Opinión
La manzana de la discordia y las anchoas de Santoña
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Estaba, el muy imbécil, desubicado. La primera vez que le escuché hablar, con un tonito déspota terriblemente desagradable, andaba pidiendo de tapa anchoas de Santoña. El camarero, de una pequeña tasca en Entrevías, entró a preguntar a su jefe si tenían. Salió, poco después, con una negativa entre los labios. El muy imbécil le hizo un irritante ademán cuando le ofreció otras opciones: "Prefiero pasar hambre", contestó. Hambre le haría pasar yo a él el resto de su vida porque no sé si volveré a ser capaz de comer anchoas sin morirme de rabia.
Miraba de reojo, pero insistentemente. Primero, preguntó si lo que estábamos fumando era tabaco o eran canutos. Seguía mirando de reojo, poniendo indiscretamente la oreja en la conversación, con una media sonrisa en la boca que solo desaparecía con cada trago que daba al botellín. Eso es lo único que tendría que haber cenado esa noche, pero saboreó mi silencio y las consecuencias de una socialización de género que, algún día, devolveremos como en forma de millones de microcristales.
Es cuestión de tiempo. Tic, tac.
Tenía mucha curiosidad, al parecer. Le apetecía saber cómo era el sexo lésbico. El lesbianismo le parece "antinatural", pero "muy bonito". Quería saber cómo se hacía, conocer todos los detalles. Sereno y tranquilo, educado como se educan los hombres de bien. No tenía anchoas de tapa, pero tiene todas las posibilidades. Él, formado para hacer y decir lo que le salga de los cojones. Yo, callada. Solo fui capaz de responder un tímido "prefiero no contestar", que suavicé aún más sugiriendo que buscara en internet. Me hizo un gesto con la mano a mí también, algo que traducir como un 'No te rayes, chica'. La guinda de la humillación. Pagar e irnos. Qué otra cosa podríamos hacer.
Pues yo, para empezar, escribir esto.
Escribir que lo siento muchísimo, que siento que me he traicionado con el silencio, pero que me entiendo. Entiendo que es esa precisamente la violencia que denunciamos, que son precisamente ellos, los tipos elegantes y educados, los que aniquilan las pocas posibilidades de autodefensa que tenemos. Que la sutileza nos desbarata. Me encantaría poder decir otra cosa, pero me temo que recordaré su cara mucho tiempo. Me hizo daño, tías. Mucho. En fin, las anchoas de Santoña.
Menos mal que están las amigas al otro lado y, qué suerte tengo, porque las mías saben bien de qué hablan. Mi rabia, contenida e inundando mi cuerpo, tuvo la fortuna de encontrar al otro lado del teléfono a Irantzu: "Claro, cariño, cuando decimos que la violencia es estructural es esto. Y si llega a ser en un barrio más pijo, con un tipo más pijo, reaccionas menos". La Varela es muy sabia. Qué os voy a contar que no sepáis.
Creo que es la primera vez que me pasa. No lo digo con orgullo, porque he sido muy imprudente, pero creo que casi siempre he respondido a las agresiones. Recuerdo insultos, tocamientos, risas, botellines volando hacia mí; y, siempre, siempre si no me falla la memoria, he contestado con más o menos virulencia. Los contextos han sido otros, es verdad. Generalmente, contextos más conocidos para mí y agresiones mucho más directas. Me mata de rabia la sutileza; la buena educación.
Responder con violencia a la violencia sigue sin entenderse, pero, al menos, te ofrece algo de calma en el momento. Poca. Poca porque, al día siguiente, la sensación de ser una lianta, de haberte pasado, nos inunda a casi todas. Escribía Itziar Ziga en Pikara Magazine que "cuando nos agreden y respondemos, siempre somos nosotras las violentas porque, como disidentes, defendernos no nos está autorizado. Tenemos que seguir pagando por nuestra herejía lésbica. Y, sobre todo, por no escondernos, armarizarnos. Por ser visibles". Cuántas veces nos hemos defendido y hemos estado jodidas, días después, temiendo habernos equivocado, temiendo haber vuelto a ser, una vez más, la manzana de la discordia. Podría haber cenado el muy imbécil manzanas ese día. Por qué no.
Las compañeras del colectivo catalán SAL Feminista me contaban para el reportaje Lesbofobia o cómo demostrar que estás equivocada que "la lesbofobia aparece cuando mostramos nuestra autonomía a la mirada y existencia del hombre heterosexual". La lesbofobia se manifiesta de la hipersexualización o la desexualización absoluta. Piensan que les encantaría vernos follar, pero, en el fondo, creen que eso que pasa entre nosotras no tiene nada que ver follar. En Escocia, en 1811, un juez absolvió a dos mujeres acusadas de mantener relaciones sexuales porque, según su parecer, "no existe la más mínima posibilidad de que una mujer en la cama con otra mujer mantenga comportamiento inmoral. Si una mujer abraza a otra, no quiere decir nada".
Ha pasado mucho tiempo, sí, pero la construcción de la masculinidad no ha evolucionado tanto. Creedme. Ojalá poder volver al pasado. A ese juicio en Escocia, sí, pero, sobre todo, a esa pequeña tasca en Entrevías.
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