La geopolítica de Arabia Saudí marcará la evolución del precio del petróleo en 2025
Los expertos y analistas del mercado prevén que el precio del barril de crudo se mueva en los próximos meses en torno a los 70 dólares, pero va a depender en gran medida de lo que decida Riad sobre su alianza antinatura con Irán, su conflicto de intereses con Rusia y su reacción ante la nueva Administración Trump.
Madrid-
¿Será capaz el mercado y su esperado repunte moderado de la demanda global de absorber todo el riego del petróleo, también modesto, que podrían añadir los productores ajenos a la OPEP+?
Esta es la cuestión meramente económica que induce a los analistas de la energía a colocar el precio del barril en los 70 dólares, con tendencia a la baja. A partir de un binomio de factores de oferta y demanda: la OPEP+ retrasa -de forma oficial, desde el inicio de diciembre- el instante en el que retirará 2,2 millones de barriles diarios, a abril de 2025 en vez de con el comienzo del nuevo año; con un crecimiento de los contratos de compra “modestamente al alza”, según ING, en el entorno de los 1,1 millones de barriles, con la incógnita de si los productores ajenos al club petrolífero por excelencia serán capaces de suministrar este mínimo excedente.
Los analistas energéticos, al margen de que pueda surgir una mayor conflictividad geopolítica o potenciales tensiones comerciales y económicas a lo largo de la andadura de la Administración Trump -algo que se da por hecho en las cancillerías y entre las autoridades financieras globales- se decantan por un ejercicio de descenso de beneficios en el sector. “Inicialmente, esperamos que el negocio petrolífero navegue en superávit en 2025, aunque todo dependerá de las cuotas que determine el cártel”, escriben Warren Patterson y Ewa Manthey, de ING, en una nota de su servicio de estudios. Quizás por ello, la OPEP+ se ha reservado cualquier relajación productiva adicional hasta septiembre de 2026.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) también augura un excedente anual en el mercado. Si el cártel mantiene sus cuotas previstas será de casi 1 millón de barriles diarios (950.000, avisa de forma más precisa). Y sin rebajas adicionales en marzo, podría llegar a los 1,4 millones. Una horquilla próxima, en cualquier caso, a los 1,1 millones que, como ING, calibra como incremento de la demanda. Una cota “factible” -dicen sus expertos- para que países como EEUU, Brasil o la Guyana cubran las necesidades. El Brent oscilará entre una media de 74 dólares en la primera mitad del año y los 72 del ecuador final.
Sin embargo, el elenco de riesgos es amplio. Desde sanciones más agresivas a Irán con la versión Trump 2.0 hasta un descenso más intenso de la actividad en China o Europa, que podría suceder con la aplicación de los aranceles a la importación que prepara Washington, si los estímulos que ha impuesto Pekín -tanto fiscales como monetarios- no cumplen las expectativas para espolear el consumo e inyectar crédito a las empresas para incentivar sus inversiones, o en caso de que la UE entre en la fase recesiva en la que ya está Alemania y parece condenada a penetrar Francia.
Precisamente sin estas dos circunstancias -ni ausencia de amenazas geopolíticas ni ralentización económica global- el barril podría caer por debajo de los 50 dólares. Sería la “tormenta perfecta” en el mercado, afirma Tom Kloza, de OPIS, firma de análisis energético, que crearía un “colapso de precios” -en términos de rentabilidad, claro- con “demasiado crudo” en circulación. Algo que, en cualquier supuesto, “sería excepcional”, aclara Brian Mulberry, de Zacks Investment, “aunque no descartable” y que surgiría por un “dramático retroceso de la demanda mundial”.
Arabia Saudí, juez y parte del oro negro
El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman (MbS), parece estar en posesión, no obstante, de varios ases en la manga. Una constante en la Casa Saud desde la crisis petrolífera de los años setenta. Si bien, en los tiempos que corren, alguno de ellos resulta inaudito. Por ejemplo, el paso amistoso que Riad ha emprendido hacia Teherán, rivales geoestratégicos en Oriente Próximo y, sobre todo, enemigos religiosos irreconciliables como Estados defensores del wahabismo y del chiísmo, respectivamente, dos ramas enfrentadas del Islam. En noviembre, espetó a Israel que “respetara la soberanía de su hermana República Islámica de Irán y no violara su territorio”. Por si fuera poco, describió el ataque del Ejército hebreo en la Franja de Gaza como “un genocidio colectivo”.
