Opinión
Lalachus Against The Machine
Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Las campanadas de RTVE fueron un éxito enorme. La cadena pública recuperó el liderazgo perdido en ediciones anteriores y ofreció un espectáculo en la línea que ha popularizado La Revuelta, con sentido del humor, cuidado por la diversidad de muchos tipos que representa nuestro país, juegos con el lenguaje audiovisual y devoción por la cultura pop (eso y no otra cosa es la estampa de Gran Prix).
A partir de ahí Lalachus, presentadora junto a David Broncano de las uvas, ha tenido que soportar diversos tipos de mierdas, desde cuestionamientos a su aspecto y a la ideoneidad de su elección, hasta el anuncio de una denuncia por una supuesta ofensa a los sentimientos religiosos por parte de varias organizaciones ultras y, siguiendo la escalada, amenazas de muerte en vídeos de youtube.
Uno nunca sabe lo que pasa por la cabeza de un cómico o del equipo de un programa cuando prepara su producto, pero viendo los contenidos de La Revuelta y viendo la retransmisión me cuesta mucho (mucho mucho) creer que hubiera la más mínima intención provocadora u ofensiva, sino -insisto – una defensa cariñosa de la cultura pop de la televisión pública y una mención al Gran Prix, programa senior de la cadena pública presentado por Ramón García, que no en vano presentaba también las campanadas. El humor que busca provocar tiene la mala costumbre de no aparecer de casualidad, sino decir todo el rato “miradme, miradme, estoy provocando”. No es el caso. Podría haberlo sido (y hubiera sido legítimo), pero no es el caso.
Lo digo porque creo que Lalachus y el equipo RTVE se han encontrado con la máquina. Uno se encuentra con la máquina por casualidad. Mucho más por la posición que ocupa que por nada que diga. Y la máquina funciona con cierta dosis de automatismo. Un automatismo santificado por la impunidad que le da el tiempo. No es la primera vez que pasa, es sólo que esta vez ha pasado en lo más alto del mainstream, porque la máquina no se detiene.
La máquina empieza con algunos comentarios en X (no en facebook, no en Tik Tok, no en Instagram).
La máquina sigue con algunos medios de comunicación que por línea editorial o para conseguir atención hacen de eso una noticia del tipo “críticas a Lalachus por…”.
Las noticias sobre las críticas a Lalachus circulan ya con más intensidad. Al verlo en un periódico, se le concede más importancia y entonces, además de aumentar las críticas, aumentas las defensas. Por tanto ya es un tema. Un asunto divisivo.
La máquina entonces identifica en esa división un buen elemento para polarizar y se activa una de sus patas, la que pone denuncias. No hay un plan preconcebido, no hay centro de diga “ahora”, hay una rutina, un modo de hacer que se repite. Un automatismo. Hay, de hecho, un modelo de negocio.
Se informa entonces de que se presentarán denuncias. Eso hace nuevas noticias. Esas noticias ya ocupan bastante espacio mediático y atención en redes. Las defensas se vuelven más amplias, incluyen a miembros del gobierno, a personalidades públicas o circulan como meme. Los ataques son también más furibundos.
La cosa puede quedar ahí, o quizás la denuncia se presenta y el juez que debe valorar si aquello es delito o no, se siente lo suficientemente parte de la máquina como para encontrar argumentos en el código penal para que la cuestión avance por lo judicial.
La extrema derecha política se incorpora también a la máquina. Pueden atacar directamente a los presentadores o limitarse a atacar al gobierno a costa de los espectadores. Y la derecha, preocupada por parece complaciente con el gobierno, o porque también forma parte ya de la máquina, guarda silencio o impulsa el asunto.
Un asunto que, en origen, no molestó a practicamente nadie.
Decía que la máquina no se detiene porque su naturaleza no es otra que corroer el debate público hasta que sólo hable de lo que la máquina quiere. A la máquina, por tanto, hay que pararla.
Y para mí este es el asunto fundamental.
Detener a la máquina pasa, en este caso concreto, por sacar del código penal los delitos que vulneran la libertad de expresión. Pero pasa también por quitarle toda la relevancia pública a opiniones ultraminoritarias en la red. Pasa por garantizar que la justicia es democrática. Pasa por luchar contra plataformas digitales que favorecen y viven de la toxicidad y la atención.
La libertad de expresión se defiende deshaciendo las estructuras que atacan la libertad de expresión. Es un trabajo complejo, colectivo, que requiere de tiempo, políticas públicas, recursos, un ecosistema mediático con capacidad para aislar a la máquina y, por tanto, no sometido a la dictadura de la atención y la polarización.
Mientras eso no pase, seguiremos en una tensión constante y con dinámicas de permanente captura de la atención por parte de gente que sólo tiene un objetivo: garantizar que en España no se toca ni un sólo privilegio de quienes más tienen. Y lo harán contra personas como Lalachus y tantas otras. Lo harán no por lo que dicen, sino por la posición que ocupan. Para que no la ocupen. Para que el espacio público en nuestro país sea lo más estrecho posible.
La máquina es una herramienta al servicio de la España estrecha. Esa en la que la mayoría no cabemos.
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