Grecia y España dan lecciones al 'club rico' de la UE y le muestran la senda de la prosperidad
Más de diez años después de la crisis de la deuda, que casi sepulta al euro, las economías española y griega impulsan la actividad en la Eurozona, mientras los países centroeuropeos, defensores de la austeridad, ven cómo se frena su actividad industrial, su progreso tecnológico y su neutralidad energética.
Madrid--Actualizado a
"Soy consciente de las limitaciones y los desafíos a los que se enfrentaron los griegos y del alto tributo que pagaron durante la crisis de la deuda por el reembolso de los préstamos del rescate financiero". Con estas palabras admitió Angela Merkel su elevada exigencia de austeridad contra Atenas en los últimos días de sus 16 años al frente del Ejecutivo alemán, en 2021.
Eso sí, casi sin razón de continuidad, Merkel recordó que el salvavidas griego estaba destinado prioritariamente a "la estabilidad del euro" y que el ajuste habría sido menos brutal si Grecia y varios otros Estados de la Unión "hubieran emprendido reformas clave en periodos prósperos". Lo que en la etimología multilateral responden al término de cambios estructurales contra-cíclicos.
Aun así, y pese a los matices, el arrepentimiento de Merkel, en octubre de 2021, cuando acudió a la capital griega en uno de sus últimos viajes oficiales antes de dar el testigo de la cancillería a Olaf Scholz, tenía enjundia. Entre otras razones, porque "fue una de las mujeres más odiadas", tal y como admitió antes de su desplazamiento en tabloide alemán Bild. Pero también porque enfatizó que "el momento más difícil" de sus cuatro mandatos consecutivos, "fue cuando exigí tanto a Grecia", donde fue recibida, en 2012, en plenas negociaciones, de alto voltaje, con Alexis Tsipras, primer ministro heleno y líder de Syriza, movimiento que aglutinó a la izquierda del país al que le tocó gestionar el periodo más negro de la economía, por manifestantes con carteles de la esvástica nazi o murales con su imagen caricaturizada de Hitler.
La Dama de Hierro alemana, como se la calificó en Grecia, estuvo abducida por el austericidio de su ministro de Finanzas, el socialcristiano bávaro Wolfgang Schäuble, al que nunca le tembló, en cambio, el pulso para exigir dolorosos recortes sociales y aumentos de impuestos como letra de cambio para que Atenas recibiera tres tramos de rescate por un valor superior a los 300.000 millones de euros. Con caídas de las pensiones y del salario mínimo hasta los 500 euros, además de poner en liza un proceso de privatizaciones, especialmente en Sanidad, que dejó al país casi sin medicamentos y sin plantillas hospitalarias.
Mientras, Alemania se embolsaba 2.900 millones de euros. Fue el mayor beneficiario del rescate griego. Su prestamista de primera y, al parecer, también de última instancia. Así lo acaba de reflejar una respuesta parlamentaria impulsada por los Verdes, a la que respondió el Ministerio de Finanzas. Acuses de recibo que se empezaron a ingresar en 2010 —tras la primera entrega de 20.800 millones— y se prolongaron hasta 2017.
Merkel y Schäuble no fueron los únicos que trataron a Grecia como si fuera una colonia alemana de facto a cuenta de su deuda. Cada vez que acordaban un tramo. Solo tras el pertinente visto bueno de los hombres de negro, la troika comunitaria de emisarios de socios contribuyentes de la UE. Voces como la de Josef Schlarmann, asesor de la CSU bávara, o Frank Schaeffler, del Free Democrats, partido de ascendencia liberal, llegaron a exigir la venta de islas, del Acrópolis y del Partenón, y desencadenaron reacciones de boicot de la sociedad helena a productos germanos. “Vendan sus propiedades para salir de la insolvencia, pagar las deudas y evitar la bancarrota”, se escuchaba desde los círculos de poder berlineses.
Años más tarde, fue Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión durante gran parte de esta travesía por el desierto de Grecia, el que pidió perdón "por las mentiras contadas en la crisis de la deuda europea". Juncker aseguró, en 2019, que "no fuimos solidarios con Grecia", sino que "la insultamos, la injuriamos y la obligamos a aplicar recortes que sufrió su población a pesar de que se rebeló contra el diktat de la austeridad decretado para salir de la crisis y que dejaba sin condena al sector financiero, causante del colapso". Ya era demasiado tarde. En ese intervalo se siguió recomendando a Grecia que "saliera del euro", incluso si superaba su escenario de terror financiero.