La retórica geopolítica saudí sorprendió a propios y extraños. Porque, entre otras razones, surge cuando Trump, que en su primer mandato inundó de contratos de armas a Riad, no permitió un uso masivo de las reservas estratégicas de crudo de EEUU. Unas reservas que le convierten, cuando abre el grifo, en el indiscutible mayor exportador neto de oro negro del planeta. Trump dijo pretender crear, junto a Tel Aviv, el Gran Israel, desde el Nilo al Éufrates, cuando había consumado ya su victoria en las urnas.
“Arabia Saudí ha pivotado hacia Irán”, aseguran Steven A. Cook, columnista de Foreign Policy, y Eni Enrico Mattei, investigador de Oriente Próximo en el Council on Foreign Relations (CFR), que enfatizan que las palabras de MbS “tienen una carga cualitativa” importante. Después de todo -precisan-, es el príncipe heredero y ha decidido “dialogar con un régimen construido bajo una ideología extremista, que pretende [como Riad, en el fondo] extender su influencia religiosa al mundo musulmán”. Atrás parece haber quedado el conflicto abierto en 2016 tras el ataque a la embajada saudí en Teherán después de que Riad ejecutara a 47 sentenciados por terrorismo, entre ellos al clérigo chiíta saudí Namer Al Namer, y que se saldó con la ruptura de relaciones.
China ha tenido un papel esencial en la reanudación del diálogo bilateral, en marzo de 2023 que, hasta ahora, había permanecido en una esfera de escepticismo. Pero Pekín hizo saber a los dos países productores de petróleo, a los que ha logrado insertar en el círculo de los BRICS+ -pese a que Riad aún no ha oficializado su plácet de ingreso-, la conveniencia de suturar viejas heridas y de centrar su músculo geoestratégico en combatir a un enemigo común: Israel.
Cook y Mattei hablan de tres teorías que explicarían el cambio dialéctico de MbS. La primera es la apertura de discusiones sobre seguridad entre Washington y Riad. Será donde la posición del príncipe heredero respecto a Teherán se descubrirá como retórica y ficticia. De no ser así, surgirá una “presión máxima” para que la Administración Trump eleve su capacidad sancionadora. Y en ese ínterin, el régimen saudí mandará un órdago a la Casa Blanca. Es como si MbS dijera: “Usted, señor Trump, dice ser buen negociador, pues juguemos”. Como hizo Recep Tayyip Erdogan, primer ministro turco, la década pasada. Aunque entonces, Riad nunca le siguió. Ankara amparó a Catar en su alejamiento de la órbita saudí y del resto de emiratos del Golfo Pérsico.
La segunda, de mayor credibilidad, es que MbS considere que el acercamiento a Teherán es, al mismo tiempo, el alejamiento de la región de Israel. De ahí su alegato contra la brutalidad de las operaciones militares de Tel Aviv sobre territorios palestinos. Que siguió a calificativos como el que -aseguran voces diplomáticas- profirió en sus encuentros con Biden: “vergonzoso” -afirman- fue, quizás, el más utilizado, aunque “no el de mayor gravedad”. El heredero es la persona con mayor poder en Riad, pero no es inmune a la opinión pública, y cualquier normalización hacia el Estado de Israel, como ha pretendido la Casa Blanca, levantaría suspicacias entre una población sensible hacia la causa palestina.
La tercera es la sucesión de fracasos en el escenario internacional de MbS. Pivotar hacia Irán es una vía de escape a la sempiterna y costosa intervención militar en la guerra civil de Yemen, en la que disputa la correlación de fuerzas precisamente con Teherán, al fracaso en aislar a Catar, los intentos de situar a un primer ministro aliado en Líbano, o su oposición al reconocimiento internacional del Gobierno de Libia. Es como si hubiera caído en la cuenta de que el liderazgo de Riad en la región no será tarea fácil. Y que la riadpolitik, término con el que se pretende explicar los cambios diplomáticos hacia el pragmatismo, sea cual sea el interlocutor válido que enderece el rumbo de influencia del Reino Saudí, sea enemigo o aliado, obliga ahora a actuar contra Israel y sus ínfulas expansionistas en Oriente Próximo. Con armas geopolíticas de primer orden entre las que, por supuesto, destacan el control del mercado petrolífero y gasístico, de la OPEP junto a Irán o el siempre útil instrumental financiero del billonario fondo soberano saudí.
