Opinión
Provocaremos otro fuego contra el Patronato
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Es imposible no obsesionarse. Desde que conocí la existencia del Patronato de Protección a la Mujer, la curiosidad me lleva, una y otra vez, de vuelta a él. Ahora, además, es relativamente fácil hablar de esta institución [aunque todavía cueste tanto encontrar información]. En septiembre de 1977, sin embargo, trataron de secuestrar la revista Vindicación Feminista por denunciar que el Patronato era "una fábrica de subnormales". La institución, que estuvo en funcionamiento entre 1941 y 1984, gozó de los privilegios de la dictadura. No fue hasta la muerte de Franco que algunas y algunos periodistas comenzaron a denunciar las violencias que sufrían las mujeres que estaban tuteladas. ¡Con la Iglesia hemos topado!
La historiadora Carmen Guillén Lorente, autora de la tesis El patronato de protección a la mujer: prostitución, moralidad e intervención estatal durante el franquismo, habla de uno de los "aparatos represivos franquistas más coercitivos, longevos y, sin embargo, menos conocidos de su historia". El Patronato de Protección a la Mujer ejerció "una feroz política de sobrevigilancia y reclusión que anuló los derechos individuales de miles de mujeres en nombre del orden público". Si quieres obsesionarte tú también, puedes empezar por la tesis de Guillén.
Fueron cientos de centros desplegados por todo el Estado español para mantener a raya la moralidad de las mujeres españolas. Consuelo García Cid, escritora y superviviente del Patronato, cuenta que eran "lugares de castigo y de mano de obra gratuita". Es, incluso, difícil de creer. Los testimonios y las denuncias, sin embargo, se suceden. Las obras Las desterradas hijas de Eva, Ruega por nosotras o Las insurrectas del Patronato de Protección a la Mujer, de García Cid, han sido, desde su publicación, un catalizador. Decenas de mujeres se han acercado a ella buscando respuestas: por qué, por qué, por qué.
Las Oblatas [del Santísimo Redentor] y las Adoratrices [Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad] eran las órdenes religiosas que regentaban más centros, aunque no fueron las únicas. En el trabajo de Guillén, se citan una decena de congregaciones más. Las Cruzadas Evangélicas, instituto secular católico femenino, también estaban en el ajo. Ellas, de hecho, gestionaban uno de los centros más significativos: Nuestra Señora de la Almudena, más conocido como Peña Grande o, entre las internas, "Peña Gorda" porque la mayoría llegaban embarazadas.
El proyecto de maternidad vinculado directamente al robo de bebés, empezó a gestarse en 1950 y estuvo en funcionamiento hasta 1984. Pasaron por allí miles de mujeres. En el reportaje El Patronato, de Reyes Ramos para Televisión Española, algunas cuentan sus experiencias de terror en este centro y en el reportaje Peña Grande, la maternidad de los horrores que sobrevivió a Franco aseguran que "el centro tenía capacidad para 600 internas, pero es imposible determinar cuántas pasaron por allí desde 1960 a 1984".
Sí sabemos, por ejemplo, que en octubre de 1980, en aquel centro vivían 115 niños y niñas y 168 mujeres, que debieron de salir despavoridas cuando se inició el fuego. En el El País contaban que, según algunas versiones, "el incendio empezó a consecuencia de un cigarrillo que una interna dejó sobre una estufa". El fuego las pillaría después de cenar, en torno a las diez de la noche. Según la crónica de Ángeles García, "la mayoría de las madres y los niños se encontraban en el edificio, en la sala destinada a talleres y almacenamiento de colchones y ropas de abrigo". "Fueron atendidas siete mujeres embarazadas y diez niños que fueron dados de alta inmediatamente", cuenta. En diciembre de ese mismo año, se produjo otro incendio en el mismo centro. El mismo periódico aseguraba entonces que existían "algunas sospechas de que fue provocado". Lo cierto es que, durante los últimos años en los que el centro estuvo en funcionamiento, se sucedieron las protestas de algunas internas. Organizadas en un pequeño grupo, trataron de hacer pública su situación. Enviaron una carta al Partido Socialista, entonces en el Gobierno, en la que aseguraban estar viviendo "un trato carcelario, vejatorio y humillante". Denunciaban también que la atención sanitaria era deficiente; que pasaban hambre, que sabían que se estaban adoptando criaturas de forma irregular por 500 mil pesetas.
Me gusta pensar que fueron ellas las que provocaron el fuego. Alguno de aquellos incendios, por cierto, fue el detonante de una sorprendente historia de amor entre una interna del centro y Julio Gónzalez, ‘El foca’, un joven quinqui de la zona. Lo contó hace años Consuelo García del Cid y, en los comentarios de algunas páginas, su familia lanza preguntas con la esperanza de encontrar a la hija que debió de tener con aquella chica. Falleció en 1983, un año antes de que cerraran definitivamente el centro.
Las condiciones de vida de aquellas mujeres eran sórdidas. Hoy, una pequeña placa las recuerda, pero aún queda mucho camino que recorrer para que el Estado reconozca el daño causado. Pilar Iglesias Aparicio, filóloga, es la autora del libro Políticas de represión y punición de las mujeres: Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la Mujer de España. Ha analizado similitudes entre ambas instituciones buscando promover un proceso de reparación similar al que se ha dado en Irlanda.
Poco a poco se están encendiendo algunas chispas.
Es cuestión de tiempo.
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