Opinión
Yo no quiero
Escritor. Autor de 'Quercus', 'Enjambre' y 'Valhondo'.
Yo no quiero que cada vez que abro mi correo electrónico me amenacen diciendo que ya no tengo espacio de almacenamiento y que en tal fecha perderé mis correos si no pago tal cantidad de dinero. Es puro chantaje, porque borro y borro y vuelvo a borrar, igual que beben y beben los peces en el río, y el mensaje sigue siendo el mismo. Cosas del algoritmo y la pasta. O de la mafia. Que es la que gobierna este planeta. Para producirme tanto estrés y meterme miedo, abandono ese cacharro y me vuelvo al papel y al sello. Con el placer que da escribir y recibir una carta. Aunque tú, por tu edad, y ya son 35 años, no lo sepas, pues jamás has recibido una. ¡Qué pena que se pierdan! Con la ilusión que siempre tuve en ser escritor de cartas callejeras. Cartas de amor. ¿Me estaré convirtiendo en un sentimental?
Tampoco quiero que mi teléfono móvil me tenga angustiado permanentemente lanzándome mensajes de que ya no podré guardar imágenes, ni fotos, ni textos, ni usar ciertas aplicaciones, porque ya sólo me queda 1 Gb y medio. Que, para mis cuentas, en mi ignorancia, es como si el carnicero de toda la vida te aconseja que al cocido le eches cuarto y mitad de carne de morcillo. Para borrar y borrar fotos, hasta matar todos tus recuerdos, o que desaparezcan en un cambio de teléfono o con un virus (creado por ellos), prefiero volver a las fotos de siempre, guardadas en álbumes, que toco, acaricio y beso. Sí, lo reconozco, soy un antiguo.
Yo no quiero que mi sobrina, que es ingeniera informática, me mande un vídeo de mi padre, muerto hace 15 años, realizado con Inteligencia Artificial, llamándome por mi nombre – ¡Rafita, cuánto tiempo sin verte! –, hablando con su voz y sus mismos gestos, porque me deja acojonado vivo, se me revuelven las entrañas y me entra un vahído, con náuseas y ganas de llorar. Lo que quiero es que a mi padre muerto lo dejen en paz. En vez de esa "inteligencia", prefiero visitar su tumba, llevarle un puñado de rosas y leerle un poema de Lorca o de Pessoa. Vale, es cierto, estoy hecho un carcamal.
Yo no quiero seguir hablando con máquinas para cualquier gestión que necesito realizar (no dudes de que todo ese software es también suyo y lo venden a precio de oro): Pulse la tecla 2, diga alto y claro su nombre, DNI, su fecha de nacimiento. Su DNI no es correcto. Diga alto y claro su DNI sin incluir la letra. Lo siento, su DNI no es correcto. Diga alto y claro su DNI incluyendo la letra. Lo siento, su fecha de nacimiento no es correcta. Diga alto y claro su fecha de nacimiento, añadiendo un 0 si el día o el mes es de una sola cifra. Por favor, diga alto y claro el motivo de su llamada. Lo siento, repita de nuevo, no le hemos entendido. Confirme pulsando la tecla 1, que lo que necesita es un mazo para destrozar un aparato informático. Lo siento... se le ha agotado el tiempo. Vuelva a llamar en unos minutos. Lo sentimos, las líneas están ocupadas. Lo sentimos, las líneas están ocupadas. Lo sentimos, las líneas están ocupadas... Y lo seguirán estando toda la puta mañana.
De acuerdo, lo acepto, solo me pasa a mí: soy un fósil antediluviano y además un manazas tecnológico. ¡Vivan las máquinas, muera la poesía!
Yo no quiero recorrer la ciudad buscando una sucursal bancaria en la que te atienda un ser humano, pues tu problema es tan personal y complicado, que no hay máquina capaz de interpretarlo. Imagínate resolverlo. Una mujer o un hombre como tú que escuche con empatía tus palabras. Y que no te diga que solo atienden con cita previa. Y que cuando la consigues, te suelte que las transferencias son los jueves y no los viernes. O que el pago de recibos son los martes y no los lunes. Por lo que: Debe usted pedir una nueva cita. Y por lo que yo le mando a la porra: Sois unos colaboracionistas. Unos vendidos, que caváis vuestra propia tumba. Cuando os despidan del banco y en vuestro lugar pongan una máquina, ya no podréis reaccionar y sólo os quedará llorar y lamentarlo.