La pandemia convierte a los PIGS en motores europeos
Un lustro después, Grecia y España, otro de los insignes PIGS defenestrados por el núcleo duro de la UE, no solo por Alemania, sino por contribuyentes netos como Países Bajos, junto a Irlanda y Portugal, todos ellos necesitados de rescate, marcan el dinamismo de la zona del euro. Frente al notorio sufrimiento industrial y a la parálisis de actividad de Alemania, cuyo PIB registrará en 2024 el segundo año consecutivo en recesión. Y sin visos de prosperidad a la vista, según alertan el Bundesbank e institutos de investigación como Ifo. Por contra Grecia vive momentos de gloria a tenor del reciente informe de la OCDE: "Desde 2021, su economía crece por encima de la del espacio monetario", con medidas de "protección a hogares y empresas contra la inflación" y con una deuda soberana "en descenso significativo".
Los fondos de Recuperación y Resiliencia que la UE destinó para alumbrar en Grecia un ciclo de negocios post-covid con suficiente fuerza motriz como para hacer despegar al mercado interior, han dado sus frutos, al ayudar a certificar superávit comercial y por cuenta corriente y a mantener una constante y sostenida afluencia inversora al país, dicen sus expertos, "esencial para mantener la ratio de la deuda en descenso".
El club de las naciones ricas no suele ser demasiado complaciente en sus diagnósticos. Pero con Grecia no escatima en elogios. "El combate contra el desempleo y la espiral de precios ha sido un éxito". Al igual que la puesta en liza de su agenda de reformas estructurales, profundas y en la dirección adecuada. El país "continúa haciendo esfuerzos para redirigir su gasto público hacia la inversión", corrigiendo presiones fiscales en función de los tributos y combatiendo el fraude impositivo. Además de fortalecer su formación académica y técnico-profesional en varios niveles y exigencias educativas, incentivando la productividad y la competitividad y avanzando tanto en el proceso de digitalización como en el de transición energética. Claves para consolidar las rentas personales y estimular el crecimiento futuro y la innovación.
La OCDE destaca que el PIB ha pasado de crecer un 5,7% en 2022, al calor de los milmillonarios recursos Next Generation, al 2,3% en 2023, tasa que repetirá este año y una horquilla en la que se moverá en el próximo bienio: 2,2% en 2025 y 2,5% en 2026. Con un paro que dejará los dobles dígitos el próximo ejercicio y un IPC que solo se aproximará al límite estatutario del BCE en 2026, cuando se reducirá al 2,1%. Y una trayectoria de reducción de la deuda ordenada que ha llevado a un drástico recorte del 209,4% del PIB en 2020 al 163,9% en 2023.
La inversión seguirá siendo la catapulta para impulsar el dinamismo, generar empleo y elevar la productividad, todavía muy enfocada a las grandes empresas, pero “no tanto a las pymes”, que deben acelerar la adopción de nuevas tecnologías para sumar talento y eficiencia a sus plantillas y competitividad exterior e interior a su sector privado. Son dos de los riesgos, leves y comunes al resto de socios de la Unión, que vislumbra la institución multilateral.
Parecía imposible, pero Grecia está en condiciones de dar lecciones de economía a Alemania. Al igual que España. De hecho, The Economist acaba de destacar "el resurgimiento fulgurante" de los PIGS, con España a la cabeza de las potencias avanzadas en 2025, las de la OCDE. A partir de un indicador que mide los cuadros de mando macroeconómicos como el PIB, el IPC o el empleo y el déficit, y financieros, como la ejecución presupuestaria, la deuda y la captación de inversión y de capitalización bursátil. "Los menospreciados por el norte disfrutan ahora de la bonanza de sus economías".
La economía española ha conservado en 2024 su pujanza. La misma que ha impulsado al FMI a situarla como uno de los motores de las potencias industrializadas desde el despegue del ciclo post-covid. Por delante de Irlanda, otro mercado rescatado, que ha sabido mantener su estatus de centro tecnológico europeo, y Dinamarca. Con Grecia e Italia completando el top-five. Por el contrario, Reino Unido y Alemania —dice la radiografía del semanario británico— han obtenido un desempeño "decepcionante". Si bien los últimos de la fila son los bálticos Letonia y Estonia, que siguen sin levantar cabeza desde la invasión rusa de Ucrania. "España tiene mucho que enseñar al resto de Europa" y Grecia exhibir su músculo a sus acreedores del corazón de la UE.
