, piden libertad, ¿qué más libertad querrán estas tías asquerosas? Aquí, lo que hace falta es un Gobierno con mano dura”. Tardaron unos días en saber que María Isabel había sido denunciada por robar en El Corte Inglés, pero es probable que ninguna se arrepintiera de aquellos destrozos.
Apoyadas por el movimiento feminista, por el movimiento LGTBQIA+ y por los comités de apoyo a la COPEL, las prostitutas de Bilbao hicieron aquellos días públicas sus demandas: “Este suceso y otros muchos más como, por ejemplo, la represión que ejerce sobre nosotras la policía que nos detienen cuando se les antoja o la ficha policial que tenemos como prostitutas, la cual nos impide salir del mundo de la prostitución, ya que nos niega cualquier tipo de trabajo, ha hecho que reaccionemos por primera vez ante nuestra injusta situación como marginadas sociales”, dijeron. Reclamaban la “abolición del reglamento de prisiones: mejor trato, mejor comida, mejores condiciones sanitarias, abolición de las celdas de castigo”; y exigían poder acogerse a las condiciones de cualquier trabajador (“seguridad social, seguro de desempleo y seguro de enfermedad”) y que se les permitiera “poder organizarse libremente para formar un sindicato propio”. Entonces, el movimiento feminista de Bilbao, que todavía apenas había debatido en torno a qué postura querían tomar respecto al debate de la prostitución, participó en las protestas. La Asamblea de Mujeres de Bizkaia, de hecho, llevaba una pancarta propia en las movilizaciones: “María Isabel: La soledad, la desesperación y el olvido te acompañaron hasta el fin. No conociste ni la amnistía”. Prácticamente todas sus demandas siguen en vigor hoy.
Me quedo en el mismo bar tomando un café yo también. Acabamos a la vez y aprovecho para acompañarla a casa. Le cuento que el Ministerio de Igualdad (“Eso es una bobada”, dice) ha anunciado un macroestudio de prostitución y trata. No parece interesarle especialmente. La Ministra ha asegurado que el 80% de las mujeres que ejercen la prostitución son potenciales víctimas de trata: “Menuda tontería. Aquí todas somos mayorcitas para saber qué hacemos aunque es verdad que ahora todo es muy distinto”. No acaba de concretar a qué se refiere: “Pues, hija, que todo es diferente”. Estamos ya en su portal: “¿Tú estabas trabajando ya cuando Franco abolió la prostitución?”, le pregunto. Pero no sabe de qué le hablo.
Sí, cree que es probable que ya estuviera ocupándose [es la expresión que usa ella para hablar de prostitución] en 1956, pero no recuerda que nadie aboliera nada. Pero, sí, el 3 de marzo de 1956, el régimen franquista, "velando por la dignidad de la mujer y en interés de la moral social", declaraba que la prostitución era siempre “tráfico ilícito”. La regulación recogía también la "reeducación y adaptación social" de las prostitutas, que pasaba a ser responsabilidad del Patronato de Protección de la Mujer. Del Patronato tampoco ha oído hablar mucho: “No sé, hija, no sé. Tengo que preparar la comida. Que hagan lo que quieran”.
–¿Te parece si en el texto te llamo Rosario?
–Bien, hija, bien. Venga, hasta otro día.
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