Opinión
Por qué no hay que construir más embalses
Por Santiago Martín Barajas
-Actualizado a
El régimen irregular de lluvias que predomina en la mayor parte de la Península Ibérica, hizo que sus pobladores, desde hace casi dos mil años, optaran en algunos casos por la construcción de embalses. De esta manera, existen dos embalses de época romana en las inmediaciones de Mérida, que además siguen en uso, así como restos de otros construidos a lo largo de los siglos, en diferentes puntos del país. Sin embargo, no fue hasta el siglo XX cuando se empezaron a construir centenares de embalses a lo largo de toda nuestra geografía, con un objetivo principal y en bastantes casos casi único: incrementar los recursos hídricos disponibles, con independencia de su posible utilidad posterior.
La mayoría de los embalses producen un gran impacto medioambiental, pues todo lo que queda dentro del vaso, desaparece para siempre. Siempre producen la completa transformación del régimen fluvial, y bajo sus aguas desaparecen para siempre bosques, dehesas, pastizales, etc. Todo lo que hubiera en el interior del vaso. Fragmentan el territorio, generando un efecto barrera importante y, cuando bajan de nivel, solo queda una franja de suelo inerte, carente de vegetación, y casi de vida.
El impacto social que generan también es muy alto. De hecho, durante el siglo XX, más de 500 pueblos en nuestro país desaparecieron para siempre bajo las aguas de los embalses. Lo que produjo el desplazamiento de al menos cincuenta mil personas, que vieron como sus casas, pueblos, cementerios, huertas, su historia, eran “engullidas” por las aguas de los pantanos, y se veían obligados a emigrar, en la mayoría de los casos a las ciudades. No obstante, la población realmente desplazada fue mayor pues, a partir de anunciarse que iba a construirse un embalse, mucha gente ya iniciaba la emigración, al dejar su valle, su hogar, de tener un futuro. Resulta triste, e incluso angustioso, que te pregunten de donde eres y tener que responder que de un pueblo que ya no existe, que se encuentra bajo varios metros de agua.
La incidencia de los embalses sobre el patrimonio histórico y arqueológico también ha sido muy alta. Han quedado sumergidos bajo sus aguas asentamientos prehistóricos, importantes ciudades romanas, poblaciones medievales, puentes y molinos de diferentes épocas, centenares de iglesias y ermitas con muchos siglos en sus espaldas, cuyas torres asoman a la superficie, con aspecto casi fantasmagórico, cuando baja el nivel del agua. Finalmente, los grandes pantanos también nos han privado de valles y paisajes rurales de gran valor estético, que ya no podrán recuperarse jamás.
Por todo ello, podemos afirmar que los embalses son de las infraestructuras más impactantes que existen, por lo que no es admisible que se produzca ningún error en su planificación y construcción. Sin embargo, la frenética y alocada construcción de embalses que se llevó a cabo durante todo el siglo XX, hizo que se construyesen un buen número de embalses que, tras el gran impacto ambiental, social y cultural que generaron, y el gran coste económico que supusieron, no han servido para nada. También hay algunos embalses que, después de construirse, arrasando previamente con todo lo que había en el vaso, no se pueden llenar por deficiencias constructivas, o por situarse en lugares inadecuados, donde apenas hay aportes de agua. Hay otros que llevan décadas construidos, y todavía no se les ha asignado ninguna utilidad, y no parece que la vayan a tener en un futuro.
Actualmente nuestro país cuenta con 1.225 “grandes embalses” (los que tienen más de 15 metros de altura del dique), siendo el quinto país del mundo con más infraestructuras de este tipo, y el primero de la Unión Europea. Además, a causa de la reducción que se está produciendo de los recursos hídricos disponibles en la Península debido al cambio climático, estimada en una media de un 20% en los últimos 25 años, la capacidad de regulación del conjunto de los embalses existentes se ha visto incrementada de manera simultánea. Esto es debido a que, si bien se mantiene la misma capacidad de almacenamiento, el volumen de agua que circula por los cauces en menor. Por todo ello, consideramos que existen ya más embalses de los necesarios y, dados los enormes costes ambientales, sociales, culturales y económicos que conllevan, no debería construirse ni uno más en nuestro país.