La hoja de ruta keynesiana sepulta a la austeridad
Lecciones que pasan también por un debate ideológico. Porque, según admite Mario Draghi en su Informe de Competitividad, la readaptación europea al nuevo orden global del siglo XXI será cara, demanda un arsenal de recursos —entre 750.000 y 800.000 millones de euros—, cifra similar a los fondos Next Generation, la mitad del PIB español o entre el 4,4% ó el 4,7% del PIB de la Unión. Y vendrá aparejada de decisiones que "serán duras de aceptar en el seno del club". En alusión -dijo Draghi- a los eurobonos —mutualizaciones de deudas— medida keynesiana donde las haya, para financiar prioridades geoestratégicas.
Aunque en este Plan Marshall tendría un protagonismo estelar el capital privado. Draghi tira de tradición para justificar este punto: históricamente, en Europa el 80% de la inversión viene de las empresas, los bancos y los ahorros. Eso sí, con presupuestos públicos que deben reorientarse para aprovechar mejor sus efectos en apoyo de la iniciativa privada”, dijo antes de matizar: "Los recursos deben redirigirse a objetivos estratégicos acordados conjuntamente y en los que la UE aporte mayor valor añadido".
En su opinión, estas prioridades "requieren dinero común, bien mediante más aportaciones de los Estados o nuevos fondos propios". Un aviso a navegantes y, en concreto, a Alemania y países como Holanda, reticentes a mutualizar deuda o abrir el grifo de las subvenciones. Pero es lo que tiene recomendar un "cambio radical" -expresó- para, por ejemplo, inyectar competitividad al Green Deal de la UE y que las energías renovables consuman su decoupling de las fuentes fósiles para romper el techo de unos recibos de la luz que obstruyen a las empresas y hogares europeos por duplicar o incluso triplicar las facturas eléctricas de Estados Unidos y China.
O para aproximarse a ambas superpotencias en su carrera geoestratégica por la innovación y la productividad, en plena revolución de la Inteligencia Artificial (IA) y el Big Data, y competir con ellas en sectores como el de automoción. Con otras iniciativas de más Europa como los procesos de relocalización y reindustrialización más próximos los centros financieros europeos. Otro giro keynesiano que alejaría a Europa del austericidio ordenado por Berlín durante la larga crisis de la deuda que tanto dañó a Grecia.
En línea con la propuesta del también antiguo jefe del Gobierno italiano Enrico Letta, autor del informe para dinamizar el mercado interior en el que aconseja "impulsar una Bolsa europea para firmas tecnológicas" y mecanismos de integración bancaria y de mercados de capitales para "no acabar como colonias estadounidenses o chinas".
Daniel Gros, director del Institute for European Policymaking de la Universidad Bocconi (Milán), incide en que el mérito de Draghi y Letta se basa en corroborar que Europa debe operar como un bloque, sin versos sueltos, y en reconocer que las empresas de la UE están "atrapadas en medio de una emboscada tecnológica". O, dicho de otro modo: operan con frenos innovadores y languidecen por su tamaño mediano. Parte de la solución son las "fusiones transfronterizas", no siempre bien aceptadas por los gobiernos, en todos los sectores de la actividad, sin que baje el dinamismo de sus pymes. "Para no caer en crisis como la del automóvil en Alemania", dice.
Aunque en este sentido, quedaría por ver la decisión del primer ministro griego, el conservador Kyriakos Mitsotakis, de forjar una voz común europea frente a la amenaza arancelaria que se cierne sobre la UE con Donald Trump en la Casa Blanca o ponerse del lado del futuro inquilino del Despacho Oval. Mitsotakis dice ser partidario de un nuevo pacto comercial con Washington porque "los aranceles son sinónimo de proteccionismo", pero, al mismo tiempo, ha sido de los pocos dirigentes europeos que sintonizó con Trump en su primer mandato y uno de los que se apresuró a felicitarle por su triunfo telefónicamente nada más consumarse su victoria electoral.
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