Opinión
“¡Mamá ha pinchado a la chacha con una navaja!”
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Isabel Moreno Castillo no tiene pinta de asesina, pero, a estas alturas, ya sabemos que eso no significa nada. Nació en la aldea de Zambra, en Córdoba y es probable que nunca imaginara que su retrato podría abrir ningún periódico. Para su buena fortuna, todo ocurrió en octubre de 1927. Por crueles y exagerados que fueran entonces algunos periodistas, todavía no se habían inventado las tertulias de la tele. La única imagen de ella que publicó la prensa es un retrato en blanco y negro, una imagen sobria en la que su gesto podría parecer una sonrisa o una desaprobación. Parece que tiene algo entre las manos, pero no es fácil adivinar qué. ¿Un abanico? Tal vez. Lleva un moño y es probable que el pelo lo tenga cubierto con algún velo; sortijas en las manos, un collar. La ropa es recia: una camisa probablemente negra sobre otra blanca con algún detalle en los cuellos y en los puños; una falda oscura y quizá un cinturón. Está posando, pero mira de medio lado.
Estaba casada con Francisco Gálvez Espinosa, también cordobés, dueño de un buen cortijo. Antes de casarse con Isabel Moreno, él estuvo casado con otra mujer y tuvo algún que otro lío extramatrimonial más. En La voz: diario gráfico de información cuentan que en sus “moceidades tuvo una novia” y que “fruto de aquellos amores, que no llegaron a cristalizar” nació María del Dulce Nombre Rodríguez Parrado, una “linda muchacha, preciosa voz de los ubérrimos campos egabrenses”. No solo eso. Según el parecer del periodista que firma la crónica era “una linda flor campera. Sus lindos ojos negros aún no habían visto en el trascurso de la vida los veinte mayos; sin embargo era ya una preciosa mujer, envidia y admiración de todos aquellos contornos”. La belleza de María del Dulce Nombre, que no seré yo quien ponga en duda, acaparó gran parte de todas las crónicas que se publicaron entonces sobre su muerte. Todas las cabeceras publicaron también una de sus fotos. Parece una reina o una princesa. Posando de medio lado, absolutamente impertérrita y agasajada con una gran peineta (o corona) y su mantilla.
Al parecer, Dulce Nombre llevaba poco tiempo viviendo con su padre. Hasta entonces había estado en una localidad cercana viviendo con su madre, el marido de ésta y su abuela materna. La precariedad económica de su familia la llevó a mudarse a casa de su padre biológico que vivía con su segunda mujer, con la que había tenido dos hijos y dos hijas. No sé si el acuerdo tuvo que ver con el interés de Francisco Gálvez por hacerse cargo de su hija o si, de por medio, se dio algún acuerdo económico. A pesar de la mudanza y de que, al parecer siempre tuvieron cierta cercanía, lo cierto es que nunca fue reconocida legalmente como hija legítima. Los hijos pequeños de Gálvez, testigos directos del asesinato de su hermanastra, corrieron a buscar a su padre al grito de “¡Mamá ha pinchado a la chacha con un navaja!”. Isabel Moreno Castillo declaró que su marido la llevó a casa para que la ayudara en las tareas del hogar.
Una mañana, sin aparente explicación, cuchillo en mano, Isabel Moreno asesinó a Dulce. Al ser detenida, y para excusarse, dijo que su marido y su hija mantenían relaciones sexuales: “Una noche en que lo sentí, me eché de la cama al poco que él, le seguí con cautela y al llegar a la habitación de Dulce encendí un fósforo y los encontré en el lecho abrazados. Yo dije: «No tenéis vergüenza, ni uno ni otro». Mi marido entonces me suplicó: «Calla, no digas nada, que nadie se entere de esto»”.
La hipótesis causó barullo entre el vecindario y en la prensa. Tanto que todos los medios que cubrieron la noticia corrieron a contar, tras la autopsia, que la víctima nunca había mantenido relaciones sexuales con nadie. Eso sí, ni una sola alusión a posibles abusos sexuales. El periodista Enrique Cabello pudo entrevistarse con Moreno en la cárcel y también ante él mantuvo su versión. En algunas crónicas se recogen otras hipótesis que se rumoreaban entonces: que Isabel mantenía relaciones sexuales con un trabajador del cortijo y fue descubierta y que estaba enamorada del novio de María del Dulce Nombre Rodríguez. En la puerta de la prisión, los días que siguieron al asesinato, los vecinos y las vecinas de agolpaban para increparla. Cada día, entre la turba, la madre Isabel Moreno se hacía hueco para llevarle comida a la cárcel a su hija. Algún medio publicó que ella también había asesinado a un hombre en alguna ocasión.
A Isabel Moreno Castillo le pedían la perpetúa. El juicio causó mucha expectación y su versión, revuelo. Ella aseguraba que nunca supo que su marido tenía otra hija, que su marido estaba “enchulado con ella”. En la vista estaba muy afectada y aseguró: “Yo no lo hice a traición, lo hice sin querer”. Cuenta que les encontró una noche en la misma cama, que quizá no era su hija, que ella ya llevaba tiempo advirtiendo de aquella relación incestuosa y moral. El juicio fue detallado con todo lujo de detalles por una prensa ávida de historias dramáticas que contar.
Declaró la madre de Dulce Nombre, declararon sus hermanos, se presentaron informes, se habló de su himen. El Fiscal, de hecho, aseguró haberse encontrado con amigo médico, “especialista en enfermedades de la mujer”, que le aseguró que no era cierto eso de que algunas mujeres pudieran mantener el himen a pesar de mantener relaciones sexuales. Según este tipejo, esa teoría la defienden solo “los médicos alemanes, pues en las razas anglosajonas es muy frecuente que el himen sea elástico, caso que rara vez se da en nuestra raza”. El fiscal tenía claro que no se trataba de celos, que era pura envidia. La defensa de Moreno no entendía por qué el hecho había causado tanto revuelo porque, a su parecer, no era un hecho monstruoso sino vulgar fruto de los celos. Juzgó la conducta moral de la víctima explicando que se había criado en un ambiente “falto de religiosidad”, cerca de una madre que lo había sido al margen del sagrado matrimonio.
Pedían perpetua. La condenaron a 17 años, 4 meses, 1 día de cárcel y a 10.000 pesetas de indemnización. Cumplió condena en Alcalá de Henares.
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