Sin embargo, y a pesar de ello, todavía hay embalses altamente impactantes en construcción, como el recrecimiento del embalse de Yesa y el embalse de Mularroya, los dos en la provincia de Zaragoza. La finalidad de ambos es la de abastecer a nuevos regadíos. El embalse de Mularroya se está construyendo sobre el río Grío y no va a servir absolutamente para nada, pues este río apenas lleva agua, y de hecho la Confederación Hidrográfica del Ebro pretende asignarle a este río un caudal ecológico de ¡0 litros por segundo!, a lo largo de todo el año. Por ello, se pretende llenar mediante bombeo con aguas de otro río, el Jalón, lo cual no va a funcionar, pues después los regantes no están dispuestos a pagar el coste del bombeo. Como de hecho ocurre en el embalse de Lechago, en la vecina provincia de Teruel, una obra a acabada hace tiempo, que produjo gran impacto ambiental, y que sigue sin usarse, precisamente por esa misma razón.
Otro embalse que se encuentra en construcción, y que produciría un gran impacto ambiental, sería el de Alcolea (Huelva), también destinado a abastecer a nuevos regadíos. Se trata de otra obra que resultaría totalmente inútil pues, tal y como reconoce la propia Junta de Andalucía, sus aguas no son aptas para el riego, debido al elevado contenido de metales pesados que tienen. El origen de los mismos está en la minería desarrollada en su cuenca, y su contenido, lejos de disminuir, va aumentar, debido a la intensificación de la actividad minera en la zona. El embalse se encuentra construido al 20%, por lo que, desde Ecologistas en Acción hemos solicitado al Ministerio para la Transición Ecológica, que abandone la obra de forma definitiva, y deje así de seguir enterrando dinero público a espuertas en una infraestructura que va a resultar inútil.
Además, hay administraciones que aún pretenden sacar adelante viejos proyectos que, en su mayoría no se construyeron antes, precisamente por su complejidad a la vez que falta de eficiencia y utilidad, como por ejemplo el embalse de Lastras de Cuéllar (Segovia), un embalse propuesto ya en 1903, de bajísima eficiencia y sin ninguna utilidad, y que produciría un enorme impacto ambiental y social, hipotecando para siempre la viabilidad de los municipios de su entorno. De hecho, hace 16 años iba a recibir una declaración de impacto ambiental negativa por parte del órgano ambiental y, para evitarlo, la Confederación Hidrográfica del Duero, decidió de manera torticera retirarlo de la tramitación, esperando a que llegasen “tiempos mejores”. Actualmente se encuentra recogido en el Plan Hidrológico de la Demarcación Hidrográfica del Duero vigente, y se está sometiendo de nuevo a procedimiento de evaluación de impacto ambiental. En la Cuenca del Duero hay 4 proyectos de embalses más en tramitación, todos ellos bastante impactantes. En la Cuenca del Ebro también se pretenden construir cinco nuevos embalses, aunque la Confederación Hidrográfica del Ebro se niega a indicar cuales, y de hecho sorprendentemente en el último documento de planificación hidrológica sólo se indica el número, pero no los embalses. Una prueba evidente de que lo único que le interesa a este organismo es que se construyan nuevos embalses, con independencia de la utilidad que puedan tener, o incluso si la van a tener o no.
Como podemos ver, se trata de proyectos de gran impacto ambiental y social, de enorme coste económico, y cuya utilidad es inexistente, o simplemente ni se plantea, lo que hace pensar que el principal objetivo de los mismos es la propia obra de hormigón.
En definitiva, y a pesar de que no necesitamos más embalses, desde diferentes sectores políticos y económicos, se pretende continuar con una política hidráulica basada en la construcción de pantanos, prácticamente idéntica a la desarrollada en nuestro país a lo largo de todo el siglo XX, y que ya no debería tener cabida en el presente siglo. En España, en lo que a la construcción de embalses se refiere, ha llegado ya el momento de pasar página.
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