Opinión
A picar piedra, maricones
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Las noches de Tefía no acaba bien, pero esto no es un spoiler. Lo sabe bien Samuel Luiz; las víctimas del incendio del Búnker, un espacio de cruising de Sevilla; las dos mujeres brutalmente agredidas al grito de "¡bolleras de mierda!” en el Parque Warner; las tres personas activistas golpeadas al salir de una fiesta LGTBQIA+ en Gerona; lo saben las víctimas de la "la escalada del odio" que estamos viviendo en el Estado español. Las noches de Tefía no acaba bien porque, para nosotras, así acaban muchas noches y, sobre todo, porque no nos han pedido perdón todavía.
La serie, dirigida por Miguel del Arco, puede verse sin respirar. Entre sollozos y risas. Puede verse con la alegría de quien se sabe a salvo de la crueldad más extrema y con el temor de quien sabe que las consecuencias de toda esa violencia siguen intactas en nosotras. Porque no nos han pedido perdón todavía. La ficción, de seis capítulos, es un juego de capas. De historias entrelazadas, superpuestas, que reconstruyen un escenario tenebroso de la historia reciente de España: la Colonia Agrícola de Tefía.
En 1953, el periódico Falange: diario de la tarde informaba de la creación del Juzgado Especial de Vagos y Maleantes del Archipiélago Canario. Tendría su sede en Las Palmas de Gran Canaria. Ignacio Sáenz de Tejada y Gil era entonces presidente de la Audiencia Territorial de Las Palmas y declaraba que la “colonia agrícola o campo de concentración de Tefía” serviría de “saludable y enérgica sanción social” a “los vagos habituales; rufianes y proxenetas; mendigos profesionales que exploten a enfermos, menores, lisiados; ebrios y toxicómanos habituales”. Todo, por supuesto, con arreglo a la de Vagos y Maleantes, una norma que estuvo en vigor entre 1933 y 1970. A partir de entonces entró en vigor la ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, algo más 'sofisticada'.
En el momento de las declaraciones de Sáenz de Tejada y Gil, la ley todavía no recogía la homosexualidad como una de las conductas constitutivas de algún tipo de condena. Esta figura se incluyó en una modificación de 1954. Por tanto, puede afirmarse que la Colonia Agrícola de Tefía no tuvo como único fin la reclusión de personas homosexuales. Víctor M. Ramírez, uno de los principales expertos en la represión franquista a la diversidad sexual y de género en Canarias, ha estudiado un gran número de expedientes con los que ha podido demostrar que en Tefía fueron encerrados presos sociales y presos políticos, siguiendo con la categorización habitual de la época.
A pesar de que las investigaciones de Ramírez apuntan a que fueron pocos los presos condenados en Tefía por ser homosexuales, la Colonia Agrícola de Tefía no deja de ser “un lugar infame, de triste recuerdo para quienes lo padecieron y, para la comunidad LGBTI, un símbolo de la represión sufrida en la dictadura”: “De mis investigaciones deduzco que durante los años de funcionamiento pasaron por Tefía entre 300 y 350 presos”. “He encontrado que veinte de esos presos fueron expresamente considerados peligrosos sociales por su homosexualidad y condenados a Tefía, el resto, hasta llegar a 68 entre los años 1954 y 1970, cumplieron su reclusión en prisiones de Gran Canaria, Tenerife y La Palma”, asegura en una entrevista para canarias7.es.
Puede que Las noches de Tefía, la serie de Atresplayer que narra las condiciones de vida de algunos de los presos que pasaron por la colonia, no sea extremadamente rigurosa con la complejidad de la represión. Es ficción. Una ficción preciosa. Un relato a tres bandas en el que es fácil intuir hasta qué punto el régimen apostó por el trabajo como redención, hasta qué punto explotaron y humillaron a quienes, de una manera u otra, perdieron la guerra. Deja entrever también cómo la imaginación, la música y el baile han sido históricamente herramientas de resistencia; habla de la solidaridad, de celos, de homofobia interiorizada, de violencia, de brutalidad.
En Las noches de Tefía, sin embargo, no acaba de señalarse con nitidez la responsabilidad de quienes permitieron que se perpetraron tantos crímenes durante la dictadura. En algún momento, incluso, podría parecer que la responsabilidad recae sobre las espaldas de los pocos funcionarios que trabajaban en Tefía y el régimen franquista, a través de sus diferentes aparatos de represión, articularon una gran maquinaria de dolor y venganza. Eso sí, que la responsabilidad total no reste ni un ápice de culpabilidad a todos los médicos, funcionarios, empresarios, órdenes religiosas y ciudadanos de bien que se beneficiaron de alguna manera de que 'las parias' picaran piedra para ellas.
No acaba bien, no. Porque no acaba bien ninguna historia a la que no se le de un digno cierre y, a nosotras, no nos han pedido perdón todavía. Es cierto que, concretamente en Tefía y gracias al empuje del movimiento LGTBQIA+, se han llevado a cabo homenajes y medidas de reparación. Quedan otros muchos rincones de la España más oscura sin ser iluminados todavía. Por eso, propuestas audiovisuales como Las noches de Tefía tienen tanta relevancia.
Bienvenidas y bienvenidas al Tindaya, el cabaret en el que las personas malas no están invitadas al baile. No os perdáis la serie, de verdad.
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