Opinión
Lo llaman debate, pero es linchamiento
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Las redes sociales. Ese lugar. Creíamos que podía ser un espacio de encuentro, de ruptura, de política, de debate. Lo fueron en algún momento. Creo recordarlo así, pero hace tanto de aquello… Ahora, los debates se confunden con escarnios y las discusiones han pasado a convertirse en auténticas faltas de respeto. Una detrás de otra. Supongo que pasará en todos los entornos militantes, pero en el feminismo, desde luego, pasa. Pasa a diario. Los linchamientos, además, suelen ir acompañados de algo que a mí me pone especialmente nerviosa: las trampas en los argumentos, los saltos referenciales o lo que viene a ser el “mediar las cosas con varas distintas” de toda la vida de dios. Si hay un eslogan que nos interesa, pero alguien te dice que es una generalización que no sirve, nos tiramos al cuello. Las respuesta suelen ser de este estilo: “¿Por qué te das por aludido?” o “Si tú no eres un violador, ¿por qué te mosqueas?”.
Es evidente que detrás de cada eslogan suele esconderse un discurso político más elaborado. Decimos “Machete al machote” porque resulta más sencillo decir eso que explicar que la autodefensa feminista es una autodefensa legítima. Decimos “Polla violadora a la licuadora” porque entra mejor por los oídos que si nos ponemos a explicar que estamos organizadas para defendernos. Toda la crítica al terror sexual que nos han inculcado a las mujeres puede resumirse en “La noche y la calle también son nuestras”. Los eslóganes no suelen ser rigurosos. No es riguroso decir que somos las nietas de todas las brujas que no pudisteis quemar ni es riguroso decir que nuestras abuelas eran esclavistas, pero, si se quiere entender, se entiende. El caso es que en las redes sociales no parecemos tener gran interés en entender absolutamente nada, sino en difundir nuestro pensamiento. Tenéis ahí algo que es para mí una clave importante: la diferencia entre la difusión y la comunicación. En el primer caso no se busca interacción. En el segundo, sí. Las feministas andamos divididas, en las redes y en la vida, no porque no nos pongamos de acuerdo sino porque no estamos dispuestas a ceder ni un ápice en nuestro discurso.
Teresa Maldonado lo explicaba así en un artículo en Pikara Magazine sobre los límites de la libertad de expresión. Si bien no hablaba exactamente de lo que estoy tratando de decir yo, creo que sirve perfectamente también en este caso: “En los debates ético-políticos es habitual que presentemos nuestra propia postura como defensa de derechos fundamentales que no se pueden discutir. Es más, si la discusión se vuelve muy agria, siempre podremos agarrarnos al “derecho fundamental” a expresar nuestra opinión. Así viene sucediendo en el tristísimo debate sobre el género que tiene lugar últimamente en el feminismo. Aunque en este caso decir debate es mucho conceder: se trata de una bronca de hooligans más que de un debate de ideas. Una bronca alimentada por las dinámicas infernales de las redes sociales, que están teniendo en ella una centralidad desmesurada”.
Mientras las redes sociales feministas arden en debates, las asambleas siguen sin tener un músculo lo suficientemente fuerte que sostenga el activismo de base. En las manifestaciones cada vez hay más gente, sí; pero habrá un día en el que nadie se acuerde de pedir el permiso al Ayuntamiento. Las activistas que pelean cada día en las calles cada vez son menos mientras llenamos las instituciones y las redes de feministas profesionales, que cobramos por contar un discurso que ha sido elaborado de manera colectiva durante décadas. A nosotras nos llaman para hablar de cualquier cosa que tenga relación con el feminismo. Os lo prometo: de cualquier cosa. Puede ser que nos inviten a charlar sobre sororidad o sobre amor romántico en la misma semana. Cada vez nos sentimos más incómodas en ese rol de opinadoras y eso que nuestras intervenciones suelen limitarse a recoger lo que hemos publicado sobre el tema en cuestión en nuestros diez años de historia como medio de comunicación feminista.
Me estoy yendo por las nubes y estoy aprovechando un espacio de difusión –de comunicación esto tiene bien poco– para pedir que traslademos esa lógica de cuidados que tanto voceamos en el feminismo a nuestros propios espacios de militancia. Mi compañera Andrea Liba escribía: “En el contexto de la actual de pandemia de violencia contra las mujeres y las niñas, la violencia machista en línea es un problema creciente de proporciones mundiales y de consecuencias muy significativas. Esas violencias digitales apuntan especialmente a las mujeres que luchan por sus derechos, a las que pertenecen a colectivos vulnerabilizados, a las que ya sufren violencias offline y a las activistas, punta de lanza de las reivindicaciones feministas, del cuestionamiento de los roles de género y de las violencias que sustentan los privilegios masculinos. Desde la perspectiva de los derechos de las mujeres resulta esencial garantizar que internet, entendido como un nuevo espacio público que tiene una influencia que crece exponencialmente, constituya un lugar seguro, libre de violencias y capacitador para todas las mujeres y las niñas”.
Es doloroso ver cómo nos lanzamos insultos unas a otras, como se cierran cuentas y se queman compañeras porque parecemos incapaces de reconocer que no estamos de acuerdo, pero que ninguna tenemos la verdad absoluta. Los feminismos, que cada vez parecen más fragmentados, tienen muchos retos por delante, pero quizá uno de los más urgentes sea reconocer que somos muchas y muy diversas las que nos enfrentamos, cada una a su estilo, al patriarcado. Porque ni España es una, ni es uno el feminismo. Es un movimiento muy complejo y diverso. Algunas luchamos contra todas las formas de opresión porque sabemos que las mujeres, como mitad de la población que somos, vivimos atravesadas por múltiples formas de violencias. Para otras, la lucha acaba en las mujeres con vaginas. Eso sí: ninguna se merece el linchamiento. Ninguna se merece sentirse pequeña y asustada por haber dicho qué opina en Twitter. Porque hay algo, además, que sí que nos une: la burla y el escarnio de los miles de hombres que están organizados en internet para tratar de frenar las luchas feministas.
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