Opinión
Las 'mil felicidades' y aventuras de Pura de la Aldea
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Iba a decir que Purificación de la Aldea y Ruiz de Castañeda (1889-1976) ha pasado a la historia como “Pura de la Aldea”, pero creo que es mucho decir. Tampoco es que sea un nombre absolutamente desconocido, de esos que no arrojan ningún resultado cuando los escribes en Google. No. Pura de la Aldea no es una gran incógnita, pero tampoco forma parte del imaginario popular. Está ahí en un limbo, sepultada en viejos libros, nombrada en algunos artículos. Al menos, eso sí, tiene entrada en Wikipedia. No es Tomasa Cuevas, ni Dolores Ibárruri, no es Rosario, La Dinamitera, pero, estos días, al calor del recuerdo de la II República, la historia de Pura reclama mi atención.
Nació en Madrid, en agosto de 1889. Era hija de un “bizarro coronel del regimiento de San Mariscal”. Ahí es nada. Creo que era Leo. Digo creo porque han debido de cambiar algo los horóscopos. En cualquier caso, me pega. Dicen que son personas comprensivas y arriesgadas. Sí. Pura pudo haber sido Leo. Lo que era, en cualquier caso, era matrona, el “primer título universitario” al que pudieron acceder las mujeres en España. Estudió en la Universidad Central, que ahora es la Complutense. Tenía el número 20 en el Colegio de Matronas de su ciudad. Fue, además, la presidenta de la Agrupación de Matronas de Sociedades, organismo que se constituyó en 1931.
“Era una mujer dulce y cariñosa y cuantas la conocimos no olvidaremos jamás su actitud correcta”, escribió Dolores Ibárruri, quien cuenta también que influida probablemente por “la conducta de las presas comunistas”, Pura acabó afiliándose al Partido. En su ya famosísimo Cárcel de mujeres, Tomasa Cuevas también le dedica un capítulo. Exactamente, el 14. Uno que se titula “La funcionaria de prisiones”.
Pura de la Aldea está inevitablemente vinculada a la cárcel. Fue funcionaria en las Ventas desde su apertura, en 1931, hasta que un Consejo de Guerra Permanente la condenó a prisión en mayo de 1939. Dicen que la cárcel de las Ventas ha sido la prisión de mujeres más poblada de la historia, que fue concebida como una “prisión Modelo” por Victoria Kent “dentro del nuevo proyecto penalista de la Segunda República”. “Acabó convirtiéndose, con el triunfo franquista, en todo lo contrario: un gigantesco 'almacén de reclusas' en el que mujeres y niños se hacinaron en las peores condiciones imaginables”.
En octubre de 1931, se creó la Sección femenina auxiliar del Cuerpo de Prisiones. Hasta entonces, eran mujeres religiosas, principalmente las Hijas de la Caridad, quienes llevaban a cabo las labores de vigilancia en las prisiones de mujeres. Las candidatas a este nuevo cuerpo de funcionarias tuvieron que aprobar una oposición. Solo había un requisito: ser mayor de 25 años y menor de 45.
En El sistema penitenciario de la Segunda República. Antes y después de Victoria Kent (1931-1936), Luis Gargallo Vaamonde explica que se valoraba también que tuvieran “algún título facultativo o el conocimiento de algún oficio 'de especial aplicación a las actividades de la mujer'. Extra de puntos para Pura, claro. Las que no lo tuvieran tenían que ser examinadas de “Gramática, Aritmética, Geografía e Historia” por escrito. Tras esta selección inicial basada en la edad y méritos, se les impartiría un cursillo teórico y práctico de dos meses consistente en visitas a los centros penitenciarios”. Pura de la Aldea quedó la número 5. Seguro que entonces, por muy intuitivos que sean los Leo, no podía imaginar hasta qué punto su vida estaría atravesada por la cárcel.
Durante la guerra, además de ser depurada como funcionaria de prisiones, la condenaron a treinta años de prisión y a la inhabilitación. En La depuración de las matronas de Madrid tras la Guerra Civil, Dolores Ruiz-Berdún y Alberto Gomis cuentan que fue acusada de “haber sido funcionaria en la prisión de Ventas y nombrada jefe de los servicios de la prisión 'durante la dominación roja', siendo muy dura con las presas que estaban a su cargo; estar afiliada al Partido Comunista; pertenecer a 'los amigos de la Unión Soviética' y usar pistola, que era una de las acusaciones más graves”.
Cumplió su condena, hasta que fue puesta en libertad condicional en 1944, en la prisión de las Ventas y en la de Les Corts, en Barcelona. En 1958, dicen, volvió a ser detenida junto a Enriqueta Montoro, más conocida como Manri Montoro. Además de compañeras de militancia, eran compañeras de piso. Tomasa Cuevas cuenta que ambas “aportaban su granito de arena en la clandestinidad”: “En su casa se reunía la dirección del Partido de Barcelona. Para sobrevivir tienen que trabajar, por ejemplo, Pura, iba como costurera a domicilio”. Fueron acusadas de participar en la reconstrucción del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC).
De su vida privada, apenas queda rastro, pero sí sabemos que Pura de la Aldea fue una de tantas mujeres que pudo beneficiarse de la primera ley del divorcio en España, aprobada en marzo de 1932. En 1937, pidió el divorcio a su marido, Luis March Cañáis [en otras referencias, Luis March y Casals] que, en ese momento, se encontraba en paradero desconocido. Al parecer era abogado y redactor, entre otros, de El Liberal y de El Correo. Juntos tuvieron un hijo, Carlos, del que apenas tampoco hay información: “Cayó como un héroe en la defensa de Madrid”.
Aquel matrimonio tuvo cierto bombo. El día que March “pidió su mano”, lo contaron en la prensa y también se publicó alguna información sobre la boda. Se casaron en Burgos y sirvieron un “delicado te” a los invitados antes de marchar a Barcelona y a Valencia a pasar su luna de miel. La redacción de El Correo les deseaba “mil felicidades y aventuras”. Aventuras, de Pura, conocemos muchas, pero, felicidades, muchas menos.
Dolores Ibárruri, en 1969, hizo llegar, vía Tomasa Cuevas, una carta. Habían coincidido en la cárcel. Le contaba que había tratado de contactarla, que hizo todo lo posible y deseaba que pronto pudieran volver a encontrarse. La carta, además, iba acompañada de un broche: “Cuando le entregué esto a Pura fue tanta la emoción que sintió –cuenta Cuevas– que besaba el broche como si besase a Dolores y lloraba de emoción y alegría”. Esa carta seguro que fue una de las mil felicidades de Pura de la Aldea.
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