Llevas razón, soy un australopithecus inconformista.
Yo no quiero que me llamen en plena siesta para venderme algo: una nueva tarifa telefónica, una oferta para cambiar de compañía, de gas o eléctrica, los de las alarmas de viviendas inquietando sobre los okupas que nunca veo y que financian falsas noticias en los medios, un aumento en la cuota de la ONG, un seguro del hogar, otro de coche, otro de vida y a la vez de defunción, otro de daños a terceros pues acaban de enterarse que estás buscando, desesperado como un loco, un mazo para destrozar esos artefactos. Porque lo único que quieres es dormir un ratito de siesta, sin que te despierten con su llamada que viene de México o de Colombia. ¡La madre que los parió! Me refiero a las empresas que subcontratan en otros países a precios de miseria, no a los trabajadores. Para esto querían algunos la globalización.
Efectivamente, es cosa mía, solo mía, que soy un intransigente y un pamplinas.
Yo no quiero sentirme desnudo e indefenso ante tantos aparatos y artilugios. Ni que me espíen lo que busco en internet, mis conversaciones y mis escritos, inundándome después hasta ahogarme con todos esos productos que no necesito. Lo único que quiero, igual que mi padre muerto, es que me dejen en paz. Seguir leyendo mi libro al despertar de esa siestecilla, con la música de fondo de las Variaciones Goldberg de Bach. Quizás porque estoy hecho un quejica.
Yo no quiero que me estén engañando permanentemente con noticias falsas. Que me atosiguen sin cesar con manipulaciones y mentiras. Que me adoctrinen con sus soflamas ideológicas racistas, homófobas, nazis, clasistas y antifeministas. Siempre de extrema derecha, que es lo que se lleva y prolifera, gracias al blanqueo de algunos y al voto de muchos ciudadanos… incalificables. Lo que quiero es que el gobierno regule y persiga a todos esos medios y redes sociales, a todos esos delincuentes por su apología. Y que no les multe con ridículas sanciones, sino que les cierre su chiringuito o lodazal mediático de manera radical.
No, no y no. Yo esta sociedad del bulo y la información falsa y desquiciante que hemos creado, no la quiero para nada.
Como no quiero comprar por Amazon, aunque sea un poquillo más barato. Porque cuando se carguen todo el comercio local y de proximidad, hundiendo en la indigencia a todos tus vecinos y paisanos, subirán los precios y seremos los nuevos esclavos de su comercio global. No es una distopía, ya lo somos. Esclavos. Entres a la tienda que entres, te expresan la misma queja: las compras por internet nos están arruinando. Hasta los solomillos on line… están comprando.
Ni quiero que este mundo, tan rico y diverso, tenga una cultura única de seres robóticos donde todos consumimos vorazmente los mismos productos. Seres idiotizados, gobernados por máquinas y por cuatro influencers analfabetos, domiciliados fiscalmente en Andorra. Comemos igual, vestimos la misma ropa, leemos idénticos libros (perdón, ellos no leen ni uno), vemos las mismas series y películas y escuchamos la misma música. Autómatas de este aberrante capitalismo que nos ordena y domina hasta la perdición. Bo-rre-gos. ¿Por qué no nos rebelamos antes de que se nos agote el tiempo?
Y dicho esto, no me llames carca, ni involucionista ni antiprogreso, porque reivindique no perder la esencia humana ni la libertad. La dignidad. La poca que nos queda. Antes de la Inteligencia Artificial y del gobierno de las máquinas, hubo y hay vida. Para el futuro, con tanto iluminado al mando, tengo mis dudas.
Porque, según eso, carca y antiguo es el David de Miguel Ángel y su capilla Sixtina, el Quijote y Hamlet, la Acrópolis y toda la mitología griega, Cleopatra e Hipatia, las enseñanzas de Platón y Sócrates, Descartes, Los Miserables de Víctor Hugo, los escritos de Voltaire, Montesquieu y Rousseau, Marie Curie, Virginia Wolf, Simone de Beauvoir, el Réquiem de Mozart y las arias de Haendel.
