Opinión
Una huelga con olor a galleta
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
-Actualizado a
El movimiento feminista de Euskal Herria lleva un par de años trabajando en un proceso que, el próximo 30 de noviembre, se materializará en una huelga general. Una huelga general feminista para forzar a las instituciones vascas a negociar un sistema público de cuidados, pero, sobre todo, una huelga que busca demostrar cómo se ha ido transformando la principal herramienta de protesta de la clase trabajadora.
Mientras se caldea el ambiente, mientras los comités se organizan, se preparan los materiales y se pone todo a punto, es inevitable pensar en otras huelgas en las que las mujeres han tenido un papel protagonista. Mi favorita, la huelga de prostitutas que protestaron en 1977 por la muerte de María Isabel Gutierrez Velasco, pero, por supuesto, hay muchas más. Algunas, más conocidas que otras.
En 1962, el papel de las mujeres fue imprescindible para sostener, en palabras de Patricia Simón, "el mayor desafío político al que tuvo que enfrentarse el franquismo desde la finalización de la Guerra Civil" y, en 1973, tal y como cuenta Mª Ángeles Fernández, un grupo de mujeres costureras de la provincia de Córdoba que trabajan en casa paró la producción para exigir mejor remuneración por su trabajo. No son, ni mucho menos, las únicas que, de una u otra manera, han defendido su dignidad con uñas y dientes.
Resulta que, en los años ochenta, la familia Artiach decidió vender la fábrica de galletas que tenían en Bilbao a una empresa americana: Nabisco Brands. La marca de galletas, fundada a principios del XX en la capital de Bizkaia, estuvo primero en el centro de la ciudad. En 1920 sufrió un incendió y trasladaron las instalaciones a la zona de Zorrotzaurre, lugar en el que estuvo hasta que, ya con otros dueños, fue trasladada a la localidad de Orozko. Los tejemanejes entre la familia y los nuevos propietarios, al parecer, se hicieron dando la espalda a los y las trabajadoras de fábrica. La mayoría, mujeres. Y, claro, se declararon en huelga.
En el número 399 de la revista Punta y Hora de Euskal Herria, de agosto de 1985, cuentan que decidieron dejar de trabajar cuando vieron cómo empezaban a llegar camiones para preparar el traslado de la fábrica: “Ellas no lo podían permitir porque todavía no han negociado las condiciones del traslado”. Se organizaron en turnos para llevar a cabo protestas en la fábrica, pero también ante las instalaciones del Gobierno Vasco.
Entre sus principales reivindicaciones, cobrar lo mismo que los hombres, que llegaban a ganar más de 140.000 pesetas más que ellas al año. ¿La excusa? La de siempre. Llamar “producción” al trabajo de los hombres y “envasado” al de la mujeres: “Los hombres empiezan la cadena de producción y las mujeres siguen. Somos un mismo eslabón de la cadena y queremos batallar por conseguir igual salario en ese colectivo. Ya sabemos que los mecánicos y la gente de laboratorios y oficinas gana más, pero queremos que la gente que hace la masa y la gente que la empaqueta gane lo mismo”.
Las críticas no se centraban en sus condiciones de trabajo sino que aprovecharon el poco foco mediático que tuvieron para denunciar cómo la venta de la empresa al capital americano había supuesto también un cambio radical en las dinámicas de producción. Preocupadas por ellas, sí, pero también por la manera en la que se producía entonces –y se produce ahora–. No solo eso: a pesar de haber sido mayoría en la fábrica, la nueva política de la empresa parecía querer expulsarlas del ámbito laboral. Denunciaban que la empresa seguía “una política de expulsión de mujeres. Primero, comenzaron ofreciendo dotes para que las mujeres se casaran y dejaran el puesto”; luego, según denunciaban ellas, con la excusa de que no hacía falta más personal, empezaron a no permitir que las mujeres que estaban de permiso de maternidad volvieran a su puesto de trabajo.
Apenas hay referencias de esta huelga, aunque Artiach, la fábrica de las famosas galletas de Chiquilín, cuenta en su historial con grandes huelgas. Muchas de ellas, promovidas y protagonizadas por mujeres. Las protestas más conocidas son las de 1917 y 1922. La última, en 2022. En 1917, las protestas fueron de un gran calado. En Las galleteras de Deusto. Mujer y trabajo en el Bilbao industrial cuentan que «las galleteras huelguistas […] manifestaron, con gran donaire, que estaban hasta la punta de los pelos de sufrir la explotación de que se les hacía víctimas por parte del Sr. Artiach, quien abonaba a las empaquetadoras, por una jornada de once horas, una peseta». Hablan de una agresión al propietario y de un sorprendente disparo: “El Sr. Artiach fue insultado y estuvo a punto de ser agredido; pero pudo refugiarse en la fábrica. Como arreciase la pelea y la puerta del escritorio estuviese a punto de ceder, el Sr. Artiach la entreabrió y sacando por ella el brazo derecho hizo un disparo de revólver al aire”. Ese día detuvieron a una trabajadora que fue liberada, gracias a la presión de sus compañeras, pocas horas después.
En 1992, una empaquetadora de la fábrica, María Díaz, denunció haber sido agredida por Agustín Llerobi, un maestro del taller. En el libro Mujeres en zorrotzaurre y olabeaga (pasado, presente y futuro) cuentan que, a partir de la agresión, las trabajadoras hicieron una lista de exigencias: jornadas de ocho horas, aumento de una peseta en los salarios, desaparición del sistema de multas internas, instalación de una campana en la puerta para marcar la señal de entrada y de salida; la admisión de trabajadoras despedidas en la huelga y que dejaran de despedir a quienes no iban a trabajar los días festivos. Sí, alcanzaron algunos de sus objetivos. “A todas horas sabe bien la galleta Chiquilín”, decía uno de sus lemas. Hay otra cosa que sabe fenomenal: pelear.
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