El complejo equilibrio con la Rusia de Putin
La correlación de fuerzas con Teherán concede a MbS otra posibilidad de enrocarse en el tablero mundial. En esta ocasión, respecto a Rusia, nación a la que las empresas chinas empiezan a dar la espalda, pese a haber albergado la exitosa cumbre de los BRICS+ en 2024, el gran contrapoder político de Riad en el cártel petrolífero, al que se unió la pasada década junto a otros productores de crudo. Aunque al mismo tiempo Vladimir Putin se declare tan alejado de Israel como cercano a Trump.
Sin embargo, la partida bilateral Riad-Moscú se jugará también en el terreno económico. Y MsB está en disposición de crear una fuga en las finanzas del Kremlin. En un momento crucial, en el que la perpetuación de la guerra en Ucrania pasa las primeras facturas serias a la economía rusa. Hasta ahora, capaz de sortear las sanciones monetarias occidentales al pago en dólares y vetos del G7 a sus exportaciones energéticas de petróleo y gas y que Riad había financiado de manera indirecta las arcas de Moscú gestionando el grifo productivo de la OPEP+ y sosteniendo el precio del barril en torno a los 80 dólares. Sin embargo, una larga trayectoria -la práctica totalidad de 2024- de retrocesos en su cotización, pese a la encendida mecha geopolítica en Ucrania y Gaza, ha cambiado las tornas.
Riad ha advertido de que el crudo podría bajar de los 50 dólares si el cártel no saca petróleo del mercado, una maniobra que no concuerda con la estrategia del banco central de frenar la subida de tipos (en el 21%) para contener una inflación que ha superado dos veces en los últimos doce meses los dobles dígitos, con un flujo mínimo de ingresos por su oro negro y gas siberianos, que han desplazado sus ventas hacia clientes asiáticos. La desaceleración del PIB chino tampoco ha ayudado a asegurar un nivel de recaudación básica. Pero la retirada masiva de crudo que busca el Reino Saudí no favorece precisamente el caudal monetario que precisa el Kremlin en tiempos de especial incertidumbre militar en Ucrania.
Los analistas sopesan, además, la otra cara de la moneda: que Riad, como ha amenazado, inunde de petróleo la oferta y hunda los precios. Ambas decisiones -expresan los analistas- resultan del todo perjudiciales para Rusia. La primera, porque las exportaciones de fósiles rusas, con sus giros de trayectoria y amarres de sus buques camuflados con doble bandera en puertos de tránsito, no alcanzarían la cota deseable por las autoridades monetarias y económicas. Mientras que la segunda, la de permitir que la OPEP+ deje libremente que cada socio aporte la cuota que desee, penalizaría a los que no cooperaran con los recortes.
Luke Cooper, analista en London School of Economics, explica esta encrucijada rusa a la que Riad puede contribuir con sus decisiones petrolíferas: “Con Rusia vendiendo desde hace más de un año y medio barriles a precios de descuento, con un mercado a la baja y el impacto de la guerra sobre su economía, las opciones que están sobre la mesa no le resultan estimulantes”.
Los cables diplomáticos saudíes hacia Putin le insisten en que su intención es elevar el barril por encima de 100 dólares, con retiradas más que sustanciales de crudo. Pero “la suerte está echada” y Riad vuelve a tener “la sartén por el mango”, dice Simon Henderson, director del Programa Bernstein en The Washington Institute. “El liderazgo saudí en la OPEP+ sigue asumiendo una multiplicidad de responsabilidades, tanto cuando la espita del cártel funciona bien como cuando vienen malos tiempos, lo que le otorga un poder casi absolutista”, asegura.
Rusia, según Riad, ya no puede poner más en el mercado su excedente de 122.000 barriles diarios que, según S&P, ha colocado desde julio y que se suman a las cuotas extractivas adicionales de Irán o Kazajistán. Riad se ha puesto seria y promete actuar contra las indisciplinas de las cuotas, el mayor de los problemas de la OPEP+ en su largo historial monopolístico.
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