La tecnología es buena, por supuesto que sí. Bien aprovechada salva vidas y puede ayudar a avanzar en conseguir una mayor igualdad y calidad de vida para todos, un mundo mejor. Pero la tecnología dominada por gente sin escrúpulos, cuyo único objetivo es el lucro sin límites, no sólo nos subyuga en el consumo destruyendo el planeta, sino que cronifica y agranda la desigualdad y la injusticia. Porque, siendo positivos los avances tecnológicos, son los hombres los que deciden su buen o mal uso. El progreso tecnológico descontrolado, en manos de ciertos individuos da pánico.
Las empresas de los tres hombres (muy machuno, el poder y el dinero es inherente al hombre, no a la mujer) más ricos del planeta son de base tecnológica: Elon Musk, el hombre más rico del mundo, dobló su fortuna el día que ganó Trump – ¿Por qué será? –, consiguiendo 460.000 millones de dólares. Había aportado a su campaña electoral 260 millones. Unas migajas, comparados con los más de 200.000 millones que crecieron sus acciones al otro día de la victoria. Musk, casado con 3 mujeres, tiene 11 hijos. Aunque a una, repudiada por ser trans – que ya se ha quitado el apellido Musk y decidió exiliarse de USA al ganar de nuevo Trump –, no la considera como tal. Una menos. Lo que ya dice mucho de su ideología y su personalidad. Es de la escuela del homófobo Bolsonaro, golpista y odiador profesional, que un día manifestó: “Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. Preferiría que muriera en un accidente”. El de Tesla y sus cohetes Starship, obsesionado con el descenso de la natalidad, proyecta crear una colonia de humanos en Marte. Estando la Tierra… como está. ¡Qué pena! Lo que no sé, a ciencia cierta, es si su plan es eliminarnos primero y luego largarse ellos.
El segundo es Jeff Bezos (su abuelo paterno era de un pueblo de Valladolid), dueño de Amazon con sus añadidos tecnológicos en la nube. ¿Será este el que me quiere cobrar el almacenamiento de mis correos? El pobre solo llega a 245.000 millones, pero tiene un yate de 500. ¿Cómo se puede tener un yate de 500 millones? ¿De qué estará hecho?
Y el tercero es el dueño de Facebook, Instagram y WhatsApp, con un patrimonio de 213.000. El primero y el tercero son dueños de redes sociales y el segundo del periódico Washington Post. Comunicación, versus información interesada, versus manipulación. Los tres han prometido a Trump – el macho macho – 1 millón de dólares por barba para la fiesta de su toma de posesión como presidente de USA.
Que yo me niegue a pagar por almacenar mis correos electrónicos, no es porque sea un rácano, ni es una cuestión baladí. Es una cuestión ideológica y de autodefensa, como forma de resistencia pacífica. Total, son 1,99 € al mes. Nada ¿verdad?, una minucia. Pero si resulta que somos 4.500 millones de personas (medio planeta) los que utilizamos el correo electrónico y la mitad, solo la mitad, a fuerza de chantajearnos, aceptamos esta opción básica de 2 €, esos individuos sacan 4.500 millones de euros al mes. Al mes.
Si estás en Facebook (la red número uno con 3.070 millones de usuarios) o Instagram (2.000), debes saber que nos están utilizando como cobayas. De relleno y engañándonos con sus algoritmos que sólo envían nuestros mensajes a un porcentaje ridículo de seguidores. Porque el grueso de la operación está en la publicidad pagada. Nos necesitan ahí, haciendo bulto, entretenidos y aportando nuestros inocentes contenidos y chascarrillos, para vender su publicidad asegurando que tienen más de 3.000 millones de usuarios. El señor Mark Zuckerberg ingresó en el 2024 más de 100.000 millones en publicidad en su Facebook. Suma y sigue con el resto de redes. Y de Twitter, lo sigo llamando así por fastidiar a Musk, ni hablamos. Aquí no es solo dinero. Aquí es una herramienta de la extrema derecha supremacista, cargada de odio, para ayudar a ganar las elecciones a Donald Trump. Ya que Musk no puede ser presidente, que es lo que le gustaría, por haber nacido en Sudáfrica, la constitución lo impide, lo será de facto. Sin presentarse a las elecciones y sin poder adivinar adónde puede llevarnos semejante personaje con su ego y su delirio.
Por eso no queremos liderazgos individuales. Ni Mesías salvadores. Son un peligro. Porque, analizando la historia – que no siempre es la que nos han contado –, sabemos que los grandes avances sociales han sido por la lucha colectiva. Los grandes logros se deben al pueblo. Mucho menos aún si el liderazgo viene de esos individuos multimillonarios que ahora van a gobernar el planeta. Tipos estrafalarios de muy dudosa moral, con su riqueza obscena, símbolos de la degradación más aberrante de esta sociedad que se dirige al abismo.
Pero si nos obligan a buscar liderazgos individuales que sean un ejemplo y modelo, un referente para la humanidad, tenemos justamente la antítesis de esos protagonistas excéntricos: Nelson Mandela, que nos dejó hace ahora una década. Encarcelado durante 27 años – se dice pronto – por defender sus ideales de igualdad antirracista. Media vida en la cárcel, sus mejores años, para conseguir un avance social impactante para el ser humano. ¿Se imaginan a los supremacistas blancos Trump y su paisano Elon Musk en una posición similar? ¡Pufff! ¡Qué risa te da!
Lula da Silva, trabajador metalúrgico, ejemplo de luchador infatigable contra la pobreza, que triplicó el PIB de Brasil en sus primeros ocho años de gobierno, según datos del banco Mundial, convirtiendo su país en la sexta potencia económica del planeta. Es decir, también sabe manejar la economía, incluso mejor que esos megamillonarios, pero con una gran diferencia: aquí la ganancia es para el pueblo y no para ellos. Quizás por eso un juez, luego nombrado en buen pago ministro de Justicia por Bolsonaro, le condenó a 9 años de prisión, de los que cumplió 2 al ser anulada esa sentencia por injusta. Al salir de la cárcel ganó las elecciones y es otra vez presidente de Brasil.
Y cierro con el más carismático: Pepe Mujica, expresidente de Uruguay, también encarcelado por los militares, sin juicio, durante 13 años. Pudriéndose en un degradante e inmerecido calabozo, del que le salvó la lectura. “El Jefe de Estado más humilde del mundo”, el “Presidente filósofo”, modelo para todos los políticos por su autoridad moral y de pensamiento, por su ejemplo de austeridad y anticonsumo, su defensa del medioambiente y de otra forma de vida, armoniosa, sin abandonar nunca su chacra o modesta granja – la Mar O Lago de Trump -, donando el 90 % de su salario mensual de 12.000 dólares a organizaciones benéficas, porque, según cuenta él mismo sin atribuirse ningún mérito, no necesita más y es contrario a acumular. Acumular vida y no dólares y trastos. Tal y como hace Elon Musk con sus 460.000 millones. Su viejo auto que se cae a pedazos, su huerta, su perrita Manuela que le acompañó 20 años, con su patita amputada – ¡qué bella metáfora para todos los excluidos de la Tierra! –, y su deseo expreso de ser enterrado al pie de ese árbol junto a ella.
¿Sabes cuando voy a creer en la IA? Cuando sea capaz de explicarme cómo ha ganado las elecciones en USA un tipo declarado culpable por 34 delitos a cuál más aberrante.
Por eso, insisto, tecnología sí, pero ¿en manos de quién? Si es en las suyas, estamos obligados a estar permanentemente en guardia y alerta. Denunciar sus desmanes. Su riqueza hedionda e impúdica, por la que el 1% al que pertenecen, acumula mayor riqueza que el 95 % de la población mundial. Y siempre a más, a más. Dejar de ser cómplices con sus empresas y redes, practicar la resistencia en su contra, no mostrarnos indiferentes, tomar partido, desenmascarar sus verdaderas intenciones, sus métodos manipuladores y su absoluta deshumanización.
Además de resucitar a mi padre o de colonizar Marte, como “avances” anteriormente citados, sabemos que la información que nos mande la sonda Parker Solar Probe que está acercándose en estos momentos al Sol, servirá para conseguir nuevos impulsos científicos y que estos supondrán un beneficio a largo plazo para la humanidad. Recurrir a la paradoja de que ante semejante y descomunal logro tecnológico sigue muriendo de hambre gente en la Tierra, con lo sencillo, comparativamente, que es hacer unos pozos para tener agua potable o llevar la luz eléctrica a esas chozas, parece un tópico. Y que de inmediato se añadirá que las dos cuestiones deben ser compatibles: los avances tecnológicos y la erradicación de la pobreza. Vale, de acuerdo, pero, a estos últimos ¿Cuándo les toca? ¿Nunca?
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.